Hace unos cuantos años, al momento de recibir las primeras copias de su libro de relatos El infierno de los payasos, Cristian Geisse me confesó que le hubiera gustado que el epígrafe de aquél libro hubiera sido el track “Aporte al jazz” contenido en el disco de Fulano del cual Cristian tomó el título para su texto. El infierno de los payasos corresponde al segundo volumen de su trilogía narrativa sobre el diablo; la primera entrega, En el regazo de Belcebú, había generado algunos años antes una recepción entusiasta por parte de un grupo de lectores soterrados y diversos. El volumen que cierra la trilogía, Satán es mi copiloto, aún espera su publicación. Lamentablemente todavía no está al alcance de los libros impresos el poder contener epígrafes de soportes sonoros –lo que quizá una futura versión en libro electrónico del texto permita realizar–, pero por el momento podríamos aprovechar aquella quimera de la obra geisseana para la siguiente entrevista. Pienso que el lector que se interese por ella podría encontrar en el breve tema de Fulano (tan solo 16 segundos) una música de fondo ideal para acompañar la lectura de esta presentación que acá termina, para dar paso al payasódromo en el cual Geisse nos invita a bailar.
—Cristian, hace poco más de diez años publicaste un libro de poesía del que hoy reniegas. Este año has publicado tu primera novela, Ricardo Nixon School. Entre estas dos fechas, sumamente simbólicas, publicaste libros de cuentos y antologías poéticas apócrifas (algunos de ellos considerados ya con un status de culto), has impulsado la republicación de buena parte de la extensísima obra de Alfonso Alcalde, así como también textos de él que permanecían inéditos y has escrito esporádicamente en internet reseñas y críticas de libros. En el mismo intertanto también realizaste un magíster, con una tesis precisamente dedicada a la carnavalización en Alfonso Alcalde, y abortaste un doctorado. ¿Qué evaluación puedes hacer de esta primera década de tu producción? ¿Cuáles han sido tus principales objetivos al tratar de asaltar el campo, si es que me permites esa palabra con una connotación que puede parecer tan engolada?
—¿Un poco más de diez años? El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos. De ese primer libro ni hablar. Ahora, si dices que algunos de mis libros son de culto, ya empiezo a sentir que hay un logro, aunque dame el beneficio de la duda. Lo de Alcalde es algo que tenía que hacerse, si no lo hacía yo, otro lo iba a hacer. Creo por lo demás que todavía queda paño por zurcir respecto a la obra del maestro. Está ese reportaje del salitre que espero trabajar este año. También hay que ubicar su autobiografía. Y está la necesidad de difundirlo afuera. Respecto a mis estudios, estoy contento de haber hecho todo lo que hice. Si me hubiesen pagado por estudiar, lo hubiese seguido haciendo. Intenté conseguir los fondos y no lo logré. Maldita Conicyt. Ese camino pasó, aunque la verdad, si pudiera haría un programa de estudios que me permitiera investigar autores apócrifos, escritores y artistas que han llevado al límite la relación entre ficción y realidad por plantearlo de algún modo, especialmente aquellos que buscaron confundirlos a todos con la invención de autores que en el fondo fueron golems. Espero que esta primera década de producción como la llamas sea solo el inicio, que no estén en ella los mejores frutos. Recuerdo esa frase de James Brown en Zaire, cuando dijo algo así como “me pidieron que tocara lo mejor de James Brown y yo les dije que era imposible, porque lo mejor de James Brown está por venir”. Ahora, sobre mis principales objetivos al momento de asaltar el campo, en esta primera etapa eran: conocerlo desde adentro, luego destruirlo. Mentira. Sí conocerlo desde adentro, entender ciertas cosas, saber más o menos cómo actuar. Pero creo que mi objetivo más importante y el que me tiene haciendo el ridículo hasta aquí, es crear alguna vez un cuento, una novela, un poema, un libro de verdad bueno, notable, perdurable, que nos hable por mucho tiempo. Para alguien como yo, es un objetivo más ambicioso y difícil que la chucha.
