«No estamos solos mientras recordamos.»
Carlos Droguett
Un asaltante de caminos, perseguido por la policía, es acribillado en una choza donde trata de refugiarse. La historia es, en apariencia, sencilla, y no es tanto lo que puede hacerse con estos elementos. Agreguemos que ocurre en la zona central de Chile, en una localidad a comienzos de los años 40, donde apenas se distingue el mundo rural de la vida urbana. Para un escritor cualquiera la única línea narrativa habría sido la de contar las últimas horas del bandido, como una cuenta regresiva, hasta terminar con el asedio dándole muerte. Los titulares en diarios capitalinos anunciaron: «El ñato Eloy cayó ayer en tiroteo», «El ñato Eloy murió peleando contra una montonera de detectives»; «El ñato Eloy: un bandolero que murió sin rendirse». La sobrecubierta de la primera edición en 1960, publicada por Seix Barral, lleva la foto del hombre acribillado en el suelo, junto a su carabina y las botas policiales.
Con esos materiales se gestó el libro: la captura y muerte del Ñato Eloy en julio de 1941.
Carlos Droguett (Santiago de Chile, 1912-Berna, Suiza, 1996) no es un autor de novelas fáciles ni de una escritura superficial. De ese modo, convierte el acecho del criminal en algo más que la pesquisa, y se refugia en los planos del recuerdo que le va dictando la memoria. En su novela Eloy hará uso de los mejores recursos de la narrativa que tanto admiraba —Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner— para crear un relato, sin duda, opresivo, lo mismo que emotivo y redentor. Porque Droguett supo desplazar la línea de aquellos escritores que circularon por fuera del boom latinoamericano (Rulfo, Onetti, Ribeyro, entre otros) al ubicar su narrativa dentro de las nuevas corrientes, por las que estuvieron obligados a transitar los cuentistas y novelistas que dieron por superado el criollismo o color local campesino, que tanto proliferó en América, sin abandonar la tensión sarmientina de civilización y barbarie o, luego, el «realismo mágico» que plagó la literatura avanzado el siglo XX.
Para el público español, el nombre de Carlos Droguett, solo por la distancia de las décadas, puede resultar lejano. Pero si la memoria no es frágil, basta relevar dos hitos que marcaron su paso por la Península: 1959, cuando esta misma novela, Eloy, resultó finalista al premio Seix Barral, y 1971, cuando su libro Todas esas muertes se llevó el premio Alfaguara. Justo un año antes en su país se le había otorgado el Premio Nacional de Literatura. En su momento, el crítico Ignacio Valente había ponderado así sus cuentos juveniles: «Relatos que por su estructura semejan inconexas memorias, a veces casi ensayos, alcanzan una elevada potencia artística por el hecho de moverse siempre en un medio sensible, por estar pensados y escritos con la carne y con la sangre más que el intelecto [...] El impulso afiebrado de esta prosa, su interioridad biográfica y lacerante, su sondeo surreal y subliminal, ofrecen de continuo al lenguaje, el cebo de la imagen, de la metáfora distorsionada, de la personificación de las cosas y los sentimientos, recursos todos de naturaleza poética. En esta potencia expresiva, y en el ritmo febril, pero no demasiado de su emocionalidad, reside el logro literario más pleno del más temperamental de nuestros narradores»
Crimen y literatura es un eje que cruza toda la obra de Droguett: Los asesinados del Seguro Obrero; Sesenta muertos en la escalera; 100 gotas de sangre y 200 de sudor; Todas esas muertes y Matar a los viejos, en forma y fondo aluden a la muerte. Muy tempranamente, como una definición de principios, para la crónica de los asesinados en la escalera (la masacre de 59 jóvenes nacistas acribillados por la policía el 5 de septiembre de 1938, en el edificio del Seguro Obrero, cuando intentaban dar un golpe de Estado contra el presidente Arturo Alessandri), el escritor declaró: «Temo —y no quisiera desmentirlo— que estas páginas que ahora escribo vayan a resultar una explicación de mí mismo. No importará. Lo que publico, después de todo, lo escribí porque lo sentí bien mío, íntimo de mi existencia, hace un año, cuando fue hecho. Por esto mismo no he querido cambiar nada, exhumar cosa para averiguar más carne, más sangre (...) Yo sólo recogí, a la manera mía de coger las cosas, esa sangre que corriera hace dos años por nuestra historia; no fue otra mi tarea, agacharme para recoger».
