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Conversadores
Por Carlos Franz
Publicado en La Segunda. 25 de Mayo de 2019
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Encuentro en mi biblioteca un libro que compré en 1978. El joven de diecinueve años que fui tuvo esa cortesía hacia el hombre maduro y olvidadizo que soy. Hace cuarenta años, él firmó y fechó la primera página de ese volumen para que ahora yo pudiera recordar cuándo lo adquirí. El libro se llama “Diálogo con Borges”. En él, Victoria Ocampo entrevista a Jorge Luis Borges con el pretexto de revisar unas fotografías.
Releo ese libro y noto que esa conversación ocurrió en la casa de Victoria Ocampo, en San Isidro, al norte de Buenos Aires. Hace tiempo visité esa mansión que ahora es una casa-museo. La villa decimonónica, de un color arcilla desvaído, se conserva como la dejó su dueña. La sala de música con su piano de cola en el que tocaron Stravinsky, Rubinstein, García Lorca; una biblioteca con casi doce mil libros, muchos en los idiomas que ella dominaba y traducía: francés, inglés e italiano; el parque con su gran fuente y unos gansos perezosos.
Tras heredar esa casa, Victoria Ocampo la abrió a sus amigos intelectuales y artistas. En Villa Ocampo alojaron escritores venidos de medio mundo: Albert Camus, Graham Greene, Gabriela Mistral, María de Maeztu. Roger Caillois se quedó ahí cuatro años (claro que ese crítico francés, dos décadas menor que la dueña de casa, era un “amigo con ventajas”).
Victoria Ocampo fue escritora, traductora y editora. La revista Sur, que fundó en 1931 y que se publicó durante sesenta años, encargó y tradujo obras de grandes autores internacionales A cambio de ese servicio el penoso nacionalismo cultural hispanoamericano tachó a Ocampo de “extranjerizante”.
Acusación injusta porque la traducción es un puente ancho y generoso, de doble vía. La revista Sur publicó a muchos extranjeros, pero también facilitó la internacionalización de la literatura argentina y latinoamericana. Sur desbrozó el camino que después recorrería el boom narrativo de los sesenta en Europa. Incluso los amoríos de Ocampo ayudaron a esa “exportación”: Roger Caillois tradujo a Borges y lo publicó en Gallimard, en 1953, iniciando el reconocimiento mundial de sus obras.
Victoria Ocampo escribió una autobiografía en seis volúmenes y numerosos ensayos recogidos en siete tomos. En sus memorias, a menudo, Ocampo se desnuda: “Contra esa roca viva que es un cuerpo (así sea de sensible), yo, ola de pasión, rompía…”. Lírica y gráfica descripción de lo que en Chile llamamos un “atraque”.
Un poco de machismo y otro poco de clasismo inverso complotaron para negarle todo mérito a los escritos de Ocampo. ¿Cómo admitir que una millonaria sofisticada, amiga de celebridades mundiales (Tagore, Woolf, Lacan, Le Corbusier) más encima tuviera algo propio e ingenioso que decir?
Sin embargo, el innegable esnobismo de Victoria Ocampo no excluyó la buena prosa, la inteligencia y el compromiso político. Victoria Ocampo fue una líder feminista combativa y fecunda. Ahora que un nuevo feminismo coincide con la “literatura del yo” en boga, es posible que su obra se revalorice. Beatriz Sarlo ha reconocido que “la obra escrita de Victoria Ocampo […] resulta interesante por su detallismo y su colorido”.
En la Villa Ocampo me distrajo el cacareo de una visita guiada. Para huir de ese grupo me refugié en el estudio de la escritora. Puede que allí conversaran Borges y ella, durante esa entrevista realizada cerca del final de sus vidas.
Borges recelaba de Ocampo. La encontraba mandona. Ella lo encontraba a él “empacado”, demasiado formal. Sin embargo, se respetaban. En aquel diálogo, Borges celebró que la revista Sur demostrara una “generosa curiosidad por lo que ocurre no solo aquí, sino en cualquier lugar del planeta. La modestia de nuestra tradición nos obliga a ser menos provincianos que los europeos”.
Mediante esa astucia, Borges convertía el orgulloso cosmopolitismo de Victoria Ocampo y de su grupo en un fruto de la modestia. A la vez, sugería que la curiosidad intelectual puede despertarse en las periferias y amodorrarse en los centros culturales. Estas ideas “contraintuitivas” aún podrían servirnos en los debates de la actual globalización. Hoy, la manía de creernos todos centrales reanima nacionalismos que amenazan transformarnos a todos en provincianos ensimismados.
Entre los géneros literarios, el menos reconocido es la conversación. De viva voz o por escrito, este fue el género en el que triunfó Victoria Ocampo. Ella y la revista Sur fueron conversadores eximios: combatieron el provincianismo alentando conversaciones entre tradición y modernidad, entre locales y extranjeros, entre periféricos y centrales.
Ahora que un exceso de trasmisiones mata las conversaciones, Sur y Ocampo parecen incluso más necesarios que antes