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Cristián Geisse Navarro | Autores |


 








Fragmento de la novela Teatro Boncó

Por
Cristian Geisse Navarro




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. . . No me gustan los jipisones, no me gustan sus discursos falsos sobre la libertad, sobre la paz y el amor. Pero heme aquí, pidiéndole ayuda a uno. El Grisho y su novia. Qué bella novia. Hay algo en ella tan dulce y tan terrible. Con las tijeras en una mano y un cubo de espuma en el otro, la escucho hablar. Entiendo que es el tercer hijo que pierde, y hay una tristeza tan honda en ella. No sé qué tiene Grisho, algo debe tener, algo debió tener en algún momento. Ahora habla poco y seguro nota algo. Nos gustamos con María, yo lo sé, pero Grisho no debiera temer, porque nada va a pasar. Gente como yo no puede tener mujer. Las tiene igual, pero no debería. Son los asuntos que me ocupan, la forma de ser. Les temo, pero las adoro, aunque sé hacerlo en un perfecto silencio. Si algo llega a pasar con alguna, siempre termina mal. Entonces uno esquiva, hace el quite todo lo que puede, hasta que lo pilla la chascona. A estas alturas ya me ha pasado varias veces. Y siempre juro que no me volverá a pasar y me pasa igual. Escuchar a María hablar mientras esculpe la cara de un títere me llena de algo indescriptible, creo que es parte de la brujería que quiero hacer. Tenés que marcar la espuma con un plumón como le shaman ustedes, pero antes tenés que mirarla bien para ver la figura que está dentro. Es Grisho el que posee el conocimiento que quiero adquirir, pero es María la de la magia. Los vi haciendo una función en la plaza de Coquimbo y fue una revelación. Algo así, algo así es lo que busco. Algo así, algo así me estaba esperando en algún lugar. Y resultó estar ahí, en Cochimbo, en Rockimbo, en Droguimbo, en Coquimbábilon. Me impresionaron muchas cosas, entre otras, la flexibilidad de las facciones de los personajes. Para lo que quiero hacer necesito expresiones de furia, de sorpresa, de alegría, de amor. Tengo ambiciones gigantes y medios limitados. Pero recién empiezo a aprender. Quiero hacer obras de arte, de la forma que sea. Los títeres son una opción maravillosa: poesía, música, pintura, escultura, danza, actuación. Son buenos los títeres de Grisho y María, pero los míos van a ser mejores, van a ser un milagro, la gente va a llegar a pensar que se mueven solos. Grisho toma una guitarra y canta una historia, María hace hablar a pequeñas ratas y a gatos facinerosos. Un pájaro en un árbol lanza conjuros, una rana salta al vacío. La sencillez es una clave y está ahí, yo la veo. La mente de los niños se abre y vuela sin que apenas puedan notarlo. Están hipnotizados, eso es lo que quiero llegar a hacer: no sólo con los niños, con todos, grandes, chicos, hombres, mujeres, ricos y pobres. Pero hay algo raro, podrido en ellos dos. Quizás son los hijos que María quiere tener y Grisho no. Qué hermosa mujer, qué merito más grande para un hombre que una mujer así decida acompañarlo. ¿Cómo llegó a suceder algo así? No lo sé. Se dejan querer, te obligan a querer. Son maestras titiriteras. Y no hay mezquindad en eso, es la gran energía que mueve al mundo la que las lleva a elegir a un hombre y hacerlo suyo. Luego viene ese juego de tiras y aflojas. Ambos se vuelven títeres del otro y cantan y bailan y ríen y aman. Y luego lloran, odian, olvidan. Muéstrame una mujer hermosa y yo te mostraré a un hombre cansado de garchársela. Muéstrame a un buen hombre y yo te mostraré a una mujer que en el fondo lo desprecia. Eso le escuché más de una vez a un pelmazo y a una amargada, respectivamente. Malas frases, aunque quizás reales. Igual nacen de la desilusión. La magia se va, muere la flor y solo queda la inercia, los truquillos, las mezquindades. Pero no siempre brota la desilusión, es bueno tenerlo claro. Tengo miles de ejemplos. No miles, no: cientos. Tampoco: decenas. La verdad son contados con los dedos de las manos. Grisho no habla, apenas me mira. Su piel de madera gris, su barba de alambre negro, sus mechas de loco, su cuerpo de palo se mantienen distantes. María no. Tomá la tijera de este lado y cortá así: de esa manera quedan huecos cóncavos. Empezá por los pómulos. Imaginá dónde tiene los ojos. Si querés le haces sha un par de puntos y vas a ver cómo te mira. ¿Viste? ¿Quién es? Decíme. Es un anciano. Es un brujo. Es un mago. ¿Sha sabés su nombre? Pero no, esperá a que te lo diga él mismo. Rajale ahí para que abra la boca. Va a ser muy besho. Ay, María. Cuando me tocas la mano se me paran todos los pelos, sigue haciendo tu magia. Este títere va a ser nuestro hijo. Aunque sea un viejo rabioso, vas a tener este hijo conmigo y te va a llevar por el mundo aunque no estés. Siempre que hable habrá una tormenta. No quiero paz. Quiero tormentas, María, no paz. No soy un jipi.  