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Nuevas formas de terror (*)
Por Cristián Geisse Navarro
*Texto leído en el Festival Literario Terror en Providence, Santiago, el sábado 10 de agosto de 2019.
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Vivo en medio de una pesadilla de la que no puedo despertar.
Todas las noches tengo sueños horribles. Despierto y mi vida es aún peor.
El miedo a que ese miedo se haga real me paraliza.
Y a veces me veo acercándome lentamente hacia las puertas de ese infierno.
Temo a perder toda esperanza.
*
. . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
. . . . . No creo haberme propuesto conscientemente escribir historias de terror. Pero sí siento que había –y quizás hay- algo en mí que me empuja hasta esos lugares. Quizás haya una vinculación afectiva con la idea de escuchar historias de esa naturaleza. Tuve una anciana tía que mostraba una marcada predilección por contarnos penaduras cuando éramos niños. A media luz, en su casa vieja en medio de un pueblo semiabandonado. Los tres demonios que jugaban cartas. El burro que se alargaba cada vez que se subía un niño. La hermana que resucitó y dictó versos que escuchó en el cielo. La iglesia que se derrumbó porque habían jugado con el pesebre. La niña que le cortó un muslo a un cadáver porque se había gastado la plata de la carne. Yo mismo he sentido ese extraño y quizás perverso placer de contar historias de terror a los niños. A partir de los 2 y hasta los 6 años, dicen los manuales de psicología, predominan los miedos a seres imaginarios. Posiblemente tenga que ver con mentes más concretas, aún inhabilitadas para interpretaciones complejas. Pero estoy seguro de que esos miedos perduran. Finalmente el terror tiene mayor efectividad de acuerdo a su grado de verosimilitud, es decir, al efecto de realidad que provoca la amenaza.
. . . . . Es posible que la ficción sea una forma de dominar ciertos placeres que nuestra corteza prefrontal nos impide realizar porque son incorrectos y tienen a la larga horribles consecuencias. Podemos imaginar que matamos o ejercemos violencia, pero no lo hacemos. Muchos de nosotros seríamos incapaces de acuchillar o disparar sobre alguien porque sabemos que los resultados de nuestras acciones nos llevarían a prolongadas y perdurables formas de angustia y padecimiento. Sabemos, en el fondo, que está mal hacer algo así. Sin embargo, podríamos llegar a sentir satisfacción viendo acciones como esa en las películas. Creo que algo parecido es el placer que provoca la ficción de terror: hacernos sentir horror y espanto en forma controlada, sabiendo que no hay consecuencias reales después de la experiencia.
. . . . . Hace muy poco un alumno mío, Daniel Estay, de tercero medio, escribió un ensayo sobre Drácula, en cuyo inicio señalaba que no sentía miedo real en libros de terror, que tampoco eran muy profundos en las películas, aunque sí llegó a sentir miedo verdadero en videojuegos. Los videojuegos son formas narrativas con las que creo los seres humanos soñamos por siglos: efectivamente somos los protagonistas de la narración que estamos viviendo; podemos tomar decisiones y modificar de distintas formas el orden de los acontecimientos. Son –imagino- mucho más verosímiles en ese sentido.
. . . . . Como dije, yo no me propuse conscientemente escribir historias de terror y muchos de los acontecimientos de algunos de mis relatos, tienen un asidero poderoso en lo que llamamos realidad. Y mis cuentos sobre el diablo, de una u otra forma, son muestras de las que llaman cinco dimensiones del miedo en jóvenes y adultos: al fracaso y la crítica, a lo desconocido, a daños menores y pequeños animales, a situaciones de peligro y muerte, también a miedos médicos. Pero nuevamente, nada de eso obedeció a un programa elaborado, aunque sí quizás a una tendencia de mi personalidad. Ese proyecto mío –relatos con la figura central del demonio- simplemente me tiene hastiado por las sensaciones a los que me vi enfrentado. Deseé fervientemente dejar de ver al diablo en todas partes, dejar de sentir ansiedad, angustia, miedo y terror. Sin embargo me ha sido imposible, y nuevamente me encuentro en una situación donde –lejos ya de lo que podríamos considerar la ficción- el demonio irradia su energía sobre el mundo en que habito. Y lo hace desde más allá de la fantasía, con un nivel de verosimilitud que me tiene acorralado.
