El anfiteatro Liard de la Sorbona estaba repleto Era la primera sesión del Coloquio Internacional El cuento latinoamericano actual, realizado del 9 al 12 de mayo de 1980. La presidencia de la mesa era ejercida por Juan Carlos Onetti y, en medio de tantos latinoamericanos, el primero que tuvo la palabra fue el profesor Seymor Menton, de los Estados Unidos. Cuando terminó la lectura de «Cincuenta años de realismo mágico en el cuento hispanoamericano» y fue aplaudido, alguien que estaba a la derecha del anfiteatro levantó la voz para decir que en nuestro Continente, de tantos sufrimientos y opresiones, no le parecía válido hablar tan asépticamente de la Literatura y del espacio en que ella se producía. Era la voz de Carlos Droguett.
Ese mismo día busqué hablar con él, y de ese encuentro «en un patio o en un banco de la Universidad parisina», como él escribiría más tarde, nació una amistad para siempre. O casi, porque su trágica muerte, ocurrida en Berna, «en su amado, en su odiado exilio», el 30 de julio de 1996, la interrumpió.
En enero de 1996 él había estado en Cuba, y de lo que llamó sus «cortas vacaciones» me envió una tarjeta del Museo Ernest Hemingway. Fueron las últimas líneas que recibí de él. Las primeras habían sido del 3 de junio de 1980: una carta en que parecía estar feliz y en que me hablaba del nacimiento de su nieta en Locarno, de su viaje para verla en la Suiza italiana y, de ahí, su paseo a Florencia, «la pequeñita y hermosa ciudad y la región que la circunda, especialmente la antiquísima Fiesole, que actualmente es una pequeña villa de balneario para turistas millonarios, desde cuyas alturas se contempla la ciudad de Dante y de Miguel Ángel, tal como la contemplaron los antiguos fiesolenses antes de bajar a fundarla a orillas del legendario Arno».
A ella le seguirían otras cuarenta cartas, la mayoría dactilografiada, siempre con acrécimos a tinta, corrigiendo letras, borrándolas, acrecentándolas, eliminando palabras, escribiendo otras que faltaban o expresiones o frases. Acentuando, puntuando. Doce son manuscritas. Las escribió cuando viajaba y no disponía de su máquina. A mano lo hacía muy raramente, sólo cuando tenía tiempo, «toda una tarde, varias horas de la noche». Explicaba que a los «seres queridos les suelo escribir así, pero preciso tiempo, tranquilidad, el tiempo y la tranquilidad que sólo dan la noche». El 28 de julio de 1980 decía que para «escribir una carta así, sobre todo si es larga, necesito mucha tranquilidad a mi alrededor, silencio, generalmente una agradable noche en que estoy solo, enteramente solo, acompañado nada más de mí mismo y del recuerdo o del pensamiento de un ser querido». En estos mismos textos se refiere a su letra, diciendo que al escribir a mano le sale «una letra casi espléndida, muy buenamoza, especial para ser fotocopiado»; exactamente un mes después, el 28 de agosto de 1980 dice que su letra es «endiablada» y que él trata de «santificarla» con una «claridad legible».
Son cartas extremadamente espontáneas, de expresión coloquial, que hablan de personas que él conoció, de amigos, de sus hijos, de compromisos intelectuales, de las traducciones y publicaciones de sus libros, de sus lecturas, de sus viajes, de sus problemas de salud, del exilio, de su trabajo. De la muerte. Tema de sus novelas, la muerte es considerada una de sus obsesiones. Una presencia tantas veces señalada por los críticos, un motivo de respuesta en las muchas ocasiones en que fue interrogado sobre esa reiterada presencia. En sus cartas, la muerte aparece como algo que está al acecho. Consecuentemente, el miedo. «Escribir sobre la muerte es como un medio, a mí se me ocurre, de neutralizarla.»[1] Así, no elude lo que sabe inevitablemente, lo que vislumbra en un futuro próximo. Es cuando dice: «si no he sido devorado por un banquete imperial de su señoría y majestad el cáncer, a través de una de esas vertiginosas y geniales variedades leucémicas, que merecerían diez premios nobel de pudrición
absoluta». Y, también, un miedo que se expresa en el uso de la conjunción condicional si cuando las circunstancias (las operaciones a las cuales se sometió) le conducen las palabras: «si regreso de la operación», «si regreso de las manos del cirujano».
