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Carlos Droguett:
Asumir la “maldición” de la literatura

Por Eduardo Guerrero del Río
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blicado en Mensaje, N°615. Diciembre de 2012


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En un escrito publicado hace cinco años en la revista Acta Literaria, el historiador Santiago Aránguiz afirma que “Droguett sigue siendo actualmente un autor desconocido en Chile, no tanto así en el resto de América Latina ni, incluso, en Europa”. Sin duda, este desconocimiento se debió, entre otras cosas, a su ausencia durante mucho tiempo de nuestro país y, a su vez, a su elaboración de una escritura que no se conecta —por suerte— con la condescendencia ni el facilismo narrativo. Por lo mismo, la exposición que se lleva a cabo actualmente en la Biblioteca Nacional acerca de su vida y obra (“Reencuentro con Carlos Droguett”), es un buen inicio para ir saldando esta deuda, a la cual queremos contribuir con estas líneas que dan testimonio de su importancia en las letras nacionales, a cien años de su nacimiento.

DATOS BIOGRÁFICOS
Nació en Santiago el 15 de octubre de 1912. Era uno de los diez hijos de un modesto empleado de telégrafo, y huérfano de madre desde muy pequeño. Sobre esta ausencia materna señala en su obra póstuma Materiales de construcción (recopilación de sus ensayos): “La señora Sara había muerto, se había borrado totalmente en la pequeña casita de la calle Maestranza, que he recordado en un breve cuento escrito en un estado no digo de limpio sufrimiento, sino solo de dolor, porque la estaba viendo a ella, reconstruyéndola más bien, pues la ignoraba totalmente; no recuerdo cómo era y nada, ninguna huella de su rostro ni un retrato ni una prenda de vestir, ni siquiera una carta, fue conservada”. Por otra parte, reconoce la influencia de su padre en su gusto por la lectura: “Mi padre, hasta su muerte, ya muy anciano, fue un extraordinario lector; él me inició en el gusto por la lectura, obligándome a conocer en edad muy temprana a algunos autores que yo no podía comprender, por ejemplo, Homero”.

Sus primeros años infantiles los vive en La Serena, etapa que él considera de una tremenda soledad. Luego estudia en Santiago, en el Liceo San Agustín, donde conoce al padre Alfonso Escudero, personaje importante en su formación literaria y personal. Posteriormente, termina las humanidades en el Liceo Nocturno Federico Hansse, insinuándose ya su vocación literaria. En 1933 inicia sus estudios de derecho en la Universidad de Chile y de inglés en el Instituto Pedagógico. Este mismo año escribe su primer cuento, “El señor Videla”. Al respecto, Droguett indica: “A causa de ese entusiasmo primaveral fui ‘rajado’ en mi examen de derecho romano. ‘¿Abogado o escritor?’, me preguntaba para desconsolarme o embriagarme”. Trabaja como periodista y folletinista en diversos medios escritos. Se recibe de abogado en 1938, ejerciendo la profesión poco tiempo, hasta abandonarla “en un acceso de náusea irreprimible”. Vuelve al periodismo y desde 1939 es empleado en oficinas estatales, hasta su jubilación treinta años después. Al asumir la presidencia Salvador Allende, Droguett le brinda un “incondicional apoyo” (Santiago Aránguiz).

En 1970 gana el Premio Nacional de Literatura, “por sus méritos como gran novelista de la Generación del 38, por su conocimiento e interés por los problemas nacionales, por su calidad estilística y renovadora”, en palabras del jurado. Cuando tiene lugar el golpe de Estado en 1973, era vicepresidente del Instituto Chileno Cubano de Cultura y un año después se presenta en forma voluntaria en las dependencias del Comité Pro Paz. En septiembre de 1975 se va de Chile, exiliado a Suiza, donde fallece el 30 de julio de 1996, producto de una embolia pulmonar. En una carta que escribe en marzo de ese año, apunta: “Mi biografía se completará, o cerrará, al momento de mi muerte, es decir, al momento de la muerte de mi cuerpo”.

