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Carlos Droguett
La literatura, pasión de vida

Por Virginia Vidal
Publicado en Mensaje, N°453, octubre de 1996



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Carlos Droguett era cristiano, partidario de un Cristo militante, de "Cristo el comprometido", muerto en la cruz: "Esta cruz, estos tijerales del sufrimiento, estas vigas cruzadas que han soportado tantos cristos, miles de cristos, centenares de miles de cristos anónimos, millones de cristos no tan notorios ni tan pacientes, pero por eso mismo más desgraciados y más humillados y, sobre todo, con menos esperanzas, estos maderos funcionales fueron, en todo tiempo interminable, la garantía de su muerte, de todas las muertes, de cada cristo, sin faltar ninguno, sin faltar ninguna muerte, sino también la tranquilidad de un mundo que se había cerrado sobre el sufrimiento y la injusticia para dormir una buena siesta".

Según Droguett, Cristo no ascendió nunca: "Sólo descendió todo el tiempo, hacia los otros cristos, hacia los otros sufrimientos. En Chile bajó ahora mismo, bajó en septiembre, hace unos años, el mes comprometido que siempre nos está echando una brisa de libertad en la memoria. Así tenía que ser. Porque él siempre dijo que. además, no traía paz sino guerra y a veces cogía los huascazos de su rabia para pronunciar su oración, su acción que era su oración".

Como un sacramento

La oración de Carlos Droguett retumba en un eco y restalla como un látigo, haciendo suya la cita de León Bloy: "Si los que recibieron la investidura de la palabra se callan, ¿quién hablará por los mudos, por los oprimidos y los débiles? El escritor que no escribe por la justicia es un despojador de los débiles, un ladrón".

Carlos Droguett dijo en alguna oportunidad: "Para mí la literatura es un acto total que interesa al cuerpo y al espíritu del escritor, en términos teológicos, como un sacramento; en términos psiquiátricos, como un suicidio". También este escritor y periodista había afirmado que "la frivolidad es obscena, inmoral, inútil, un arte que no sirve para ayudar a vivir no tiene razón de ser". Con su intensa poesía y su estilo depurado, Carlos Droguett habló de la muerte, de todas esas muertes fruto de la infamia, de la injusticia, del infinito menosprecio a los seres humanos. Por cierto, él mismo se reiría de cuanta observación se hiciere a su estilo, porque "El estilo, como en el amor, es algo secundario por esencial precisamente (...) Para mí el estilo es, si me puedo repetir, sólo la manera pausada o vertiginosa de la pasión". Él supo mostrar cuánto poder se ejerce entre nosotros sobre los desvalidos, sobre los humillados y ofendidos, cuánta crueldad se ensaña sobre los diferentes, los rebeldes, los insumisos, todos esos a quienes "los perros les ladraban porque iban vestidos de excepción", al decir de Vicente Huidobro.


Pasión creadora

Vivió entre 1912 y 1996 y murió a consecuencia del golpe sufrido en la escalinata de un museo; es decir, a los ochenta y cuatro años iba a exposiciones, a ver colecciones de obras de arte: a esa edad su mente joven se conmovía ante el fruto de todo creador. El vibraba de pasión creadora, por eso había dicho: "Desde mi primera novela y de mis primeros cuentos, anteriores a ella, me interesó, incluso con cierta inconsciencia, entregarle a la literatura toda mi fuerza, toda mi capacidad, toda mi vida" y esto lo cumplió con creces, como se puede apreciar en el admirable legado de novelas y otras obras en que, como él dice: "se cuentan hechos que ocurrieron": Sesenta muertos en la escalera (1953) sobre la matanza del Seguro Obrero en 1938; Eloy (1960), biografía novelada de un bandido; Patas de perro (1965), la novela de un niño con piernas de perro, que, según Droguett, contiene más datos de su autobiografía y la escrita con mayor pasión; Cien gotas de sangre y doscientas de sudor, título tomado de una carta de Pedro de Valdivia, donde narra el sufrimiento causado por la conquista de Chile. Y la continuación: Supay el cristiano (1967); El compadre (1967), historia de un borracho que hace un paralelo entre la historia de Cristo y la suya propia; Los mejores cuentos de Carlos Droguett (1967); El hombre que había olvidado (1968); Todas esas muertes (Premio Alfaguara 1971), sobre los crímenes de Emilio Dubois; Escrito en el aire (1972). En 1970 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.


Una conciencia crítica

Sus aseveraciones podían sacar roncha, pero no se pueden pasar por alto y son dignas de pensarse, dignas de ser tema de un seminario de narradores y, sobre todo, narradoras: "Nuestros escritores, nuestros verdaderos escritores, por supuesto, se han marginado siempre de nuestra realidad y de nuestra historia. Más verdad, más profundidad, más realidad encontrarán ustedes en nuestros poetas que en nuestros novelistas".

Carlos Droguett fue castigado de muchas maneras. Por ejemplo, olvidando deliberadamente que él se anticipó a muchas formas que después se admirarían en los escritores innovadores latinoamericanos agrupados en ese fenómeno llamado "boom" por el oportunismo editorial. El fue el primero en valorar, por ejemplo, la riqueza de la literatura mexicana: José Revueltas, Agustín Yáñez, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes "a veces". Para decirlo con sus palabras, aborrecía a los exhibicionistas, a los hipotecados, a los pusilánimes, a los genuflexos. Cuando en una entrevista le preguntaron si su capacidad de odio, manifestada por la matanza del Seguro Obrero, había disminuido o aumentado ("incrementado" ) con el tiempo, respondió de modo tajante: "Lo veo muy preocupado por el incremento o disminución de mis pasiones. Para tranquilizarlo, le contesto: Cualquier persona normal debe sentir odio ante las periódicas matanzas de obreros y estudiantes en nuestro país. ¿Usted no?".

La profunda ética de Carlos Droguett no convenía al mercadeo, por eso, su muerte no provocó "hondo pesar". Al conocer la noticia de su muerte, se recordó primero su carácter ríspido y atrabiliario, sus enojos y enemistades; y nadie pensó que, ante su desaparición, debieron lucir crespón las banderas, debimos sentir vergüenza de su decisión de no retornar, de no dejar sus escritos acá. Droguett no perdió a Chile, porque toda su obra está empapada de lo más entrañable de su país. Pero éste al perderlo, perdió una conciencia crítica, una voz no hecha para halagos, un autor que exigía un lector pensante, participante. Por suerte, no se lo sometió a la suprema injuria de un duelo oficial. Este suceso debiera remecernos y ser materia de análisis y reflexiones profundas.

 



 

 

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Publicado en Mensaje, N°453, octubre de 1996