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Presentación de Crítico, de Cristóbal Gaete
Editorial Garceta, 2016. 85 páginas

Por Juan Manuel Silva Barandica



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Es difícil hablar de un libro al que no se puede condicionar mediante una taxonomía genérica o temática, que no corresponde a una biblioteca ordenada, a un orden mental, geográfico o militar. Es difícil hablar de una especie literaria sin nombre, que se mueve indistintamente por el relato, la crónica, el ensayo, la nota periodística y el perfil, bajo el signo de la alucinación o de esa duermevela que condiciona el despertar posterior a una larga borrachera.

La vieja metáfora que refiere Derridá al hablar de la escritura comophármakon, es decir como veneno y medicina, es aplicable a una terceridad: la escritura como droga, como falso intermediario entre la enfermedad y la cura: la postergación de ese estado intermedio. Así, la naturaleza de la hibridación es adictiva, nos subyuga al simulacro de novedad, a estar asistiendo una y otra vez a un nacimiento, a la primera nominación, a la creación, sin más.

Creo que la operación de Crítico tiene algo de ese momento inaugural, de la fascinación que provoca un ser anómalo. Pero Gaete contraviene el sentido común haciendo un contrapeso desde la materialidad de sus observaciones, es decir, tanto el objeto como el modo en que representa su obsesión por Valparaíso, sujetos caídos en desgracia y frustrados artistas. Pues si Chile es un espacio marginal en la producción cultural latinoamericana, la provincia es tanto una puesta en abismo de esa marginalidad como un espacio de mayor libertad. Entre el signo de la derrota y la errancia navega la ironía ―otra realidad intersticial, que hospeda lenguajes y formas―, haciéndonos ardua la tarea de descubrir dónde está el acento, la indicación de heroísmo o estupidez en las historias que se traman en Crítico. Porque, además, el imperativo crítico moderno es puesto en duda en este libro, donde se representa con acidez una comunidad que respira el vaho alcohólico de una cerveza desvanecida, que intenta infructuosamente acceder al éxito o al menos a la experimentación literaria, que busca llevar al límite su vida pero que acaba hundiéndose con la calma y silenciosa forma que tienen los trabajadores al desaparecer. Esta forzosa anonimia, si se quiere, es de alguna manera otro modo de insistir en que la indeterminación es tanto una inexistencia en la taxonomía oficial como una oportunidad. Que las luces de un canon cenital no se posen sobre Raimundo Nenén, no es ni un castigo ni un premio, es la situación de la mayoría de la gente.

Gaete tiene la indudable capacidad de enrostrarnos lo obvio que no queremos ver: el éxito, la originalidad y el talento son conceptos de sociedades en las que el desarrollo va de la mano con la explotación. Por lo mismo, la relación de Rodrigo Lira con Mick Jagger, más allá de parecer ridícula, hace pensar en la superestructura cultural, el medio en el que nos desenvolvemos actualmente y cuán chistoso y terrible puede ser una excepción al verla en escala. Porque no es lo mismo un loco pobre y un loco rico, un loco de provincia y un loco de capital, un loco británico y un loco chileno. No es lo mismo, como decía Alejandro Sanz y esa parodia de Video Match. De tan evidente parece chiste, pero no lo es. Y tampoco es tan cierto el grotesco de Mellado o la heroicidad punk de Hidalgo. Tampoco el pesimismo ontológico de Arroyo o la agreste y florida poesía de Moncada. Lo que la exageración de Gaete presupone y expone, es la situación realista y política de un lugar, de un espacio simbólico y literario que lo obsesiona, con matices profundamente políticos, radicalizando a través de la opinión común de la crítica, el estado de las cosas y la complejidad de la realidad: no es graciosa ni triste, no es remedio ni veneno, no es exitosa ni fracasada, sino una suerte de más allá del binarismo: la condición metonímica de las habladurías de cantina, el giro sin sentido de la cháchara, el contar historia y mentir para no desaparecer de la memoria, todo esto alude al centro del libro: la germinal precariedad de las cosas y la profunda mirada de Gaete sobre ellas, de la cual no podemos separar el resentimiento del optimismo, o la fascinación del asco.

Crítico es la expresión de una mirada, pero también de una escritura que busca instalarse más allá del binarismo y el eco, que presta oídos a lo que pasa y que se construye desde los restos. Creo que ese es uno de los principales aciertos de este libro: que nos obliga a leerlo desde la duda, contagiándonos ese espíritu que la crítica del primer mundo tiene, pero también ridiculizándolo. Porque, al final, ¿quiénes somos nosotros para contravenir lo que plantean filósofos, historiadores y estudiosos serios? Nadie, en realidad. Crítico reconstruye vidas mínimas, pero sin el tufillo suficiente de quien las descubre. El descubrimiento, creo, nos es donado a través de los golpes que nos transmite su escritura: con la violencia de lo real nos conmueve y nos interroga, nos hace reír y sentir desasosiego. Y, evidentemente, hace que estas palabras peregrinas, se diluyan, pues pareciese incluirnos en esta fuerte y demoledora falta de importancia. Ahora bien, que esto ocurra, solo puede ratificar la calidad literaria de este texto, que hace temblar muchos de los preconceptos que compartimos, los cuales despliega para destruir.


 

 

 

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Editorial Garceta, 2016. 85 pgs.
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