SU OBRA
Su primer libro, una crónica novelada, fue Los asesinados del Seguro Obrero (1940), relatos que fueron refundidos en una novela, Sesenta muertos en la escalera (1953), Premio Municipal de Santiago: el tema es la matanza de estudiantes el 5 de septiembre de 1938 en el edificio del Seguro Obrero en Santiago. “La novela es dramática hasta en la frase de largo aliento en la que se entremezclan el estilo indirecto libre y otras técnicas novedosas” (Maximino Fernández). “Amigos míos, yo no invento nada, solo hablo de lo que existió y ocurrió, de lo que pasó una mañana de primavera en el Seguro Obrero”, dice el narrador. A partir de este momento, el tema de la muerte se constituirá en uno de los ejes de su narrativa.

Su consagración llega con Eloy (1960), premiada y publicada en España (premio Seix Barral). Está basada en un personaje real, Eleodoro Hernández Astudillo, natural de Chicureo, bandido que asola los faldeos precordilleranos y los caminos de la zona central del país a comienzos de la década del cuarenta. Se trata del monólogo interior (indirecto, pues está escrito en tercera persona) de un bandido al que acorrala la policía durante toda una noche, primero en un rancho, después en una arboleda, hasta matarlo al amanecer: “Soy un bandido, se reía a veces para sí, tratando de comprender o de abarcar su destino, un bandolero, un salteador, he muerto a muchos y a muchos más mataré todavía; soy malo y sanguinario, cada vez más cruel y sin entrañas”. La estructura del breve libro es muy equilibrada, con algunos elementos que vuelven una y otra vez como temas musicales. Con sagaz economía, el autor no hace que el protagonista reviva mentalmente toda su existencia, sino que le adjudica apenas unos pocos recuerdos inconexos; y tampoco se detiene en descripciones, pues toda la acción sucede en la más negra oscuridad de la noche. En ese minimalismo está el mérito de la novela que, por otro lado, no es superlativo. “La historia terrible de los momentos finales del bandolero que, en las cinco horas de la madrugada que dura el acoso, trae a su conciencia otros momentos de su vida, todos marcados por la sensación angustiosa de ser perseguido” (Maximino Fernández). Fue llevada al cine en 1969, dirigida por el argentino Humberto Ríos y con las actuaciones de los chilenos Mario Lorca, Tennyson Ferrada y Héctor Duvauchelle. A su vez, la compañía Equilibrio Precario, dirigida por Arturo Rossel, hizo una creativa adaptación teatral de esta novela en un teatro de marionetas construido a base de desechos.

El resto de la producción de Droguett insiste, en general, en temas violentos y en una prosa densa, con un cierto barroquismo. Además, en su obra se manifiesta un “conocimiento acabado de técnicas literarias y de autores franceses, rusos y anglosajones, principalmente Proust, Celine y Michaux” (Santiago Aránguiz). Por otra parte, no hay que perder la perspectiva de que Droguett, por su fecha de nacimiento, como lo señaló el jurado del Premio Nacional, pertenece a la llamada Generación del 38, caracterizada por una fuerte concepción política de la literatura.

Otra línea es la histórica, en donde resalta Cien gotas de sangre y doscientas de sudor (1961), novela sobre la Conquista de Chile (título tomado de la carta de Pedro de Valdivia al emperador Carlos V), “a través de la historia del conspirador Pero Sancho, relatada con ‘un admirable sentido de lo inmediato’, con técnica de volver presente, actual, el mundo de la novela” (Maximino Fernández).

ADAPTACIÓN DRAMATÚRGICA
La novela Patas de perro (1965), “la historia de una persecución y de una búsqueda” (Ariel Dorfman), “narra la historia de Bobi, el niño con patas caninas, presentando otra vez, lacerante, el acoso, ahora de la sociedad entera, hacia este pobre ser” (Maximino Fernández), en donde “renueva los temas de la precariedad de la existencia marginal, de la violencia y del sufrimiento humano” (Cedomil Goic). Con la adaptación y la dramaturgia de Benito Escobar y bajo la dirección de Alfredo Castro, esta novela fue llevada al teatro en el año 2000. Se caracterizó por una puesta en escena de gran intensidad, en donde el texto narrativo de Droguett se manifiesta en sus temáticas esenciales, apoyado por la proliferación de diversos lenguajes teatrales que dan cuenta en forma acertada del mundo recreado. Es un relato emotivo que impacta por sus resonancias humanas y que culmina con el proceso de animalización del muchacho de trece años, con el objeto de evadir el trato inhumano que sufre.

