Poesía:
El Neruda vacante
Carlos Franz
En Letras Libres, Septiembre
2004
Todo el mundo ha "nerudeado" en este año del centenario
del vate. Exposiciones, números especiales de suplementos periodísticos,
ciclos de conferencias, amontonándose al pie del monumento.
Nuestra probada e hispana oscilación entre el vituperio y el
encomio, sin medias luces, se zanjó en este caso en un festín
del ditirambo. Las loas de la efeméride llegaron a producirme
una indigestión nerudiana. Por mucho que me guste el poeta
del pez, me descubrí
de pronto, en medio del verano, recordando que también este
año cumple noventa, y con salud, el antipoeta Nicanor Parra.
Y lo estuve releyendo y añorando, como un purgante saludable
contra tanto lirismo oficialista.
Una noche, hará unos cinco años, me llamó
Parra por teléfono, desde Las Cruces, su refugio en la costa
central de Chile. Me habló con esa voz inclinada, arrastrada,
ladina, en la que late siempre una arteria de humor y autoironía
(de la que tan poco supo Neruda). "A propóoooosito, Carlos",
me dijo, "te cuento que al fin, cerca de mis noventa, he encontrado
mi seudónimo. Porque tú habrás notado que yo
soy el único poeta chileno sin seudónimo" (aludiendo
a Neruda y a Gabriela Mistral; por supuesto, Nicanor se compara sólo
con nuestros nóbeles). "Ahora bien", continuó,
"si me he demorado tanto en encontrar mi seudónimo, es
porque un antipoeta no puede inventar uno, yo necesitaba encontrar
un nombre real que estuviera vacante, y ocupaaaaaarlo. ¿Me
entiendes? Ahora por fin lo he encontrado, en adelante mi seudónimo
será... Neftalí Reyes". Y se quedó callado,
al otro lado de la línea, acechando mi reacción, acezando
un poco, jadeando, ya fuera por la edad o la maldad juguetona que
acaba de cometer. Neftalí Reyes, el sonoro nombre verdadero
de Neruda, el que dejó "vacante" cuando decidió
ponerse un nombre de pluma, ¡sólo a Nicanor se le podía
ocurrir "ocuparlo"! Paladeado ya mi asombro, Parra agregó:
"Mi próximo libro lo firmaré como Neftalí
Reyes. Y abajo, entre paréntesis y tarjado, dirá: ex
Nicanor Parra".
Neftalí Reyes, ex Nicanor Parra... Cuantas polémicas,
cuantas ton-teorías nos habríamos ahorrado si,
en 1954, hace medio siglo justo (ya que estamos de efemérides,
déjenme agregar ésta), el libro fundamental de Parra,
Poemas y antipoemas, hubiera salido de imprenta con esa firma.
Porque fue también ese mismo año cuando Neruda publicó
sus Odas elementales, su deliberado intento por bajar a la
calle del habla común, por no ser "superior a mi hermano",
como dice en la oda introductoria. Es decir, fue ese año cuando
Neruda intentó lo que Parra hizo mucho mejor. Esforzándose
por ser oral y corriente, Neruda apunta una oda elemental a la cebolla
y le sale una épica cebollenta: "redonda rosa de agua,/
sobre/ la mesa/ de las pobres gentes". Mientras Parra le hace
una "Oda a unas palomas", y le sale esta sabiduría
de la plaza: "Más ridículas son que una escopeta/
O que una rosa llena de piojos". Neruda, tratando de ser normal
y sencillo, sigue solemne y visionario hasta la gangosidad. Mientras
Parra es juguetón, y del común, hasta el absurdo y el
chiste fome, como decimos en Chile.
Recuerdo que esa noche me imaginé a Nicanor, con el teléfono
en la mano, junto al balcón sobre el tormentoso Pacífico
de Las Cruces —equidistante de las tumbas de Neruda, en Isla Negra,
y de Huidobro, en Cartagena—. Lo sospeché riéndose para
callado de su chiste, librando aún su pleito estético
contra Neruda, condenando todavía, a punta de puro humor, "la
poesía de vaca sagrada". Contra la vastedad oceánica
y telúrica del vate que canta a continentes completos, Parra
opuso la nimiedad callejera y extraviada del individuo que no representa
ni tribu, ni nación, sólo "el mundo al revés/
Pero no: la vida no tiene sentido". Compárese con el individuo
nerudiano más sencillito, el de las odas, cuando dice modestamente:
"Yo quiero/ que todos vivan/ en mi vida/ y canten en mi canto..."
La reacción de Parra contra Neruda puede interpretarse como
un caso de esa angustia de las influencias, que teorizó Harold
Bloom. La sombra titánica de Neruda agostó o miniaturizó
generaciones de poetas. Y al mismo tiempo estimuló su espíritu
de emulación y combate. Parra lo tuvo claro bastante pronto,
llamó a Neruda "monstruo" (en sentido peyorativo
y admirativo, al mismo tiempo). Pero agregó que a esos monstruos
"por una parte, hay que eludirlos, y por otra, hay que integrarlos."
Años después, en este centenario nerudiano,
el "artefacto" que me regaló Nicanor por teléfono,
su ocupación del nombre desechado por Neruda, redondea simbólicamente
esa integración que se propuso Parra tantos años
atrás. Neftalí Reyes, el nombre civil de Neruda, corresponde
al poeta que éste no fue: antisolemne, inseguro, autoirónico.
Todo eso que el antipoeta, "ex Nicanor Parra", ni corto
ni perezoso, le "ocupa" de hecho, feliz e impunemente, al
apropiarse de su nombre vacante. Asimismo —y fiel a sus mañas
irrespetuosas—, la broma de Parra resquebraja el solemne monumento
que le hacen a Neruda, recordándonos al Neftalí que
no fue. Una razón más para desearle —en los noventa
que cumple este septiembre— larga vida a Nicanor. -