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Carlos Franz, entre el amor y la pasión
"Si te vieras con mis ojos", Alfaguara, Santiago, 2015, 376 páginas

Por María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 1 de Noviembre de 2015


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Hace unos veinte años, su madre, la actriz Miriam Thorud, le regaló a Carlos Franz (Ginebra, 1959) su vieja edición de la biografía de Rugendas, de Tomás Lago. Franz supo entonces que había encontrado el argumento que andaba buscando, y la distancia para tratarlo. "Siempre quise escribir una novela sobre la pasión y el amor, como cosas distintas e incluso opuestas —explica—. El amor clandestino de Carmen (Arriagada) y (Mauricio) Rugendas me proporcionaba el escenario lejano y los disfraces perfectos para contar, también 'clandestinamente', una historia sobre ese dilema". Pero tendría que pasar más tiempo para que finalmente, en 2012, escribiera el primer borrador. "Me faltaba un tercero en discordia; el marido de Carmen no servía, era muy aburrido. Años después se me ocurrió que ese podía ser Darwin, que coincidió en Valparaíso con el pintor".

Así dio vida a su quinta novela, Si te vieras con mis ojos (Alfaguara), con la que una vez más se distancia de su producción anterior para explorar nuevos derroteros. Y a su propio ritmo, como lo ha hecho desde la publicación de Santiago cero, en 1989. Pese al éxito de esa novela y al propicio ambiente editorial de inicios de los años noventa, recién en 1996 dio a conocer El lugar donde estuvo el paraíso. Más tarde vendrían El desierto (2005) y Almuerzo de vampiros (2007), y los cuentos de La prisionera (2008).

"Cada novela tiene su ambición", señala, devolviéndole su significado positivo a esta manida y desprestigiada palabra. Como académico de la lengua y escritor ambicioso, sabe que para conseguir esos objetivos que parecen imposibles se necesita determinación, esfuerzo, constancia. "Necesité aprender más de mí mismo y del oficio literario y del mundo, antes de abordar la escritura", afirma. Y detalla: "Por ejemplo, tuve que aprender a mirar la naturaleza y sus paisajes de otro modo. Y para hacer retratos y paisajes literarios tuve que recuperar técnicas descriptivas que en la narrativa contemporánea se usan menos y que por eso han decaído mucho. Pero ya que esta novela quería verla con los ojos de un pintor realista y un científico naturalista, estas técnicas representativas eran esenciales".

Es primera vez que Carlos Franz sitúa una novela en un pasado lejano. Y a pesar de tratarse de un momento histórico muy concreto —1834 en Chile, con pasajes intercalados de la visita de Rugendas a la casa de Darwin en Inglaterra, en 1854— y con personajes que existieron, no puso límites a su imaginación, que por momentos resulta desopilante.

—Las novelas tienen "licencia para mentir". Sobre todo, porque esta no es una novela histórica. En Si te vieras con mis ojos, lo histórico está al servicio de la ficción, y no al revés. Aquí la historia del período y de esas personas es apenas el telón de fondo para un relato imaginario. Porque mayormente el libro es una exploración de lo que no fue, de las posibilidades que la realidad negó. En mi novela los personajes pueden hacer lo que la vida les prohibió. Esa es una gran libertad de la literatura.

¿Se rió escribiendo algunos pasajes? ¿Qué valor le da al humor y la ironía?
—Sí, me reí mucho y sonreí a menudo. La ironía es inseparable del romanticismo y por eso tiene su sitio en la novela. Como también lo tiene el humor. La risa suele ser la herencia inesperada del amor apasionado y sus excesos. Algunas cosas que hacemos cuando estamos enamorados luego nos provocan una carcajada nerviosa. Sin embargo, la enorme seriedad de los amantes puede merecer una sonrisa, pero no una burla. En la novela, Carmen piensa así: el amor puede parecernos mentira cuando dejamos de sentirlo, pero no diríamos la verdad si afirmáramos que fue mentira mientras lo vivíamos.

