Una aproximación a un texto inmenso: El cementerio más hermoso de Chile de
Christian Formoso
Por Eugenia Brito
Texto leído en la presentación del libro realizada el jueves 19 junio 2008 en La Chascona
Este libro de poemas de Christian Formoso indaga en la elaboración de un mapa al
revés, determinado por la ausencia y la muerte; todo lo que se registra aquí es la
constante presencia y escritura de la muerte en el texto. No obstante, el acto de fundar,
de imprimir huellas en un registro mnemónico es importante en el territorio poético de
Formoso: la manera de dar cuenta de una existencia diezmada, de muertos que
conversan como en Pedro Páramo entre los parques de sus casas, donde fueran
exterminados; entre los sitios de tormento, en que fueran diezmados o entre los múltiples
laberintos de la Patagonia, donde han sido desaparecidos, perdidos, borrados.
Entonces el texto pareciera obedecer al trabajo de establecer un archivo de lo que falta, y
para ello se recurre a inscripciones en lápidas, a escrituras en que lo más importante es lo
omitido, generando la necesidad de reelaborar y corregir la “historia oficial”, dando
testimonios de la carencia, de la precariedad y el abandono que caracteriza a los pueblos
latinoamericanos.
Una de las metáforas más productivas del texto de Formoso es la inversión de lugar por “cementerio”. Como otros grandes escritores latinoamericanos, él ocupa el nicho, como
casa o como espacio territorial que significa la habitación, la práctica del espacio, como
ha dicho, Michel de Certeau. En Chile, como en otros lugares de América del Sur, esa
habitación fue signada por la precariedad, la despertenencia.
Son de esos frágiles signos, de esas errantes y móviles huellas de las que trata este
texto.
La ecuación metonímica de “letra: hueso” hace posible una escritura en busca de una
historia y de una historia que es la búsqueda de su ruina y la dotación del sentido. Al
inscribir los sentidos, al hacerse cuerpo de letra, los huesos aparecen para encontrar
una historia de pertenencia y de amor, en la que insertan de manera clara a pesar de la
incertidumbre de su pérdida, su leyenda y su nombre, y muchas veces sólo su nombre o
su leyenda, recayendo en la disyunción, pues esta historia aunque intente la totalidad,
falla en ella. La totalidad posible es el deseo, pero éste es utópico, imposible, pues, “cómo amonedar el tiempo sin cara”, como ha dicho Borges, lo perdido es parte de una
identidad y en ocasiones no escasas, lo perdido es la historia, lo que queda es el nombre
semi- borrado, una inserción en la arena, el polvo, una cierta manera de ser.
La palabra del artista es una palabra que desea apertura transhistórica, Christian
Formoso abre un mapa desde el inicio: la Conquista y la Colonia, recogiendo los
nombres de los muertos y cómo cayeron y dónde, generando una crónica poética de la
vida y obra de las etnias primigenias latinoamericanas, así como de los indios arrasados
en la Conquista para luego referirse icónicamente a los perseguidos por la Dictadura y
aún más hasta convertir ese mapa en un gran reality cuya pantalla es la zona sur y cuyo
texto es el muerto, los muertos de toda época.
Lo que denota una historia plenamente arbitraria, con una violencia y enajenación
perturbadora, a la par que se van estratificando los tiempos y los espacios, en un
movimiento discontinuo, pero recurrente en esta serie y que abre textos en blanco, puro
significante que lo que permite codificar es la gran pantalla blanco del significado en
negativo: la gran locura de pertenecer a un mundo al revés, lleno de arbitrio, la sinrazón,
la carencia de sentido, más aún el puro azar.
No sólo eso, también la brutalidad forma parte de este escenario salvaje en que lo árido
en la composición del paisaje, es lo que se repite en cada ciclo y lo que, sin estar
reprimido, vuelve a aparecer, en los distintos tiempos.
Ya el título es admonitorio: “Un grupo es un cementerio “, dice, p-26
“Más de uno es más de lo mismo, todo se reduce a subir y bajar de la soga, a repetir el
llanto con que alumbran las habitaciones de uno solo, el nicho y el ataúd que simbolizan
los amantes, el accidente de nacer y el accidente de morir, el incendio y el calcinado que
se hacen uno en su fuego, el arrollado en la calle que es la luz del semáforo, cambiando
de verde a rojo y luego a verde”.
Lo que redime esta gesta, lo único al final de esta arqueología del dolor, es el amor, que
concede a la historia humana su dimensión sublime y esa capacidad le hace pensar en la
resurrección en el hijo o en el verbo.
De todos modos, hombre, llama y piedra se encuentran en el gran libro, o el gran
escenario de este texto. Hay carne en el fondo de la piedra y hay luz en el acto de la
designación. Uno puede morir mil veces, así también se puede vivir en más de una
dimensión de manera que este traspaso de vida- muerte se reitera en cada edición del ser
Así si se omite algo de una persona, ésta puede nacer otra vez, y así sucesivamente.
Pero hay una verdad sobre este texto que como todo archivo es múltiple y es su
condición multiforme y plurilingüe. Hay muchas formas de ensayar la palabra poética, hay
composiciones épicas bastante extensas y otras de una línea, las que bordean lo musical
y otras que el lenguaje es más lírico u barroco mientras en otras se omite una parte del
texto, como parafraseando la manera rauda en que se vivió la historia y la manera rauda
en que se encontró la muerte.
Diríamos entonces que este texto ensaya una manera múltiple de emerger la historia
latinoamericana desde una no existencia, y por ello de un no del sentido, una ausencia,
falla o cripta del sentido que duele y exige la muerte del otro, que por el hecho de morir
de la misma forma violenta, brutal que el anterior se inscribe como otra ruina más en este
cementerio, ruina que por ello incide en el acto de escribir y de inscribir América Latina o
Chile o la Patagonia, como el depósito de formas, lápidas, inscripciones, fechas que
pueblan, a menuda sin que uno lo sepa un diccionario común.
El otro problema que abre este texto es la producción de un archivo que otorga el nombre
como don. El nombre no es casual, es un atributo fundante del ser. Y el nombre se
obtiene, a él se llega después de la conquista del sentido.
Hay muchas maneras de en las que Formoso quiere sentar huella o precedente y en las
que sólo el nombre, un breve enunciado y la fecha de muerte da el indicio de quien se
asomó a la vida y quizá ése sea un gesto conmemorador del texto: su insistencia en la
calidad de ser archivo como diría Agamben de un relato.
En ese sentido no hay un sujeto latinamericano que se constituya como plenitud y ésa es
también una virtud del texto: su gran elipsis, esta omisión en las que se ha desplegado el
III Mundo, a merced de las propinas y resuiduos que le deja el I Mundo.
Se trata pues de una escritura apertural que da siempre lugar a las anteriores
inmersiones textuales sobre Chile, llámese el esfuerzo nerudiano, como el de Enrique
Lihn, o como el de Raúl Zurita. También muchos otros como Teillier o Martínez y hasta
del Donoso de El lugar sin límites se nos aparecen dentro de un estilo que busca
grandiosidad y que se deja leer en la convocatoria a un escenario translingüístico,
paradojal, negativo, inquietante.