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Carlos Droguett:
"Expresar la vida; su coraje, su rabia"
Por Julio Huasi
Publicado en revista Crisis, Buenos Aires, diciembre de 1973
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Esta entrevista fue realizada por Julio Huasi mil kilómetros al sur de Santiago de Chile, en un desolado territorio de archipiélagos y volcanes, cuatro meses antes del golpe de estado que derribó al gobierno popular de Allende. En la fotografía superior, de Armindo Cardoso, Droguett en La Unión, Chile al sur, donde fue a escribir sobre su amigo muerto (Manuel Rojas) y a ver nacer su primer nieto.
Hijo de Adolfo Droguett Contreras, empleado del Telégrafo Fiscal, y de Sara Alfaro Pacheco ("Mi madre era enferma del pulmón, eso es una profesión en Chile"), el escritor nació en Santiago, el 15 de octubre de 1912, rodeado de un ejército de hermanos ("Déjeme contarlos: diez hermanos. Disculpe si se me olvidó alguno").
Una infancia triste como muchas, pero filmada hasta el hueso por sus ojos de niño que intuye en el mundo un formidable, injusto misterio. "Sin esa infancia yo no habría escrito, seguramente. Aunque hay cretinos sin infancia y llenan hojas insufribles." Frase, tonalidad, que suele definir a Droguett, siempre al ataque como un boxeador que recibió un terrible castigo sin una queja, y se torna implacable en la contraofensiva. El tema de la infancia lo asocia a otro solitario irradiante: "Estoy releyendo a Manuel Rojas. Vine al sur en realidad para escribir sobre él." La familia Droguett, huérfana de madre, se reparte. Sus primeros cinco años ruedan en La Serena, al norte del país, "por una calle que terminaba en el mar".
De vuelta en Santiago, vive en el humilde barrio de Maestranza y concurre a una escuela cercana. "Allí aprendí a leer, fuera de eso no aprendí nada" pero le bastó. Transcurre "una adolescencia típica, soledad, lectura, espinillas" en un liceo de frailes (el convento de San Agustín), donde obtendrá un amigo, el padre Escudero, y frecuentará la sombra de La Quintrala que, "cuando mataba a uno de sus amantes, se refugiaba en sus claustros".
Apenas aprende a leer sobrevienen Salgari, Calleja, Verne, Grimm, Andersen, Cervantes, en letras que evocan "un terror que conservo aún como escritor. Especialmente «Caperucita Roja». Estoy trabajando una versión mía, chilena, de esa historia freudiana, en una especie de novela corta. «Caperucita» me ha impresionado junto con «El Gato con Botas». Quizá tenga que ver con mis sueños no realizados."
El niño Droguett, ávido de lectura, debe masticar, por la biblioteca de su padre, algunos españoles del '98 que le producen revulsión, como José María de Pereda: "Mucilaginoso, como diluido en aguas servidas, Lafourcade viene directamente de él".
Pero, aparte del '98, descubre a Quevedo, "uno de los autores más actuales aun en su prosa, que parece estar escrita antes de la Guerra Civil". En rápida sucesión devora a los rusos (Dostoiewsky lo dejará "marcado en carne viva"), franceses, ingleses y escandinavos. Con una sonrisa rinde homenaje a Dickens y sus «Cuentos Fantásticos». "Además, ¡qué bien hace llorar! Eso es agradable: parece un antepasado de Eduardo Frei". Luego de nombrar al líder de la Democracia Cristiana chilena y de aclarar que lo conoció de cerca "y hasta creí en él cuando joven (que me disculpen mi mujer y mis hijos"), Droguett dibuja: "Frei fue un joven de la más modesta clase media, hijo de un honrado y oscuro empleado de un fundo de la zona de Los Andes, que con grandes penurias familiares logró proseguir sus estudios a base de generosas becas. Véalo ahora, transformado en aprendiz de aristócrata, en huésped regocijado de la alta banca yanqui, en «asilado» de los hoteles exclusivos de Europa. Véalo lejos de su pobreza y sus antiguas ilusiones, cambiando a Cristo por la CIA y la Kennecott y a la hostia por el dólar. Creo, con cierto sentido trágico, que ejemplares como este que exhibe el PDC son los que