Desde su título, Si te vieras con mis ojos alude al desdoblamiento que le permite a Carmen narrar los hechos desde el futuro de su vejez. "Ese mecanismo narrativo es una apuesta estética que une la forma con el contenido del libro —señala Franz—. Porque la enamorada quisiera que su amado se viera como ella lo ve, quizás con la esperanza de que él llegue a parecerse más a esa imagen. Y a su vez, ella quisiera saber lo que él vio en ella".

Conseguir esa mirada fue uno de sus mayores desafíos. "Imaginar lo que una mujer imagina acerca de su amante fue lo más difícil. Pero también lo fue representar la mirada del pintor. El protagonista principal es un artista romántico obligado a trabajar como pintor científico. Humboldt le encarga que viaje por América registrando sus paisajes. Pero Rugendas, mi Rugendas, se rebela. Él quiere ser un pintor de la sensibilidad y no de la realidad, dice. De allí surge, en parte, un conflicto entre el corazón y los ojos del pintor. Se abre un abismo entre su sensibilidad romántica y la exactitud despiadada con que observa la naturaleza y el amor. Representar eso fue complejo".

¿Pudo haber sido esta Carmen tan liberal e impetuosa en esa época?
—No me interesa la verosimilitud histórica. Pero para mentir con más propiedad sobre la historia investigué bastante acerca del período y estos personajes. Sin duda, no solo Carmen sino que muchas mujeres de ese tiempo eran tanto o más impetuosas y liberales que los hombres. Lo que ocurre es que la historia oficial tendió a borrar sus huellas para tapar el "escándalo". Pero quedaron pistas. Además, hay que recordar que hablamos del período romántico con su culto del exceso.

¿Le interesaba ahondar en el conflicto entre el amor-pasión y el amor-institución?
— Ese es uno de los temas principales. Se trata de uno de los nudos centrales del conflicto amoroso y de la literatura sobre él desde siempre. En la poesía de los trovadores provenzales, por ejemplo, el "amor cortés" nacía de la imposibilidad de consumarlo o continuarlo, ya que era por definición adúltero. La maravilla es que estos poetas encontraron la forma de sublimar esa ansiedad convirtiéndola en arte y al mismo tiempo lograban que la pasión se mantuviera eterna.

En la novela, Rugendas y Darwin debaten acerca de la naturaleza del amor. ¿Fue una manera de explorar ese tema?
— No del todo. Ese debate ocurre en un "salón filosófico" algo absurdo, pero muy propio de la época. En él los dos enamorados de Carmen luchan intelectualmente por la mujer que aman, tal como después lo harán sentimentalmente y hasta físicamente. Claro que es un debate irónico. Rugendas, que es un don Juan, defiende sin embargo un amor de ideales platónicos. Mientras que Darwin, que es virgen, afirma que el amor es solo un engaño que nos hace la naturaleza para incitarnos a reproducirnos. Después, las peripecias de la novela obligarán a estos personajes a cambiar papeles y entonces verán el mismo tema con los ojos del otro. Es una manifestación más del juego de miradas cruzadas que menciona el título.

Los dos encarnan también la oposición entre la racionalidad de la ciencia y la pasión del arte, ¿ha variado su aproximación a estos extremos?
—Claro, pero es que el péndulo entre razón y pasión oscila todo el tiempo. El romanticismo de Rugendas es fascinante, porque ese movimiento fue una reacción artística, y también filosófica y política, contra los excesos de la razón ilustrada. Durante unas décadas del siglo XIX pareció que el romanticismo predominaba, pero entonces la razón contragolpeó mediante el positivismo científico. Y así sucesivamente. A mí me pareció muy divertido imaginar que uno de los grandes combates en esa polémica podría haber ocurrido en Chile, entre un destacado artista alemán y un genio científico inglés, ¡y todo por una mujer chilena!

