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C. Faúndez | Autores |








Thomas Bernhard
Drei tage / 6 junio 1970


Selección & transcripción desde el Documental

C. Faúndez

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Y cuando uno escribe un libro, o como yo escribe libros, uno está más solo aún. Es imposible ser inteligible, eso no existe. Ser solitario, estar solo, llegar a ser todavía más solo, más aislado, finalmente uno cambia de escenario en intervalos cada vez más cortos. Uno cree que las ciudades son cada vez más grandes. Las ciudades pequeñas ya no bastan, Viena ya no es suficiente, Londres tampoco es suficiente. Se necesita otro continente. Uno trata de penetrar aquí y allá, las lenguas extranjeras. ¿Bruselas, tal vez? ¿tal vez Roma? Y ahí, uno va por todas partes, uno siempre solo consigo mismo y con su trabajo cada vez más horrible. Uno regresa al campo, uno se recluye en su casa, cierra el portón como yo, a veces uno permanece en clausura durante días enteros y el único deseo, por otra parte y el placer cada vez intenso, es el trabajo. Son las frases, las palabras que las construyen. En el fondo, es como un juego, uno las arma una sobre la otra, es un acto músical; y cuando uno llega a cierta altura, después de cuatro o cinco pisos, uno percibe la totalidad y desbarata todo de nuevo, como un niño. Pero mientras uno piensa que se ha liberado de ello, vuelve a formarse un tumor que uno identifica como una novia, que se forma en alguna parte del cuerpo, y crece sin cesar. En el fondo, un libro no es sino un tumor maligno, un tumor canceroso. Se lo extirpa, sabiendo naturalmente que la metástasis ya ha invadido todo el cuerpo y que ya no hay salvación posible. Esto se vuelve naturalmente cada vez más grave y más fuerte y ya no hay salvación ni vuelta atrás.

La gente antes de mí, mis antepasados, fueron seres maravillosos.

Estudié música, tenía gran facilidad para tocar instrumentos, para hacer música, es decir, para componer. Durante un tiempo, pensé que debería volverme director de orquesta. Estudié musicología y los instrumentos uno tras otro. Pero como me resultaba demasiado fácil lo abandoné todo. Hubiese podido también ser actor o director de teatro o dramaturgo. Hubo una época en que esto me sedujo mucho. Era muy apasionante, actué mucho, sobre todo roles cómicos, hice la puesta en escena. También frecuenté una escuela de comercio. Hubo incluso una época en que pensé que podría ser comerciante, esto me atraía, desarrollarme en esta dirección, y desde muy temprano hasta los 17, 18 años, no odié nada tanto como los libros. Vivía con mi abuelo que escribía y había ahí una biblioteca gigantesca, y el estar siempre con libros, el tener siempre que cruzar la biblioteca, todos los días, bastaban para aterrorizarme. Y probablemente, ¿Por qué empecé a escribir? ¿Por qué escribo libros? Por oposición a mí mismo, súbitamente, porque la resistencia, como ya lo dije, me importa más que todo. Necesitaba justo esta resistencia formidable, y por ello escribo prosa. Tal vez es que, a los 18 años estuve hospitalizado durante un año, postrado en cama y recibí, lo que creo aún se llama los últimos sacramentos. Después en el sanatorio postrado durante meses en las montañas. Era siempre la misma montaña delante de mí. Era una especie de camastro con un cobertor gris, con un cobertor grueso, y pasé ahí el otoño y el invierno a pleno aire, día y noche. Por aburrimiento, no se puede simplemente estar postrado mirando siempre la misma montaña sin hacer nada como he dicho, no me podía mover y empecé con la escritura.

Esta es la verdadera causa y la razón. Y a partir de este aburrimiento y a fuerza de estar solo, frente a esta montaña de dos mil metros que se llama Heukareck, y se yergue sobre Schwarzach. Cuando durante meses y meses uno mira las mismas cosas, y no cambia nada porque mira al norte uno o se vuelve loco o se pone a escribir, yo simplemente tomé el papel y un lápiz, tomé nota, y por la escritura, superé el odio contra los libros, contra la escritura, el lápiz y la pluma y es seguramente ésta la causa de todos los males contra los cuales me tengo que enfrentar ahora. En el fondo solo deseo una cosa, que me dejen en paz. Es mucha pretensión, y con el paso del tiempo, ya no me interesaban los cambios externos. Son siempre los mismos. Que otros se hagan cargo. A mí, solo me interesan mis actos, y puedo ser muy egoísta. Cuando estoy en mi propiedad o en cualquier ciudad, ya sea Bruselas o Viena o Salzburgo, da igual, es como si a mi alrededor todo se esfúmese o se volviese todavía más ridículo de lo que ya es o no es. Esto no tiene para mi ningún sentido y esto no me lleva a ninguna parte, y menos aún a mí mismo.

La relación con la filosofía escrita es la más peligrosa, para mí en particular. A veces, durante horas, días, semanas doy vueltas sin sentidos. No quiero ningún contacto, no quiero nada de eso. Por otra parte, los autores más importantes para mí, son justamente mis mayores adversarios o enemigos es una defensa constante justo en contra de quienes nos tienen cautivados en cuerpo y alma. Es así: uno debe imaginarse que está en el teatro, con la primera página uno abre el telón, aparece el título, (oscuridad) total. Lentamente salen del fondo (del) escenario, de la oscuridad, palabras que lentamente se convierten en acontecimientos externos e internos y se delinean con nitidez, justo por su carácter artificial.

Yo no sé cómo la gente se imagina a un escritor, (pero) cualquier idea que tenga es falsa, con toda certeza. Y en lo que me (concierne) yo no soy un escritor, yo soy alguien que escribe. Por otra parte, uno recibe cartas de Alemania o de otras partes de ciudades de provincia o más grandes, de (radios) o de cierto organizadores de eventos. Uno se presenta, uno es presentado como un poeta trágico, sobrio, y las cosas van tan lejos, que incluso en los discursos, uno es presentado como tal, en trabajos (pseudo-científicos). Entonces dicen: es un autor, un escrito calificado en tal (o) cual categoría y los libros son (sobrios), los personajes son sombríos, el paisaje es sombrío. Entonces el hombre también es sombrío, éste sentado ahora frente a nosotros. Con este tipo de elogios, no queda al final nada más que una especie de masa sombría en traje oscuro. En fin, yo paso de ser un escritor como se dice “serio”, como Béla Bartok pasa por ser un escritor serio, y la reputación se extiende en el fondo es una reputación muy mala. Me siento muy mal con ello. Por otro lado yo no soy naturalmente un autor alegre, ni un narrador de historia, yo odio las historias. Yo soy el típico destructor de historias. En mi trabajo, cuando en alguna parte surgen signos de que se está formando una historia o si (sea) a lo lejos que surge detrás de una colina la insinuación de una historia, la mato de un tiro. Es lo mismo con las frases, me daría casi placer (matar) por adelantado frases enteras que amenacen formarse.

 

 


 






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