Pedro Lastra llegó por primera vez a Lima en el año 1964, y fue entonces que nos descubrió la obra de Enrique Lihn en una conferencia dictada en la antigua Casa de la Cultura, en que nos puso de manifiesto al penetrante ensayista que hay en él. Y poco después nos enteramos de su faceta de profesor universitario, con una importante trayectoria académica en Estados Unidos, donde forjará a varias generaciones de connotados discípulos iberoamericanos. Pero finalmente andando el tiempo se abrirá paso a paso, por entre su reino interior, la identidad que en el futuro será su norte y que no imaginábamos a la sazón: el Lastra poeta. Precisamente, en Lima, empieza a revelar sus versos, por esos mismos días, gracias a la pequeña imprenta de Javier Sologuren, en el marco de la colección La Rama Florida. Brota en él, pues, el manantial de la poesía, que anteriormente estaba semioculta por sus relevantes tareas académicas, y que hoy discurre a plenitud en sucesivas publicaciones hispanoamericanas, hasta coronar una edición, ni más ni menos, en griego.
En verdad, lo primero que nos llamó la atención fueron esos versos mínimos como sobrenadando en el vacío de la página, lo cual no es frecuente para el lector de poesía, ni ayer ni tampoco hoy. Por su extrema brevedad son composiciones señeras y en algunos casos también por la brevedad de las sílabas.
Sin embargo, no todo es así en la poesía de Lastra, porque el número de versos va paulatinamente aumentando en el seno del poema, hasta alcanzar un tamaño más considerable. En realidad, son varias las composiciones de metro libre, sin rima, escritas según los hábitos del siglo XX, que se distancian de esos textos mínimos, los que nos han sorprendido tanto.
Ello pone en evidencia que en nuestro poeta hay una firme voluntad experimental, la cual se confirma con unos textos de metro medido, rimados por añadidura, que contrastan, como el día con la noche, con los de inspiración minimalista. Nos recuerdan al pintor abstracto del siglo pasado, que también solía pintar de modo figurativo.
Estamos ahora en las bellas letras antípodas, es decir, el verso libre de cara al verso medido. Pero Lastra asume estas dos situaciones de modo extremo, radical: desde el renglón solitario hasta los ende casílabos, rigurosamente rimados. Ejemplo de estos últimos son los poemas «Mester de perrería» y «El arte de Oscar Hahn».
Enseguida pasemos a los significados que se anidan en la obra de Lastra. Están entretejidos allí, y más aún si consideramos que es la cosecha poética ocurrida a lo largo de una vida. Espiguemos algunos de sus temas que son significativamente recurrentes, por esta última razón. Por ejemplo, la alusión a la memoria, claro está, positivamente, pero a veces negativamente. Es el hablante poético archimemorioso, fijo en el presente, aunque no deja de recordar el pasado, prendado de su memoria.
Sí, pues, es una facultad preeminente de Lastra, y, por lo tanto, constituye uno de sus referentes poéticos mayores. Al aludirla sucesivamente, parece que nada de ella quedara en el tintero, y en consecuencia el anverso y el reverso se van manifestando, revelando por entero lo experimentado.
Acerquémonos aquí al tema de la memoria, primeramente en su aspecto positivo, cuando el hablante la menciona favorablemente en toda su magnitud: «Y la memoria como el mar. / incesante, instantáneo. La memoria / que es el siempre jamás / la morada / donde alguien convive con su dios y su sino».
Paulatinamente, entonces, puede ser reconocida como nuestro fuerte, y es facultad ligada al sentimiento del amor y al arte musical. El amante observa cómo «el viento derrama tu cabellera sobre mi memoria», y manifiesta claramente la memoria del amor y la música. Y en esta perspectiva, el hablante aconseja buscar «en su memoria la música de un álamo en la tarde».
Pero este referente poético de Lastra presenta su lado negativo, como se expresa, rotundamente, en el título del poema «Disolución de la memoria». En vez de la sonoridad musical, ahora el silencio / que viene y va por la memoria». Esta facultad es equiparable a «un cuarto oscuros», y más aún se formula una especie de precaución, teniendo en cuenta que puede obrar de modo negativo: «Preparo tus recuerdos y los míos / antes que la memoria los juegue con cartas marcadas».
He aquí el amor, que es el tema poético capital. El memorioso cede el lugar preferencial al amador, que asume el rol central. El hablante parece que lo manifestara de viva voz a través de este par de versos: «Quiero ser inmortal / para seguir amándote». Y la interrogación ineludible, como palpando mentalmente las facciones de la amada: «¿No era inmortal tu rostro?».
Ambas composiciones, dictadas por el estro minimalista del poeta, son dichas a prisa, como impelidas por el deseo supremo del amante, común en todo humano, que aspira a que la unión de Adán con Eva sea infinita. De allí que estos versos mínimos parezcan una flecha verbal dirigida al blanco.
Lastra igualmente registra tres situaciones acerca del amor. Son las que ocurren dentro de la experiencia mayúscula que viven en cuerpo y alma Adán y Eva. La dolorosa ausencia de la amada («cuando la ausencia toma tu figura»), la incesante búsqueda («quién, señora, buscará por nosotros»), y la obstinada espera (Tú lo sabes, le digo / esperarte, esperarte»). Tres momentos clave de la experiencia amorosa, que son registrados con toda intensidad.
La filiación de Lastra con el siglo XX se pone en evidencia, creo yo, por su devoción onírica. La continua mención al sueño, en las más diversas situaciones, como si el estado de vigilia no pudiera desprenderse de ello. Lo onírico se hace presente de modo significativo desde su primer poema titulado «Ya hablaremos de nuestra juventud», que inaugura su obra completa, en que alude metafóricamente a la pesadilla, y se extiende hasta en cuatro oportunidades en el poemario final Transparencias, con una persistente presencia en el resto de su obra.
Pero no solo la intromisión onírica en el seno de la vigilia, sino también la alusión a los insignes creadores que postularon el espíritu onírico en el arte moderno, como André Breton, René Magritte y Marcel Duchamp. Helos allí en la obra del poeta chileno, como remachando la sensibilidad contemporánea del autor.
De las numerosas alusiones al enigmático soñar, entre sacaremos una breve y hermosa composición que aparece por añadidura en la referida colección Transparencias, titulada «El transcurrir del sueño». Son versos de arte menor, y pese a la brevedad del texto refleja en el significado una tamaña rotundidad: «El transcurrir del sueño / la vida inseparable / que hace más llevaderos / los días terrenales». Es la celebración del sueño, por una parte, el reconocimiento de su presencia indisoluble en la existencia humana, y, por otra, la revelación del afortunado sino onírico de hacer más llevadera nuestra vida en el mundo terrenal.
La Poesía completa de Pedro Lastra es un libro especial. Porque no se trata de una mera compilación, como suele ocurrir en estos casos, sino de una verdadera fiesta bibliográfica. Pues hoy se han unido dos figuras prominentes del mundo cultural chileno, para acompañar a Lastra, como son el pintor Mario Toral y el poeta Enrique Lihn. En una suerte de diálogo, las sensuales ilustraciones de Toral y los versos desinhibidos de Lihn se han juntado en tan gratas circunstancias.
*Tomado de Poesía completa. Pedro Lastra. Ilustraciones de Mario Toral. Prólogo de Carlos Germán Belli. Posdata de Enrique Lihn. Editorial UV, Universidad de Valparaíso. Chile, 2016.
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Por Carlos Germán Belli
Publicado en Papel literario, Venezuela, 3 de septiembre 2023