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Pie quebrado
(hermosos bautizos tardíos), de Cristián Gómez
Olivares
PRESENTACIÓN DEL 1º PREMIO
DE POESÍA VÍCTOR JARA 2004
Ediciones Amarú, Salamanca, España
Por Asunción Escribano.
Profesora titular de "Lengua y Literatura españolas"
de la Universidad Pontificia de Salamanca
Buenas tardes, para empezar a hablar del libro ganador este año
del certamen de poesía Víctor Jara hay que comenzar
haciendo referencia a una de las tendencias predominantes en la poesía
de nuestro tiempo, la de tratar como contenido del poema el propio
proceso de escritura. La poesía se transforma así en
metapoesía, es decir, en poesía de la poesía.
Quizá en el caso de nuestro autor, Cristián Gómez
Olivares, influya su formación académica, ya que
es doctor en Literatura Chilena e hispanoamericana, y ya se sabe que
cuando uno tiene tanto bagaje intelectual, es complicado
separar la escritura de la reflexión sobre la escritura. Lo
cierto es que ya desde el título "pie quebrado" se
percibe cierta ambigüedad entre forma y contenido, puesto que
a la luz del contenido del poemario, este título apunta no
tanto a una forma métrica, como a su sentido real "pie
roto" empleado como signo metafórico de la quiebra o la
imposibilidad de un caminar que en este caso es el propio proceso
de escritura.
Para continuar hablándoles del poemario, y ya entrando en materia,
tengo que contarles a ustedes una historia que me vino a la cabeza
cuando leí el primer verso del libro. La historia la cuenta
el poeta Ibn Arabí en uno de sus libros. Cuenta este escritor
que un día estaba reunido con un grupo de amigos en el campo
de noche y cuando se echaron a dormir él se puso a componer
un poema, y uno de sus amigos le dijo, oye, tú no estás
durmiendo, estás haciendo un poema, Ibn Arabí le preguntó
¿cómo lo sabes? Y el amigo le respondió, porque
te he visto en sueños anudar una red.
Esta historia tiene relación con el poemario de nuestro ganador,
porque habla de las palabras como una red con la que el poeta intenta
pescar o captar la experiencia.
En este sentido el primer poema de Cristián Gómez, titulado
Arte poética, comienza diciendo "La canción del
pescador se sumerge como las redes en el agua", y termina escribiendo
"y el día que el pescador recoja del mar esa red vacía
(y sin consecuencias como un vasto poema épico/ escrito por
encargo o por error para darle una digna sepultura/ a esos muertos
que aún no han muerto,) ese día:/ el único botín
será como decir adiós/ sin haber aprendido a despedirse".
Momento que recoge el fracaso del poema, ya que como escribió
T.S.Eliot, "la experiencia poética, como cualquier otra,
sólo es parcialmente expresable en palabras".
No sé si el escritor quiso o no hacer un paralelismo entre
el pescador y el poeta, entre la red y las palabras, pero sin duda
alguna ese paralelismo sugerido consciente o inconscientemente dibuja
toda la tensión de lo que es la poesía.
Cualquier poética está contenida en ese echar las redes,
unas redes en las que, según nuestro poeta, no está
la "flor de lis de los que no creen en la flor de lis" y,
sin embargo, sí "los ajuares de la novia que no fuiste"
y "los hijos de esa madre que tampoco". Es decir que se
apunta hacia la poesía como única posibilidad de dar
forma a lo que no ha sido, y así poder ser en las palabras
de otra forma distinta a lo real.
Pero la poesía para nuestro autor tiene las dos caras, la dulce,
la de poder dar vida, la de que en palabras de nuestro autor "el
crepúsculo más hermoso se confunde/ con la angustiosa
necesidad de pronunciarlo". Poesía y vida se vinculan
así. Pero también la agria, la de la conciencia de fracaso
al no conseguir nombrar del todo la experiencia. Quizá por
ello Cristian considera que "después de la puesta del
sol/ quedan los rostros de esos nombres que no aparecen/ ni se pueden
olvidar en el retrato".
Sigue avanzando el escritor en el siguiente poema, Bosques, más
claro de luna, uno de los más significativos y para mí
más hermoso de esta primera parte del poemario. En él
empieza describiendo un acto del decir: "Dijo que el aire se
le iba entre las manos", acompañándolo de la metáfora
de la tinta que se pierde sobre la selva inmaculada (¿Página
en blanco?). A lo largo del poema se desarrolla la idea de un poeta
que no es capaz de nombrar las cosas más vivas. En él
se habla de "tener que completar una página" como
una obligación, también, por contraposición,
de "dejar estos bosques por testimonio". Se habla de la
imposibilidad de tocar las cosas con la palabra, y del fracaso constante
del escritor, de quien se afirma que es y no es más que un
poeta, a quien la palabra ternura le resulta imprescindible y escandalosa,
pero que no entiende del infinito más de lo que entienden esos
niños pateando en desorden su tristeza y una pelota.
Los poemas, para nuestro escritor, parten de recuerdos traicionados
en el presente, por lo que este material no es el adecuado para alimentar
los versos. Así el poeta escribe: "Recuerdo, por ejemplo,
aquellas muchachas que alguna vez perseguimos hasta sus casas, yo
lo recuerdo, hoy son esas señoras cargando con las bolsas del
supermercado". Pero él también ha cambiado su mirada
a lo largo del tiempo, y ha podido más la realidad que el romanticismo
del pasado, y por ello afirma que "Hoy soy esas señoras.
Cargando con las bolsas del supermercado. Cada vez que miro al horizonte."
Los últimos poemas de esta primera parte enlazan con lo que
va a ser la segunda parte del poemario. En ellos y en esta segunda
parte, los poemas se escriben al hilo de lecturas realizadas por el
escritor. Aparecen distintos autores como Joseph Roth, Neruda, Susan
Sontag, Hemingway..., de los que se emplea alguna de sus obras o algún
aspecto de sus obras para servir de cauce de una experiencia propia
de nuestro poeta. Parecería así que ese fracaso en la
escritura frente a la realidad que aparece sugerido en la primera
parte, se exorcizara en la experiencia de la palabra colectiva.