La entrada a este libro nos sugiere una película futurista, donde su protagonista —un poeta que maniobra el Oumuamua— escarbará el núcleo de los componentes del universo. Inicialmente el viaje se concreta mediante un carro, suponemos de supermercado, que nos conducirá al centro del mall de la vida.
Una mañana tomamos el carro y salimos en busca del corazón del Whitman Mall. Rencor y deseo, atravesamos montañas sin ver un pueblucho miserable, una parada de buses, un refugio, un alma. Vamos siguiendo el ritmo de una canción amarga y subterránea, el golpe en reversa del corazón de estas cumbres.
El carro es un caleidoscopio que nos engaña la vista entre poemas y relatos alucinantes acercándonos a radiografías caprichosas con luces de neón en medio del desierto y un torbellino de palabras se confunden con la lluvia y el viento en la ventana, mientras una oscura energía —como trama misteriosa— se impone en el ordenador del guionista. El viaje, ahora circular, se sobrecarga de atmósferas asfixiando el aire de los túneles subterráneos y de las avenidas celestiales. Pero algo nos empuja y nos envuelve en la cadena de sus pensamientos inútiles y como migajas nos compactamos para sobrevivir al huracán y llegar algún día, acaso lejano, a la meta de nuestros íntimos deseos.
Sudor de sangre en las hojas. Tres sonidos: árbol, ciervo, viajero. Tres vocales. Trailer difuso del viaje. Puedes llevar la montaña en el pecho, pero aún tendrás que aprender a llegar a ella. A subir al camino a la cima. A escuchar y a mirar en la cima la sima de esos ecos.
Dos voces avanzan hacia el corazón del mall cada cual con su discurso y su estética del paisaje y de los elementos arrojados a la cinta giratoria: montañas, cerros, fantasmas, ciervos, lobos, campos de influencia económica, producto interno bruto, mercado laboral y un largo etcétera de vocablos que se contraponen cayendo cuesta abajo donde la sangre se desparrama a borbotones y alguien gira la llave de la fórmula mágica, para nunca más volver a superficie. Eso es lo que busca el director de este film de terror: una película absurda que, entre elementos kafkianos, se ríe ante nuestros ojos desorbitados y lagañosos mientras el corazón bombea en el barranco. Pero la realidad nos golpea con su rostro más duro al elaborar un informe fuera de foco:
Existen situaciones –las menos– donde los campos de influencia parten con un alto número de relaciones, pierden parte de ellas y finalmente las recuperan. Hay casos que mantienen su influencia con pocas variaciones, otros que retroceden sus campos. L. Summers recomienda más migración de industrias sucias a países menos desarrollados, donde las altas tasas de mortalidad infantil y las bajas expectativas de vida hacen que menos vivan sufriendo sus efectos.
Lo anterior lo asimilamos a una teoría caprichosa que nadie en absoluto se atreve a descifrar. Pero lo más probable sea que nos acostumbremos a tales hipótesis, y de vez en cuando cambiemos la ruta de lectura.
Siempre he creído que los países subpoblados de África no están suficientemente contaminados. La preocupación por un agente patógeno que aumenta de uno a un millón las posibilidades de cáncer será, obviamente, mucho mayor en un país donde la gente vive lo suficiente como para tener cáncer que en un país donde la tasa de muerte de niños menores de cinco años es del 200 por mil.
Políticos, Cristo, Satanás, Diosas y humanos grotescos se desenvuelven en una escenografía hollywoodense a punto de desplomarse. Relatos y poemas zigzagueantes que nos recuerdan algunas escenas del Libro rojo de Jung, en el sentido de las imágenes, el tiempo, el delirio y desplazamiento de los personajes.
Una escena surrealista se manifiesta cuando el protagonista, junto a Divine, se encuentra ante la presencia de Bob Dole y Jack Kemp, gemelos deformes que enseñan dos caminos para llegar al corazón del mall, y como en el Apocalipsis de San Juan, nos vemos enfrentados al designio fatal:
–Oh Satanás que gobierna en el mundo / ciegos perdidos países y gentes / de estos efectos inmundos y abyectos / previene claramente: ruina para el que busca / y solo para el que llama la muerte.
Narrador, orador y poeta se toman de las manos tirando líneas para llegar al centro del mall del infierno y en medio de la oscuridad dibujan escenas luminosas que nos arrastran entre versos tan antiguos como la palabra:
–Qué debiera entender? / Que en tu cuna de sombras / el dinero es la venda
que a la diosa justicia ciega y compra? / Libres mi alma y mi seso / y mi puerta de pagos y de coimas.
–Puertas peores que rejas de infierno / tu gobierno propone / porque las fauces del Hades se mueven /cuando Cristo dispone / pero en tus vicios las puertas se estacan / entre usura y favores. –Yo conozco que escondes / en tu biblia ganzúas / rezos y canciones opuestos a horror. / Por eso opongo con freno y premura / el gobierno de Dios / la política en Cristo de armadura!
El epicentro del corazón del mall se aloja en una página web que, como agujero negro, conserva en secreto la materia oscura que sostiene el universo. En esa red virtual quedan atrapados el protagonista y Divine sumándose otros personajes –Neme, Calavera y Almeja–. El relato se deriva entre ciencia ficción y cuento fantástico, atravesando las posibilidades de la palabra escrita, donde una voz en off desvela la clave del epicentro:
Hay físicos famosos que postulan un universo no de átomos sino de bits. Que han visto la realidad pixelada. Que han llegado al corazón del espaciotiempo. Qué más han visto? Bits y operaciones digitales. Solo bits y operaciones digitales.
De tal manera que Internet es el centro del mall, y junto a sus redes, nos arrastra cual ovejas a la batalla del tiempo del fin.
Ahora salgan! Salgan de la ilusión! Despierten! Sépanlo de una vez! Dr. Internet está muerto! Muerto!
En el capítulo final, “Born in the U.S.A”, la temática continúa su curso a través de poemas cuyos títulos nos sugieren la música pop de los 80. Versos que caen como hojas en las estaciones de un futuro incierto.
Del primero de estos centros comerciales / conservo un espejismo amaestrado / una visión ensayada / una metáfora encendida y despojada / una cascada de luces y de gotas.
Es el desierto de sed de estas formas / en caída que quieren refrescar / la mirada ensayada / de un comprador oscuro de metáforas / de sombras de repasos conjeturas.
Acaso la tragedia sea una de las características de la poesía de Formoso, ya lo vimos en su libro El cementerio más hermoso de Chile (Cuarto Propio, 2013), donde el poeta construye la radiografía de ese lugar que se desplaza entre fosas comunes, tumbas en abandono, pabellones, tomas de terreno, sepulturas expropiadas, cruces, ataúdes y lápidas con letras borrosas y de dudosa procedencia. De paso un aire extraño y pesado invade las páginas de aquel camposanto que viene a nuestro encuentro, poco a poco vamos adentrándonos en sus pasadizos donde parecieran colgar miles de fotografías con cuerpos mutilados. Entre sus hojas resucitan muertos NN, personas de alguna etnia como los kaweskar, obreros, mujeres y niños que, como espíritus errantes, se apoderan de las palabras y versos del poeta.
Un viaje al pasado –al contrario de Walt Whitman Mall– pero con intenciones de una verdad si no absoluta, al menos desgarradora.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Por la ventana del carro entra el contorno de la vida
«Walt Whitman Mall», de Christian Formoso.
Provinciano Editores, 2020, 128 páginas
Por Marco López Aballay
Publicado en WD40, N°6, invierno 2023