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Juan Mauricio Rugendas

 

Tumbas perdidas

Por Carlos Franz
La Segunda, Sábado 21 de Noviembre de 2015




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¿De dónde brota la idea de una novela? ¿Y de dónde sale luego la motivación para escribir durante años una ficción que a nadie le urge, excepto a su autor? Me hacen estas preguntas con motivo de la aparición de mi novela reciente: Si te vieras con mis ojos. Ensayo unas respuestas.

Encontré la idea de esa novela en una historia verdadera. El pintor viajero Johann Moritz Rugendas —a quien su amante chilena apodaría "Moro"— llegó a Valparaíso en 1834. Llevaba tres años pintando en tierras americanas y a Chile venía sólo por unas semanas. Le habían aconsejado que no fuera al Cono Sur porque allí no encontraría nada atractivo para su arte. Sin embargo, Rugendas vino y encontró atractivos que lo atascaron en estas tierras ¡durante ocho años! La atracción mayor fue una mujer casada.

Carmen Arriagada tenía veintisiete años cuando conoció a su "Moro" que tenía treinta y tres. Ella llevaba una década casada con un hombre mucho mayor, un héroe de la Independencia que cojeaba a consecuencias de sus heridas en la batalla de Ayacucho. Carmen tenía una inteligencia y una cultura excepcionales, una gran sensibilidad y mucho carácter. Pero estaba atrapada en un matrimonio insatisfactorio.

Dos seres inquietos: una mujer insatisfecha y un pintor viajero, ambos románticos. No se requería más para que se declarara un incendio pasional. Un incendio que inflamó mi imaginación desde que supe de él.

Hace más de veinte años leí, conmovido, las apasionadas cartas de Carmen a Rugendas. Encontré en ellas los elementos para una novela de amor tan vieja, tan actual, tan del futuro como el amor mismo. También por eso era una novela difícil de narrar sin caer en los convencionalismos del "género romántico". En caso de escribirla tendría que usar esas convenciones irónicamente, e introducir algún factor que rompiera el estereotipo cursi del triángulo amoroso. ¿Pero cual?

Charles Darwin llegó a Valparaíso casi al mismo tiempo que Rugendas. El joven naturalista inglés, que estudiaba Teología en Cambridge, era muy diferente al artista romántico alemán. Darwin era un racionalista ingenuo, pragmático, puritano y probablemente virgen. En otras palabras, este "novicio" era un candidato perfecto para imaginar una perversión: él se encargaría de romper ese triángulo amoroso de Carmen, su marido y Rugendas, ¡elevándolo al cuadrado!

Darwin llegaba para ser el elemento desequilibrante que rompe las formas estereotipadas, creando la variante imprevista que distingue a un novelón rosa de una verdadera novela.

¿Y la motivación para escribir esta novela? ¿De dónde sale el impulso para emplearse durante años en algo irreal, en una ficción?

Puede que todos los novelistas seamos un poco románticos. Al fin y al cabo, este es un oficio de soñadores. Sin embargo, advierto que, en este caso, mi respuesta sincera a esas preguntas será muy romántica. Ese cuadrado amoroso —la mujer, el marido, el amante y el rival del amante— me tentó con oportunidades dramáticas, eróticas, intelectuales e incluso humorísticas (sólo ama de verdad quien se atreve al ridículo). Pero mi motivación profunda para escribir una novela sobre aquel amor imposible, frustrado hace más de un siglo y medio, fue —lo confieso— darles una segunda oportunidad a esos amantes separados.

Esos enamorados desunidos se encuentran de nuevo en esta ficción. En ella "realizan" en parte lo que la realidad les prohibió, ensayan a vivir lo que se frustró, recorren algunos caminos que encontraron bloqueados. Aunque al final también en mi ficción los amantes vuelvan a separarse —porque en rigor la vida no tiene un final feliz— al menos la novela les habrá dado esa segunda oportunidad que muy rara vez o nunca nos da la realidad (ya advertí que esta sería una respuesta muy romántica).

El Rugendas real murió en 1858, a los cincuenta y cinco años, casi solo, desilusionado y olvidado. Pero guardó hasta su muerte todas las cartas de Carmen, más de un centenar. Su tumba en Wilhem am Teck, Alemania, nunca ha sido localizada.

Carmen, la Carmen real, murió centenaria, ya iniciado el siglo XX, casi cincuenta años después de que su amante y su marido fallecieran. Al morir era tan pobre que vivía de allegada en casa de una amiga. La enterraron en Talca, pero no junto a su marido. Primero la pusieron en un nicho temporal y luego, cuando nadie pagó la renovación de esa sepultura, y ya que no le quedaban parientes vivos, sus huesos fueron arrojados a una fosa común.

Las tumbas de Carmen y su Moro se perdieron. En la realidad hasta las tumbas se pierden. Pero en la ficción los amantes pueden mirarse de nuevo.



 



 

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Tumbas perdidas.
Por Carlos Franz.
La Segunda, Sábado 21 de Noviembre de 2015