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Discurso de entrega del Premio Pablo Neruda 2010
La Chascona, 10 de diciembre

Christian Formoso

 

Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre la confianza en el hombre. No perdí la esperanza.

Voy a comenzar al revés y con eso quiero decir que voy a partir dándole vueltas a esa parte final del discurso de Neruda al recibir el Nobel, fecha que hoy se recuerda y figura que hoy verdaderamente nos convoca. Voy a partir así porque cuando comenzaba a escribir este gesto de agradecimiento, recibí un correo de mi amigo de infancia, Mario Oyarzún. Me decía que hoy, 10 de diciembre, comillas: celebraremos tu premio, mi cumpleaños y un año más de la muerte del dictador. El Nobel de Neruda comparte fecha con la muerte de Pinochet y el Día de los Derechos Humanos. Lo que llamamos historia tiene su propia risa sin alegría, su manera de enfrentarnos a nuestras contradicciones más grotescas.

Decía que estas palabras son un gesto de agradecimiento al honor que me ha hecho el jurado y por medio de ellos, la Fundación, galardonándome con este significativo premio. Y acaso el recibirlo tenga relación, como dice Mistral, con el caso magallánico-antártico: “zona dura de vivir, pero materia fascinante para el chileno”. Porque no puedo dejar de pensar que en este premio hay implícitamente un reconocimiento a esa materia fascinante, al paisaje de, como dice Neruda, mi oscura provincia – aunque oscura sólo en invierno- y a lo ciertamente regional de mi poesía.

Desde la célebre descripción del guanaco, que para Pigafetta tenía cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo, el paisaje del que vengo ha cargado con un imaginario en parte descriptivo, y en parte asociado a analogías, a fuentes literarias con que los primeros cronistas llenaban el vaso medio vacío que como hombres de su tiempo veían al llegar, vaso que fuentes y voces literarias universales siguieron interviniendo y llenando muchas veces.

Para Mistral. Magallanes es la tierra que no tiene primavera, la madre blanca, la lejana. Para Neruda, que lo incorporó en su discurso del Nobel y en el Canto General, es el paisaje que luego de arrasado, refunda bajo la metáfora de la experiencia amatoria en La Espada Encendida (1970). Ejemplos hay muchos. Pero lo que quiero decir es que este paisaje leído por tantos es el que me ha traído hoy antes ustedes, y hacia él quiero volver las palabras.

En Punta Arenas solía nevar hace 30 años. La imagen sirve de marco cada vez que recuerdo la pequeña casa de mi abuela en que me crecí con ella, tres tías y un tío. Mi madre y mi padre vivían 300 kilómetros al norte, muy al sur en la Patagonia Argentina. Ambas casas de abuela y padres, contrastaban. Una, pequeña, muy habitada, casi sin libros. La otra amplia, iluminada, obsesivamente ordenada y con una pequeña biblioteca.

Por esos años, mi abuela me dictaba cartas que retrasaban la tierna rudeza de su letra y sus faltas de lenguaje. Mientras mi madre, a 300 kilómetros, leía las novelas del Círculo de lectores de Buenos Aires y sus estantes acumulaban libros de diferente cuño. La imagen que quiero evocar es la de una escritura y una lectura situada: escuchando una voz junto a mí, y otra que encontraba cruzando una pampa vasta de cientos de kilómetros. Voces que reconocía propias, partes de una imagen fragmentada que sólo en la escritura he llegado a comprender.

Crecí en ese Magallanes de nieve y viento, yendo al colegio de la mano de mi abuela, en una escuela donde nos llevaban a saludar a Pinochet cada vez que llegaba a la ciudad. Las letras de canciones AM que escuchaba de niño, los poemas un poco más tarde, y la representación muy pop de aquello de antipoeta y mago que para mí encarnaban Los Prisioneros y Soda Stereo en los 80, se resolvieron  en el taller de la Universidad de Magallanes a comienzos de la década siguiente, cuando Aristóteles España me preguntó: “en el país en que Neruda escribió las Residencias, Humberto Díaz, el Réquiem; Anguita, Venus en el pudridero; Lihn, la pieza oscura, qué vas a escribir tú pendejo?”

