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Cristóbal Gaete, autor de Motel ciudad negra, y Daniel Tapia Torres, autor de La contru de mi alma.
Motel Ciudad Negra de Cristóbal Gaete : la multiplicación del laberinto[1]
Hebra Editorial, 2014
Por Ernesto Guajardo
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“No se puede salir de una ciudad
si no es posible salir de una habitación”
(Cristóbal Gaete)
En Motel Ciudad Negra el desdoblamiento, la multiplicación de los espacios, el laberinto constituyen un escenario que se enfrenta a sí mismo. De pronto me sorprendo pensando en algunas imágenes de Maurits Cornelis Escher, en ciertos trazos de la producción de Jorge Luis Borges. En este libro no solo se desdoblan y multiplican los espacios, las superficies; también lo hacen algunos personajes, incluso el Observador. Esas referencias que acuden corren el perfecto riesgo de transformarse en lugares comunes.
Quiero detenerme, entonces, en la palabra laberinto, en su etimología en realidad. En la conjunción de labor e interno o bien en la noción que sugiere cavidad y la desinencia intos, hacia el interior. En las sugerencias de esas dos posibles interpretaciones.
Esto, porque me parece que la articulación que realiza el laberinto entre el Motel y la Ciudad es nítida. Tanto como leve es el deslinde entre un espacio y el otro. Sobre ellos la adjetivación rotunda que los determina, con toda su carga atávica de significación: la palabra negra.
Pero esto es algo casi evidente, más aún si se contempla la portada y un diletante como yo en las lides del cómic reconoce la imagen de Frank Miller para su Sin City [2].
Entonces uno debe desplazar la mirada y dejar de escuchar resonancias en su cabeza (en donde, de paso, nos habita otro laberinto, tanto físico como mental, y lo primero es estrictamente exacto: el laberinto es parte del oído interno, parte del sistema que nos da el sentido del equilibrio, ni más ni menos). El desplazamiento debe ir de lo que se pretende escuchar a lo que se debe leer, hay que dirigirse al texto.
Una de las recurrencias que me parece advertir es la pregunta por la memoria, por la memoria asociada al territorio, tanto como a los cuerpos que se desplazan en él [3].
“Habitamos una ciudad sin memoria, un local nuevo para invitar la demolición de los recuerdos” (p. 14), se nos dice. Sin embargo, “todos recuerdan algo en el Motel. Es dentro y fuera el único engaño permitido, los fragmentos a elección; recordar la secuencia...” (p. 22). Esta última frase nos parece relevante, la selección de los fragmentos de memoria que permitirán construir la propia memorialística sobre el territorio, algo muy propiamente porteño, en una ciudad que, particularmente en el último tiempo, se encuentra viviendo una tenaz disputa tanto simbólica como territorial, en donde el enfrentamiento por la memoria posible de Valparaíso es solo uno de los frentes de batalla.
El propio Motel deriva su nombre, “del Motel Ciudad Negra, del Hotel Memoria” (p. 21). Que la interrogante por la memoria es relevante en este libro es claro, pero no es lo central. Una manera de apreciar esto es realizando el ejercicio de volver a nominar el libro. ¿Se podría llamar ‘Hotel Memoria’, ‘Motel Memoria’? No, creo que no, y no por una cuestión de musicalidad o de semántica. Más bien por un asunto de concepción más amplia, de estrategia discursiva.
A lo largo de todo este libro, no podía dejar de pensar en una película de finales de los ochenta o inicios de los noventa: “Tercer milenio”, un film italiano que, a partir de las diversas microhistorias que pueden existir en un edificio de departamento, propone una metáfora de la sociedad italiana contemporánea, con sus tensiones y contradicciones [4]. En particular por las prácticas económicas de producción e intercambio que se desarrollan en el Motel Ciudad Negra: “En su habitación del Motel una mujer fabrica alfajores, los vende en bares y cibercafés. Cuando acaba la partida, invita a beber a chicos y chicas y termina en piezas ajenas, o entra a las funciones rotativas del westerns en el Cine del Motel Puerto” (p. 13). Por cierto, no solo existen relaciones de intercambio o producción; los espacios de sociabilidad también integran el Motel, una sociabilidad otra, en todo caso.
¿Es el Motel una metáfora de la Ciudad? ¿O es una dislocación de la misma? ¿Dónde están los límites entre una y la otra? ¿Importa, de verdad, establecer dicho deslinde?
“En algún momento te distraes, te absorbe la máquina, y sólo queda transitar en los márgenes del Motel, ir a trabajar y hacer la farsa posible, con tus habitaciones a cuestas” (p. 25).