—A propósito de la relevancia que tiene en tu respuesta ese espacio limítrofe entre ficción y realidad, lo que has llamado en tu obra lo “neo-apócrifo”, ¿podrías hacer un relato de cómo se fue gestando en tu trabajo esta presencia de “golems”, desde sus pulsiones iniciales hasta lo más reciente que has publicado y pensado?
—En algún momento me di cuenta de la importancia del tema de la ficción, de lo cierto y lo falso, de la naturaleza de los mundos posibles, lo que a la larga –me parece– guarda relación con procesos cognitivos y con uno de los problemas más relevantes para el ser humano: la forma como percibe la realidad. Más que ponerme a reflexionar, me puse a experimentar. Creo que todo se germinó con el prólogo a Las enseñanzas de Don Juan que hizo Octavio Paz. Es una deuda para mí releerlo, porque esta primera lectura la hice hace más de diez años, pero quedó en mí muy presente la duda que tenía Paz de que ese libro fuese ficción o no, de que fuese literatura u otro tipo de documento. Esa incertidumbre me pareció maravillosa y me hizo pensar que una lectura de ese tipo tenía un potencial muy grande. Paralelo a esto corría una desconfianza profunda de mi propia condición de poeta. Veía en mí una incapacidad para sostener un personaje similar al sujeto de enunciación que estaba desarrollando en mis poemas. Algo no me calzaba y no me permitía sentirme cómodo. La creación de una antología apócrifa me pareció una buena solución. Me lo planteé casi como un trampantojo, un posible engaño al ojo lector. Por supuesto nada de esto es nuevo. En el “epílogo” de la antología de poetas precoces que hicimos con Mario Verdugo y otros poetas [El pequeño odioso. Antología de poetas precoces chilenos] se desarrolla el tema con mayor extensión y no quiero repetirlo acá. Allí traté de definir lo que era un artista “neo apócrifo” y sus recursos. En el fondo es gente que inventa golems, pero golems hechos de discursos y textos. Me parece importante para lograr algo así tener cómplices, ya sea voluntarios como involuntarios. En ese sentido hacer un golem –un poeta o un artista inventado que comience a tener vida propia– debiera ser una tarea colectiva. Sinceramente no sé hasta qué punto ha resultado y tampoco sé muy bien hacia dónde va el proyecto. Recientemente se publicó el libro Tres poemas, un libro de Fernando Navarro Geisse, quien es una especie de doppelgänger mío y en realidad el responsable de todo. Hay otros golems en camino. No me cabe la menor duda de que en estos mismos momentos, en lugares que desconozco, hay gente que está haciendo lo mismo. Acá en Chile ya lo había hecho Pedro Prado cuando inventó a Karez –I– Roshan. Hoy, creo, las circunstancias son aún más propicias para hacer algo así. Las nuevas tecnologías son perfectas para desarrollar golems, pero yo estoy muy al debe. Tengo la idea de que es incluso una práctica cotidiana aunque más bien alejada de la esfera del arte. En mi caso, vamos a ver en qué termina todo, por ahora, es para mí una oportunidad de ser poeta sin sentir vergüenza. O bien, sintiendo vergüenza ajena por mí mismo cuando soy otro.
—Junto al tema de lo neo-apócrifo que has desarrollado en las cuatro falsas antologías que has publicado, otro tema central en tu proyecto es el humor, al cual has accedido de diferentes formas: estudiando sobre ello, rescatando y escribiendo sobre Alfonso Alcalde, en tus ensayos, en tus proyectos narrativos como la trilogía sobre el diablo y tu primera novela. En definitiva, se trata de un tema indesligable de tu escritura porque se encuentra bien incrustado en ella. Me gustaría que reconstruyeras este acercamiento y tus intenciones.
