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Anábasis
maqueta de Carla Faesler
Escalera
al Cielo
Por Sergio González
Rodríguez
La poeta
Carla Faesler irrumpe con su libro recentísimo en el concierto de
la literatura mexicana hacia el siglo 21 plena de cumplimientos y potencia creativa.
Con
el título de Anábasis maqueta, en un bello trabajo de Editorial
Diamantina, que dirige Cristina Faesler, bajo un proyecto interesantísimo
que persiste en trazar puentes entre el campo de la letra, el diseño y
los artistas plásticos, se asiste al despliegue de una poesía trasmoderna
cuyas resonancias homenajean, por una parte, los modelos de los grandes predecesores,
por ejemplo, Sor Juan Inés de la Cruz y, por otra, consuman una de las
voces más estimulantes de su generación, la de los nacidos en los
años 60, al situarse en un trance entre la lucidez y la ironía,
el sabotaje de la solemnidad y el nutriente de las lecturas.
Anábasis
maqueta, que mereció el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen
2002, en el que fueron jurados Miriam Moscona, Alfonso D'Aquino y Armando González
Torres, expresa la toma de una plaza poética en la que brillaron por momentos
Salvador Novo, la mejor Rosario Castellanos y, desde luego, Gabriel Zaid: la construcción
del poema desprovisto de la "fórmula perfecta", de la retórica
que se obnubila con el mito de la Gran Poesía.
Carla Faesler erosiona
el ego monumental que subyace en los prestigios genéricos de la poesía
mexicana del siglo 20, espejo al fin de nuestra modernidad tardía, y sin
incurrir en coartadas de género ni criptomanías ni oráculos
privados, instala una mirada excepcional respecto del cuerpo y las costumbres.
La
perspectiva de la poeta está inspirada por cierta fascinación experimental,
así como por el trazo de conjeturas que imitan una suerte de mapa para
interrogar la perplejidad, la maravilla vital:
Me
acerco al instrumento.
Las pestañas abrazan el metálico túnel
y
sin pensar siquiera me deslizo.
El mundo es celofán,
esferas salivando.
Un
éxtasis de vida burbujeante
manumiso se mueve,
al fin del oscilar
de la conciencia...
Esta
obra cautivadora, prologada en imágenes por el artista Pedro Friedberg,
toma su título del tópico del ascenso-descenso (anábasis-catábasis)
que escruta el mundo desde la literatura en tanto camino del saber, y se fuga
de cualquier adolescencia primaria, como la que tiende a confundir a diversos
jóvenes poetas que, en la búsqueda de avatares ontológicos
o filosofemas aforísticos de lo cotidiano, tienden a engolar la voz a riesgo
de caer en un patetismo ingenuo casi estridentista.
Hay, en la propuesta
de Carla Faesler frescura, gracia, brillantez, como lo ejemplifica el poema "El
otro":
A
cuatro patas busca el pupilente
En el mundo de abajo, casi ciego,
rodeado
por el bosque de los muebles,
La mente se hace bruma y
en la alfombra,
se
dan raíces, musgos, con el hambre.
Los nudillos caminan, un chispazo,
la
guarida caliente y el peligro.
Un ruido de manada esa ansiedad,
de oler
cerca al venado y al bisonte
De
lejos y de cerca, en lo remoto de la inmediatez y en el ritmo a contrarreloj que
impone el espíritu de los tiempos, Carla Faesler reflexiona e inventa piezas
evocadoras de las célebres cajas del constructo-surrealista Joseph Cornell,
sin que esto sugiera un abuso objetual de su parte ni nostalgia alguna, sino sólo
un uso referencial con puntos de fuga, "jaulas de infinito" (Octavio
Paz dixit), que delatan la percepción aguda de lo inorgánico, de
lo instrumental, de lo protésico, donde la hechura de una maqueta encubre
otro viaje sutil que se lee entre líneas en poemas notables como "Cuerpo",
"Asuntos internos", "Interacción" y "Top model".
O en "Soporte", donde cuela la sombra de lo siniestro, lo atroz:
Imagino
el brassière semienterrado,
pesando el lodo
húmedo del orbe.
Como de aurora
el cielo, como de alambre el árbol. Si lo hubiera llevado
en el bolsillo
resistiendo monedas,
abrochado en la pierna conteniendo
la
sangre, de antifaz que tolera
las miradas.
Lejos el aire sube los motores.
La
tela vibra hojas y
gusanos. En un cuarto el reloj se adorna con los brazos
de
las horas. Suben y bajan y suben y bajan todo
el tiempo los brazos.
En
la silla hay un suéter entibiando
el respaldo.
Anábasis
maqueta indica el arribo de Carla Faesler a un lugar de lo más distintivo
y admirable en la nueva poesía mexicana.