*
. . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
. . . . . Quizás vivo en una especie de parálisis del sueño, con un zumbido agudo que lacera mis sesos, imposibilitado de actuar, con un engendro observándome desde la sombras, justo en el límite entre el sueño y la vigilia: una de las más horribles formas de la pesadilla. En una de esas sigo sintiendo la uña del diablo rajándome la piel. Está ahí sentado a un costado de mi cama. Me pide que tome su pesuña. Me pide que nos acerquemos a la puerta del infierno.
. . . . . Es aterradoramente posible que nos estemos encaminando hacia el abismo. Somos el insecto que se acerca al néctar de la planta carnívora. Llegamos al punto de no retorno en medio de la tempestad. Somos la rana en la olla que comienza a hervir.
. . . . . Mis temores sobre el fin del mundo y el juicio final habían desaparecido muy temprano. Leíamos el Apocalipsis a la luz de una vela junto a primos y hermanos, en un ejercicio de terror controlado. Viajé una larga noche en la parte trasera de un station vagon escuchando a un amigo hablándome de Nostradamus. Creo que no hubo mucho más. Pensé que había pasado la edad en la que creía en seres imaginarios. Pero quizás sólo viví una forma de habituación y –por lo tanto disipación- del miedo. En la universidad, mientras estudiaba Antropología, conocí el concepto de mileniarismo. Sé que no hay precisión científica en lo que digo, pero quedé con la sensación de que si bien quizás no sea un universal humano, sí es un rasgo cultural que se repite con mucha frecuencia, como si viniera incorporado a nuestra naturaleza: en todas partes se piensa que se acerca un final catastrófico. A veces es próximo, otras, lejano. Suele coincidir con el fin de ciclos numéricos: los milenios, centurias, o lo que sea; pero tampoco es un requisito indispensable. Recuerdo un libro de una tía mía que se había engrupido con el New Age. Ella me pasó un manual que decía que el fin del mundo vendría el año 1986 y entregaba instrucciones para sortearlo: reunir provisiones, huir a los cerros, vivir en cuevas. No pasó absolutamente nada. Tampoco el año 2000 ni el 2012. Tampoco se cumplió lo de los tres días de oscuridad total en que viviría la tierra, anunciados por diferentes círculos proféticos para el año 2015. En todas esas ocasiones vi a gente verdaderamente asustada. Pero no pasó nada. Es normal que el ser humano crea en estas cosas, quizás sea una forma de adaptación a su medio, de prevención de peligros, en una de esas, quién sabe, es un mecanismo inconsciente para fomentar la reproductividad.
. . . . . Pero el diablo no deja que los seres humanos suelten su pesuña con facilidad. Comenzó a sucederme recientemente, que me he encontrado de frente con gente atormentada por nuestro futuro en la Tierra. A veces pensaba que eran personas que se acercaban instintivamente a mí para que los tranquilizara por algo que irradia mi personalidad. Se me ocurre a veces que vivo en una extraña forma de sueño donde cosas así tienen sentido.
. . . . . Tengo miedo por mis hijos, me dijo un hombre en un bar. Tengo miedo porque veo que se acerca el desastre global, no sé si tengo las herramientas para asegurar sus vidas, me explicó verdaderamente asustado. Yo lo tranquilicé: es un universal humano pensar así, pero el hombre siempre encuentra los medios para sobrevivir. Su capacidad de acumular información, organizarla y generar nuevos conocimientos frente a situaciones novedosas lo va a sacar de esta. El problema es que cada vez somos más, pero creo que también es parte de solución, le dije. Nuestra inteligencia colectiva nos va a ayudar. Por ejemplo, ya han encontrado los mecanismos para sacar agua del aire, le dije. Creo haberlo tranquilizado por unos momentos mientras lo sedaba con cerveza.
. . . . . En otra ocasión, muy cercana a la anterior, bajo un jazmín en un restorán, un norteamericano que trabajaba en Silicon Valley me manifestó sus angustias sobre el tema. Teníamos bastantes cosas en común, el año de nuestro nacimiento, la música que escuchábamos, algunos artistas que admirábamos. Pero creo que había grandes diferencias en nuestras inteligencias. Manifestó su preocupación sobre el estado del mundo, sobre nuestros gobiernos, sobre las hambrunas y sobre todo por el colapso medioambiental. Traté de tranquilizarlo. La cerveza, el atardecer y la simpatía ayudaron. Pero era claro que no sería suficiente. Su novia lo sabía y nos dijo que era un tema recurrente en él, que lo había cambiado, que lo enrarecía y hundía en una obsesión agotadora. Ella era hija de un hindú radicado en San Francisco. Era jardinero y una persona con tendencias espiritualistas. De cierta forma, desde miles de kilómetros, su padre nos motivó a jugar y a escoger nuestros animales chamánicos, nuestros animales interiores, nuestros animales guías. Ya no recuerdo los que escogieron ellos. Ya bastante ebrio les dije: mi animal guía es Godzilla, yo solo quiero ver el mundo arder. Golpeé la mesa y tomé mi cerveza al seco. No demoraron mucho en irse. Yo me reía a carcajadas como un poseído. Pero sobre todo como un gran imbécil.
