Carlos Droguett: poética del Imbunche
Felipe Michea
Revista Istmo. Literatura & Psicoanálisis
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Hablar de aquella violenta insistencia que caracteriza a los personajes de
las obras de Carlos Droguett, del modo en que nos presentan la desmesura.
Según Maryse Renaud, hay tres seres que aparecen para estructurar toda su
obra: el asesino, el artista y el monstruo: “El primero, por ser él quien ejerce la
violencia a la vez que la sufre, por ser, de alguna manera, victimario y víctima; el artista, porque comprende la necesidad de la violencia y porque, escribiendo la asume, ejerciéndola a su manera; y, finalmente el monstruo, producto
extravagante y caprichoso de la violencia natural”.[1]
El común denominador
entre estas tres figuras, afirma Renaud, estriba en su radical soledad, una
soledad intensa y excesiva, posible rasgo unario de la poética de Droguett, no
exclusiva en todo caso en las letras chilenas.
Diría que se trata de una insistencia desde la cual podría establecerse una cartografía de lo anímico en Chile, reflejo especular del cuerpo subjetivo, social y
geográfico originario. Asumiendo la incansable necesidad de recrear aquella escena fundacional, la literatura chilena se constituye en un devenir de
imágenes cuyo leit motiv ya estaba ahí, inmemorial, inmaterial y monumental.
La extranjería del narrador frente a lo narrado advierte que no está en la memoria sino en el reencuentro con aquella escena, fabulación ominosa que a
trazos y fragmentos se recrea de manera ritual. La literatura chilena reescribe obsesiva y delirantemente los sueños, ensoñaciones y pesadillas que conforman esa fantasía originaria; incansable, ha puesto su esfuerzo en recrear este exceso del cual proviene, haciendo de esa violencia su sentido.
VIOLENCIA FUNDACIONAL E INTESTINA, VIOLENCIA PRIMIGENIA/
Armando Uribe —poeta y abogado— dará cuenta, para Chile y sus gentes,
de la ancestral relación entre Violencia, Poesía y Ley. De la atenta lectura de
los textos antropológicos de Freud, Uribe referirá que Chile no sólo posee
una conciencia colectiva sino, además, un inconsciente colectivo que estaría estructurado, de antiguo, por un fantasme. Tal fantasme (inconsciente), fantasía originaria estructurante, se manifestará de manera irracional, carente de palabra y razón, destruyendo el lazo social que es sustento de una vida civilizada. Uribe habla de pulsiones irracionales que devienen barbarie, destrucción
y demencia. Habla sobre aquel registro ominoso, unheimlich: la raíz de lo
ominoso como un variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo, ese fantasme para lo inconsciente colectivo chileno desde el cual la nación adviene o se constituye, y que
Uribe llama “la violencia que quiere ser legítima”.[2]
Y Droguett… Droguett asesino, Droguett artista, Droguett monstruo:
Se ha perdido tanta sangre ya en nuestra pequeña e intensa historia. Ninguno quiso nunca
recogerla, todos la dejaron que corriera sola. Nadie tuvo voluntad, no, no tuvieron cabeza para
recoger la sangre corrida en cada siglo, en cada tiempo, en cada presidencia, en cada política. Cada vez, cada ocasión, cada acontecimiento, existió la mano mala para verter la sangre, pero
nunca tuvo existencia la mano terrible para recoger, para contar esa sangre. Abro la historia de nuestro pueblo y me quedan manchadas de sangre las manos, desde la primera hoja araucana. Toda la vida la dejaron que corriera, que cayera para secarse ahí mismo donde tumbó
el asesinado, pero, cada día de escuela, los niños de nuestra tierra, cuando abren el libro de
la historia, ven que las manos, hojeando la historia, les quedan empapadas. La sangre corre haciendo ondulaciones, haciendo un rumor de muchedumbre colorada por adentro del libro.