Otras novelas de Carlos Droguett son Supay el cristiano (1965), relato histórico “que recrea descarnadamente la figura de Pedro de Valdivia” (Maximino Fernández); El compadre (1967), historial del carpintero Ramón Neira —borracho y soñador a pesar del engaño de Yolanda, su mujer—, quien vive encaramado en un andamio. El profesor Cedomil Goic señala en el análisis que realiza de este texto: “Todos estos elementos —andamio, vino, muerte del viejito negro, viento, santo, el temor de caerse, la caída, Cristo, etcétera— son los motivos recurrentes que se entretejen a lo largo de toda la narración, envueltos en el flujo de la conciencia embriagada de Ramón Neira”.

Además, tanto en esta novela como en la anterior queda patente su inclinación religiosa: “En caso de existir una necesidad de definirme, podría decir que soy un escritor cristiano”. Al respecto, considera a Jesús como el primer revolucionario del mundo y que “su primer manifiesto político fue el Sermón de la Montaña”.

En Todas esas muertes (1971), “adoptando la forma de una novela biográfica, detenida en la historia del asesino Emilio Dubois, traza la imagen de otro tipo de marginado y de existencia extrema: el del crimen como obra de arte o, mejor, del criminal como artista” (Cedomil Goic). Esta relación que hay entre el criminal y el artista queda graficada en el diálogo final entre Dubois y el poeta Carlos Pezoa Véliz. El poeta le señala que “me habría gustado ser asesino”, a lo que contesta Dubois: “Me hubiera gustado ser poeta”.

Finalmente, está la novela póstuma Matar a los viejos (2001), definida por Antonio Avaria como la “epopeya de un pueblo sacrificado en el sufrimiento y la pobreza, vencido por el crimen, la violencia, el despotismo”.

En una conversación clandestina que tiene el escritor con el profesor Ignacio Ossa, en julio de 1975, afirma: “Yo siempre he pensado que toda novela es realista, que solo existe la literatura realista. Es decir, la literatura extraída de la vida, la literatura que es expresión de la vida y que no es fuga de la vida”. Por lo mismo, para Droguett “la literatura es una maldición que se debe asumir hasta las últimas consecuencias”.


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VALORACIONES CRÍTICAS

De entre las múltiples apreciaciones críticas de su producción literaria, a manera de síntesis, quisiéramos resaltar algunas de ellas.

“La de Droguett es obra en apariencia diversa, pero con unidad temática, de estilo y de nivel siempre elevados. En ella encontramos la violencia, el dolor y la muerte” (Maximino Fernández).

“Este poeta-narrador ha irrumpido torrencialmente, aportando vibraciones de lenguaje y sentimiento… En lo formal, Droguett trae a la novela chilena una exploración poética, lírica —de signo expresionista— aplicada al lenguaje del relato; en lo vital, un sentido trágico y agónico de la vida… Ambas corrientes se funden en un lenguaje narrativo febril, libérrimo en sus asociaciones, arrollador en su ritmo, casi incoherente a ratos y deslumbrante a menudo, siempre ajeno a la rutina nacional de los tonos moderados, de los suaves realismos y de los matices verbales” (Ignacio Valente).

“Las novelas de Droguett expresan el grito, la protesta, la palabra de personajes marginados de la sociedad, porque molestan, porque con su sola presencia hablan de las injusticias, de la pobreza, del dolor, del sufrimiento, de la diferencia” (Soledad Bianchi).

“El escritor, sostiene Droguett, necesariamente debe instalarse en la sociedad como la ‘conciencia crítica’ de su tiempo (…). Al mismo tiempo, el escritor, aducía Droguett, a través de su trabajo literario, tanto en el periodismo como en novelas y relatos, debía denunciar los abusos cometidos por quienes detentan el poder político y económico en América Latina” (Santiago Aránguiz).




 



 

 

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Publicado en Mensaje, N°615. Diciembre de 2012