*
. . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
. . . . . Nací en 1977, cuando en la tierra había 4 mil 200 millones de personas. Hoy, 2019 somos 7 mil 500 millones. En 42 años la población ha aumentado en 3 mil 300 millones. 42 años.
. . . . . Y esto es peor de lo que parece.
. . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
. . . . . Hace 10 mil años, éramos apenas un millón.
. . . . . El año 500 a.C. éramos cien millones. Cien millones en nueve mil quinientos años.
. . . . . El año mil de nuestra éramos trescientos millones. Doscientos millones en mil quinientos años.
. . . . . En 1800 éramos mil millones. 800 millones en 800 años.
. . . . . El año dos mil éramos 6 mil millones. 5 mil doscientos millones en doscientos años.
. . . . . 3 mil 300 millones en 42 años.
. . . . . El efecto de verosimilitud se ha intensificado.
. . . . . Despierto de mis pesadillas, pero el mundo en que vivo parece aún peor.
*
. . . . . Siento a las megalópolis extenderse como la lepra. En Guadalajara después de tener 31 grados de calor sobreviene una granizada que destroza vehículos y edificios. En Dubai se alcanzan los 60 grados y los árboles comienzan a combustionar espontáneamente. Asisto a la migración climática. Veo niños muertos en la playa. Veo niños muertos en los ríos. Veo niños muertos en campos de concentración. La gente huye de Guatemala porque temen que les maten a sus hijos. Ahí, en Guatemala, vi la desembocadura de un río habitada por un esquizofrénico que hundía su cuerpo en un cause cercado por colinas de bolsas plásticas. Todo para rescatar monedas y chucherías que limpiaba con ácido muriático sin utilizar guantes. Se sentía cómodo ahí. No quería huir. Pero un torrente de millares de personas contaminadas por mis pesadillas huye hacia las fronteras, hacia tierras donde tampoco nadie los espera y nadie los ama y nadie los quiere ayudar.
. . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
*
. . . . . La lista del deterioro medioambiental es incontable. Parece la ciudad del llanto, el dolor eterno, el lugar donde sufre la raza condenada. Abarca todos los continentes, la atmósfera, la hidrósfera, la criosfera, la biósfera.
. . . . . Quizás me resista a acercarme a las puertas del infierno, pero el infierno se acerca a mí.
. . . . . Se ha dicho recientemente que el Valle de Elqui ha vivido el otoño más seco en 60 años. Se instalan mineras y grandes industrias agropecuarias que esquilman el agua sin compasión ni empatía. Si no lo hago yo, no faltará quien lo haga he escuchado en más de una ocasión. Es una frase de pesadilla. Y los científicos ya empiezan a hablar de una Megasequía, con tiempos más prolongados y superficies cada vez más extensas. Se extiende actualmente desde la Araucanía hasta la Región de Coquimbo. Se encuentra ahora en su punto más alto, en la década más seca del siglo. Y no existe una situación análoga en un milenio de acuerdo a las reconstrucciones climáticas en base al crecimiento de los anillos de árboles.
. . . . . La sequía es un infierno lento, un cataclismo ralentizado del que es imposible predecir el momento de su final.
. . . . Tengo una imagen tatuada en la memoria. Tendría yo algo así como doce años cuando vi en la televisión la miseria en un valle vecino al mío. Era una pareja de ancianos crianceros en su covacha, víctimas anestesiadas de la sequía. Todos sus animales habían muerto. Ya ni se molestaban en espantar las decenas de moscas que se posaban en sus rostros. En un rincón del rancho a medio caer, en un hechizo corral de tablas y palos, una niña de pañales, se agitaba tratando de mantenerse en pie. Parecía un bebé, pero tenía 20 años. Tenía los dientes de un adulto y babeaba. Quizás hija de la endogamia. Quizás hija de la polución. Quizás hija de los pesticidas. Y las moscas tampoco parecían molestarle mientras caminaban por todo su cuerpo, su cuerpo sucio y hediondo. ¿Qué edad tiene ese ser humano ahora? ¿Es aún un bebé de 50 años? ¿Está vivo? ¿Dónde está su calavera? ¿Todavía está rodeado de músculos blandengues y piel sucia? ¿Todavía está rodeada de moscas? ¿Vienen más, vienen más mutantes como ese?
. . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
. . . . . La sequía también.
. . . . . El que entre acá pierda toda esperanza dice la puerta del infierno, una puerta que quizás ya traspasamos sin vuelta atrás.
. . . . . Tengo miedo de ese miedo, el miedo de perder toda esperanza.
*
. . . . . El problema somos nosotros. Y lamentablemente no somos la solución. Stephen Emmott –Biólogo, Neurocientífico, Psicólogo experimental, catedrático de Óxford, director de diversos centros de investigación- publicó el 2013 un libro de no ficción que es un libro de terror. La lista de pesadillas medioambientales es incontable:
. . . . . . El aumento sin precedentes del dióxido de carbono en la atmósfera.
. . . . . . El aumento de casi un grado en la temperatura global.
. . . . . . El cambio climático.
. . . . . . El calentamiento de los mares.
. . . . . . La explotación de la tierra, la degradación de los terrenos, la desaparición de hábitats.
. . . . . . La masiva pérdida de biodiversidad.
. . . . . . La destrucción de vida más grande que ha experimentado la tierra desde la época de los dinosaurios.
. . . . . . La pérdida exponencial de kilómetros cuadrados de bosques y selvas.
. . . . . . La reducción de servicios ecosistémicos vitales.
. . . . . . La liberación de metano en el ártico.
. . . . . . La alteración del ciclo del carbono.
. . . . . . La escasez crítica del agua.
. . . . . . Sólo por mencionar algunos.
. . . . . . Emmot propone soluciones, pero sabe y declara que no ve solución real por ningún lado:
“Necesitamos con urgencia hacer algo radical –y digo hacerlo realmente, con actos– para impedir una catástrofe planetaria. Pero creo que no haremos nada. Creo que estamos jodidos.”
“Pregunté a un científico, de los más racionales y brillantes que he conocido, un científico que trabaja en este campo, un científico joven, un científico de mi laboratorio, qué haría si sólo pudiera hacer una cosa para remediar la situación en que estamos. ¿Saben qué respondió?
« Enseñar a mi hijo a usar una pistola».”
. . . . . . La semana pasada, mientras le mostraba a un grupo de jóvenes el documental basado en el libro de Emmott, vi que la gran mayoría de ellos estaba hundido en sus teléfonos celulares completamente ajenos a las advertencias que se les hacía. No estoy seguro de que la generación de humanos que tomará los puestos de poder y heredará la Tierra esté verdaderamente preocupada; por lo que vi ese día, diría que ni siquiera están interesados. Y sin embargo somos el insecto que se acerca al néctar de la planta carnívora, a la rana en la olla que empieza a hervir, avanzamos al punto de retorno en medio del tornado.
. . . . . . Ya estamos en el punto de inflexión.
. . . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
. . . . . . Observo a militares asistiendo a las reuniones sobre cambio climático. Escucho a Mike Pompeo alegrarse por el derretimiento de los glaciares pues aumentan las posibilidades de encontrar combustibles fósiles. Veo al Vicepresidente de Brasil, diciendo que el gobierno de su país no tocará las tierras protegidas del Amazona perteneciente a los indígenas A MENOS QUE ELLOS LO DESEEN y lo negocien con mineras y otras industrias. Y constatar que hasta el momento se han quemado un 278% más de terrenos amazónicos que durante el año 2017. Lo escuché también asegurando que los pesticidas que causan cáncer y provocan abortos y mutantes están dentro de la legalidad. Leo sobre centenares de defensores medioambientales muertos en los últimos 3 años, así como las extrañas muertes sin resolver de varios dirigentes ambientalistas chilenos. Y compruebo que todos los acuerdos internacionales para retrasar el apocalipsis son pura palabrería y fallan uno tras otro. La estupidez institucional es la norma. Gente brillante en altos puestos de poder, actúan como imbéciles porque sus campos culturales se los exige. Son incapaces de cambiar el sistema.
. . . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica y yo comienzo a delirar.
. . . . . . Me retuerzo ante la idea de que los psicópatas son parte de la normalidad, un constante uno o dos por ciento de la población, pero tienden a buscar puestos de poder, y que así son parte de los repugnantes medios en que nuestra especie se adapta y consume la tierra. También en la idea de que hay gente que es adicta al dinero como a una droga dura, que son incapaces de reconocer que están enfermos, que perjudican a todos quienes les rodean, a cientos de miles de kilómetros de distancia, pero simplemente no aceptan que están enfermos y van a continuar irradiando la enfermedad y la muerte a su alrededor, mintiéndose a ellos mismos y a todos los demás, disfrazando su podredumbre con lujo ostensible, pero insostenible, manchado desde sus vísceras con mierda y detritus.