Es porque la muerte, sin duda, se presenta como una posibilidad no tan lejana, y esa proximidad no permite la indiferencia: «Hacía ya veinticinco años por lo menos, que no ingresaba a un quirófano para tomar un primer contacto oficioso con la muerte y, es verdad, esta vez tenía varios kilos de miedo y de nervios, no tanto por mí, sino por el rastro que vas dejando al caminar las veredas de la vida y que se llama familia.»
Son palabras de 1981 y de 1984. El 30 de junio de 1991, enunciará una certeza: «hace quince días hacía frío, neblina, lluvias en este hermoso y pequeño millonario país donde moriré solo de un infarto cualquier noche hacia la madrugada, es la hora que elige, estadísticamente, el infarto para hacer sus visitas al degolladero».
Una certeza vaga, defrontada al misterio que teme y que por su inexorabilidad significa también para él un límite, un tiempo marcado, finito. Al hablar de la calidad de lo que escribe, considerándolo «excelente», decide que ahí, en ese nivel de excelencia quiere estar «hasta que la muerte me diga, bueno, amor, vengo a acostarme contigo para el resto de tu tiempo», y al comentar que trabaja en dos novelas al mismo tiempo, dice que es como si adivinara que le queda poco tiempo. Un tiempo que siente desaparecer y que desearía poseer: «Lo único que siento, lo único que me hace real falta es un poco de tiempo, algunas semanas suplementarias, una gratificación de meses, años, insomnios para alcanzar a escribir otras cosas que sólo yacen entre mis carpetas en forma de sueños mucilaginosos, en espera de resurrección». Entre el gran miedo del final y las ansias de expresarse, es como si estuviera, realmente, como bien lo dijo Adolfo Cruz-Luis,[2] acorralado en un «círculo vicioso: enfrentar la muerte por amor a la vida». Un amor a la vida que es traducido por el verbo escribir.
En carta del 26 de septiembre de 1981 cuenta que en los primeros meses, en el primer año de su exilio se sentía muy mal, en un estado de «postración física y de inercia mental» que lo hacía envejecer muy de prisa y lo tenía inmovilizado en sí mismo. Entonces, iba al médico en un breve viaje en tren. Era el momento, dice, en que se sentía «sano, robusto, ambicioso, pleno de ganas de vivir y, sobre todo, de seguridad de escribir (que es, en realidad, hasta ahora mismo, mi verdadera salud)». Y más adelante, en la misma carta, agrega:
el eterno dolor de cabeza, en la parte izquierda de la base del cráneo, mis problemas de taquicardia o de aceleración cardíaca, mis problemas espirituales, se me olvidan, se terminan, se secan, se van para siempre, cuando me siento a la máquina de escribir y empiezo a escribir, o sigo escribiendo un tema que me apasiona o que, por fin, después de varios insomnios sucesivos consigo hacer apasionante.
Ese deseo del trabajo, ese placer del trabajo, esa búsqueda del trabajo estarán siempre expresos, principalmente, en las cartas escritas en 1980 y 1981. Sea hablando del presente («estoy loco de trabajo», «trabajo mucho», «trabajo, es decir, trato de trabajar», «estoy trabajando mucho», «estoy trabajando como un animal»), sea hablando del pasado («trabajé tanto y tan intensamente» «trabajé como un condenado», «y como estaba trabajando en dos trabajos simultáneos», «en los años 79 y 80 he trabajado atrozmente, más de lo que merece mi golpeado cuerpo en el exilio»).
Se refiere, también, a compromisos con las editoras Denoël, a propósito de la traducción de Patas de perro, y Cátedra, que iría a publicar la edición príncipe de Eloy,[3] a sus lecturas, a la ordenación de sus apuntes, «leyendo páginas ya olvidadas». Pero, sobre todo, a su obra: «recopiar meticulosamente un original», «revisar una cantidad de papeles —entre ellos mi última novela, que aunque no terminada, estaba tratando de hacer una copia más o menos en limpio»—, «no he podido corregir los originales de una novela que terminé en el pasado verano y que debía haber enviado a mi agente hace meses. Es un tema real y fantástico, si quieres, fantásticamente real». Y, sea cual sea su estado de salud, crear:
en estas circunstancias y días, desesperado por el calor, asombrado por la falta de apetito —tienes que estar verdaderamente enfermo, me dijo mi mujer, ni siquiera quieres beber vino—, y al mismo tiempo asaltado y bombardeado por una especie muy personal y no constada de estado nauseoso y febril trabajé como un condenado —y he seguido trabajando y por nada del mundo quería ir donde el médico, aqui a dos cuadras—.