están haciendo que los cristianos de América se alejen cada vez más de la Iglesia y se acerquen cada vez más a Cristo, aquel hombre que murió por sus ideas y no negoció jamás con los romanos, los yanquis de su época. A Frei hay que verlo como Balzac veía a sus aventureros de «La Comedia Humana», un Rastignac. Un ser ponderado en su egoísmo y su comercialización de la historia. Usted sabe que a mí siempre me ha interesado profundamente la personalidad de Cristo, mi emoción por la conducta de Camilo Torres, que probó cómo se puede ser hombre y cristiano a la vez. Es muy difícil ser hombre de verdad en esta y en cualquier época. Es mucho más fácil ser un vendido que un no-contaminado. En América ha habido un solo Martí, un solo Che, un solo Fidel, un solo Camilo Torres, pero muchísimos traidores, innúmeros Frei, para quienes las ideas de patria, justicia, revolución («en libertad» bajo fianza, anote) son sólo un disfraz, un trampolín para escalar las altas esferas de su propio negocio e instalar su gran tienda en el templo. Cristo no habría sido capaz de vender el pan o el cobre de su pueblo, de entregarse y entregar su tierra a los yanquis de su época. Y punto: no hablemos más de ese tipo."
Insiste en no ser llamado literato porque "soy escritor, literato es una palabra sucia". Hablando de su primera juventud, establece: "Descubrí, buscando justicia, a Cristo, un ser importante porque inventó las guerrillas de los pobres contra los ricos". Deriva, interrumpiéndose, que «El Compadre» no puede entrar a España, donde fue prohibido por blasfemo", pese a haber obtenido el premio literario más importante de la península. "Hablo de un Cristo multicarado, ¿se puede decir así? Con su lengua y su obra organizaba la gran remoción de la historia humana. El Cristo histórico del Gólgota, ese Cristo con fusil, el que anda ahora por América. Era más empecinado y menos perdonador de lo que lo pintan. «Yo no traigo paz, yo traigo espada», decía, según Mateo o el más popular de los apóstoles, Marcos, que era un roto patipelado." Droguett salta dos mil años: "Por eso creo en el Che, porque representa la identidad total entre el decir y el hacer, el hombre que subraya con su sangre su palabra". Otro salto sobre dos milenios: "Cristo sería el cantante más popular través de las épocas".
Acto seguido confiesa la terminación de un inédito de setecientas páginas que "ocurre en el Chile actual, por donde pasó el Che ".
Droguett agita los genios de César Vallejo y Pablo de Rokha. Sobre el poeta chileno y su obra propuso y envió una antología a la Casa de las Américas, de La Habana, con un prólogo-libro. Aquel gigante que se ejecutó con un Smith & Wesson 44 para no ser tratado "como un viejo de mierda", fue su amigo.
Como en cualquiera de sus novelas, Droguett mezcla edades, tiempos, músicas en el curso de la entrevista. Recuerda su emoción en Cuba, junto al poeta Cintio Vitier, cuando éste le mostró un libro leído de José Martí "con las anotaciones del Maestro en los márgenes que aún no habían sido descifradas". Aborrece a los "escritorzuelos sin coraje, sin América en las venas, que se marginan por miedo. Es caca su literatura como su vida." Ataca a los "maestros en deslizarse por la tangente. Hay quienes se proclaman partidarios de la revolución sólo para servirse de ella, no para hacerla. Cuando sus propios pueblos ponen su pata en la historia de verdad, ellos se corren. Si se trata de escribir, hay que hacerlo como el Che, sin darse cuartel, sin darse franquicias para sufrir. Lo más importante en América es la historia. El pueblo no falla: menos derecho tienen a fallar los testigos. La poesía de César Vallejo, por ejemplo, viene directamente de su sangre como de una cruz, igual que la de Miguel Hernández. Vienen de Cristo; o sea, del dolor del pueblo. No del Cristo de Roma, sino del Cristo prohibido, usurpado. La historia puede contarse así: Cristo fue ejecutado por los ricos y después ellos mismos iniciaron el negocio de Cristo."