—No sé si has visto esa entrevista del Actors Studio donde le preguntan a Robin Williams si al igual que Billy Cristal él se inició en el humor tratando de hacer reír a su madre que tenía una vida algo difícil y él responde entusiasmado claro que sí. Creo que hay algo curador en la risa, liberador, ligero pero muy intenso y muy profundo. En mi caso no fui un niño chistoso, de hecho fui más bien taimado, amurrado como dicen en Santiago. Hice rabiar mucho a mi mamá, quizás hasta la hice llorar, qué horror. Pero también fui un niño que se aburrió mucho y que aprendió a reír fuerte, en parte gracias a que había mucha gente que reía a mi alrededor. Ahora creo que aprender a reírme fue un proceso curativo, liberador, que me ha permitido alejarme de la pesadez, que me ha salvado de ser un tonto grave. Me encanta reír, me encanta ver reír. Me encanta rodearme de gente que ríe. Soy de risa fácil, puedo reírme por mucho tiempo, con las cosas más triviales. Sin considerarme un humorista, siento que el humor es fundamental en mí. En literatura es algo que me encanta, qué chistoso es El Satiricón, El asno de oro, qué chistoso el Quijote, Panurgo, Quevedo, Erasmo, Boccaccio. Dostoievksy es increíblemente gracioso en ciertas partes de su producción. Me he reído a carcajadas con libros de Nabokov, sobre todo con Desesperación. Con Faulkner. Con Joyce. Todos ellos, en determinados momentos son payasos extraordinarios. Para qué hablar de Henry Miller, de John Fante, de Bukowsky. La lista es interminable. El humor fue totalmente decisivo al momento de acercarme a Alfonso Alcalde, a quien amo entrañablemente, entre otras cosas porque nos hace reír. Dentro de los narradores chilenos que se identifican con las culturas populares, es uno de los pocos y quizás de los primeros que buscó reflejar esa parte con tanto ímpetu. Yo estudié el tema, el tema de la risa para estudiarlo a él y para entender algunas de mis preferencias. Y encontré distintas explicaciones y análisis. Freud, Bergson, Bajtín. Hay aportes importantísimos en la sociología, en la antropología. Y en la etología humana, por supuesto. Son muy interesantes, pero a veces me parece que es casi como explicar el chiste, es decir, lo puede echar a perder todo. Por mi parte no es que necesariamente me proponga ser gracioso, simplemente me dejo llevar por el espíritu de lo que estoy contando, si sale chistoso es gracias a toda una carga cultural que llevo dentro, tanto por parte de las personas con las que crecí como por mis lecturas y otras formas de humor que me es fácil encontrar, por ejemplo, en los medios masivos de comunicación y en los bares, que son espacios que todo hombre de bien debe frecuentar y que gracias al humor pueden ser lugares de resistencia contra el espíritu de la pesadez.
—Quisiera que te refirieras ahora a otra problemática de fuerte presencia en tu política de la literatura. Me refiero a tu trabajo con el territorio y si puedes complementarlo con tu participación en el colectivo “Pueblos abandonados”.
—Mi política de la literatura: está bueno eso. Aprovecho de decir que me siento una persona marcada por la dictadura. Viví mucho tiempo en ella, sin conciencia de la forma como estaba influyendo en mi vida. Por mucho tiempo no tuve conocimiento de sus crímenes y sus abusos. Mis padres eran gente que simpatizaba con la derecha, de una manera bastante ingenua quiero creer. Pero gente muy cercana, parientes, amigos de mi familia, me abrieron los ojos cuando estaba dejando de ser niño y llegué a entender el horror de lo que vivimos y las consecuencias profundas que tuvo todo eso para un número gigante de personas. Una de las consecuencias más importantes que tuvo sobre mí es que me vi moldeado como una persona casi incapaz de actuar políticamente. Me cuesta organizarme con otras personas para intervenir en procesos sociales y cambiar cosas. Participo de tal forma que el impacto de mi participación es casi nulo. Pienso en gestos como ir a votar, ir a votar solamente y no hacer nada más. En algún momento creo llegué a sentir aprensiones al momento de proponer o discutir ideas, porque sentía que era inútil, que solo se llegaba a