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Hada cibernética
Carlos Germán Belli, poeta peruano

Por Jorge Edwards
La Segunda, 22 de mayo de 2015



 


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Como saben algunos, no todos, Carlos Germán Belli es uno de los grandes poetas vivos de la lengua española. Nació en Lima en 1927 y publicó su primer libro de poemas en 1958. Mario Vargas Llosa contó el otro día, durante un homenaje a Belli en la Casa de América de Madrid, que él y dos o tres de sus amigos descubrieron la poesía de Belli en una revista que se llamaba Mercurio Peruano. Quedaron conquistados de inmediato por su originalidad, su fuerza, su lenguaje, heredero de los grandes clásicos del Siglo de Oro, pero que recogía a la vez, con dramatismo, con desenfado, con humor negro, los dichos de la calle, de las mercados, de las cocinerías y picanterías. Había influencias contradictorias: la vanguardia, el surrealismo, los poetas peruanos anteriores, como César Vallejo y José María Eguren. A nosotros nos gusta mucho decir que Chile es un país de poetas. Chile, digo yo, y Perú, y Colombia, y Brasil, y Argentina, y también, desde luego, Uruguay. Nuestros dichos nacionales son simplistas, perezosos, parciales.

Conozco a Belli desde hace largos años, nos hemos encontrado en circunstancias y lugares diferentes, he sido un lector intermitente de su poesía. Ahora, en una nueva relectura, siento que me falta leer y estudiarla mucho más. Es una poesía que no se entrega con facilidad y que tiene el encanto enorme, adicional, enigmático, de un relativo hermetismo. Es áspera y a la vez tierna, incisiva, elusiva, sinuosa. “¡Oh alma mía empedrada / de millares de carlos resentidos / por no haber conocido el albedrío / de disponer sus días / durante todo el tiempo de la vida…”

La poesía de Belli tiene una condición poco frecuente: uno puede releerla muchas veces y siempre parece nueva, fresca. Es la ventaja de su hermetismo relativo, que esconde el sentido en un lado y lo ofrece en otro, en un juego verbal constante. Leo un poema, me salto páginas, y después comprendo la necesidad, el placer costoso y necesario, de acometer el libro en orden, con calma, sin ansiedad, sin prisa. Belli ha escrito en esa forma y debe ser leído con la debida coherencia. Vargas Llosa dijo que debería ser más conocido de lo que es, pero que quizá su propia actitud, discreta, reservada, algo secreta, lo ha mantenido lejos de los grandes focos publicitarios. Yo plantearía el tema de otro modo. La poesía de Belli es íntima, recatada, ajena a toda forma de exhibicionismo, altamente simbólica, actual y también arcaica. Belli la ha desarrollado con paciencia, con indudable humor, en su casa, entre sus papeles y sus libros. El poeta, en su silencio, en su discreción, ha conseguido un público de iniciados. Es el grupo que Stendhal llamaba de los happy few. Si fueran muchos, si el grupo se ampliara, probablemente no serían tan felices. Esto no significa que la poesía tenga que ser elitista. Es otra cosa. En el mundo contemporáneo, el dinero unido a la falta de cultura ha producido desastres urbanos, estéticos, de todo orden. Un poeta callado, replegado, que enriquece sus lecturas, que desarrolla su obra con paciencia, sin el menor afán de notoriedad, es un fenómeno humano que hay que defender a brazo partido.

Vargas Llosa y sus amigos de 1958, Abelardo Oquendo, José Miguel Oviedo, Luis Loaiza, partieron a las oficinas del Senado a conocer al reservado, modesto, amanuense poeta. Era el Senado de una dictadura, que promulgaba leyes destinadas a no cumplirse en ninguna parte, y que el poeta estaba obligado a copiar y a mandar imprimir. Se encontraron con un personaje enormemente tímido y que devoraba libros en la Biblioteca Nacional cercana. Después supieron que el poeta, entusiasta admirador de la belleza femenina, aspiraba a decir piropos, pero no se atrevía. Después de algunos forcejeos psicológicos, asumió una fórmula de compromiso: piropear a las más feas. Le fue bastante bien por ese camino y alguien llegó a decir que había coleccionado a las mujeres más feas de la ciudad. Son típicos decires provincianos. Son chismes de sobremesa. Los poemas de amor del Carlos Germán Belli de los años cincuenta y sesenta, no siempre fáciles de interpretar, son de los mejores que se escribieron en aquellas décadas. No se difundían con la facilidad contagiosa del poema 20 de Pablo Neruda, pero ahí están todavía, vivos y enigmáticos: “Un nudo por eterno no de hilos / contigo, Filis mía, ni de cintas / ni menos hecho de livianas cuerdas, / más sí anudados yo y tú por las aguas / por largas lenguas de ardoroso fuego / y movimientos sin cesar del aire…”

Me hago siempre la misma pregunta final: ¿por qué el idioma común nos separa tanto? En una sala de lujo, llena de dorados y candelabros, se reúnen los poetas del Perú. En otra, los de Chile. Más allá, los de Montevideo. ¿No será todo esto una tenebrosa condena latinoamericana?



 



 

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