"Hiciste la del chilenito: diste la pelea, casi ganaste y volviste con el triunfo moral." La alusión al triunfo moral es una típica ironía chilena, y el destinatario de esta broma fue el escritor Carlos Franz, recién regresado a su país después del anuncio del Premio Planeta de Argentina. Fue segundo (o, como se dice formalmente, primer finalista), detrás de María Esther de Miguel. Pero, premio aparte, El lugar donde estuvo el paraíso es bastante más que una típica ironía chilena o un premio moral. Para los lectores argentinos será la posibilidad de acceder a un escritor que sólo tiene un libro anterior al premiado (el inhallable Santiago Cero, publicado en 1989), y una novela a la que vale la pena asomarse.
Cuentan los lugareños que en Iquitos, esa ciudad fronteriza del Perú cuyo esplendor se debió al caucho, estuvo alguna vez el paraíso. En la novela de Franz, al menos para los personajes que la pueblan, el paraíso ya no está en Iquitos. Una joven de diecinueve años va a buscar a su padre, cónsul de un país que acaba de caer bajo una dictadura. El cónsul es un cincuentón que está a punto de casarse con una hermosa iquiteña, y que además debe lidiar con varios personajes de la diáspora política que sobreviene con el gobierno militar. La hija tiene una equívoca relación con el padre.
Los autores favoritos que nombra Carlos Franz durante esta entrevista no son ingenuos respecto de la novela: Joseph Conrad y Graham Greene. “Me interesa cómo en una clave realista esos escritores someten a sus personajes a situaciones morales límites en paisajes límites, en cielos extranjeros”. La ciudad fronteriza, selvática y desquiciada, se aleja aquí de Macondo para acercarse a El corazón de las tinieblas.
“Me siento completamente separado del realismo mágico, aun cuando me guste muchísimo, como a todos, Cien años de soledad. En mi libro, Iquitos es una ciudad literaria. Tengo miedo de que, cuando la lea algún peruano (más precisamente un iquiteño), diga que es un absurdo”, confiesa Franz con buen humor. Con no menos felicidad, uno de sus personajes —otro tipo perdido en la región y cuyo único contacto con lo urbano son los libros afirma: “Aquí, Conrad sería considerado un escritor costumbrista”.
El hecho de que el protagonista de El lugar donde estuvo el paraíso sea un diplomático errante tiene que ver con la historia personal de Franz. Por esas cosas de la diplomacia, nació en Ginebra en 1959, hijo de un diplomático de Naciones Unidas, y recién a los 12 años recaló en Chile después de haber vivido en diferentes ciudades, incluso cuatro años en Buenos Aires.
“Afuera, yo era el chileno. Cuando llegué a Chile, me trataban como a un extranjero, porque mi idioma no era chileno sino un castellano extraño, con acento argentino y español”, recuerda ahora. “Yo aprendí a hablar primero en francés, por un criterio de mi padre de que era bueno manejar primero esa lengua, pero tenía un aya española. La patria prometida sobre la que había oído hablar tanto en familia no era mi lugar tampoco. Yo sentía que a los quince años hablaba un idioma de nadie. No entendía los giros y los modismos de mis compañeros. Tal vez ahí, en esa fractura con la lengua hablada, pueda rastrearse mi origen como escritor.
—¿Entonces por qué estudiar derecho?
—Fue una cuestión familiar. Querían que estudiara algo que me diera un soporte económico, porque no creían para nada que se pudiera hacer dinero con los libros, como yo tampoco lo creía. Estoy hablándote del año 1975, ya en plena dictadura. Había un paisaje de tal desesperanza que nadie podía pensar en un destino como artista. Estudié derecho con mucho conflicto, pero curiosamente cuando terminé y ejercí como abogado (durante cuatro años) me reconcilié con eso. ¿Sabés por qué? Porque me dio de comer, me hizo independiente y pagó mis cuentas, incluso el crédito que había contraído para poder estudiar.
De todas maneras, la lentitud para escribir y publicar no tuvo tanto que ver con las Ciencias Jurídicas y Sociales (como llaman los chilenos a la carrera de Derecho) sino con otras dificultades. “Me cuesta decir: yo escribo”, dice Franz. “Creo que tengo umbrales de exigencia que tal vez están distorsionados. Hace siete años publiqué Santiago Cero, un proyecto que inicialmente iba a ser corto y sencillo pero que, a los tres años, se me había vuelto una maraña. Recuerdo que me había puesto unos papelitos frente al escritorio que decían: “No estoy escribiendo Cien años de soledad. No estoy escribiendo En busca del tiempo perdido”. Se me pelaron los alambres. Intentaba hacer Rayuela, pero sin la racionalidad de Rayuela”.
Con la publicación de su primera novela vino la bendición del pope de la crítica literaria chilena, Ignacio Valente (de El Mercurio), y un largo silencio, que se prolongó hasta ahora. Curiosamente, en la actualidad trabaja en una esfera pública y notoria de la literatura de su país: es el responsable de la Feria del Libro de Santiago. Pero afirma que no quiere mezclar los tantos. “Para un escritor hay un divorcio que es muy importante mantener: la separación entre lo que es libro y lo que es literatura, lo que es creación y lo que es intercambio editorial. Yo conozco los problemas de falta de conocimiento entre los autores de países latinoamericanos, pero no creo que los autores debamos proponer soluciones. No hay que confundir los roles”.
Como la mayoría de sus contemporáneos (Alberto Fuguet, Arturo Fontaine Talavera, Gonzalo Contreras), Franz fue discípulo de José Donoso. “La noche del Premio Planeta dediqué la condición de primer finalista a Pepe Donoso, que acaba de morir. Estuve tres años en su taller literario y fue muy importante para mí. Sería largo de explicar la influencia directa de Donoso sobre mí. Yo diría que conocer a Donoso fue acceder al testimonio de un escritor ciento por ciento.”
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Por Claudio Zeiger
Publicado en Página/12, 15 de noviembre de 1996