puntos muertos, o porque en una de esas todo iba a terminar siendo peor.Unirme al Colectivo de los Pueblos Abandonados fue para mí una forma de combatir todo eso, de ser más político, de actuar, de escuchar, hacer y debatir proposiciones. Siento respeto y admiración por los autores que están en el colectivo. Siento que me identifico con lo que ellos dicen o pueden decir sobre la forma en que se hacen las cosas en Chile y especialmente en provincia, en proponer nuevas miradas sobre el trabajo literario y artístico desde ahí, en la posibilidad de intervenir de manera relevante desde lugares que están alejados de lo que podríamos llamar el “poder central”, la metrópoli o el lugar donde se condensan la mayor parte de lo que podríamos considerar las fuerzas o poderes dentro del campo literario y cultural. Yo he vivido la mayor parte del tiempo en provincia. Y ojo, la verdad es que he vivido todo el bendito tiempo en ella si tomamos en cuenta que Santiago también es una provincia roñosa, periférica, satelital, marginal, poblacional, municipal respecto a los grandes centros culturales del mundo. Para mí casi no existe otra opción que hablar desde ahí y sobre eso, porque no quiero hablar de cosas que no conozco. Entonces me siento verdaderamente cómodo y contento de relacionarme, unir fuerzas y aprender de gente como Marcelo Mellado, Daniel Rojas Pachas, Óscar Barrientos, Cristóbal Gaete y Mario Verdugo, que son a los que conozco más dentro del colectivo y que me parece están en la misma, porque o han vivido o se han puesto en una posición que los obliga a repensar Chile, destruirlo y reconstruirlo retóricamente, y que de una u otra forma fortalecen territorios alejados de la mano de dios, proponiendo formas de actuar y de mirar desde allí.
—Y en particular, posicionarte desde Vicuña o “desde los nortes que hay en el norte”, qué ha significado para tu trabajo escritural. —Yo nací, me crié y me deformé aquí en Vicuña. Actualmente vivo y trabajo aquí. Mis padres son de acá. Y los padres de mis padres son de acá. Es inevitable que aparezca en mucho de lo que escribo. Pero yo no escribo para la gente de Vicuña. No me interesa que me lean aquí. No quiero ser el poeta del pueblo. Quiero que me quieran, sí, no porque soy escritor, sino porque soy uno más. Acá llegué de vuelta cuando me habían echado de todos lados. Llegué de vuelta porque era el único lugar donde siento tienen la obligación de recibirme. Si pudiera, me iría. A Nueva York, a Berlín. A México o Sao Paulo. Incluso a Damasco o Bagdad. Pero llevaría la ciudad conmigo. Y me iría sin la menor duda de que tendría que volver alguna vez. En ese sentido mi “posicionamiento” es más espiritual que operativo. De todas formas, todo lo que hago, lo hago desde acá. Y creo que me resulta. De acá salen mis libros. De acá consigo que publiquen a Alfonso Alcalde. Desde acá escribo en revistas. Desde acá bailo en el payasódromo que es la literatura chilena. Los poetas que invento son casi todos de acá, de este valle. El centro del universo está acá. Se puede desplazar y estar en cualquier otro lugar, pregúntale a los astrónomos. Pero por el momento está acá y yo me siento cómodo y contento así.
—Para finalizar, adelántanos algo de tus futuros proyectos. Sobre todo me gustaría que construyeras tu respuesta basándote en lo que ha significado para ti el tránsito que has recorrido desde trabajar con la forma del cuento a explorar en el formato novela. —La mayoría de mis cuentos iban a ser novelas. Algunos lo fueron en realidad. Otros lo son aún. Es un bonito problema pensar porqué el mundo editorial prefiere novelas a cuentos. Por qué hay tantos lectores que prefieren la novela al relato corto. No tengo una respuesta real. Ahora estoy haciendo una novela que se llama Robert Sapolsky o The uniqueness of human being, quizás termine siendo un cuento, quizás termine siendo un poema, quizás termine siendo un ensayo, en el mejor de los casos va a ser todo eso y nadie se va a aburrir leyéndolo.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Cristian Geisse, escritor:
“desde Vicuña bailo en el payosódromo que es la literatura chilena”.
Por Hugo Herrera Pardo