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Presentación de Crítico, de Cristóbal Gaete

Por Priscilla Cajales



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Hasta ahora, Cristóbal Gaete nos tenía acostumbrados a un trabajo que se desenvuelve  entre los mapeos de la narrativa y sus investigaciones acerca del territorio. Desde Valpore (2009), y la pastabásica porteña, el Paltarrealismo (2014), que nos llevó en flete a La Cruz, hasta los laberintos emocionales y físicos desarrollados en Motel Ciudad Negra (2014). Una triada que promete, sobretodo en la medida del crecimiento del narrador, Gaete de Valpore, es muy distinto a Gaete de Motel Ciudad Negra, de eso no hay duda.

Como lectora puedo quedarme con esa sentencia y tratar de dilucidar el tránsito, sin embargo, en esta cuarta publicación el escritor nos cruza un puente para dar, de algún modo, con el camino recorrido.

Los laberintos de la ficción y la no ficción son el tema de Crítico (2016), si es posible, una suerte de memorias apócrifas de un escritor que deambula en Valparaíso entre calles y personajes que pareciera son sacados de sus novelas. La estructura del libro nos sorprende desde el primer hasta el último momento, simbiosis de crónicas, cuentos, diarios de viajes. Un paseo por diversos formatos que conforman un universo en el que son protagonistas escritores que cambian sus poemas por unas monedas, enfermos del psiquiátrico de la ciudad, guardias de seguridad armados y matones de poca monta. Por ahí se pasea el personaje, con ellos convive y de ellos pareciera se desnutriera de una, la mayoría de la veces, pésima literatura.

Valparaíso patrimonial, Valparaíso bohemio, Valparaíso de escritores. Esta decadencia por la que Gaete se ha jugado en su trabajo hasta ahora, ese camino para describir la radicalización de la miseria que se vive en la ciudad, pareciera que haya su puntum en la figura del escritor  fracasado. Metido en un callejón sin salida del que no puede salir no solo por falta de talento, sino por su propia estupidez. Sin embargo están los otros, los Rubén Daríos, los Rojas, los Carlos Pezoas, sujetos que pasaron por la ciudad y dejaron una estela que otros miles trataron de seguir a tientas, a tientas, pienso, como en un bosque oscuro, un bosque que más que oscuro es un bosque que no tiene salida.  Bolaño ya nos habló de eso, la idea del bosque de textos menores, de escritores menores que dan la pasada, o que a pesar de ellos mismos, abonan la tierra para que aparezca de vez en cuando una araucaria o un ciprés de tomo y lomo.  Y aquí aparece Valparaíso, como tierra fértil para un sin fin de tipos que se dicen dedicados a la literatura  y que bien podrían dedicarse a la carpintería o la venta de seguros, pero no, en esos oficios no pasarían desapercibidos como intentan hacerlo en el bosque de la mala escritura. Juntándose, apareciendo, saliendo en la foto, insistiendo hasta la muerte.

Yo no conocía a Arturo Rojas, en Crítico me cuentan la historia del rotundo fracaso, la muerte como performance que lo lleva a dejar de comer y a quedarse en un cuarto hasta fallecer rodeado de sus poemas y el fracaso póstumo en la omisión de estos detalles literarios en la única nota que apareció en el diario de la semana que mencionó su muerte.

Sobre su obra Gaete nos dice “Así es la poesía de Rojas: faltan materiales para que la construcción esté bien hecha, con una excesiva concepción de sí misma, que le impide reflexionar sobre el oficio de reproducirse”. Y termina sentenciando “Pero no entienden que lo que queda es la obra, no el absurdo que la rodea en su precariedad”.

Pero no todo es mala literatura dentro del universo de Crítico, también nos paseamos por las afinidades electivas del escritor, así es como llegamos a Carlos Altamirano y Charlie Tahn, quienes aparecen como la luz punk de la literatura regional en la crónica “La posibilidad de una poesía Punk en Valparaíso”:

Caminando por la Avenida España llegan a un cementerio de trolebuses. Encuentran un bidón con bencina. Toman un par de veces y, al oír los perros, salen de allí; el bombero de la bencinera más próxima los priva de pasar la entrada. Los muchachos se van al paradero y consiguen que los acerquen al plan de Valparaíso. A esas horas de la locura, los micreros llevan parrilleros, que gritan los recorridos y van echando gente arriba y abajo, siempre acelerados, duros como gárgolas (quizá eso son de día, esfinges metálicas que acompañan al chofer); la estatua en movimiento les dice “van pasaos a bencina, cabros".

Y cómo no van a ir pasaos a bencina, son sujetos peligrosos, no de los otros, sino sobrevivientes al intento ridículo de trepar en un mundo que lo que ha ofrecido hasta ahora son desfalco de platas públicas, lecturas de poesía en bares rancios en donde nadie quiere escuchar otra cosa que su propia voz y derrota. En un escenario como el que nos pinta Gaete, estos dos libraron de esa vergüenza máxima, y estoy de acuerdo con él, hay que leerlos.

En el libro Gaete reflexiona en torno a lo que nosotros haremos con el texto que nos que nos presenta hoy y el modo en que lo fue tallereando, escribiendo:

Escribo esto en buses, salas de espera. No es una crónica ni un cuento ni un diario, y, ni cagando, memorias. Es lo que pasa, es una carta, como la de Neftalí pidiéndole dinero a Vicente Huidobro. Te van a pedir diez lucas por este libro que engroso con esta mula, y qué tanto, si son diez lucas, cuatro chelas en Valparaíso y dos en Santiago. Si llegaste acá son formas de perder el tiempo, como estar en Facebook haciendo scroll hasta el 2008. Porque todos esperan que sea una especie de circo de drogas porque escribí Valpore, siendo  que la fiesta es corta y de vez en cuando. En estos fragmentos, el intermedio fue lo piola.

Podría decir entonces que hasta aquí llega el ejercicio de Crítico, pero no, el hilo se estira aún más porque este escritor de crónicas y novelas, nos lanza en medio y al final del libro un par de poemas que, hasta donde sé, son los únicos que ha publicado. Concuerdo con él, cómo no caer en la tentación de cerrar con poesía un libro que nos habla de la radical fragilidad del acto de escribir

(…) Dormir imposible,
en esta casa, de noche,
se mueven cosas
cruje la madera
por la oscilación de
la temperatura
o es el dolor de un padre
o el llanto infantil ahogado
que descubre el dolor
y las formas tecnológicas
de sobrellevarlo (…)


 

 

 

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