No me gustan los jipis, su falsa espontaneidad, su manera torpe de surfear el caos, su falsa docilidad, su falsa rebeldía. No me gustan los artistas que quieren vivir una vida leve, ligera, despreocupada. No soy así, María, creo que lo sabes. Déjame ir, María, este hijo será siempre de los dos, pero yo lo cuidaré. Me doy cuenta de que Grisho ya lo sabe sin que yo diga nada. Nunca seremos amigos, lo sé. Y él también. Rápidamente se ha vuelto cortante, no me habla mirando a los ojos, no me invita de su mariguana. Pero yo no quiero su mariguana, quizás sea de esos artistas que se hacen artistas para fumar mariguana, y eso me hace odiarlo un poco más. Pero necesito lo que me puede enseñar: la mejor espuma es la más vieja, la espuma nueva es dura y se rompe, busca colchones usados, ojalá que hayan quedado bajo la shuvia, que tengan años, esos te van a dar títeres flexibles, con vida propia. Hay varias formas de hacerles la ropa. Esa manga, por ejemplo, le va a calzar perfecto. Pero no, esa manga no, no quiero la manga que escojas tú, quiero una que escoja María. Y la escoge, una manga de camisa agitanada, roja. Y sí, es un aciano: ponéle esta manta, y me pasa un retazo grande de tela negra. Mirá, sha lo estoy viendo bien: es un viejo judío, Cuchisho. Te quiero María. Te odio Grisho, pero necesito tu conocimiento. Cuidado con las manos, que sean grandes, expresivas. A veces lo más difícil son las manos, esculpirlas en espuma es un verdadero arte, aprender a moverlas también. No tengo su habilidad, es una habilidad manual, corporal, cómo la quisiera, pero nunca he aprendido a cultivarla. Pero tengo un espíritu poderoso, que recién está creciendo, quizás sea lo más importante. Voy a ser un titiritero importante. Voy a ser el mejor titiritero del mundo. Me voy a ganar el Nobel de los títeres. María sí se ha dado cuenta, habla largo y tendido, con su voz aguda y dulce. Para ella debo ser un niño, siente ternura por mí, lo veo en sus ojos y lo siento en su voz. Grisho también lo sabe, y también sabe que nada pasará. Me deja ser, pero me odia. Sabe que le gusto a María. Eres un idiota Grisho, quizás le gusta de mí lo que alguna vez vio en ti. Yo no me voy a cansar, María. No me voy a dejar estar. Siempre que el anciano hable habrá una tormenta. Ay, María, qué bella eres. No me gustan los jipis, pero me gustas tú. Me imagino hundiendo mi cara entre tus pechos, besando tu cuesho, lamiedo tu entrepierna hasta que arquees las espalada. No quiero hacer la guerra contigo, María, quiero hacerte el amor. No sucederá, qué lástima. Pero tendremos este hijo que habla en tormentas, que hipnotiza a la gente, que nació sabio y furioso. No será un jipi, quizás tampoco un revolucionario. No me gustan tampoco los revolucionarios, sobre todo los de cartón. Quieren salvar el mundo, pero son incapaces de salvarse ellos y a la gente que más debiera importarles. Grisho, ¿quieres cambiar el mundo? El mundo, aunque no lo quieras, te ha cambiado a ti. Eres su títere, debes aceptarlo, simplemente cumples un rol. El rol del artista insignifcante y perezoso. El rol del artista mariguanero. No puedo aguantar que un artista piense que siendo artista puede ser relajado y tomarse la vida con calma. No: yo necesito ver rigor y disciplina, necesito ver lanzamientos al vacío y una llamarada, una danza furiosa en medio del caos. Será que Grisho se está poniendo viejo. Será que siempre fue mezquino. Será que siente que se equivocó de sendero. Será que su mujer es un lastre, pero no puede soportar que desee o quiera a otro. Ay, Grisho, eres mi maestro de distintas formas. Me has enseñado a María. Es lo mejor que me has dado. Pero también me has enseñado a odiar lo que tú amas. Esa falsa nostalgia del futuro. Ese falso sentido de la solidaridad; solidaridad egoísta. Tu falsa revolución espiritual; falsa revolución social. Las revoluciones, qué manera de volver a lo mismo, siempre. Falso arte. Falsa poesía. Pero María es de verdad. Dejemos la boca para el final. Ponele esta tira de peluche, es una barba perfecta. Ahí, pegásela en las cejas con adhesivo de contacto. Sha está. Mirá, mejor ponele estas manos que sho le hice. Están mejor. Ahora tomá el cuchisho y hacéle ahora sí un tajo ahí donde va la boca. Te ashudo. Está hermoso. Meté la mano. Poné los dedos, el índice arriba y el pulgar abajo. Sha está: que hable. Decile algo, preguntale lo que sea. ¿Cómo te llamas? Se desgañita. Se despereza. Efectivamente está mirando. Respóndeme engendro, bello hijo: Soy Matusalén El Antiguo. ¿Quién sos vos? Yo soy el Cuchillo: soy el que soy. No lo sos. Tenés los ojos cerrados. No podés ver al titiritero. En cambio sho, sho lo estoy viendo ahora.



 

 

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Fragmento de la novela Teatro Boncó
Por Cristian Geisse Navarro