—Antonio Avaria: ¿La muerte es su obsesión central?
—Carlos Droguett: Como hombre, sí, siempre he sentido miedo y atracción por la muerte. Desde niño, no cumplía yo seis años cuando murió mi madre, muy joven. En el relato Magallanes está, de pasada, esa muerte...
—...y en Infancia (1953) su comienzo. Pero, ¿es la muerte propia la que le atrae, repugna y sobrecoge?
—Esa me tiene sin cuidado; sólo quisiera tener tiempo suficiente para escribir más de lo que he escrito. No: son las muertes injustas, la muerte cruel, violenta, gratuita, la muerte imbécil. Parece que en la muerte y en el sufrimiento sin remisión se muestra más la condición humana que en el final feliz. Pienso en Che Guevara, se fue a suicidar al servicio de la gente que sufre: una muerte ejemplar. O en Gauguin, que se lanzó al infierno. No sé cuántas veces he leído La Condición humana, de Malraux, desde la primera vez, a los veinte años: "Se puede desear que el sentido de la palabra arte exista: hacer sentir a los hombres la grandeza que reside en ellos". Así lo entendieron los rusos, obsesionados por la muerte y el sufrimiento. Dostoiewski, el primero.
—¿Es su influencia principal?
—En la entraña misma, sí. Desde el punto de vista del maestro de temas y de estilo, del escritor, la mayor influencia que he recibido proviene de Marcel Proust. El cual, usted lo sabe, era gran admirador de Dostoiewski. ¿Conoce esas páginas enormes, cuando Proust empieza a rememorar las casas de Dostoiewski, vacías en sus personajes? Una prueba del gran escritor, piensa Proust, se encuentra cuando uno puede evocar sus escenarios, despojándolos de la acción y los seres. Pero al levantar a Dostoiewski, se muestra injusto con Tolstoi. Sufrí de muchacho al leer Resurrección (pdf) : quería cortarme las venas.
—¿De envidia?
—Así es. Yo comenzaba a escribir... Y a los dieciséis años Knut Hamsun me hizo vivir en trance, yo daba mudos alaridos con Hambre (pdf) , con Pan. Antes aún, pasada la época de Julio Verne, el primer autor artista que me desveló fue Edgar Allan Poe. Volviendo a Proust, en él está toda la novela moderna; previó la antinovela. Ni Robbe-Grillet, ni siquiera Michel Butor agregan nada a la Recherche: es una obra gigantesca y genial; con razón Proust pasó enfermo dieciséis años. Su libro es producto de un insomnio total. El más agudo análisis del lenguaje se encuentra en ese extenso pasaje del tren, a través del diálogo de dos personas, nada más eso, un tren y dos personas, pero qué penetración, qué clarividencia.
—Convendría dárselo a leer a los cultores actuales de la lingüistomanía. Siguiendo con Proust, el "insomnio total" con que usted define En busca del tiempo perdido ha sido descrito por Aldous Huxley como "masturbación espiritual".
—Digo que así se expresa el humor de un resentido. Huxley nunca pudo pasar de Contrapunto, que es una excelente novela, por cierto.
—Enhebrando resentimientos, todos conocemos el desdén que usted siempre ha manifestado por el crítico Alone. Reconozca ahora que Marcel Proust los ha juntado: en la admiración por el escritor usted y Alone son almas mellizas. Es fuerza reconocer también que este antiguo crítico chileno fue el primero en dar a conocer al novelista francés, publicando por vez primera en español unas páginas escogidas de A la recherche.
—¿Usted conversa conmigo o quiere pelear? Dudo que a Alone le guste Proust. Quien admite: "di bote en Ulises", dará cabezadas con la obra literaria de Marcel Proust. Por lo demás, mi menosprecio por el crítico no es tan grande como el que abrigo hacia otros ilustres elefantes chilenos, que mejor hicieran de libreros o empuñando la podadora en un jardín de ancianos. Alone es limitado e inculto, pero su sensibilidad le hace dar a veces en el blanco, como cuando escribe sobre Gabriela Mistral.