Droguett termina la carrera de leyes en 1938 mientras trabaja como periodista y folletinista. No obstante, repudia el título de abogado: "Por asco a la profesión, como inventada para joder al hombre. Ya tenía oficina, clientela, había hecho mi tesis sobre «las ideas políticas en Chile», pero tuve un acceso de náusea irreprimible. Para mí era una profesión como la de coimero o explotador de mujeres. Hay excepciones, pero la regla es terrible. Habría pasado suspendido por rebelde a la «ley». Me envolvía la escritura como una fatalidad. En la Navidad de 1933 había escrito mi primer cuento, «El señor Videla», que nadie recopiló."
Se casa con Isabel Lazo y continúa con el periodismo. Por 1939 ingresa como funcionario de una oficina de patentes, boca del túnel que lo absorberá y triturará por treinta años, hasta que logra jubilarse como empleado de una
caja previsional ferroviaria: en Chile, los malditos no vivirían, siquiera pobremente, de su literatura.
Días antes de anunciarse el Premio Nobel para Gabriela Mistral, 1945, escribe un editorial volándole las blanduras a los poetas oficiales, con excepción de Gabriela y unos pocos. La ventolera de la Sociedad de Escritores lo hace despedir del periódico, un tabloide de la cadena Edwards, cuyo delfín, Agustín ("Dunny"), es actualmente vicepresidente mundial de la próspera Pepsi-Cola. "Estaban todos furiosos porque escribía bien [se ríe] Tenia ají en los dedos y para mi bien o mi mal no transigí."
En 1933 se publica 60 Muertos en la Escalera, cuyos ejemplares se mantendrán casi intactos hasta 1970 en Chile, año de su premio nacional. En 1952 escribe en una semana Eloy: dos años en dos sellos distintos (sin publicar), hasta que en 1954 lleva el original a Zig-Zag donde duerme todo un lustro hasta que el autor, previo cable desde España, lo despierta a empujones, vengado por el destino: "Terminé de escribir el «Eloy» y al día siguiente empecé de otro tirón «El Compadre». No me iba al boliche a pincharme con morfina, además era demasiado pobre como para comprar drogas. Iba a mi casa y escribía. No me entregaba al fracaso ni a la envidia. No tengo nada que ver con la llamada generación del '38. ni pertenecí a ningún grupo de escritores."
El desconocimiento en su tierra ha sido de pesadilla. Una funcionaria de biblioteca llegó a decirle: "¿Así que Droguett existe? Yo creía que era traducido del francés."
Confiesa cinco inéditos, tres novelas y dos libros de ensayos, pero, erizado ante la fácil concurrencia del boom, que "nunca integró", compartimenta los títulos. "Oiga, ¿no puedo tener una sífilis para mi uso personal? Todas las gonorreas no pueden ser públicas." Noguer, de Barcelona, publicará El Hombre que trasladaba las Ciudades, que "transcurre por Tucumán, donde no estuve nunca. Me impresionó ese Juan Núñez del Prado que fundó cuatro veces, en diferentes lugares, Santiago del Estero". Otra novela inédita es "una versión de «Romeo y Julieta» por Droguett". Mientras tanto sigue apilando sus Materiales de construcción en obsequio a sus fantasmas autobiográficos y retiene Tres fidedignas versiones (Caín y Abel, Adán y Eva, Jacob y sus mujeres, Moisés.)
Admite su marginalidad en Chile, su "mal genio": "Jesús también era un mal genio, andaba a los latigazos con los entregadores". informa Droguett. Explica su carácter marginal del siguiente modo: "Se debe, entre muchas razones, a mi incapacidad de estar codo a codo con un imbécil". Reivindica fervores: "La Revolución Cubana fue lo más importante para mi vida después de mi nacimiento". Anticipa el titulo probable de una novela inédita: "Me acuerdo de Violeta y tengo miedo que es la historia moral de un miserable". (La Violeta del cuento es la Parra inmortal, poetisa, compositora, pintora, escultora, tejedora de tapices, cantante, tigresa hasta el último minuto). Enarbola repudios, uno de ellos contra "el smog humano de Santiago, peor que el humo". Y advierte en su incurable filiación de sujeto del pueblo: "Si algo ocurriera aquí sería culpa de la misma izquierda política, no de las masas que en octubre de 1972 demostraron que están dispuestas a combatir en cualquier terreno. El enemigo, histérico, ataca, y ante cada esforzado, sacrificado triunfo popular, la izquierda, en lugar de perseguir al enemigo, se toma un tiempo criminal en ventilar fricciones, y algunos, lo que es peor, se internan en transacciones y retrocesos. Lo peor es demostrar debilidad. La derecha amenaza ahora con la guerra civil. Pero es que siempre llevó a cabo la guerra contra el pueblo. Siempre hubo guerras civiles contra los pobres y no contra la burguesía. En América o seremos todos absolutamente libres o nos iremos todos a la mismísima mierda."
