El laberinto del señor de las moscas:
Presentación en público del “En el regazo de Belcebú” de Cristian Geisse Navarro
Por Profesor Zoronka
.. .. .. .. .. .. . ..
1. La confusión:
Para entender este libro hay que tener un bicho metido adentro. Uno de esos bichos que te hacen hervir la sangre. O uno de esos virus que te marean y te hinchan el cerebro. Hay que pararse en la entrada del laberinto y enfrentarte al señor de las moscas, tratar de cruzar y ver qué chucha hay del otro lado. Tuve que meterme unos cuantos bicharracos dentro para escribir este modesto texto, dícese de algo para la mente y algo para el hígado. Así es la cosa, bueno y sano no hay muchas posibilidades de encontrarse al Rey Carmesí.
Ver la muerte, aunque sea alguna pequeña muerte, esa que no te quita la vida entera pero sí un trocito, unos cuantos días menos.
He querido encontrar un título sinónimo para este libro, algo así como En el vientre de la muerte, o En las alas de las moscas.
En la mitología cristiana se suele homologar a Belcebú con Satanás y con Lucifer, siendo que podrían ser tres diferentes manifestaciones del mal. Demonizado por los hebreos, que solían desde entonces diabolizar toda deidad que no permaneciera a su panteón. Ahí está El triunvirato del infierno. Geisse no escoge al azar el regazo de Belcebú. Baal Sebaoth –Dios de los ejércitos, para los filisteos, una divinidad que dejaba carne pudriéndose y un hervidero de moscas. Ya sea en un campo de batalla, en la sombra de un templo o en el interior de un individuo, se me antoja pensar con respecto a estos cuentos.
Moscas, larvas, virus, coliformes fecales, hedor, pobreza, aridez, hambruna, aborígenes masacrados, capitalismo despiadado. Infierno, que simplemente significa subterráneo. Sepulturas. Piras. Incendios purificadores.
Tonariles, Ñache, Yerba loca, Vino, Dinero y Amor.
Me confundo y me pierdo. Ahí está la muerte, no la mía ni la de ustedes. La muerte de algo, de un momento, de una hormiga. La muerte de una esperanza o de una relación amorosa. La muerte celular o de un dios. La muerte que todo lo nutre. Un ciclo cumplido.
Es difícil ver el camino correcto entre tanto para elegir. Pero ahí está siempre ese aleteo que te despierta de noche y te deja insomne, tratando de averiguar si es una mosca o un zancudo, un fantasma o el mismo diablo.
Hora de espabilar.
2. En el regazo de Belcebú:
Libro conformado por seis cuentos, del autor vicuñense Cristian Geisse Navarro. Publicado por Ediciones Perro de Puerto en el año 2011, 142 páginas, buen papel, letra chiquita eso sí.
En la portada lleva un dibujo del mismo Geisse, un autorretrato, o una visión de sí mismo transformado en el cachúo. Es una excelente caricatura, echándose al gaznate todo lo que se llama chuica. Con esa sonrisa demoníaca clásica de los relatos orales, con dientes de oro deformes, de viejo ancestral. De terno el patúo. En un pedestal, en las llamas del averno. Buena cosa.
Los personajes del interior del libro son, como bien indica Mario Verdugo en la contratapa de la publicación, “Reacios a la conducta virtuosa que demanda el ethos capitalista […] se adentran por los subterráneos de la cultura y la vida cotidiana, y de tal exploración suelen volver alucinados, descompuestos, medio muertos.” Todos los personajes que protagonizan estos cuentos son almas en desasosiego, personas que buscan quiénes son en las alternativas más extremas. Personajes que no dudan en irse al chancho para poder ver más allá de lo posible. Veamos el caso del punk que protagoniza y narra el primer cuento titulado El Duende:
“Con el Duende a mí me han pasado muchas cosas, tal vez demasiadas. Algunas de ellas quisiera olvidarlas para siempre. La mayoría en realidad […] Flash uno: Duende peleando contra toda una fiesta de matrimonio. Flash dos: Duende robándole los zapatos a un mendigo. Flash tres: un mendigo robándole a él los zapatos. Flash cuatro: Duende durmiendo con una jauría de perros, meado. Flash cinco: Duende ahogándose en el vómito.”
Y luego, fíjense en este encuentro:
“[…] De pronto sale con un ¿Compañero, se tomaría un trago? Sí, claro, le dije yo, pero acá en este bus de adónde. ¿Y cuál es el problema? Y va y saca el maletín, lo abre y pela un pack de latas, pst, pst, y glugluglu. Rico, cervezas heladitas, recién compradas en la botillería. A esas alturas ya habíamos salido de Antofagasta, nos habían pedido los pasajes y sabíamos que nadie nos iba a molestar. Seguimos conversando, estaba loco, bien loco. Sabía de todo pero engrupía.”
El que habla es un joven que se aburrió de tomar tonariles, de andar con cadenas en el cuello y metido en puros cachos. Un personaje que cuando está demasiado loco se ve al otro lado de la realidad como un Duende que lo mete en atados.
