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El regreso de Droguett

Por Hernán Soto
Publicado en Punto Final, N°435, 18 de diciembre de 1998



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Poco después de las once y media empezó la ceremonia, organizada como encuentro de amigos y parientes cercanos. Dos músicos jóvenes tocaban en violín y guitarra música de Eric Satie que suavizaba el filo de la muerte, un día nublado en que el calor empezaba a agobiar.

Punto de referencia para ese miércoles 2 de diciembre es el muro de ladrillos, con nichos viejos, algunos abandonados, en el cual la muralla se abre a patios más recientes. Casi esquina de Valdivieso, una calle tradicional del Cementerio General, a unos cinco metros de la tumba de Lenka Franulic, donde una columna que cubre una "nube azul" muestra palabras de Neruda dedicadas a la gran periodista, está la tumba de Carlos Droguett y su esposa, Isabel Lazo. Están ahora allí las cenizas de ambos, que murieron en el destierro. Destierro y no exilio, precisó Guillermo Blanco en el homenaje, aludiendo a la crueldad del desgarramiento impuesto por la dictadura que dejó a Droguett por más de veinte años fuera de la patria, a la que no quiso regresar porque la sintió prisionera.

Es el lugar en que quería estar, para lo cual dio instrucciones precisas a su abogado. No fue sencillo cumplirlas. No había terreno disponible, hasta que las necesidades de "autofinanciamiento" del camposanto impusieron la "privatización de las veredas". En esa vereda del comienzo de la calle sombreada por árboles viejos, se construyó la pequeña tumba de reducción. Le sirve de respaldo un trozo de granito en que aparecen las fechas de nacimiento y muerte de Carlos Droguett e Isabel, y una frase: "El ser humano se compone de un hombre y una mujer" del libro Patas de perro, una de las obras mayores del novelista Premio Nacional de Literatura en 1970.

Sobre la lápida, una escultura que tiene la placidez del sueño tranquilo. Habló primero Marcos Duffau, abogado de Droguett, a quien conoció cuando éste quiso colaborar en la defensa de presos políticos. Un responso del capellán del cementerio, de curioso parecido físico con el escritor, y después los discursos de Guillermo Blanco y Antonio Avaria, importante conocedor de su obra. Recordaron el valor de sus libros poderosos, a veces terribles, sin paralelo en nuestra literatura, sus complejidades y también lo que ha pasado en Chile en las últimas décadas. Hablaron de su permanente insatisfacción, de su rebeldía y sentido de la justicia, que dejaba espacio para el humor y una cálida nervadura de bondad.

Uno de los dos hijos del escritor, el médico Marcelo Droguett Lazo, que trajo las cenizas de sus padres desde Suiza, donde vive, cerró el acto. Hizo especiales recuerdos de su madre que asumió durante más de medio siglo la difícil personalidad de su marido. "Era la más política de la familia", recordó, "siempre preocupada de los demás, de los que sufren".

A la ceremonia asistieron unas treinta personas. Algunas bien conocidas. Volodia Teitelboim, el pintor Guillermo Núñez, Jorge Barros de Editorial Pehuén, Soledad Bianchi, Paz Rojas, y además nietos, parientes y amigos. También estuvo Punto Final, que Droguett consideraba casi un ámbito familiar. No hubo representantes de la Sociedad de Escritores de Chile. Tampoco autoridades.

Sin dramatismo, se extendía una suave tristeza acentuada por la música. Al fin y al cabo era natural que Carlos Droguett, siempre marcado por la inmediatez de la muerte, se hubiera encontrado con ella, y que sus cenizas, como las de Isabel, hubieran abandonado sus envolturas carnales para seguir unidas.




En primer plano la tumba de Carlos Droguett
y su esposa Isabel Lazo


 



Dijo Droguett

"Este libro no lo he escrito yo. Lo escribieron los muertos, cada asesinado. He tratado, además, de escribir una historia no otorgando franquicias ni al panfleto ni al escándalo. No me interesa lo fácil. En las páginas que siguen hago historia, pero historia de nuestra tierra, de nuestra vida, de nuestros muertos, historia para un tiempo grande y depurado. En las páginas que siguen subrayo el dolor y soslayo, no más, la política".

"Sesenta muertos en la escalera"

 


Dijeron de Droguett:

"Carlos Droguett, lo sabemos bien los que lo conocemos, ha sentido toda la hostilidad del ambiente y ha reaccionado siempre contra ella. Esta obra lo demuestra, porque en ella no está sólo la muerte, está la pobreza y sus consecuencias, están las deformaciones a que es sometida la personalidad, están las desviaciones a que son empujados los seres (...) hay en su espíritu un desajuste, la existencia de dos términos que no puede conciliar entre la necesidad de vivir, la utilidad y la belleza de vivir y la existencia de muertes acaecidas sin razón, por voluntad externa, sin que hubiera una causa o una obligación trascendente para que ellas acaecieran".

JUAN DE LUIGI (1953)

 

"Droguett mantiene lo que se podría llamar el suspenso en la acción donde convergen dos planos: uno, que se ubica en un detalle u objeto provocador de un recuerdo y, otro, referido a lo inmediato que se sustenta en el angustioso plano del acosamiento de Eloy". (...) "No cabe aquí más que señalar a la atención de los chilenos, lo diversa que es su técnica, su argumento, su atrevido enfoque de la vida de un asesino enraizado en la imaginación popular, pero que surge ahora con vigor y lozanía imaginativos en la pluma de Carlos Droguett. Se explica así también el prestigio con que arriba la edición española de Eloy y las críticas que ha provocado en Europa".

RICARDO LATCHAM (1960)

 

 

 


Responso fúnebre en el Cementerio General.
Detrás del capellán aparece el doctor Marcelo Droguett Lazo, hijo del gran escritor chileno.




 



 

 

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El regreso de Droguett
Por Hernán Soto
Publicado en Punto Final, N°435, 18 de diciembre de 1998