—Usted confiere a Alone el máximo elogio: lo aborrece en tiempo presente. ¿Otras preferencias? ¿El Viaje al fondo de la noche?
—Sí, también Céline —a pesar de ser un energúmeno comejudíos— también Michaux, también El desesperado de León Bloy y en el encanto Giraudoux.
—¿Recuerda a Virgina Woolf?
—Hay arte, intensidad en esa mujer que se fue al suicidio. Leí Las olas al salir esta novela de las prensas de Ercilla, donde yo era corrector de pruebas. Luego Al faro, Mrs. Dalloway. También son buenos sus ensayos de crítica literaria. Para demostrarle que la recuerdo, le contaré a usted un cuento de Virginia Woolf como si yo lo hubiera escrito. Se llama "Objetos sólidos"... (Carlos Droguett improvisa con soltura, esquinando el rostro, magnetizado por el rastro de un cuento de la Woolf, y ella aparece en el Forestal, en la Cámara de Diputados, en una piedrecita hallada en el suelo).
—¿Los españoles?
—Después de Baroja —a quien leí con fervor, en especial las Memorias de un hombre de acción(pdf)— me han interesado Sánchez Ferlosio (El jarama) y las señoras Elena Quiroga, Ana María Matute. Y Carmen Laforet, por supuesto. Pero la mejor novela en castellano es la de los mexicanos: Yáñez, Rulfo, Arreola, Benítez, Rosario Castellanos, Juan José Arreola es uno de los grandes escritores actuales, escribe cuentos fantásticos sin salirse un centímetro de la realidad.
—¿Qué le falta a la novela chilena?
—Sentido de la realidad y coraje. No sabe hacer otra realidad con el lenguaje, no se atreve a atacar mitos y la incultura y falta de curiosidad de algunos escritores es colosal.
—¿Y qué le sobra?
—A la novela chilena le sobran novelistas.
—¿Novela a pujos?
—Sí, pero sin dolor, sin gracia ni libertad. Ahí tiene a los criollistas que escriben sin ser escritores. De Luis Durand se salvan Frontera (que no es
"criollismo") y algunos cuentos, como el excelente Cobardía. No me hable del "bello estilo" de Eduardo Barrios, que es un fraude en espera de ventilación.
—¿Le costaría mucho nombrar tres buenas novelas chilenas?
—No exagere, claro que puedo: Hijo de ladrón, La viuda del conventillo y La sangre y la esperanza. Admiro y respeto a Manuel Rojas como escritor y también como hombre: ha mantenido su independencia política y una limpia posición de izquierda. A Romero lo vi hace pocos meses, en un foro de la Universidad de Chile en Valparaíso: me impresionó la lucidez y entereza de sus juicios; es un hombre íntegro, cabal, que no anda en cabildeos para obtener el Premio Nacional, que ninguna falta le hace, pero lo merece. La novela de Nicomedes pudo ser genial, si no intentara ser el Neruda de la prosa. Ya se sabe que lo peor de Neruda es el nerudismo.
—¿Y lo mejor?
—Neruda, pero después del Canto General se ha puesto a recalentar comida.
—¿Niega usted la belleza lírica de ciertos pasajes de Murieta, para nombrar una obra reciente?
—Un gran poeta nunca muere del todo.
—¿Morirá De Rokha?
—Jamás. ¡Qué mal lo han entendido en Chile! Lo descubrirán alguna vez. Es un gran amigo y un inmenso poeta. Qué prole la suya, además: el libro póstumo de su hijo Carlos —Pavana del gallo y el Arlequín(pdf)— es uno de los grandes libros de poesía reciente chilena. Coincido con Luis Oyarzún cuando declara (Árbol de Letras, diciembre de 1967) que Pablo de Rokha es un beatnik avant la lettre; traducida al inglés hace treinta años, su poesía hubiera significado una revolución en la poesía norteamericana.
