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Yo me adhiero!
Sobre el Encuentro de Pueblos Abandonados: la Otra Provincia.
(Valparaíso, 28 y 29 de noviembre de 2013)
Por
Cristian Geisse Navarro
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No tengo nada contra Santiago. Viví ahí durante cinco años y fue una experiencia positiva. Conocí a gente crucial en mi vida. Me eduqué y aprendí de tal manera que no sería el que soy sin esos años. Incluso me acuchillaron, pero hasta eso lo encuentro fundamental en mi formación y no me parece nada catastrófico, diría incluso que es una marca brillante en mi existencia, aunque no me voy a extender en explicar por qué. Quizás valga la pena mencionar que nada de lo que escribí ahí vale la pena hoy. Pero no tiene que ver con la ciudad, tiene que ver con mi evolución personal como escritor –digamos que soy un escritor. Yo no odio Santiago. Pienso que lo quiero. Tengo buenos amigos allá. Nacidos allá, crecidos allá, malformados allá. Y los quiero más que la chucha. Diría que -desde lejos- me gusta Santiago. Su bulla y su insomnio. Su inquietud nerviosa. El que permita a sus criaturas ser anónimas. Su caótica proliferación y simultaneidad de mundos, delirios y experimentos. Su capacidad de generar amistad sincera y de verdad, aunque los provincianos radicales y más imbéciles descrean de algo así. Pienso que eso último –lo de la amistad- es lo que valoro más. “Para mí, desde hace años, sólo existe el partido de la amistad” dijo Enrique Lihn, un santiaguino de tomo y lomo, al que admiro cada día más y del que pienso, cualquier escritor contemporáneo se sentiría orgulloso de ser amigo. En fin, hartas cosas quiero de Santiago, en serio. Pero igual siento que hay que luchar contra su voracidad y su fagocitosis. Entonces me adhiero a la idea de destruirlo.
Nací en provincia, y he pasado la mayor parte de mi vida en provincia. Vicuña, Valdivia, Valparaíso (me gustan las ciudades con V, espero terminar viviendo en Varsovia aunque lo más seguro es que no pase de Vallenar). Mi provincianismo jamás fue algo así como una posición frente al mundo; por lo menos no concientemente. No hay tampoco necesariamente estrategia en ello. Las cosas que he hecho y que siento que valen la pena, las he hecho prescindiendo de la capitale, sin darle mucha importancia. En mi caso no es desprecio, ni posicionamiento, ni nada parecido. Las he hecho así y punto.Tiene que ver con seguir ciertas pulsaciones, con tratar de hacer cosas genuinas y auténticas, con hablar de cosas que uno conoce bien. Igual me sé el tópico del provinciano, su estereotipo de huaso bocaabierta, la idea de un cronotopo ralentizado, ensombrecido por el vértigo de la metrópoli. Nada de eso me quita el sueño.
Una de las cosas de las que me siento más orgulloso –la publicación de textos de Alfonso Alcalde- jamás fue presentada en Santiago. Hoy creo que no fue necesario en absoluto hacer algo así. Fui a Vicuña, fui a La Serena, fui a Concepción, fui a Tomé, fui a Valparaíso. Después fui incluso a Punta Arenas con ese trabajo. Nunca creí imprescindible ir a Santiago. El trabajo igual se difundió allá sin que fuese necesaria mi presencia. Creo firmemente que pueden hacerse cosas notables sin pasar por la Metrópoli. De hecho, jamás me ha resultado del todo bien un proyecto literario o editorial en Santiago. Y si bien he sentido en su momento una pica grande, ya no hay rencores ni resentimientos. Lo que pasa es que hay que estar ahí, y yo no estoy ahí. Como dije, no odio Santiago, hasta lo quiero. Pero entiendo que hay que sabotearlo y boicotearlo. Saquearlo y hacer estallar algunos puntos específicos. Entiendo que es una buena idea armarse, minimizarlo, robarle poder, hacerle el quite a su hegemonía, buscar una mejor distribución de recursos culturales o económicos. Estoy seguro de que muchos santiaguinos entienden esto y hasta lo comparten.