Sin respiro, acomete contra los dos poderes republicanos que cercan al Ejecutivo de Salvador Allende en un punto crucial del proceso: "Creo que la situación actual de Chile es, por una parte, fuente de inspiración para la acción de los verdaderos e irreconciliables partidarios de la revolución total, y por otra, fuente para los artistas profundamente enraizados en esta necesidad y esta urgencia que significa para nosotros empezar de nuevo. Si algo tenemos que envidiar y aprender de la Cuba revolucionaria, no sólo de la actual sino de la que empezó en Martí, es que ellos fueron hasta el fondo insondable del problema, hasta el tuétano de la miseria, empezaron en cero, ganando su vida con su muerte. Allí, en esa inmensa isla, no hubo, por suerte, un parlamento corrompido y una justicia venal que pusieran tropiezos a la mano vengadora del destino que se llama ahora pueblo. La derecha chilena es, indudablemente, muy hábil y creo que si nos empuja a una guerra civil tendrá que comprometerse total y absolutamente, porque ya para nosotros, americanos del Cono Sur o del Cono Norte, la revolución es también un compromiso sin marcha atrás, sin reservas de pensamiento referentes a la conmiseración, al perdón o al debilitado olvido."
Droguett califica a la justicia chilena como "un peso muerto, clasista, burgués y envilecedor", separando, "con náusea", las silabas. En Eloy, texto de 21 años de edad, había definido: "[...] No me habrán visto nunca la cara, llena de cicatrices por un lado, el lado que siempre ha resistido la violencia, los gritos, los disparos, la sangre y las lágrimas, el solo lado de mi cara que estuvo preso [...]". Párrafos después "[...] Esa mirada total y absorbente con que te miran los ricos, que te incorporan a su leve curiosidad y su desprecio, a su tranquilidad, sobre todo; te miran y comprenden y están seguros de que mientras haya tipos como tú, tan pobres y tan tranquilos, tan pacientes y satisfechos, jamás va a venir la revolución, la sangre corriendo por las calles y no por las venas, y con esa seguridad total te miran los zapatos y saben [...]".
Entre los ruidajes del antagonismo político chileno. Droguett acaricia un caballo de ajedrez y profiere casi sin ironía: "Yo creía en un tiempo que me iba a morir como escritor inédito. A mí me habría sido mas cómodo no haber tomado partido y vivir contratado en los United States como algunos chilenos miserables de los que no quiero acordarme. Me tocó la soledad. A uno lo ayudó a profundizarse. Como niño y adolescente me tocó una vida muy solitaria. Como hombre y escritor tuve una vida aún más solitaria. Pero es relativo. Por eso comulgo con esa alegría de la desesperación de la Novena Sinfonía, la de luchar por los desesperados, viviendo o muriendo sano entre los contaminados, aunque sólo sea por amor propio. Se puede contar la vida
del pueblo y se puede contar dólares: hay que elegir."
El frío abrumaba las ventanas del sur de Chile, pero las primeras veinticuatro horas del nieto varón fueron entibiadas por el vino siempre augusto del largo y remecido país. En la calle, el pueblo apretando dientes, arqueándose como un caballo que quiero galopar a la carga en
montonera ante los filos provocativos de los "momios" que aprietan oros y bombazos. Ante una pregunta reiterativa, Droguett extiende, una vez más, su voz como en principio: "Escribir, por supuesto. Pero vivir todo el tiempo y escribir de vez en cuando. Hacer obras, como el albañil murallas y el revolucionario revoluciones. Expresar la vida; su coraje, su rabia."