—¿A quién salva usted de sus compañeros de la generación del 38?
—Ellos sabrán salvarse solos. Ya mencioné a Nicomedes Guzmán. En todo caso mirando hacia atrás, a quien veía con más garra de artista era a Miguel Serrano. Polemizamos fieramente en la revista Hoy (dirigida por Carlos Dávila e Ismael Edwards Matte), que se evaporó prontamente. Allí publiqué mi primer cuento. Serrano ha desembocado en el esoterismo, en un "círculo hermético" donde, al parecer, se ha encontrado a sí mismo.
—¿La abulia y la falta de curiosidad intelectual habría deteriorado a otros?
—Sí, eso mucho más que la falta de tiempo y los problemas económicos: lo último no es sino una buena excusa ¿Habría yo escrito una línea, si esperara jubilar para empezar a escribir realmente? He tenido varias profesiones absorbentes: corrector de pruebas, luego ejercí el periodismo durante veinte años y ahora me tiene de empleado. Además, soy padre de familia y marido, lo que constituye otra profesión.
—¿Cómo? ¿Usted no tiene varios divorcios en la conciencia?
—El matrimonio no es un juego. Es más bien una tentación.
—No en ese aspecto, sino en el literario, ¿qué opiniones le merece la generación del 50?
—Fue un hábil invento de Lafourcade. Veo algo muy verdadero en José Donoso, pero no ha superado Coronación ni sus mejores cuentos; algunos de ellos —como Una señora— son magistrales. Cuando leí el relato La muerte del poeta, pensé de Enrique Lafourcade: aquí hay un gran escritor. Pero luego Lafourcade ha hecho un enorme despilfarro de su talento, que lo tiene en abundancia, como lo demostró con ese relato y en buena parte de las novelas Pena de muerte y Para subir al cielo. ¿A qué propagar las claves chismosas de sus obras literarias? También creo, como usted lo ha dicho (alusión a un artículo en Gaceta Literaria de La Nación), que Lafourcade, "si fuera francés, sería Goncourt", pero el Goncourt no es una medida de calidad, sino vendedor de libros: ahora simplemente se nota más.
—Los del 50 andan ya por la edad media de su vida. ¿A quien destaca usted de la generación emergente?
—Antonio Skármeta, sin la menor duda. ¿Quedará su libro confinado en Chile? Espero que lance su próxima novela al mercado continental. Me gusta su actitud entusiasta, ya le llegará la madurez que por ahora no puede tener.
—¿Qué autor joven del extranjero le ha interesado?
—Le Clézio muy especialmente. Sus narraciones forman una Rayuela muy típicamente francesa y muy contemporánea. A propósito, qué inteligente es Cortázar, y qué admirable su castellano, suena inédito y creador. El cuento El perseguidor es de primer orden, muy superior a La autopista del sur y tan obsesionante como Rayuela. Sábato, en cambio, no me interesa: disimula mal su tradicionalismo.
—¿Podría destacar algún valor de la nueva crítica chilena?
—En El Mercurio —cuyas páginas literarias se llenan con los nombres de Alone, Edgardo Garrido Merino, Augusto Iglesias y Raúl Silva Castro, sumando entre ellos tres o cuatro siglos— la presencia de Ignacio Valente es refrescante. Ahí hay una crítica sabia e inteligente, de auténtico rigor intelectual, sin la indigencia patética de otros. Tiene talento Valente, aunque a veces anda descarriado en su apreciación de algunas novelas; así, no me explico que considere obra fracasada la mejor novela de Carpentier: El acoso. También incurre en el prurito de sondear a los autores en lo religioso. Valente es otra época de la crítica nacional. Tampoco pertenece a esa categoría de críticos —señalada por Eliot— que lo son por haber fracasado en la novela y la frustración les encendió una súbita vocación crítica.
—¿Cree usted, como lo han pensado muchos alemanes y lo ha repetido recientemente Fernández Retamar (Margen 3/4, París), que la crítica es un género filosófico, no uno literario?
