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Poemas

Carla Faesler

 


Fiesta de Izcalli o décimo octavo mes

"…y a los hombres ataban unas sogas por medio del cuerpo,
y cuando salían a orinar, los que los guardaban
teníanlos por la soga porque no se huyesen."

Fr. Bernardino de Sahagún.
Historia general de las cosas de la Nueva España.

Será sacrificado el cautivo
Así, de la manera que aquí sigue:
primero, se le arrancan los cabellos,
sólo de coronilla, no los otros.

Se recogen en cajas los mechones
porque son las reliquias de este día.
Entonces se le lleva hacia el templo,
porque él será la ofrenda de la fiesta.

Hay veces que no quieren, van llorando,
y como que se caen por el camino.
Si no quieren subir, se les obliga

por los pelos. Así se les arrastra,
aunque cueste trabajo. Da coraje,
mas con la fiesta, luego uno se olvida.


De No tú sino la piedra. Ed. El Tucán de Virginia, México 1999.

 

 

Carnicería

Sangra la carne expuesta entre las moscas
Dentro de las vitrinas

Muestran los cerdos sonrisas
Estremecidos hasta el miedo

Y sus ojos son difíciles al ojo

Entro a los olores saturada
Y extiendo el dinero al del cuchillo

Tres monedas mojadas me devuelven sus uñas

Me llevo una cabeza para reconstruir
La oreja, el hocico, la sonrisa.


De No tú sino la piedra. Ed. El Tucán de Virginia, México 1999.

 

 

Soporte

Imagino el brassière semienterrado, pesando el lodo húmedo del orbe. Como de aurora el cielo, como de alambre el árbol. Si lo hubiera llevado en el bolsillo resistiendo monedas, abrochado en la pierna conteniendo la sangre, de antifaz que tolera las miradas. Lejos el aire sube los motores. La tela vibra hojas y gusanos. En un cuarto el reloj se adorna con los brazos de las horas. Suben y bajan y suben y bajan todo el tiempo los brazos. En la silla hay un suéter entibiando el respaldo.


De Anábasis Maqueta. Ed. Diamantina, México 2004.

 

 

Es hora de dormir

Cuántas horas habrá de sostenerme
la inquietante virtud inanimada,
el terror de la ausencia que preparo
en el suave disfraz de la pijama.

Cuando ya abro la cama me pregunto,
mientras mi cráneo se abre sombra-espacio
entre la almohada: ¿dónde voy?, ¿voy cómo?
Y mi mente resiste en la pared clavada,

en la invisible lámpara gimiendo,
al sentir que mi cuerpo la abandona.
Se abre entonces acuático arrecife,

la aérea sinrazón que nos sepulta
cuando al caer subimos sin sentidos,
a la cordura cárnica del otro.

 

 

Cuerpo

Si las manos supieran
del poder de las pinzas,
del metálico alcance de las grúas,

y los ojos se vieran comparados
con las lupas y con los telescopios,
la ciencia que se encarna en mineral.

Si los pies conocieran
vehículo, escalera, elevador,
su mecánico viaje sin los pasos,

y la voz adquiriera la conciencia
del sintetizador y del micrófono,
la presencia en la ausencia electrizada.

Si el oído supiera
de radares, de radios y de amplificadores,
su ondular sin la traquea y las costillas,

y la mente, en su puro andamiaje
frente a los discos duros compitiera,
en memoria, en síntesis, en cálculo,
sus acertados plásticos abstractos.

Se aprecian las ventajas
y la ignorancia práctica del cuerpo,
en fracciones aisladas de un alcance impensado,

de tantos atributos
saqueados en matraces, en los tubos de ensayo,

que esas mismas mentes diseñaron,
que esas manos mismas practicaron,
que esos mismos ojos vislumbraron,

junto a esos oídos en alerta,
y a esos pies que les dieron estatura.

 

 

La casa del investigador

Había en el florero un ramillete de brazos.

Mi amigo me había hablado
de un busto de cadáver sobre el piano,
que tenía una peluca.

Guardaba el anfitrión, para los niños,
en una estancia alegre y llena de color,
fetitos momificados con ropa de muñeca.

Noté algunas piernas de señorita
al pie de las puertas para impedir chiflones
y en su gran biblioteca, una pálida lengua
había sido adaptada como control de tele.

Varias nalgas servían de cojines en los amplios sillones de la sala.

Durante la comida, le pedí una cuchara
y abrió un largo cajón del trinchador
lleno de pies dispuestos, uno después del otro,
en cuyos muchos dedos se ordenaban, de plata, los cubiertos.

Tomamos el café en la terraza,
la sombrilla tenía color de pergamino.

Un intestino grueso servía como manguera
y una mano sin uñas hacía de rehilete sobre el pasto.

Para espantar las moscas,
en el techo giraban unos ventiladores
hechos con cuatro fémures y cueros cabelludos.

Como adorno en el baño,
ojos de mil colores bajo el agua,
en un bibelot de cristal cortado.

Estaba pensando en donar mi cuerpo,
cuando muera, a la ciencia.