Hemos sentido siempre sonar ahí la sangre, toda la sangre chilena vertida en la tierra nuestra y ella sola echada a correr entre las líneas, reunida en un gran río grueso. Es una sangre que clama al oído verdadero que quiera oírla, que corresponda con ella, que llama a gritos de sangre
a la mano metida en el destino y que venga a rescatar, para trabajarla, para elaborarla. Toda la
sangre chilena, vertida por el crimen, se ha perdido. Ha sido ella nuestra mejor sustancia para
confeccionar lo nuestro verdadero, lo de nosotros que dure. ¿Cómo han podido perderla? Toda
la sangre, tanta sangre.[3]
Habla sobre ese horror que adviene desde muy remoto, desde hace largo
tiempo. Así lo reprimido retorna al presente; así la ensoñación, el sueño, la
pesadilla; así la sangre vertida, “nuestra mejor sustancia para confeccionar lo
nuestro verdadero”; así la necesaria insistencia ritual, obsesiva, delirante, de
reescribirla. El llamado que hace es a recrear ese horror desde el registro de
la palabra, esperando de ella la donación de lo nuestro verdadero. La historia de este país, escribe el historiador Alfredo Jocelyn-Holt, “implica sacudones
emotivos, pasiones que alguna vez se sintieron y luego desaparecieron, se olvidaron, contuvieron, o bien, simplemente se eliminaron o silenciaron. Si estos
siniestros son elocuentes es porque han dejado fisuras aún dolorosas; se han
ido acumulando trastornos que han azotado nuestras emociones y afectos más íntimos”. Necesario se vuelve, por tanto, rastrearlos, dice, “captarlos en
el espejo, detectarlos en nuestro propio rostro y en las fachadas que improvisamos después que se ha caído todo”. No queda otra alternativa que sufrirlos
una y otra vez, aunque solo sea como historia, como recuento.
De esos afectos se hace cargo la escritura de Droguett, del recuento de aquello originario, advertido ya en La Araucana del conquistador Alonso de Ercilla: “Abro la historia de nuestro pueblo y me quedan manchadas de sangre las manos, desde la primera hoja araucana”. Su esfuerzo está puesto en recrear
esa atroz violencia matriz de la cual proviene una nación que nace de la palabra poética pero en cuya historia la sangre advierte su sentido. La Araucana es un canto declamado y dirigido al Rey que manifiesta explícitamente el afán
del pueblo de constituirse ante sus ojos y oídos, en vista de la atroz violencia e injusticia para con los naturales ejercida a sus espaldas por los conquistadores. Lo que muestra es una tierra de guerra bajo el imperium de la fuerza.
Como bien entendió García de la Huerta de Foucault, la Ley durante el siglo XVI estaba estrechamente ligada al cuerpo del rey y su presencia: necesitaba
en América, y en Chile especialmente, del advenimiento de su cuerpo para
que recobrara su imperium.
[4]
La palabra por sí sola no bastaba. Fue necesario que hiciera advenir el cuerpo o parte de éste —los ojos y oídos— a la
espera ilusionada de que pueda advenir con ello un orden a partir de la razón,
aunque desligada de la palabra. Así entendida, la palabra —poética— deviene
fundamentalmente un reconocimiento y la posibilidad de un encuentro.
De manera que Ercilla y Droguett asumen la misma soledad: esa “soledad que
es intensidad y exceso”, de la que hablaba Renaud; una soledad que deviene
un medio para una obra a pesar de ellos mismos, que posibilita finalmente un
encuentro, un reconocimiento, el necesario padecimiento. Es entonces que
adquiere sentido pleno la reflexión que hace Armando Uribe al reclamar para
Chile y sus gentes la ancestral relación entre Violencia, Poesía y Ley.
IMBUNCHE O INVUNCHE/
¿Qué formas adopta esta recreación mítica/ritual que la palabra plena declama y redime asumiendo que ésta sería tributaria de aquella ancestral relación
entre Violencia, Poesía y Ley?
El Imbunche o Machucho de la Cueva es un ser humano deforme que lleva
la cara vuelta hacia la espalda. Cocidos todos sus orificios, los brazos y los
dedos torcidos. Anda sobre una pierna por tener la otra pegada por detrás al
pescuezo o la nuca. De este modo se imposibilita su huida cuando pequeño,
y más tarde se impide su alejamiento de la Cueva, de la cual es guardián. Se
trata de un niño regalado a la Mayoría por su padre brujo, o bien raptado del
seno de alguna familia para destinarlo a la custodia de la Cueva. En su crianza se le suministra leche de “gata” (nodriza india); más tarde, carne de “cabrito” (párvulo) y, en su edad adulta, de “chivo” (individuo adulto). No tiene la
facultad de hablar, sólo emite sonidos guturales, ásperos, muy desagradables.
Su alimentación corre a cargo de los brujos. Únicamente en caso de escasear
demasiado, se le permite salir en tres pies a buscarla en las inmediaciones.