—Probablemente; en todo caso, el crítico puede y debe ser más inteligente que el creador.
—¿Nació usted en 1912 o en 1915? Los críticos dan ambas fechas.
—En 1912; rejuvenecerme en tres años fue una gentileza de Fernando Alegría (Literatura chilena del siglo XX). En Santiago, pero casi de inmediato nos fuimos a La Serena.
—¿Qué importancia tiene para usted su propia infancia?
—Siempre ha estado presente: creo que esto se advierte en mis libros.
—De éstos, Eloy ha sido traducido a varios idiomas, obtuvo un premio internacional y la crítica continental lo ha puesto en la órbita de las mejores novelas modernas en español. ¿Qué piensa usted de esa obra ahora?
—De repente veo algo de fracasado en Eloy. Nunca me había ocurrido antes: después de la última frase me sentí vacío, como si no hubiese logrado ponerle fin a una historia. Dejé una especie de "sinfonía inconclusa". Un crítico de Argentina (donde tengo más lectores y más comentarios que en Chile) observó que con la última frase —"Ahora se movieron las botas"— se verifica un cambio de perspectiva novelesca.
—Acabo de leer El Compadre y me parece que ésta es su mejor obra hasta el momento. De registro más amplio que Eloy y tan intensa como ésta, El Compadre posee una estructura muy convincente y es una radiografía en profundidad del obrero chileno. Y no tiene esa respiración difícil de Patas de Perro.
—El Compadre emergió de un capítulo de Eloy; escribí ambas obras en 1954. Hubo ahí un cambio de película. La anécdota de El Compadre me la dio un médico amigo; en un reformatorio de alcohólicos había un borrachín que le rezaba a San Judas Tadeo y le ofrecía el compadrazgo a cambio de que lo curara de su mal. También aquí un crítico —de México— se sorprendió del final, que es una puertecita de esperanza y humor.
—El Padre Alfonso Escudero, ¿es sólo el personaje literario de Patas de Perro?
—Es mi consejero en cosas literarias y humanas. Cuando fui su alumno en San Agustín, fuimos enemigos. Ahora, cuando tengo un problema de conciencia, voy a verlo.
—¿Ha viajado usted fuera de Chile?
—Sólo a Mendoza y Buenos Aires. Prefiero que mis libros viajen. Yo mismo lo haré algún día.
—¿Le cuesta escribir a usted?
—Ese es mi problema. No me cuesta nada. Escribo con facilidad días enteros, hasta terminar. Si mi situación económica lo permitiera, podría perfectamente dedicar diez horas diarias disciplinadas a la literatura.
—¿Recomienda usted el ejercicio del periodismo a un escritor joven?
—Para un escritor todas las profesiones son buenas, menos la de profesor de literatura. Neruda lo comprendió en el acto y salió escapando del Pedagógico. Sí, pienso —con Hemingway— que el periodismo es una buena escuela para el escritor; es tan práctico y funcional, es un resumen, un noticiario de la vida. La práctica del periodismo le sirve al escritor para hacerse hombre.
—¿Dónde escribía usted?
—En Hoy, en Extra, en La Nación. Hacíamos Extra con Juan de Luigi, fue un diario muy bien escrito. De Luigi fue un maestro y un compañero extraordinario. Sus crónicas debieran ser editadas en libros; ganaríamos mucho con eso, pues falta en Chile un crítico con esa cultura, con esa mordacidad. Yo tenía una sección literaria con el título "El Cementerio de los elefantes", que escamó bastante. Ya le dije a usted que "El Señor Videla" fue el primer cuento
que escribí en mi vida y lo publiqué en Hoy; luego Miguel Serrano lo publicó sin mi consentimiento, y deteriorando el título en su Antología del verdadero cuento en Chile (1938).
—Se dice que usted tiene mucha obra inédita.