Algo parecido le sucede al narrador protagonista de ¿Has visto un dios morir? Cuento que ya había publicado individualmente Perro de Puerto en el año 2009. En la portada una ilustración de Alavarex donde aparece un ojo mosqueado. El protagonista vive en un Valparaíso de afuera de la postal, uno que Cristian conoció haciendo clases en la nocturna a personas pobres. O sea que este cabro también es pobre. Está desertando de la educación superior porque le faltan recursos. Su abuelo loco recién llegado de Vicuña ha visto morir un dios diaguita después de haberse pichicateado. El nieto ha estado metido en una desconocida droga llamada Ñache, que produce alucinaciones colectivas, verdaderas experiencias sicodélicas:
“[…] No es Ñiachi, esa sangre de vaca con cebolla y cilantro que los huasos toman en los mataderos. Pero de ahí viene el nombre. Yo no estoy muy seguro de lo que es en realidad, ni cómo lo hacen, pero sé que es colorado como la sangre y que te deja en una volada tan loca que no te olvidas más. […] Si uno que ya es Ñache te cotiza y te invita, recién entonces puedes llegar a los sucuchos donde se puede conseguir y tomar sin que nadie te moleste o te haga escándalos. […] Ahí conocí al Tonro, que andaba igual que yo, choreado porque a parte de pagar la tremenda turrada de plata por las mensualidades había que andar comprando huevadas a cada rato, y más encima vivir pegado al computador. Y yo ni computador tenía. […] Desde entonces puedo entrar y salir de los salones Ñaches sin ningún problema. […] Por ejemplo está el Marambio, un negro zambo, inmenso, peruano dicen, que sube casi siempre a la misma volada: llega a una pensión pobre, paga la pieza y una vez dentro, se arrodilla y hace en el piso de tabla un círculo con una estrella adentro más otros signos raros y se le aparece el diablo, entonces le pide deseos. Así puede unos ir a una orgía, o bien tocar el saxofón como Charlie Parker, que es lo que siempre pide Marambio porque cuando está en la tierra es el negro más desafinado del mundo. A mí me tenía cachudo eso de ver al dios morir, mi tata lo repetía a cada rato, y se me ocurrió que con el Ñache podría llegar a ver una cosa tan alucinante como esa.”
Marambio, un personaje que cruza dos historias, ¿Has visto un dios morir? y su propio cuento que se titula con su apellido. Un negro del norte de Chile, de familia de camioneros que desea con fervor ser saxofonista y ser discípulo de Bird Charles Parker. Músico frustrado, lo ha dado todo por cumplir sus sueños, desde arrancarse a Perú con la plata que tenía que comprar un camión, hasta pasar las de quico y caco para comer y tomar. En su desesperación ha hecho pacto con el diablo y los únicos momentos en que es realmente feliz es cuando anda en volada de Ñache y puede ser un artista que lo tiene todo: talento, gracia, mujeres, dinero: todo lo contrario a lo que realmente es. Una diferencia marcada entre este cuento y los revisados anteriormente es el punto de vista del narrador, quien nos presenta las acciones desde una tercera persona, tomando cierta distancia del personaje:
“En Arica un músico viejo bueno para la jarana, se conmovió y le quiso enseñar lo poco que sabía. Cuando se dio cuenta de que todo esfuerzo era inútil, le aconsejó ´Hácele al Ñache a ver si te convence de que te des por vencido`. Le hizo caso y entró en el Ñache, una droga a la que sólo tienen acceso algunos iniciados. Tuvo visiones de la música entrando en su cuerpo, controlando el pulso del universo y por su puesto no se quiso convencer. Siguió tratando, porque era lo único que quería, pero el maldito animal como que le tenía mala […]”
La Negra se intitula el cuarto relato. Una cabra peligrosa, de cerro, un animal ladino. Ella es sin duda la protagonista de la historia y comparte su protagonismo con Ramiro, un joven del norte que decide separarse del mundanal ruido para irse a vivir a los cerros, a criar animales, levantarse temprano y sacar leche. Todo esto en los lindes del siglo XX y el XXI, en pleno año nuevo, cuando muchos inocentes creían que el mundo se acababa ahí. Aparecen personajes entrañables con nombres antiguos como Solercio, Uldarico, Segismundo, José y Amado, Don Rafa, Doña Nena, Juan Diuca. En un mundo que evoca la tierra de la Mistral y los cuentos de Juan Rulfo:
“De pronto, a la mitad de la nuca, Ramiro sintió un destellante dolor que le hizo botar la olla lejos. Cuando se dio vuelta, vio que La Negra arrancaba hacia los cerros y quiso salir tras ella, pero el ardor de su nuca se lo impidió. Se llevó la mano al cuello y se dio cuenta que tenía un poco de sangre. ´Cabra de mierda`, dijo en voz alta, y nuevamente se prometió matarla apenas el Manolo llegara con la escopeta.”