Durante estas pequeñas salidas va profiriendo sus alaridos, aterrorizando a
cuantos lo oyen. De esta manera, nadie se atreve a mirarlo. Los únicos que
pueden verlo sin peligro son precisamente los brujos.[5]
Será el imbunche o invunche la representación de un sujeto atrozmente
des-creado. Robado a sus padres por los brujos (es decir sin nombre), mal
alimentado (condenado a alimentarse de leche y carne cruda), cercados sus
sentidos (cocedura de sus orificios), torturado e imposibilitado de movilidad
(torcedura del cuerpo), esclavizado y bestializado, mantenido o creado pretendidamente en la barbarie (sin el conocimiento de la lengua civilizada, incapaz
por ello de nombrar por medio de la palabra). Esta figura mítica recrea la atroz
violencia por la cual el sujeto no logra advenir. No pudiendo inscribirse en
una imagen especular materna que lo sindique y que posibilite el advenimiento del símbolo y de un sujeto en/para lo social (Civilización), el imbunche o
invunche adviene en el delirio, alienado a una imagen corporal despedazada,
desmembrada, desgarrada y en la bestialidad de su habla primordial: sonidos
guturales, graznidos, alaridos, su fallida subjetividad (Barbarie). Existen operaciones realizadas por brujos, referirá Uribe, cuyo objetivo no es otro que el de
des-crear una creatura. El imbunche o invunche emerge como una creación
mítica/ritual que devela lo horroroso y atroz de aquel fantasma originario y
estructurante, a saber, “la violencia que quiere ser legítima”.
Las reescrituras de este mito atraviesan toda la historia de la nación chilena.
Su primera referencia, en el sentido que se ha expuesto, la realiza Pedro de
Oña en su poema Arauco Domado, conocido como respuesta a la afrenta
sentida por García Hurtado de Mendoza al no verse figurado en La Araucana
y dirigido al enaltecimiento de su figura y su lucha con los bárbaros; allí Pedro
de Oña refiere el robo de mujeres y niños, españoles o criollos, a manos de los
araucanos, y el horror que provocaría en los cristianos (españoles) la representación de lo otro (mapuche) como un estado de barbarie y caos. Ya en
la República, José Victorino Lastarria en su novela Don Guillermo utilizará el
motivo del imbunche o invunche para reclamar a los miembros del gobierno
instituido de la época, de raigambre claramente conservadora, la generación
de políticas de gobierno cuyo fin no sería otro que mantener al pueblo en la
completa incultura y desvalimiento. En el siglo XX, en los años 70, José Donoso publicará El Obsceno Pájaro de la Noche, desplegando un universo desconcertante y horroroso, unheimlich, que da cuenta de Chile y sus gentes y la
forma de vivir y morir de los chilenos, cuyo personaje principal, “el mudito”,
habitante de la Casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba, representa al imbunche o invunche, alegoría de la cultura en Chile, comenta
Eugenia Brito, “en correlación con un mundo imaginario, que es el espejo de
otro inaccesible que lo requiere tan sólo como estatuto existente, eternamente mágico, demanda que termina en andrajo, harapo, pústula e imbunche”.[6]
Por su parte, Carlos Droguett publicará en 1965 Patas de Perro. Allí “Bobi”,
mitad humano mitad bestia, es el débil recuerdo de Carlos, aún incierto,
abandonado por sus padres, que llevará la interrogante sobre sus orígenes y
pertenencia negada desde el discurso de las instituciones humanas socializadas y sus representantes (padres, comunidad, escuela, policía, psiquiátrico),
pertenencia natural, animal, negada desde el rechazo de las jaurías de perros
con quienes “Bobi” cuestiona su existencia. “Bobi” monstruo desaparecerá
una noche sin dejar rastro o huella, la cual tiende indefectiblemente a pasar al
olvido y del cual la escritura de Carlos es innegable testimonio. Patas de Perro actualiza en “Bobi” aquella dicotomía Civilización/Barbarie, Centro/Marginalidad propia de una tradición cultural latinoamericana.[7] Dotándolo de palabra,
Droguett asume la reescritura de la ancestral relación entre violencia, poesía y
ley, tomando aquella sangre, “toda la sangre chilena vertida en la tierra nuestra y ella sola echada a correr entre las líneas”, para recrear esa atroz violencia
de la cual proviene.
ERRANCIAS, TRAVESÍAS, EXTRAVÍOS/
El año 1980 Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld comienzan una investigación en
torno a la ciudad y los márgenes. Buscaban, dice Eltit, “captar y capturar una
estética generadora de significaciones culturales, entendiendo el movimiento
vital de esas zonas como una suerte de negativo —como el negativo fotográfico— necesario para configurar un positivo —el resto de la ciudad— a
través de una fuerte exclusión territorial para así mantener intacto el sistema
social tramado bajo fuertes y sostenidas jerarquizaciones”.[8]
Así comienzan
una travesía de errancia y extravío, conociendo, en Conchalí, en un sitio eriazo el año 1983 al “Padre Mío”, un hombre en completo estado de delirio
que a pesar de ello era capaz de autoabastecer sus necesidades vitales, y de
cuyos encuentros, hablas y registros sucesivos el año 83, 84 y 85 se publicará
un libro que llevará su nombre.
