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Óscar Hahn, poeta chino

Por Carlos Franz
La Segunda, Sábado 16 de mayo de 2015

 


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Una amiga y gran crítica literaria española me embromó una vez, preguntándome:

–¿Por qué hay tantos poetas chinos en Chile?

–¿Cómo que tantos? No conozco ninguno –repuse yo, sorprendido.

–Claro que los hay –insistió la crítica, con una sonrisa pícara–: Tenéis a Lin, a Chop y a Han.

Por fin caí. Los germánicos apellidos de los poetas Enrique Lihn, Federico Schopf y Óscar Hahn suenan como dinastías del celeste imperio –sobre todo cuando los pronunciamos a la manera chilena, comiéndonos alguna consonante.

Es sólo un chiste. Pero sugerente e inquietante. Porque no vamos a negar que ahora más que antes el grueso público trata a los poetas como si fueran chinos: descendientes de una tradición muy antigua y venerable, pero en la práctica gente rara e incomprensible.

El caso de Óscar Hahn puede ser emblemático. Pese al Premio Nacional de Literatura que se le otorgó con mucha justicia en 2012, el público no conoce a este gran poeta tanto como debería. Asimismo, su estilo inimitable (mezcla de tradición y experimentación) confunde a algunos en las nuevas generaciones poéticas, acostumbrados a herencias más obvias como las de Neruda o Parra.

Hahn no se inmuta. Y persiste. Su libro más reciente es "Los espejos comunicantes" (Editorial Visor, 2015), ganador del Premio Fundación Loewe de poesía, en España. En él encontramos algunas claves que acaso expliquen por qué Óscar Hahn es un "chino" entre nosotros:

"Llamas que nadan en el agua viva/ Agua que baila en medio de las llamas/ Calor líquido y frío incandescente/ Rodeado de contrarios vive el hombre/ Conceptos enemigos que son uno […]/ Duerme el agua en los brazos del fuego/ Mece el fuego la cuna del agua./ Agua y fuego: pareja original/ de donde fluye el ser/ como quien dice la vida y la muerte/ Como quien dice el hombre y la mujer".

El poema se comporta como un espejo. Los elementos contrarios e irreconciliables se reflejan el uno en el otro. En los primeros versos ese reflejo muestra al agua y al fuego luchando por imponer su imagen sobre su "concepto enemigo": llamas que nadan, agua que baila. Luego esa lucha se convierte en reposo y cuna. Los contrarios se resuelven en "uno", en el "ser". Para enseguida separarse nuevamente: en hombre y mujer; en vida y muerte.

Es difícil concebir una síntesis más clara de las ideas de Heráclito (aunque "oscuro" éste puede aclararse). Es la doctrina de los contrarios que oponiéndose sin embargo fluyen en un eterno devenir. Esta doctrina metafísica encarna en el poema: en el baile de sus imágenes, en su composición musical, y sobre todo en su tensión erótica. El fuego y el agua mirándose, abrazándose, fundiéndose, engendrando (el ser), reposando, separándose…

Ese poema reciente de Hahn no es una anomalía en su obra. A lo largo de casi cincuenta años, su poesía se ha caracterizado por ser a menudo metafísica y carnal a un tiempo. El vaivén rítmico de sus versos y la composición en forma de vasos comunicantes (como un reloj de arena) representan esa oscilación entre lo intangible y lo físico, entre tiempo y materia, en la que se debate la vida humana. Lograr representar ese vaivén ya es difícil. Pero más decisiva es la capacidad de Hahn de detener esta oscilación para dejar al lector atrapado en el umbral entre ambos mundos. Allí, en ese tiempo sin tiempo, en ese espacio sin espacio, en la imagen sin espesor de un reflejo cualquiera, es donde Óscar Hahn se halla y nos halla.

En los poemas de Los espejos comunicantes hay seres cautivos en un retrato fotográfico, en una pantalla de cine, en el sueño de alguien que vio a un pianista que vio a un fantasma que es el soñador. En todas esas láminas impalpables el lector atento podrá verse, mirándose:

"Los poemas son destellos/ en un espejo roto […] Restaurado el espejo/ reflejará tu vida verdadera/ esa que aún no tienes/ esa que por ahora/ apenas parpadea/ en los imperceptibles destellos del poema".

Fuera de broma, en la poesía de Óscar Hahn hay a veces un aire oriental; o ese aire que los occidentales poco familiarizados con Catay y Cipango asociamos con lo oriental. Hahn tiene ese talento de los dibujantes chinos o japoneses capaces de atrapar lo difuso y lo inmaterial con cuatro concisos pero robustos trazos de tinta negra. Hahn es capaz de hacer palpable, visible y audible, lo abstracto. Y al hacerlo, no sólo nos hace sentir, también nos hace pensar.

En el siglo XVIII, el Dr. Johnson llamó peyorativamente "poetas metafísicos" a aquellos que como John Donne, filosofaban en un poema. El gran lexicógrafo, racionalista y pragmático, creía que la poesía debía ser ante todo sensible y desconfiaba de los versos que suscitan ideas. Es posible que, por análogas y trasnochadas razones de estrechez pragmática, algunos en estas ínsulas remotas y orgullosas consideren a Hahn un vate extraño, anómalo e inclasificable en nuestra tradición. Un poeta que, además de sentir, piensa y hace pensar. En suma, un poeta chino. Si así fuera yo digo: ¡Viva China!



 



 

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