El territorio donde acaba y comienza la geografía de nuestro continente, ha sido testigo y protagonista violento de la misma tensión contrapuesta en la pregunta de España, del germen que contrasta la esperanza que cierra la cita de Neruda y la realidad que pesadamente nos ciñe su opuesto. Así también el Magallanes del que trazaré una delgada línea temporal –aunque debieran ser varias, paralelas y circulares-.  

Fines del siglo XVI (1584),  Pedro Sarmiento de Gamboa, a bordo del bajel «Nuestra Señora de  la Esperanza», fundó la “Ciudad del Rey Don Felipe», hoy «Puerto del Hambre». El sitio es testamento mudo del primer enclave español a orillas del Estrecho. Murieron allí 300 colonos que quedaron esperando ese barco: “Nuestra Señora de la Esperanza”. Permítanme la primera digresión del día porque eso era lo que se sabía hasta la última visita del presidente Piñera a Punta Arenas. Cito: “partiendo por la epopeya de Magallanes –aquí se refiere a Hernando de Magallanes- que zarpó de España con más de 240 hombres, en la nao Trinidad y llegó a estas tierras y pasó por muchos momentos difíciles y dramáticos. Por de pronto, la historia de Puerto Hambre, donde dejó a muchos, que posteriormente murieron de hambre.” Para nuestro Presidente no fue Sarmiento de Gamboa, sino Magallanes, Hernando, quien fundó Puerto de Hambre 64 años antes de lo que figura en los registros de la historiografía.  

Retomando: hacia finales de la primera mitad del s. XIX ocurre la toma del Estrecho por parte del Estado Chileno. El exterminio de los pueblos patagónico-fueguinos sucede a fines del s. XIX comienzos del XX. Luego Isla Dawson, antes campo de concentración de indígenas y con el golpe de Estado, campo de concentración de la dictadura pinochetista. Finalmente, un par de imágenes en que me quiero detener:

Uno: pobladores de una toma a orillas del Río de las Minas, en Punta Arenas, son sacados de la toma en 1990 y llevados a una población que 17 años después, y a causa de los altos índices de problemas sociales, es incluida en los programas de intervención social contra la delincuencia, del gobierno de la Concertación.

Dos: el obispo Tomás González Morales, hombre jugado durante la época del terror, a finales de los noventa terminó diciendo que el abuso sexual sufrido por un menor de edad a manos de un cura era responsabilidad de la propia familia del muchacho.

Quiero recordar esas imágenes magallánicas porque en esos ex pobladores de la toma y en ese niño abusado leí el sueño vulnerado, el símbolo de la desilusión de toda una nación que dejó entre comillas “atrás la dictadura” para terminar sitiada, intervenida, penetrada  hasta la garganta.

En La Espada Encendida Neruda puso una pareja quimérica a habitar un territorio vacío después de una suerte de cataclismo. Y vuelvo a ese ejemplo porque también es imagen real del territorio de Magallanes, aunque no haya habido un único cataclismo, ni Magallanes haya quedado alguna vez vacío como dice Neruda. Contrariamente, la imagen del territorio que surge de la línea anterior es la del fragmento y la pluralidad de voces. Allí radican los signos de resistencia presentes en esa tensión que he venido mencionando. Eso es lo que he aprendido a leer desde la poesía de Neruda y desde la poesía chilena y desde la poesía a secas. Y eso es lo que he querido decir desde el comienzo. Es lo primero y he dado una vuelta grande para decirlo porque así fue la vuelta que dí para dar con eso. Y otra vez en el camino me encontré con nuestro anfitrión: “Neruda dijo que usted iba a ser siempre el poeta de Magallanes” –le recuerda Aristóteles España al vate local, José Grimaldi en una entrevista publicada en Revista Impactos a comienzos de los 90- “¿Cómo fue su relación con nuestro Premio Nobel cuando visitaba Punta Arenas?”. Grimaldi cita a Neruda: "Mira, Pepe, te voy a decir una cosa, naturalmente Magallanes va a crecer, van a venir muy buenos poetas que le van a cantar a esta tierra, pero el poeta de Magallanes vas a ser únicamente tú, siempre". Segunda digresión: mi abuela hace poco confirmó el vaticinio nerudiano. Cuando llamó a mi tía para contarle acerca de este premio, le dijo emocionada: Ana María, Christian se ganó el premio Nobel José Grimaldi.