—Lo fundamental es poder escribir, ya se verá después la publicación. Mis "mejores cuentos" no se han publicado todavía y una novela aparecerá este año en Editorial Universitaria. Por el momento prefiero que circulen y se traduzcan mis libros ya publicados (los cuales siempre han aparecido años después de su terminación).
—¿Cuál es el título de la novela que llegó a las finales del Premio Nadal de España?
—El Hombre que Había Olvidado.
—¿Siempre ha sido distinguido en concursos literarios?
—En Chile al menos, casi nunca.
—¿Qué resonancia tuvo la publicación de su primera novela, Sesenta Muertos en la Escalera?
—Ninguna.
—A juzgar por su obra, a usted le ha interesado mucho más la historia que la geografía de Chile.
—Es que tenemos una historia apasionante, que los escritores no han sabido explotar: La Revolución del 91, la Guerra del 79, Portales, la Conquista, etc. Ya ve usted el éxito colosal de un folletinista como Jorge Inostroza. Leí las pruebas de imprenta de Portales de Magdalena Petit, allá por el año 30 y me pareció una excelente novela. Portales me ha interesado desde mi época de estudiante, y me ha obsesionado desde que leí su Epistolario. Es el único tipo genial de la historia política chilena. Preparando mi tesis de Derecho, me aficioné desde joven a estudiar las cédulas reales y los documentos publicados por José Toribio Medina. Supay el Cristiano no es la única novela que he escrito sobre los tiempos de la Conquista. Me interesa mucho la historia de la Inquisición y he escrito sobre don Francisco de Aguirre, un hombre fabuloso: nuestra historia es riquísima en sugerencias y materiales para un novelista. Quedarse en la geografía de Chile es una frivolidad.
—¿Qué medidas de política cultural le parecen aconsejables?
—Todas. Una de primera urgencia es la creación de una editorial del Estado, o más bien de la Universidad, que edite libros sin afán comercial. Naturalmente que el monto del Premio Nacional es ridículo; por lo demás no me satisface la organización del premio: el jurado debiera tener libertad para declararlo desierto. No me hago muchas ilusiones sobre política cultural; es difícil que un régimen pequeño burgués conciba un sueldo para el escritor y el artista, por ejemplo. Aunque el artista es el único que permanece, mientras vive, se le ignora, y muere Acevedo Hernández en la miseria, y Rebolledo Correa y tantos otros. Debiéramos contratar a Fidel Castro por unos seis años para arreglar estas cosas de la cultura.
—¿Qué es Castro para usted?
—El tábano socrático para ambas Américas. Es realmente uno de los hombres más extraordinarios de este siglo. Está tratando de despertar América, que está aletargada. Ha sido más inteligente que los soviéticos y que otras dictaduras, pues no ha limitado la libertad intelectual. Su revolución es un aviso al mundo: América Latina está viva. Yo he soñado con escribir una biografía de José Martí; este gran cubano cuando le preguntaron en qué escuela desearía estudiar, respondió: Si por mí fuera, no seguiría más carrera que la del hombre. Esto es lo que Castro está poniendo en acción, para que así América se reciba de hombre, que harta falta le hace.
—¿Le preocupa Vietnam?
—Más que la segunda guerra.
—Su obra presenta múltiples referencias religiosas y la angustia cristiana no le es ajena.
—No debe sorprenderle, si piensa que me eduqué en un colegio religioso católico y mi libro de cabecera ha sido entre otros la Biblia. He escrito más de una novela inspirada en Jesús, y muchos cuentos. Cristo me impresiona. Me llega hasta a dar rabia su vida, su muerte, siento envidia.
—¿Y la Iglesia Católica?
—Ya no es ésa que hacía decir a Oscar Wilde que le daba asco visitar el Vaticano. Se está volviendo militante y política, como en sus primeros tiempos. Hay que pensar que Jesús hacía política y su primer manifiesto político fue el Sermón de la Montaña.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista con Carlos Droguett
Por Antonio Avaria
Publicado en Árbol de letras, N°3, febrero de 1968