. . . . . . El efecto de verosimilitud se intensifica.
*
. . . . . . El miedo a ese miedo.
. . . . . . El miedo a perder toda esperanza.
. . . . . . El miedo a despertar de la pesadilla y darme cuenta que estar despierto es aún peor.
*
. . . . . . El miedo a ya no saber qué es real y que no. El miedo de estar mintiéndome a mí mismo.
. . . . . . El miedo de estar en medio de un relato en el que ya no sé qué es ficción y qué es realidad. El miedo de encontrarme sacudido por indefinibles fronteras entre el sueño y la vigilia.
. . . . . . Y desesperarme y comenzar a delirar. Y organizar una posible solución que mitigue el daño a una profundidad mínima en menos de dos generaciones. Y pensar en planes de rescates. Hay que intervenir a los hijos de los dirigentes, porque ellos heredarán el mundo. Hay que educar a las clases medias y bajas para que no profundicen en el problema, levanten la cabeza y sean parte de la solución. Hay que llevar a las mujeres al poder como sea, porque sus formas de enfrentar el problema serán inteligentes, planificadas, empáticas, no violentas. Hay que terminar como sea con nuestra dependencia a los combustibles fósiles.
. . . . . . Y entender que soy un imbécil. Pero aun así seguir retorciéndome en los delirios y en mi desvarío.
. . . . . . Y entonces recurrir a los alienígenas como una opción válida para salvarnos.
. . . . . . Escuchar a un Stan Romanek entrar en trance y oír por su boca a los Elohim decirnos que vamos a sobrevivir aunque será duro. Que the system is broken / it must be replaced. Que ellos –los que están ciegos de poder- son menos y nosotros somos más.
. . . . . . Escuchar a Paul Hellyer, un ex ministro de defensa de Canadá decir que los Estados Unidos tiene a varios extraterrestres trabajando para ellos, que han pasado migajas tecnológicas como las luces led, el kevlar, los microship, pero que en realidad existe una organización militar que no quiere que la verdadera tecnología que podría –por ejemplo- obtener energía electromagnética gratuita y de la fuerza de gravedad, se conozca, porque el dólar está sustentado en la guerra.
. . . . . . Escuchar a Steven Greer decir que podríamos hablar de organizaciones criminales, que hacen desaparecer gente, que la envenenan y la torturan y la matan, como a Stanley Mayer que habría creado un motor que funcionaba liberando energía del agua, o a muchos otros que inventaron fuentes de energía alternativas que amenazaba el imperio de los combustibles fósiles.
. . . . . . Escuchar a Jim Spark decir que los reptilianos lo abdujeron por décadas hasta convertirlo en su sirviente y que en algún momento lo llevaron a un parque de entretenciones abandonado cubriendo sus espantosos rostros con hologramas para decirle que la única forma en que la desclasificación y el acceso a otro tipo de energía era la amnistía para todos aquellos dirigentes que habían promovido el silenciamiento y la tortura y el asesinato para seguir en el poder y enriquecerse y tomar ventaja de los demás.
. . . . . . Y ver a cada uno de ellos ser desacreditados, tratados de locos, pedófilos, estúpidos psicóticos buscadores de atención.
. . . . . . Y entender que la verdad estará siempre contaminada, que es fácil confundir, que finalmente nadie hará nada.
. . . . . . Y escuchar a Greta Thunberg decir: el poder es de la gente. Y comprender que es joven y que en realidad está muy equivocada.
*
. . . . . . Yo nunca busqué escribir historias de terror, pero es posible que mi naturaleza tienda a él y a experimentar el miedo en sus múltiples formas, quizás como una forma natural de defensa. Y así entonces nunca podré soltarme de la pesuña del demonio. Y sentiré profundamente dentro de mí el miedo a haber traspasado la puerta del infierno. Y el miedo a perder toda esperanza. Al punto de no retorno en medio de la tempestad. A ser el insecto que se acerca al néctar de la planta carnívora. El miedo a ser la rana en la olla que hierve. El miedo a ser un niño de cuarenta y dos años, con la boca llena de dientes y baba y moscas, lleno de miedo a seres imaginarios, en medio de una sequía que jamás se terminará.
. . . . . . El miedo a despertar de esta pesadilla y darme cuenta de que la realidad es aún peor que mis retorcidos desvaríos.