Retomando, más adelante en la misma entrevista, el sempiterno poeta del austro decía que no sabía si Pinochet era un tirano, que lo mismo decían de O’Higgins y que el país estaba lleno de monumentos.

Pero Grimaldi no era el único. Había otros, una serie de personajes muy buenos –y esto literalmente- para bailar arriba de la mesa y hacer candolas y reitimientos y milcaos y caldillos de amanecida. Nada contra aquello, pero quiero decir que eso parecía que era todo. Y eso era, en un comienzo, para mí la poesía magallánica, mis modelos. Al menos es lo que uno de ellos me dijo una noche, bailando, desde arriba de una mesa, en casa de Dinko Pavlov: “pendejo, si tu modelo somos nosotros”. Me costó dar con Cárdenas, el primero de los nacidos en Punta Arenas en ubicar al paisaje dentro del sujeto. Y a ese sujeto en la poesía chilena.

No quise dejar de mencionar ese periplo porque con todo, ese es el paisaje  del que vengo y, con todo, es el que en parte me ha tocado continuar. Si pienso en la poesía de Magallanes, y la imagen es mala, la veo en la poesía chilena como en un espejo de doble faz, porque creo advertir que lo escrito desde allá –pienso en Rolando Cárdenas, Marino Muñoz Lagos, Astrid Fugellie, el mismo España, Juan Pablo Riveros, Juan Mihovilovic, Ramón Díaz, Pedro Paredes, Jaime Bristilo y Oscar Barrientos- ha dejado algo ni pequeño ni grande sino raro, algo así como una arruga, un tic, una espina en no sé qué parte del cuerpo de la poesía chilena.

Vuelvo a la imagen de La Espada encendida. Y a la imagen de Puerto del Hambre. Porque hoy que en el país rapa nui, carabineros, como en los peores tiempos de mi niñez, dispara al rostro y quema banderas impunemente; que en el país mapuche disparan por la espalda impunemente; que en el país patagón la destrucción e inundación de paisajes es inminente, y que en el restaurant Chile se dice impunemente “do it the Chilean way” son esas las imágenes que vuelven a asomar.

“Nuestra Señora de la Esperanza”, el barco que esperaban en Puerto del Hambre, sigue siendo el barco que esperan todos los hijos de las poblaciones y las tomas y los cementerios, y de los lugares que cientos de años antes fueron tomas y poblaciones y cementerios. Aquellos por los que los poetas que me enseñaron a leer y a escribir Magallanes escribieron y siguen escribiendo, para que los hijos de esas tomas y poblaciones tengan el sueño más hermoso despierto y un barco, el barco más hermoso de Chile -ese sí en propiedad y sin ironía- los lleve hasta el sol. Mi barco es el poema. Y es el barco tripulado de esqueletos que por algunas horas apareció en 1913, después de vagar veinte años por los mares australes del mundo, para hundirse al entrar en el Estrecho de Magallanes. Sus velas siguen extendidas y, por naturaleza, dispuestas al naufragio sin que por ello dejen de estar henchidas por el viento panteonero de nuestro sueño. Aún escucho a sus tripulantes. Dicen que cantamos  una canción amarga pero que a fin de cuentas, es una canción de amor. Y esa canción que vamos a cantar a coro ­–me dicen antes de escribir el poema – se canta así:

JUAN MARTÍN, SOLDADO, NATURAL DE ESTEPA

Estos navíos me han devorado la lengua, con su disparo rojo en la cabeza de los mares, en las banderas que sisaron mis nombres y les ahogaron sin piedad entre sus barcos, con una vela quebrada en un oasis marino, con oraciones mortuorias y legiones mortuorias, con la ciencia de la estrella perdida que yo amaba.