“...te fuiste del Motel sin nada, como llegaste. Trataste de salir, de vivir una familia, de ir todos los días a trabajar. Pero cuando salías a la calle era inevitable caminar al Motel y sus bares” (p. 27).
Entonces, el Motel es una dislocación, es la ciudad otra, es la negación del espacio burgués, del espacio territorial y simbólico propio de la codificación burguesa. Inevitable pensar aquí en Wilhelm Reich [5].
Las reminiscencias de una ciudad / motel escherianas:
“Nos perdemos en el sinsentido, y tratamos de volver a entrar al Motel Ciudad Negra (...) Se extravían en las escaleras tratando de avanzar, se desplazan circularmente. La geografía de la Ciudad Negra se vuelve confusa según quien quiera entrar a ella...” (p. 30).
“Detrás de una puerta estalla parte de la ciudad, el Motel tiembla y las escaleras se curvan”, p. 20). Aun cuando si uno continúa la lectura, más que en Escher, piensa en los desaciertos de Chilquinta y Esval, que confluyeron para darnos ese gran espectáculo sonoro y visual que sería la explosión en calle Serrano: “Desde el pasillo, el observador ve el vacío que queda en la ciudad, como un nudo urbano se pulveriza, los pequeños trozos de vidrio brillan en la luz” (p. 20).
¿De qué manera se relaciona Motel Ciudad Negra con la ‘narrativa porteña’. Creo que existe una gran distancia entre este texto y las diversas narrativas porteñas que se han desarrollado a lo largo del siglo XX, en la ciudad puerto, excepción hecha del libro de cuentos Aquel tiempo, esas ensoñaciones, de Sergio Escobar, en particular por el tono poético que aproxima ambas obras. Respecto de la narrativa más reciente, las vinculaciones son mucho más evidentes, en particular, nos parece, con Daniel Hidalgo, al menos en los espacios visitados. Sin embargo, en términos de la poética desplegada en este libro, nos parece encontrar ciertos puntos de encuentro no en la narrativa, sino en la poesía: pienso en el Álbum de Valparaíso, de Elvira Hernández, particularmente en su poema “Arquitectura panal”.
Finalmente, lo que no puede dejar de mencionarse es la manufactura del libro, las condiciones materiales de su producción y lo que hecho significa, en cuanto gesto político y editorial, en relación a las formas industriales de producción editorial. Esta acción de resistencia busca una marcación temporal y espacial. Sin embargo, a diferencias de otras marginalidades, me parece que Hebra Editorial busca la visibilización, el copamiento relativo de los espacios y, en ese sentido, es un esfuerzo editorial que tiene la voluntad de la disputa política, y eso habla de la construcción de un poder ejercido desde la acción directa, y eso es necesario, porque es uno de los primeros pasos posibles, en la construcción de una nueva hegemonía.
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Notas
[1] Presentación al libro de Cristóbal Gaete, Motel Ciudad Negra (Valparaíso, Hebra Editorial, 2014). 8ª Furia del Libro, Centro GAM Gabriela Mistral, Santiago, 13 de diciembre de 2014
[2] Existen varias referencias culturales, o de producciones culturales, en esta obra, más allá de su portada, –al fotógrafo Max Pam, por ejemplo– pero creemos que ellas requieren un abordaje específico que no es el momento de realizar acá.
[3] La definición de la situación de los cuerpos en este libro es muy decidora: “Mi cuerpo es un derrumbe” (p. 34); “Mi cuerpo es un mapa”, (p. 34); “Tu cuerpo es un campo de batalla” (p. 38).
[4] Cuando decía estas palabras en la presentación del libro no había logrado encontrar los datos exactos de la película en cuestión. La obsesión pudo más, y con ella el reconocimiento de la frágil memoria: la película se llama en realidad “Crónicas del tercer milenio”, y se estrenó hacia fines de la década de los años noventa.
“Cronache del terzo millennio” (1996), de Francesco Maselli, describe los micromundos familiares que cohabitan en un popular edificio de departamentos. Sus habitantes son representaciones claras de la diversidad de las formas que puede asumir la pobreza urbana: trabajadores, traficantes, ladrones, personas sin hogar, prostitutas. Ellos enfrentarán la inminencia de un desalojo y posterior demolición del edificio.
[5] Una lectura psicologizante de este libro es también una muy plausible posibilidad de aproximación, pero tampoco la consideraremos en esta ocasión, a pesar de las múltiples referencias que se podrían considerar para ello. En particular, pienso en las miradas que Joseph Campbell desliza sobre Ariadna en su libro El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. La figura femenina en Motel Ciudad Negra sería algo interesante de revisitar.