Una verdadera angustia a la cual se somete porque si un tema lo persigue en el medio de la noche enciende «una y otra vez la lamparita roja del velador para hacer anotaciones, hasta que logro dormirme sobresaltado justo entre cinco y seis de la mañana...» Una angustia que lo hace trabajar noche adentro «hasta la una y media, las dos, las tres, la última noche hasta las cuatro de la madrugada», que lo torna un «fracasado», un «frustrado», «una mierda que piensa en el suicidio» si consigue escribir solamente diez carillas por día en vez de las quince o veinte que desea. Un ritmo que va a resultar una enorme producción. En 1988, después de trece años de exilio, dice que ha escrito «más de cuatro mil páginas, la mayoría inéditas, entre ellas una novela de mil páginas dedicadas a Salvador Allende».
Ocasionalmente. se refiere a la novela inédita que llama Ha regresado, de la cual el 6 de abril de 1981 tenia ciento noventa y cinco carillas escritas; o a sus futuras memorias, cuyo título él define como «arquitectónico», Materiales de construcción, de la cual calcula tener ya hechas «cerca de cien páginas» que «no podrán ser menos de mil antes de mi muerte, pues de otra manera me moriría de vergüenza y de frustración».
En medio de ese intenso trabajo del cual no quería alejarse —«cuando me amarro a mi escritorio a escribir no hay quien me haga cambiar de idea»— y que puede resultarle un «infierno, un continuado e ininterrumpido infierno y si tú quieres, un maravilloso infierno (pues así lo he sentido a pesar de mi cansancio)», él se permite «soñar descansos».
El 15 de junio de 1980 habla de ese deseo de terminar su «esclavitud» e irse a descansar a alguna parte: «Italia, seguramente, el Lago di Como, la hermosísima, delgadísima y frágil Firenze». El 15 de abril de 1982 está en Saanen, «en el corazón de los Alpes, a cinco minutos en tren de Gastaad», como explica. y donde piensa estar hasta mediados de julio. Agrega que en agosto tendrá que estar en París y en Madrid, pero sin explicar razones, como hizo otras veces al anunciar viajes.
Invitado a ir a fines de agosto o comienzos de septiembre de 1980 a Palma de Mallorca para dar «un par de charlas» a estudiantes de Literatura, muchas veces habló en sus cartas de esa invitación que «no quisiera perder». También se refiere muchas veces a otra invitación. también para una «charla» con los estudiantes de Poitiers. Sobre el viaje o sobre sus actividades en la Universidad nada irá a decir. Comentará, sí, al volver, el aire de la ciudad: «En Poitiers me dio mucho gusto estar algunos días respirando la provincia francesa sin las poluciones internacionales de la hermosa y corrompida París, bocanadas del tercer mundo humeando en el metro, en mi modesto hotel, en las brasseries del Sacré Coeur, del Bois de Boulogne, de Pigalle.»
Y sea para tratar de la traducción de Patas de perro, sea para grabar la narración en la Sorbona que debía haber hecho con ocasión del Coloquio Internacional sobre el cuento hispanoamericano actual cuando no hubo tiempo de hacerlo, anuncia viajes a París:
Me quedaré. como siempre, en mi modesto hotel de la Rue du Chemin Ved, 121. No es ningún hotel estrellado, pero ya me he acostumbrado a él, siempre me guardan habitación —ventana a la calle, claro— y está en un barrio que amo más desde que supe que boulevard Lenoir, boulevard Voltaire, boulevard Menilmontant, los héroes de la Comune, pelearon su postrer batalla, hasta finalmente ser acorralados en la Pére Lachaise donde fueron fusilados, quiero decir asesinados.