Yo era una rama entre los ríos de mi patria, y me vestía con el agua de sus rastros, con el follaje de la brisa perfumada, con la humedad de un cielo de raíces. Y pasaba entre otros con orgullo, con pabellones de hermosas rendidas en la noche y una mirada de fuego entre los labios. Porque se hacía más grande en mí la sangre, más fuerte en cada copa de la aurora, más dura en la montaña de mis ojos, con tranco de guerrero y residencia.  Más no pedía oír y no escuchaba.

Entonces vine a dar con los navíos, por dar un pie enredado en la marea, por dar con otras bocas en los mares y en islas donde el sol se hace mujer.

Yo sería capitán en la derrota, pero un señuelo seco me llamaba, haciendo a mi medida la fosa de la tierra, haciendo un reguero de cenizas y de lágrimas. Yo caminé entre jarcias - mucho antes de ver el fondo de los mares - y levanté el pendón de la batalla y de los besos, y una sustancia de roca corrió en mis venas al entrar en otra sangre: Yo imité los ríos perdiéndose en la mar.

Tan cierta y natural fue mi cobija, que nada mortal me parecía, hasta que vine a dar con los navíos.

Así, me despojaron de mi lengua, la llevaron peces río arriba, en la geografía blanca de su especie,  hasta dar con la boca de la muerte, por donde ahora hablo.

UN NIÑO PIDE ENCONTRAR
LA ESPERANZA

Detrás de la pared de la iglesia
yo pinté el ese barco que yo pido
para Navidad, yo pido cien barcos
entrando en el Puerto antes
que yo sea grande quiero
y también cien barcos de juguete
y un árbol lleno
de cosquillas, de terror.
Pero mejor los barcos y no
más lágrima para mi hermano, ni palabra
de mi madre, sino barcos
ese barco, uno, por favor
te prometo, portarme
bien yo quiero
que los barcos
me lleven hasta el sol.
Muchos más barcos quiero
cien más barcos, mejor
que sean mil.

 

EL NIÑO QUE PIDE ENCONTRAR LA ESPERANZA
EN PUERTO DE HAMBRE
DICE QUE LA ENCONTRÓ EN VILLA ALFREDO LORCA

Yo estaba la casa vieja, jugando la orilla del río, y llegaba señor me decía ahora sí que te va morir, ahora no te escapa sí, y yo sentía muy feliz porque él quería me dar moneda, y moneda era brillante de oro pero parecía, que la moneda era bolsa llena de ojo y estaba toda rota, y con el Claudio iba comprarme yo Poett, y yo se echaba todo la nariz y se Claudio ponía azul, y me daba beso la boca Claudio, le yo decía yo soy y él me seguía da beso, era beso largo, y a mí se me empezaba y yo decía le no porque seguía, porque el Claudio era cabeza del hombre moneda, que me daba tarro y me decía, bájate pantalón y date vuelta, te doy otro y te traigo mañana, te das vuelta te doy tarro todo día, cien más Poett lo día dijo, mil más dijo.


Ch. F.
†20/06/1995

Hijitos, míos perdonen/que me lo haya hecho, que/ ustedes sabían que el papá estaba/ viejito, ustedes/ mismos decían Christian/ estás viejito, tienes/ 35 y estás viejito/ y no crean que no/ los amé, es más, es/ porque los amo aún, más/ que mi sangre que/ se escapa, más/ que la sangre que/ lo hice, no/ quise gritar ayer/ pero quise ser/ otro cada mañana/ a ver si salgo/ en otra planta ahora hijos, a ver/ si alcanzan esa planta antes/ de nacer / y la cortan.

 

Ch. F.
†23/10/2006

Óyeme Señor, en este mundo contaminado de pecados y radiactividad, Tú no culparás tan solo a un poetucho  provinciano, que como todo poetucho provinciano soñó volarse la cabeza, y bla, bla, bla


 

 

 

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La Chascona, 10 de diciembre.
Christian Formoso