El protagonista es el lenguaje
Insertos ya en la conciencia del personaje de Eloy es imposible desprenderse de esa voz. Los hechos son de dominio público, y lo que importa es cómo se ha decidido contar esta historia. «Soy un bandido, se reía a veces para sí, tratando de comprender o de abarcar su destino, un bandido sin alma y
sin entrañas, un salteador infame, que rompe puertas, ventanas, gente, alguna gente, he muerto a muchos que ya no me acuerdo y mataré a muchos más todavía que no sé por dónde andan ni lo que hacen, no lo que van a hacer, ni lo que les voy a hacer, soy malo, empedernido, repugnante y sanguinario, cada vez más cruel, cada día y a cada hora más perdido y hundido de sangre, dicen los diarios, la radio, el vecindario».
Alain Sicard, quien prologó la edición revisada y final de Eloy de 1995 (la misma que publicamos ahora), afirmó: «La soledad droguettiana es un espacio textual y la noche de Eloy una noche de palabras. El verdadero protagonista de la novela es el lenguaje».
Como muchas de sus novelas escritas tan prolíficamente, Eloy podría explicarse a partir de su pulsión de escritura: «Patas de perro fue redactada en un mes, durante unas vacaciones; Eloy, en una semana; Todas esas muertes en cuarenta y cinco días, aunque me acompaña siempre una especie de terror previo que desaparece frente a la máquina de escribir. No me cuesta nada. Escribo con facilidad días enteros, hasta terminar. Si mi situación económica lo permitiera podría perfectamente dedicar diez horas diarias disciplinadas a la literatura», respondió las veces que fue consultado. ¿Cómo cruza esa forma de producción el influjo de su posterior lectura?
«Eloy soy yo»
¡Desocupado lector! Si has llegado a este punto del prólogo, tal vez en busca de alguna clave que te ayude a enfrentar o reponerte de la abrumada lectura que ya hiciste de la novela —mantenida apenas en el hilo de respiración que se sostiene en la voz del protagonista—, digamos, triunfantes, que surfeaste en las olas del maremágnum droguettiano.
Una novela escrita, como se dijo, de un tirón en una semana, construida sobre el flujo de la conciencia, el monólogo interior y la asociación libre de una voz que entra y sale de una casa acechada por los policías que han venido a darle muerte a un forajido. Una condición introspectiva que logra transparentar desde su tensión narrativa la predisposición de cómo seguiremos hoy leyendo su libro. Eloy entre los matorrales y las violetas pisoteadas, con la cara pegada a la tierra, siente a los oficiales acercarse, para luego perderse. La suerte ya está echada: «Y ahora se movieron las botas». Ha terminado una larga noche que se resiste a irse.
En una entrevista de 1996, publicada de forma póstuma, enviada desde Suiza al único medio —la revista chilena de izquierdas Punto Final— que Droguett estuvo dispuesto a contestar un cuestionario mientras vivía en el exilio, el narrador admitió: «Eloy soy yo [...] Si a ello se agrega que, como escritor, yo no era un niño de las monjas sino que dirigía mi mirada e insertaba mi pluma en temas de hecho intocadas, la matanza del Seguro Obrero, por ejemplo, y en el pasado, el descubrimiento y saqueo de América, yo no inventaba la sangre, la injusticia, la muerte, la tortura, ahí estaban, intocadas, si a ello se agrega ese ambiente de un escritor que es testigo de su tiempo y que quiere expresarlo, no, no era posible que yo siguiera en Chile si quería seguir vivo».
Vivió el encierro lejos de su tierra y el asedio fue el olvido en que permaneció por décadas, hasta que recién en su país, en los últimos cinco años, han comenzado a publicarse nuevamente sus novelas, cuentos, crónicas y los manuscritos inéditos que dejó en Suiza. Esta publicación en España resulta una forma de vólver a su afiebrada prosa y nos brinda la posibilidad de calibrar el aplomo con el que Droguett tomó una postura frente al mundo: «En un país de pusilánimes y genuflexos no es raro que yo tenga fama de escritor agresivo». Tal vez esta (re)lectura, seis décadas después, permita también adoptar una posición sobre el protagonista y los hechos narrados, tal como lo hicieron los lectores en 1960.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "Eloy", una noche sin fin.
«Eloy» de Carlos Droguett. Ediciones Lastarria y De Mora S. L., 2024, 220 páginas.
— PRÓLOGO —
Por Roberto Contreras