Diamela Eltit refiere nunca más haber visto al “Padre Mío”, pese a haber
retornado varias veces a ese lugar y preguntar por él en los alrededores; le
habrían señalado que se había ido.
El año 2001 Carlos Franz publica La Muralla Enterrada, obra destinada a dar
con aquella ciudad imaginaria/literaria de Santiago: “Lecturas que también
son deseo, sueño de un desciframiento mayor: leer a Chile. Leerlo desde
su capital y desde su imaginación. Leer nuestro país en el cruce de dos de
sus señas de identidad más potentes: la primordial huella física de nuestra
existencia, nuestra metrópolis; y la principal marca metafísica que hemos
dejado en el mundo de los símbolos, nuestra imaginación literaria, nuestras
ficciones”. Para tales efectos, Franz comienza una travesía de errancia y ensoñación que contempla 73 obras escritas entre los años 1900 y 2000, entre
las cuales aparecen Patas de Perro y El Obsceno Pájaro de la Noche. Franz
logra delimitar un Santiago imaginario que contempla 7 sectores o barrios
que más o menos corresponderían, metafóricamente, a zonas de la ciudad
real, hallando también aquella dicotomía que representaría “El Centro”, sede
del poder político y económico identificado con una ciudadela amurallada
que resguardaría la razón y el corazón (afectos) cautelado y defendido, y “La
Chimba”, palabra que en quechua significa “al otro lado del río”, ubicada al
norte del río Mapocho, durante la Colonia lugar de vivienda de indígenas y
que significaría todo aquello que “El Centro” niega: la muerte (cementerios),
la locura (psiquiátrico), el vientre (la Vega), la bohemia (Barrio Bellavista), el
resto (basural). Allí, “en esta amalgama de pulsiones primarias —entre el
inconsciente y el vientre—, reaparece uno de los símbolos más poderosos
de Santiago [Chile]: el imbunche. Al negar la muerte y la locura, cortamos las
alas de nuestra creatividad… cosemos el imbunche de Chile”.
Se sabe, Conchalí, comuna más grande del sector norte de Santiago, fue denominada “La Chimba” durante la Colonia. En aquellas travesías que propician el extravío, Diamela Eltit encontrará y perderá al “Padre Mío”, contabilizándose en su relato tres ocasiones que dan significación a su experiencia: “Es
cultura, pensé”; “Es Chile, pensé”; “Hoy recuerdo que pensé: es literatura, es
como literatura”. De igual manera, Carlos Franz encontrará y perderá en “La
Chimba” a “Bobi” y a “el mudito”. En su relato se repite la experiencia:
Una identidad chilena inclusiva en sus diferencias y negaciones, sólo puede traslucirse en los
descuidos de nuestro poder, cuando la vigilancia racional se afloja. En el arte, en la embriaguez, en la violencia, en el mito; allí, a veces, decimos la verdad. La novela es todas esas cosas:
arte de imaginar, embriaguez de la razón, violencia que le hacemos a la realidad… Mito.[9]
* * *
Notas
[1]
Maryse Renaud, “Violencia y Escritura: Aproximación a la obra de Carlos Droguett” en Coloquio Internacional sobre la obra de Carlos Droguett, Centre de Recherches Latino–Américaines
de l’Université de Poitiers, 1983.
[2]
Armando Uribe, El Fantasma de la Sinrazón & El Secreto de la Poesía, Be-uve-drais Editores,
Santiago, 2001.
[3] Carlos Droguett, Los asesinados del Seguro Obrero, Ercilla, Santiago, 1983.
[4]
Marcos García de la Huerta, Reflexiones americanas. Ensayos de Intra-historia, Editorial Lom Santiago, 1999.
[5]
Oreste Plath, Geografía del mito y la leyenda chilenos, Nascimento, Santiago, 1983.
[6]
Eugenia Brito, Donoso 70 Años: Coloquio Internacional de Escritores y Académicos: 5 al 7 de
octubre de 1994, Ministerio de Educación, Departamento de Programas Culturales; Universidad de Chile, Departamento de Literatura, Santiago, 1997.
[7]
Daniela Ochoa, Patas de Perro de Carlos Droguett. Configuración de sujeto escindido, la marginalidad develada. Tesis para optar al grado de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica
Mención Literatura, Universidad de Chile, Santiago, 2001.
[8]
Diamela Eltit, El Padre Mío, Editorial Lom, Santiago, 2003.
[9]
Carlos Franz, La Muralla Enterrada, Planeta, Santiago, 2001.