Aunque viajes de trabajo y no de placer, como él dice, le dan el gusto de visitar librerías «por todas las veredas por donde pasás», decia el 28 de agosto de 1980, y de hacer «la visita diez mil veces postergada al Louvre especialmente a l'Organgerie». Pero no siempre acepta invitaciones para ir a Paris. El 16 de enero de 1992 escribe a la Direction du Livre et de la Lecture du Ministére de la Culture et la Comunication recusando participar, del 4 al 17 de abril, en la «campagne de promotion des litterátures étrangéres» por no aceptar la compañía de determinados escritores cuya conducta no era, a su entender, aceptable. Una actitud suya que no fue aislada. Diez años antes había hecho lo mismo en relación con una invitación para participar en un Coloquio sobre Literatura y exilio a realizarse en Frankfurt en el mes de octubre de 1981. En carta del 26 de septiembre, explicaba por qué no iría: «Pedí mayor información y supe que venían a él escritores frustrados, escritores de tono menor, periodistas que hace mil años soñaron con recibirse de novelistas de nivel mundial, todos, unos más, otros menos como [...] Envié mi negación absoluta.» Y así, en lugar de ir a Frankfurt, decide ir a Basilea, donde en ese momento se realizaba una «estupenda exposición —que contiene cuadros jamás exhibidos—, de Picasso».
En 1991 viajaría a Buenos Aires. En carta del 30 de julio habla de esos demorados trámites para conseguir los documentos y para reservar habitación.
Mi viaje a Buenos Aires está todavía pendiente, porque no ha llegado la visa, me dijeron en el Consulado que se solía demorar de un mes a tres, ahora estoy entrando en el tercer mes y espero cualquier día recibir una comunicación telefónica o postal de esa gente. Mi viaje se efectuará unas dos semanas después de obtener la visa, lo primero que haré será reservar el avión de ida y regreso pues es muy difícil viajar aquí en Europa todo el tiempo y mucho más en el sector verano-otoño. No creo llegar al hotel que frecuentaba siempre, en 9 de Julio, frente a Corrientes, no lo encontré en la guía de teléfonos que me prestaron en el Consulado en el mes de mayo, pero encontré un hotel llamado Chile, muy central, y oportunamente telefonearé para reservar habitación.
El 30 de octubre continúa con el asunto de ese viaje retardado porque «los papeleos de la visa se extraviaron, en el consulado no me dieron sino vagas explicaciones, pero fueron muy gentiles enviándome finalmente, hace unos diez días, el permiso de viaje a la tierra de Carlos Gardel y don Segundo Sombra». Y explica:
Salgo de Zurich, en Swissair, el 10 de noviembre cerca de media noche, para llegar a Buenos Aires en la tarde del 11, el avión hace escala solamente en Río y Sáo Paulo [...] Si me va bien, me quedaré en la reina del Plata hasta el primero de noviembre,[4] si me va mal me quedaré siempre, porque es una linda ciudad, aunque llena de recuerdos recientes y espantosos. Paco Urondo, con quien intimé en La Habana, murió baleándose con los gorilas en su ciudad querida, no lejos del barrio colonial de San Telmo, donde tenía su casa y donde me invitó alguna vez, Haroldo Conti, gran cuentista, a quien conocí y quien creo me estimaba un poco, figura en la lista de los desaparecidos, etcétera.
Fue un viaje anunciado un año antes. En carta del 19 de noviembre de 1980 decía:
Es posible, es probablemente muy posible que en la semana santa, abril o mayo del 91, viaje a Buenos Aires. Como el viaje es largo y como el viaje es caro (aunque hay promesas de pagármelo) no viajaré en avión sino en barco, a no ser que se trate de estar rápido en la gran ciudad de Carlos Gardel que conozco bastante, iré si puedo a permanecer por lo menos unas tres semanas o un mes. Allá tengo amigos, antes tenía más, pero alguno, como Paco Urondo, murió peleando con los gorilas en las calles de Buenos Aires. Otros, como Haroldo Conti, figura en la lista de los desaparecidos. Pero debo tener todavía algunos amigos sobrevivientes.
La esperanza de rencontrar amigos, aunque maculada por la ausencia de los muertos y desaparecidos, se mezcla a la razón primera del viaje, el encuentro con editores y, sin duda, viajar resulta algo que le hace bien, como a propósito de breves huidas de Berna él confesara:
como atravieso una etapa ferozmente comida por los nervios, me hace bien irme un fin de semana a Zurich, una antigua y multitudinaria ciudad tendida junto a un importante río, el Limmat, y en cuyas orillas vivió hasta su muerte el formidable Thomas Mann. What Whiman[5] hablaba «del hombre solo en medio de la multitud», pero creo que su pensamiento no era una crítica ni una confesión, sólo una constatación, a mí me hace muy bien encontrarme entre tanta gente que no me conoce y en la que siento que me diluyo un poco, no soy muy exacto, pero es algo parecido, los viajes suelen ser un antídoto para el suicidio, me parece, no te estoy diciendo que yo soy, o seré carne de suicida, pero comprendo perfectamente este modus operandi mortal, en verdad vital, del cual, es seguro, no seré cliente, no te equivoques.