“Jodido asunto ese de la Yerba (loca). Aunque habían intentado sacarla de todo el sector de la quebrada de Uchumí, los crianceros nunca lo habían logrado y algunos animales seguían volviéndose adictos. Caballos, mulas, machos, cabras y ovejas andaban por ahí, desesperados buscando esos arbustillos de varios colores para drogarse.”
Este cuento retrata con precisión el mundo rural que nos es eclipsado por los vicios del mundo moderno y la producción indiscriminada de necesidades y bienes absolutamente artificiales, el neoliberalismo descarnado y la explotación laboral. En esta historia se aprecia una ruralidad extremadamente mágica, donde no hay luz eléctrica ni vecinos a menos de cien metros. Pura tranquilidad y mitología local. Un lugar donde los animales que comen yerba loca, enloquecen también a los humanos que toman su sangre.
El Cachúo es la penúltima estación del libro, donde el personaje, un curao empedernido, experimenta la angustia de la abstinencia. Cada vez que no toma se le aparece el demonio. Este demonio es el síndrome de abstinencia y es denominado con muchos otros nombres, dependiendo de la geografía donde te encuentres: El Payaso, El Íncubo, El Susto. Veamos este fragmento:
“[…] No sé, el asunto es que después de tomar mucho es frecuente andar cagado de miedo, aún cuando no hayas hecho nada malo. Yo sí había hecho muchas estupideces, y en realidad tenía motivos como para andar nervioso, pero ahora sé que aunque no hayas hecho nada, el trago termina poniéndote tiritón, inseguro, espirituado.”
El personaje experimenta en estos estados de borracheras un condoro que no sabe si realmente se mandó. ¿A alguien le parece conocida esta experiencia? A veces la única solución es dejar el vicio o éste te llevará.
El último cuento de este etílico six pack se llama Nefilim, y es la historia de un niño que es hijo de un ángel malvado. Ha nacido el día en que se supone se iba a acabar el mundo, en un pueblo olvidado por todos, luego de que una estrella fugaz cruzara el firmamento. Su nombre es Ignacio, un nombre obviamente asociado con el fuego. Su mamá se llama Antonia y llegó embarazada de él luego de haber tenido una estadía en las ciudades del mundo moderno. Su abuela, Magdalena, trata de ignorarlo ya que representa la deshonra de su hija, pero no puede hacerlo porque Ignacio es un niño muy especial. Posee el don de la pirokinesis. El niño, en su afán de saber la identidad de su padre, provoca una catástrofe de proporciones, sabiendo finalmente que su vida es producto de un montón de vicios, aberraciones y ultrajes. Una víctima del poder y del dinero:
“Si Ignacio hubiera podido salir de su cuerpo, hubiese visto cómo se encontraba a la mitad de una llama que parecía una flor violeta, y cómo a su alrededor todo comenzaba a arder lentamente. Pero sin darse cuenta y con el corazón encabritado de temor y angustia, se acercó a su madre y juntó su frente con la de ella, a punto de llorar. Apenas entró en contacto con su piel, experimentó una vorágine de sensaciones que lo remecieron con fuerza. Sintió que sus cuerpos se confundían y que de alguna manera iba entrando en la mente de su madre.”
Así, todos los personajes de estos cuentos pasan por las turbulencias de la vida como si estas fueran sobrenaturales pero de una cotidianidad que sólo aparece así de simple en los relatos orales. Historias que nutridas de mitos y anécdotas de distintas procedencias, intentan dejar una lección de sobrevivencia a los males, de pasar por los laberintos sin necesariamente abandonarse a la locura. O haciéndolo espectacularmente a manera de liberación. En realidad los personajes de estos cuentos se parecen mucho a nosotros y a nuestras historias. Personajes que puede que estén entre nosotros, sufriendo su propio y pequeño infierno, llenos de demonios que te soplan mal las jugadas y que nos hacen sus pitanzas. Pero este libro dice que se puede resistir, que el mundo aún no se acaba.
La prosa de Cristian Geisse es amena y de lectura rápida. Sus narradores son cercanos y entrañables y muchas veces logro escuchar su acento nortino, enfático y cantado en sus letras. Como su poesía, sus cuentos gozan de buen verbo y de una potencia que debe haber alcanzado de tanto leer a De Rokha, Alcalde y Violeta Parra. Un tono seco y preciso a veces para decir las cosas como son, sin tanto rodeo, pero con cierta elegancia intelectual que hace de su lectura una experiencia gozosa y divertida. Plagada de expresiones populares ingeniosamente bien ocupadas, el habla del pueblo es rescatada en los cuentos de En el regazo de Belcebú. El rescate de estos aspectos populares es un afán incansable en los postulados de Geisse, tal como lo hiciera su lar Alfonso Alcalde. Un tipo de narrativa a la que no se le notan los años y que después de la lectura me da la idea de que goza de muy buena salud. Una redacción llana que te invita a seguir leyendo hasta terminarlo. Admiro la prosa de Geisse y valoro enormemente el esfuerzo realizado para entregarnos este libro.