Pero sería más útil dar mi computadora.

 

 


Tendencia

Notamos la mordedura del tiempo
en los cabellos. Los tintes azules
amarillos y rojos se colgaban
a punto de soltarse de las puntas.

Crecían blancas las cortas uñas negras,
los adornos del piercing habían sido
útiles en la pesca, en la palapa.
Preservábamos algunos tatuajes

que ya no contrastaban con las pieles
cada vez más oscuras por el sol.
Éramos extrañamente distintos.

Ahora el cuerpo original ganaba
y adquiríamos todos la igualdad
en un gesto común inevitable.

 

 

Acuciamiento

Y de entre la quietud y el pasmo,
se decretó prohibición de la cópula.

¿Cómo enfrentar el riesgo, reproducir la esencia y el hastío?

Unos talaban árboles menores.
Se acostaban bajo sus troncos para
sentir su peso y cerraban los ojos.

Otros se dedicaban a la recolección
de frutos y al estirarse las sombras,
los reventaban con uñas y manos
hasta sentir caliente su pulpa entre los dedos.

Cuando nos atisbábamos de lejos,
bajo la piel el recuerdo nos era suficiente.

 

 


Güera Miss Clairol

En la tienda, la caja ronronea,
libera el cuerpo aquello que le falta:
feromonas y rosa adrenalina,
sonrisas de sustancias incoloras.

Es el nuevo color en los cabellos,
obligados al rizo, sometidos al rayo,
lejos del lacio oscuro que señala
el emblema más pobre. La industriosa

bondad de lo exitoso, ese blanco
compacto en las mejillas, sobre aquellas
facciones de vencidos ahora alegres,

maquillado su miedo y su fracaso,
cuya imagen por fin ya palidece,
del espejo del mundo eliminada.

 

 

Cirugía plástica

Primero hay que dejar pasar los años,
saber cómo funciona el mecanismo
de reacciones biológicas y humanas,
los complejos motivos que reclaman

la experiencia de la edad con armadura.
Los senos y la cara en un principio,
después hay que pensar en otras áreas,
completar el deseo que se ha gestado

de buscar aquel ser que espera adentro,
debajo de la piel que lo lapida.
Del dolor cicatrices y hematomas,

surge entonces en toda su extrañeza.
Se respira en la luz desenterrado,
y esparce su apariencia usurpadora.

 

 

Top Model

Sonríe mientras la servilleta,
y aún el frijolazo que se exhibe en sus dientes
es de lo más hermoso.

Qué sana la blancura de esas piezas exactas
que brotan de las más rosas encías.

En ella a los shampoos les funcionan sus sedas,
su cintura responde a la delgadez del corte.

Sus piernas sí se alargan en los pantalones de Dior
y los colores trabajan a favor de su todo.

Jean Paul Gaultier se esmera en las revistas,
que viven en el aire enrarecido
de algo que se le escapa a la gente en la calle.

Ella y Dolly conversan tras cristales y expertos,
una bala sus éxitos en todos los periódicos,
la otra enseña sus fotos y videos.

Una es ocho columnas,
la otra es reportaje del suplemento "Chic".


Cuando el postre les llega,
abominan azúcar: hidrato de carbono y remolacha,
en una ya se sabe, en otra desconocen las reacciones.

Especies sin errores, sin mácula, sin fallas,
que disfrutan el mundo, que le entienden al mundo,
a su mundo enredado en alambres de púas,
narices de perfectas púas, casquitos de patitas fabricadas también púas.
En su mundo ladrado, Doberman en la entrada,
tarascada furiosa los esponjosos labios, la adúltera pelusa mordicante.

Las púas son suavecitas, la mordida es caricia.
Vergüenza es la mejor de las guardianas,
el recato es virtud de la fealdad.

La fealdad que ha mutado en espirales,
ADN de todos infestado.

Negligencia de genes.

Adentro Dolly y ella se entretienen
jugando con hipóstasis y aretes.

Y miran sus relojes,
conjurando con risas y balidos,
la prematura edad que las acecha.

 

Pasillo

Me alcanza el corredor.

Un impulso a seguir hacia delante,

longitud que no acaba.

En los hombros los muros
ya se comen los pasos,
que sin saber por qué su sonido apresuran.

Las paredes se cierran,

hay detalles sin paz en su angostura.

El eco queda atrás donde no hay nada,

es adelante que algo terrible nos aguarda.

 

 

Limbo

Todos se detuvieron.

No llevaban la sombra colgándoles del cuerpo
y no me decían nada.

Yo les hacía hablar como a espejos de carne.
Algunos me imitaban o contaban mi historia.

A todos conocía,
a unos desde siempre,
a otros no los había visto nunca.

En uno distinguí el color de mis ojos y mi pelo,
en otra la sonrisa de mi rostro, mis mejillas y dientes.

Alguien en un momento,
repitió lo que escribo,
leyó mis pensamientos en voz alta.

Después, todos rieron.

De Anábasis Maqueta. Ed. Diamantina, México 2004.


 

 


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