No podría, en realidad, ser cliente de una autodestrucción quien era capaz de soñar. En 1985 escribía: «Yo no sueño con grandes ni pequeños sueños literarios, creo que desde muy joven he tenido sólo un ansia sola, que mis escritos hagan vibrar a alguna gente, por lo menos dos veces, y quizás tres» Comprensible, entonces, ese interés en ver su obra publicada. Al saber que yo había traducido El compadre, quiso conocer la traducción y verla inmediatamente editada en Brasil, después de Eloy.[6] Ese deseo lo expresaba en enero del 81. En febrero hace una referencia a El compadre cuando comenta sus propias creencias religiosas. Pensaba en esa visita que habíamos hecho el año anterior al cementerio Pére Lachaise, en su curiosidad sobre mis creencias cuando quise conocer el túmulo de Allan Kardec, lo que lo lleva a recordar la carta que le escribió un poeta y ensayista español, y su reacción ante la lectura de su novela: «es inteligente y un cristiano muy primitivo, de esos partidarios de la Revolución Cubana —cuando leyó El compadre se quedó escandalizado, porque, según intentaba decírmelo en una carta que conservo aquí, yo estaba rebajando, echando al trajín, mundanizando la vida del industrializado Cristo—».
Y casi nada más hablará de El Compadre. Mayormente, mencionará Eloy y Patas de perro. Trató mucho acerca de la traducción de Eloy al portugués, y muy lleno de entusiasmo por ella. Al anunciarle mi intención de traducirla. me respondió que le parecía «magnífico y magnificante». Un entusiasmo que se mantuvo y le dio paciencia para ayudarme en las dificultades, después revisarla con mucho cuidado para, entonces, concluir que estaba «muy hermosa». Además de querer que El compadre apareciera luego en portugués, quiso mucho que también Patas de perro fuera traducida: «No, no te pido, no te he pedido, no te pediré que traduzcas además Patas de perro, pero eso sí, tendrías que decirle a alguien con entrañas, no sólo con cabeza, que lo haga.»[7]
Un año y pocos meses después él firmaba con Denoël para la publicación de Patas de perro en francés. Apreció inmensamente las relaciones con la editora y el trabajo del traductor. Se habían conocido en Poitiers cuando en su Universidad se realizó el Coloquio sobre la obra de Carlos Droguett. Debido a su gran calidad, Droguett exigió que fuera Jean Marc Pelorson —aunque no estuviera en la lista de los traductores de Denoël— el traductor de Patas de perro. Afirmaba que él poseía dos cualidades que él apreciaba mucho: «una gran sensibilidad artística y una gran sensibilidad simplemente terrestre». Tampoco a él Droguett dejó de ayudarlo en su trabajo, colaborando «sin descanso» en lo que resultó, según dijo, una «densa y admirable versión» de la novela. Y esto debe haberlo dejado feliz, pues consideraba Patas de perro «el más intenso de sus libros», «la novela que contiene más elementos autobiográficos», «más informaciones biográficas», y dijo: «en Patas de perro estoy absolutamente yo, como me formaron o como me deformaron. Terminarlo, todavía recuerdo, fue salir hacia la convalescencia después de una inolvidable enfermedad».
Se trata, en verdad, de un texto extremadamente fuerte y de extraordinaria y rara belleza. No son pocos los que confesaron a Carlos Droguett haber llorado al leerlo. Hasta hubo, él cuenta, aquel que formuló la bizarra pregunta «pero Carlos, ¿por qué te sumerges tanto y tanto en el sufrimiento?» O esa otra: «¿Por qué no escribes novelas de amor?» Preguntas para las cuales no tiene respuestas, aparte del silencio y del sentirse «casi regocijado, cierto y certero de que no me equivoqué de camino,[8] que he escrito porque estoy vivo en un mundo malvado.»
