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Presentación Crítico, de Cristóbal Gaete
Por Andrés Nazarala
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Conocí a Cristóbal Gaete hace muy poco. Tomamos café y conversamos sobre libros. No tardé en entender que compartíamos gustos en común como deambular por galerías corroídas por el tiempo, sentarnos en la barra del Hesperia o recorrer las ruinas del Valparaíso subterráneo de los 90. La conexión fue inmediata. La ciudad se ha puesto demasiado chic. Los decadentistas nos sentimos solos.
Hubo otros motivos para nuestra conexión. El me contó que había visto una modestísima película que yo hice en 2009 y, mejor aún, que le había gustado. No suelo recibir ese tipo de comentarios. Pero puedo entender el interés de Cristóbal por el largometraje debido a una razón: su fijación por el lado B de Valparaíso. O, digamos, su amor virulento por este puerto que parece un cadáver maquillado para complacer el turismo necrofílico.
Aunque el oficialismo patrimonial no lo insinúe, pocos están trabajando tanto por la ciudad como lo hace Gaete, inmortalizando historias que, hasta hace poco, no eran más que anécdotas contadas en el estruendo de noches borrachas. Cristóbal no era solo un escritor; también es un investigador o el patólogo de un cuerpo en descomposición.
Basta con leer “Valpore”, novela inquietante que lleva la marginalidad porteña a los territorios esperpénticos de William Burroughs. O el breve y grandioso “Motel Ciudad Negra”, con sus alegorías sobre nuestra territorialidad. Lo que esos libros tienen en común –más allá de un genuino mapa de intereses y exploraciones- es que, en tiempos de encasillamientos editoriales, se imponen como universos desconocidos e indescifrables. En la obra de Gaete, dar vuelta la tapa es abrir un umbral hacia lo impredecible.
Y esto pasa especialmente con su nuevo libro “Crítico”. La imagen de un esqueleto rojo que fuma nos da la bienvenida a esa casa del horror llamada Valparaíso.
El primer golpe lo da un Mick Jagger que sueña con que es Rodrigo Lira. El gran sobreviviente de la cultura pop se conecta, en las brumas de su celebridad vetusta, con un suicida que se fue antes de tiempo. Probablemente Jagger tendría motivos para envidiar a Lira, o mejor dicho, a su cadáver joven. De eso, al menos, nos dijeron que se trata el verdadero rock and roll.
Pero Gaete pronto nos sorprende con otro golpe a la mandíbula. Luego de que aceptamos el pacto con el delirio, nos enfrenta a historias reales de fracasos, locura y sinos trágicos en el puerto. Recuerda al desaparecido poeta Arturo Rojas o a Ximena Rivera, poetisa que cuidaba autos afuera del Consejo de la Cultura y murió por negligencias médicas. En sus textos circulan también Miguel Edwards, a quien conocí bien durante los años 90. O uno de los personajes de su “obra maestra”: “Antología de la locura”, vendido en las calles de Viña en copias fotocopiadas. Me refiero al librero y escritor Oscar Farías Hassen.
Como cronista de su entorno, Gaete parece narrar lo insólito. Entonces la fantasía que inaugura su libro adquiere un nuevo sentido, se transforma en un manifiesto: probablemente Valparaíso es una gran ficción; aquí la realidad es muy cercana a la alucinación. No es que Cristóbal esté inventando cosas que no existen sino que todo lo contrario: afinando la mirada, y viviendo al límite como su fuese un personaje más de sus obras, descubre submundos insospechados de la mano de amigos como Carlos Altamirano, a quien define como “un pedazo de arte”. O a Raimundo Nenén, poeta y traductor de libros de brujería.
A Gaete le interesa el mundo de los escritores porque ve ahí una marca fatal. Como esas monstruosas máquinas de escribir que Burroughs retrataba en “El almuerzo desnudo”, el oficio parece un trabajo sucio. Más aún cuando el reconocimiento se ve lejano y nuestras puertas son golpeadas por la frialdad.
Además del fascinante mapa humano que ofrece “Crítico”, Cristóbal reactiva una ruta de lugares desaparecidos o en progresivo estado de decadencia. Habla de clubes punks, casas ocupas, las peluquerías de una galería caracol, el Proa, el Bar Mi Casa, el Barmacia. Su libro es, de alguna manera, un informe de ruinas sobrevoladas por fantasmas. Pero, aunque no lo parezca, en Valparaíso la vida sigue. Como decía Mosé Noé, ese héroe no reconocido del rock independiente porteño, “todo cambió para, en el fondo, continuar igual”.
Gaete también lo dice explícitamente cuando abraza el pesado tedio de la vida cotidiana: “Todo será siempre igual: ocios, libros, alcohol, paternidad, algo de escritura, Valparaíso. Este libro podría no terminar nunca”.