"Pero más en serio —dice Franz— esa batalla de ideas sigue vigente". Y explica: "Por ejemplo, cuando en la novela escribo sobre un pintor paisajista romántico y su angustiosa percepción de lo sublime en la naturaleza, también estoy aludiendo a nuestra presente angustia ecológica. Los románticos fueron los primeros en intuir que la ciencia y su brazo armado, la técnica, amenazaban la belleza del mundo. Los poetas y artistas sospecharon antes lo que ahora sufrimos. Ellos vieron que la solución científica de los misterios naturales, con todas sus bondades, podría acarrear la destrucción del equilibrio natural".

"Viajo y pinto. Pero no llego nunca. Y lo más hermoso no soy capaz de pintarlo", dice Rugendas en la novela. "Creo que esa frase podría definir a cualquier artista o escritor. Uno siempre quiere expresar más que lo que logra. La obra publicada o expuesta es solo el borrador de la obra ideal que soñamos", asume Franz.

¿Y "cómo se pinta (escribe) la pasión"?
—Es bien difícil. Porque la pasión y el kitsch van de la mano. En la representación del sexo, ya sea escrita, pintada, etcétera, el borde que separa al arte de la pornografía es sutil, sinuoso y a veces desaparece. Pero hay que acercarse a esa zona, porque la pasión es, justamente, un "desborde". El pintor y Carmen, como narradora, se atreven a pintar o narrar sus desbordes porque saben que quien teme al ridículo nunca se acerca a lo sublime. Neruda escribió: "El que huye del mal gusto cae en el hielo".

El amor y la pasión le permiten a Franz incorporar incluso el género de aventuras en algunos pasajes de la novela, por ejemplo, cuando Rugendas y Darwin se enfrentan en el Aconcagua. "Fue muy entretenido —dice Franz—. Gocé como si yo viviera esas aventuras también. Además, esos viajes al galope e intentos por llegar a la cumbre de una montaña y las caídas a un abismo real o alucinado, son una versión geográfica de la pasión amorosa".

¿Es siempre la posibilidad de una nueva exploración lo que motiva su escritura?
—Supongo que me gustan los desafíos y explorar en lo desconocido. Por eso cambio de temas y procedimientos. Es una búsqueda lenta y trabajosa, que me obliga a un reaprendizaje constante. Pero si no lo hiciera me aburriría y sentiría que me estoy copiando a mí mismo. Si fuera cineasta me gustaría más parecerme a Kubrick, con su diversidad de registros, que a Fellini con su identidad estilística, por mencionar a dos grandes que admiro. Además, pienso que la identidad fluctuante, la heterogeneidad no solo colectiva sino que incluso en lo personal, es un rasgo de esta era posutópica. Hoy el artista puede ser muchos artistas y así producir obras discontinuas entre sí que representan mejor la diversidad movediza y caleidoscópica del mundo contemporáneo. La pretensión de crear una obra literaria uniforme, hija de un autor siempre igual a sí mismo, me parece tediosa. Para uniformes, el ejército. Los escritores somos, o deberíamos ser, libres.

¿Son menos libres los escritores de hoy, sometidos a las reglas del mercado?
—Prefiero poner estas cosas en perspectivas largas. Los escritores antiguos que dependían de un mecenas sufrían humillaciones. Los que hoy día dependen de subvenciones del Estado también se frustran a menudo. Y los que se ponen al servicio del mercado, las tendencias y la moda, reciben su merecido: plata y fama, pero poco prestigio. Sin embargo, no estamos obligados a elegir entre esos tres extremos o suicidarnos. En el puente Carlos, de Praga, hay la estatua de un santo que venció al demonio, lo unció a su arado y lo puso a trabajar para él. Me gustaría seguir ese ejemplo: intentar que los demonios trabajen para uno, en lugar de servirlos a ellos.



 



 

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