Como no se había equivocado antes, cuando escribió Eloy. Cuenta como le gustaba hacerlo, que fue Francis de Miomandre, el escritor francés, quien primero se fijó en Eloy y quien
introdujo su nombre en las editoriales españolas. Nadie ignora a cuántas lenguas Eloy fue traducida, y cuando pensé en encontrar un editor en Portugal para la novela, Droguett estuvo de acuerdo, y el hecho de que yo hubiera pensado en que apareciera en portugués también en Portugal, le pareció «grandioso, radioso», pero preguntándose «¿por que nadie, o casi nadie, se ha interesado por mis otros libros?» Y concluye, en esa carta del 28 de agosto de 1980, a propósito de Eloy: «es un texto que considero superado, sucesivamente por mil otros temas, especialmente por Patas de perro».
Entretanto, veinte años después de publicada, Eloy continúa provocando interés. Un estudiante de una Universidad de California lo traduce al inglés y «en Cuba está en los programas de estudio», lo que lo anima mucho, sobre todo porque en Chile lo suprimieron «de sus consabidos y criminológicos programas. Si se habla constantemente de asesinos y asesinados hasta los más redomados y galoneados imbéciles se dan por aludidos». Pero aun así, con esas importantes opciones con respecto a Eloy —porque el repudio, evidentemente, también tiene su significado—, él hace melancólicas reflexiones: «siempre Eloy, nada más que Eloy, hasta allí llego yo, no tengo otra geografía, otro cielo, otro infierno», a las cuales inmediatamente agrega
no, no creas que esto me produce rabia, menos amargura, si yo mascara ansias, como dice un personaje de Agustín Yáñez, no habría escrito todo lo que está en este dormitorio, encerrado hasta en una docena de cajas, incluso las kilométricas páginas que terminé hace un mes y una semana cuyo primer capítulo es la narración que grabaré en la Sorbona y cuyo prólogo poético es lo que tú tienes augusto pinochet ugarte viene volando.[9]
Y es ese nombre lo que impedirá la publicación de su novela Matar a los viejos, terminada el 11 de septiembre de 1974 en Chile[10] La dedicó a Salvador Allende, «asesinado el martes 11 de septiembre de 1973 por Augusto Pinochet Ugarte, José Toribio Merino Castro, Gustavo Leigh Guzmán y César Mendoza Durán». La condición para que fuera editada era suprimir la dedicatoria,[11] lo que él no admitió:
no operable le dije al editor español que me lo pedía. Creo que viajaré con esa copia a Buenos Aires y me parece que será flor si hago fotocopiar el libro en pruebas de páginas. listo para ir a la imprenta. que me lo regaló encuardenado el desafortunado editor de Madrid. Como yo no escribo para ganar el premio Goncourt, ni el premio Renaudot, ni el premio Femina ni el premio Interalado ni el premio de la puta que los parió a los editores y a los criticos sus criados para todo servicio, como yo escribo porque no lo puedo evitar, nada más por este pequeño detalle escribo y entonces no estoy ni un milímetro de airado. menos de amargado, ni arrinconado ni perseguido.
Palabras de quien es, como lo dijo Nicasio Pereira San Martín, un «escritor marginal por vocacion».[12]
El 19 de noviembre de 1991 decía: «debe ser la edad, o estado de situación espiritual, pero ya me da lo mismo que me publiquen o no, lo que me interesa es escribir todavía». Y escribe. Hablando de si mismo en tercera persona, lo que hace algunas veces en sus cartas, dice: «En sus ratos de ocioso o de recreo, C.D. redacta, un día sí, y una noche también, en avión, en tren, en el metro de Paris o de Barcelona, pequeñas notas que están formando, casi sin notarse [...] mis futuras memorias.»[13] Menciona lo que está haciendo («desde principios de este año estoy en un ininterrupto y ambicioso trabajo», «escribo mucho y después muchísimo») y lo que hará («El abismo ha quedado postergada, por lo menos hasta el mes de agosto». «desde mediados de noviembre[14] hasta navidad estaré concentrado escribiendo como loco»). E, inmerso en sus proyectos, los desagradables retrocesos de salud lo hacen creer que recibe «las primeras tarjetas de visita de la flaca y sensual muerte» como escribe el 30 de octubre de 1985:
A esta última patilla la he llamado al orden en mis últimos insomnios. diciéndole claramente que no me venga a ofrecer sus muslos de hojalata y sus tetas inexistentes. porque no me tendrá, no me tendrá mientras no termine la novela que en estos días entra a sus trescientas paginas y no empiece lo que quiero copiar enseguida (ahora sólo en un esquema borrador de unas treinta o cuarenta carillas). Con éstas serán una media docena de textos largos inéditos, fuera de los textos dialogados, digamos teatro o los textos cortos.
Texto semejante a ese otro, también parte de una carta.[15] Citada Por Teobaldo Noriega en su tesis,[16] en ella Droguett enumera las novelas, los cuentos, las piezas teatrales, los estudios exegéticos en los cuales deseaba trabajar, lo que lleva a Noriega a hacer esta observación: «Cualquiera diría que es el futuro programa de un escritor en su primera juventud, y no el testimonio de un hombre maduro asediado todavía por viejos y nuevos fantasmas. Esta y no otra será su forma de redención.»[17]
Y eso se hizo muy claro en las cartas que me escribió bajo el signo de la espontaneidad. Expresando un gusto, una preocupación, un interés cotidiano o sus deseos más caros, sobre todo dejaron transparente ese perseguir de sueños. Si su cuerpo se doblaba —cuántas veces confesó sentirse muy mal, cuántas veces verdaderamente se enfermó—, el deseo de escribir lo hacía revivir. Y su camino de escritor que no transigió en sus verdades en ningún momento, de hombre arrancado de su tierra por el exilio, fue siempre de sufrimientos, pero también marcado siempre por un profundo, verdadero deseo de buscar la vida.
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Notas
[1] Son sus palabras dichas a Francisco A. Lomelí, quien las recogió en su libro La novelística de Carlos Droguett, Madrid, 1983, p. 37. [2] Adolfo Cruz-Luis: «¡Salve Droguett!: los que van a matar te saludan», Casa de las Américas, No. 69, noviembre-diciembre de 1971, pp. 208-211. [3] De esa edición príncipe hablaba Carlos Droguett el 21 de junio de 1982. La versión definitiva de Eloy fue publicada, en 1994, por la Editorial Universitaria, de Santiago de Chile. [4] Se equivocó: debió de querer decir el primero de diciembre. [5] Droguett se equivocó en la grafía del nombre del poeta. [6]Eloy fue publicado por la Codecri, de Río de Janeiro, en 1981. [7] En realidad, deseaba que yo lo hiciera porque el 15 de enero de 1981 me preguntaba: «¿Y cuándo Patas de perro?» [8] Una constatación que se repite. Sin decir el título de la obra sobre la cual habla, en carta del 21 de febrero de 1981 se complace en decir: «al parecer [...] he acertado una vez más». [9] Texto que inició en Caracas-Mérida, en octubre de 1979, y terminó en París en mayo de 1980, según anotación en la copia que me envió. [10] «Mi novela de publicación frustrada», dice. [11] La dedicatoria y algunas páginas de la novela fueron publicadas en el número 6 de la revista Bitzoc, de Palma de Mallorca. [12] «La fábula del medio pollo en Patas de perro», Coloquio Internacional Sobre la obra de Carlos Droguett, Centre de recherches latino-americaines de l'Université de Poitiers, Poitiers, 1983. [13] El comienzo de esas memorias, que llamó Materiales de construcción, está en el pedido que le hizo el padre Escudero para publicar en la revista Aisthesis de la Pontificia Universidad Católica de Chile. y que es recordado por Carlos Droguett: «hace muchos años —no sé cuantos, calculemos veinte—, un antiguo profesor mío —estudié mis humanidades en el colegio de San Agustín de Santiago— y que por entonces lo era de la Universidad Católica (gran amigo mío yo ya medianamente un escritor, gran enemigo mío cuando yo era niño) y que dirigía una revista no estrictamente literaria, sino de investigaciones biográficas, filosóficas, etcétera, me dijo que la revista preparaba un número sobre escritores, sobre el ser humano que ensucia papeles, que por qué no contaba mis experiencias, es decir, cómo había logrado yo llegar a esos limites que suponían el Eloy, El compadre, Patas de perro (ese profesor es uno de los personajes de esta novela autobiográfica. ¿No te acuerdas del padre Escudero?, ¿no cree usted que estos materiales son el primer capítulo de mis futuras Memorias? ¡Qué bien!. me dijo y no agregó más.» [14] Escribía en el mes de octubre. [15] La carta cuya fecha es 4 de agosto de 1977 fue escrita en Berna. [16]Teobaldo Noriega: Estructuracion narrativa y visión del mundo en las novelas de Carlos Droguett. University of Alberta, 1979. p. 24. [17]ídem.
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Carlos Droguett: buscando la vida
Cecília Zokner
Publicado en Revista Casa de las Américas, N°212, julio-septiembre de 1998