En ese sentido, como diría Vallejo: yo me adhiero, me adhiero al programa de Los Pueblos Abandonados. Firmé el manifiesto que elaboraron y luego fui invitado al encuentro que organizó la UPLA en Valparaíso y que urdió Mellado. En general soy como un quiltro sin dueño: donde me llaman voy. Pero a este encuentro fui especialmente contento y esperanzado: habían invitado a gente a la que quiero y respeto mucho, a las que les creo casi todo –no le creo todo a nadie. Algunos de ellos son amigos míos: Mario Verdugo, Cristóbal Gaete. A otros los conocía y siento una admiración sincera por su trabajo: Daniel Rojas Pachas, Marcelo Mellado, Óscar Barrientos, Juan Cameron. A otros les comencé a creer después de conocerlos en este encuentro: Jaime Pinos, Claudio Maldonado, Víctor Farías. Consideré importantes y significativos los aportes del profesor Madrid y del profesor Vila Riquelme. Espero haber sumado y no restado. Como sea, ahí estaba yo, contento como un chirigüe. Uno aprende mucho, se va con varios kilos de libros y con toneladas de información, algunas veces difícil de procesar hasta después de un rato.
En ese sentido yo me porté casi como un niño aplicado y asistí a todas las actividades propuestas en el programa, llegando a la hora y poniendo oreja.
En términos estratégicos, pienso que lo más contundente, lo más enjundioso y lo más productivo se dio en la actividad final, con las ponencias de Víctor Farías, Mario Verdugo, Óscar Barrientos, Jaime Pinos, Daniel Rojas Pachas y Alberto Madrid. Víctor Farías habló de los museos caseros y los propiciadores de la memoria, de la manera como inventamos nuestros héroes y los instalamos en nuestras sociedades. Eché de menos que hiciera más explícita la conexión con el abandono de determinados pueblos y la pertinencia de todos estos aspectos con la provincia. Pero creo que se entendió de todas formas. Su apuesta por estudiar la literatura oral es verdaderamente notable, y espero tener en el futuro la posibilidad de conocerla mejor. Mario Verdugo hizo un recorrido por “cuatro visiones dominantes, cuatro tópicos o topógenos, cuatro modelos de espacialización, dentro del proceso en que las regiones, provincias o periferias han ido construyéndose y reconstruyéndose discursivamente”. Criollismo, Larismo, Regionalismo, Provincianismo como tópico. Es por supuesto un análisis riguroso, a pesar de su título (“Curepto es mi concepto”) muy lejos de la chacota, pero más lejos aún de los tontos graves. Algo totalmente productivo para los fines del encuentro. Lo mismo con las propuestas de Óscar Barrientos, quien denostó la idea del provinciano que emigra a la capitale para triunfar en la vida. No me sorprendió en lo más mínimo que acudiera a Gramci para hacer el análisis y la propuesta: la hegemonía y las clases dominantes y dominadas vienen muy al cuento acá. Atractiva por lo demás su lectura de un Bradbury lárico-marciano, y su llamado a habitar y producir en el reducto. Jaime Pinos habló de la concepción de centro, relativizándola, acudiendo certeramente a Ennio Moltedo cuando recomienda no visitar el palacio –léase los centros de poder-, y de tener que hacerlo, hacerlo sabiendo que el palacio nos pertenece, que no somos unos asomados por muy abandonados que parezcamos. Daniel Rojas Pachas por su parte entregó un mapeo del norte, un mapeo con verdadero conocimiento de causa, revelando en parte estrategias de acción para moverse sin llorar a la mitad del desierto retórico que aisla a esos pueblos dejados de la mano de dios. No me cabe duda que él es verdaderamente clave en todo esto, sobre todo cuando hay ya un tópico instalado sobre la existencia de algo así como una “literatura sureña” y el raquitismo de una propuesta similar en el norte. Es estratégicamente clave además, porque se mueve en un norte fronterizo, lindante y proyectivo hacia pueblos abandonados de otras repúblicas. Pienso, sin embargo, que en su caso particular, esta posición estratégica suya, la forma como ha movido la pelota, instalado el tema y causado visibilidad territorial, ha ido en desmedro de la obra que se encuentra desarrollando como poeta y escritor, y que es una deuda que también espero saldar próximamente. El trabajo de Madrid por su parte permitió extender los límites de la ficción a la visualidad, con un trabajo sobre el criollismo en la pintura, recordándonos de cierta manera que no se leen solo palabras.
Además estaba el encuentro fuera del encuentro. La participación y asistencia de gente notable como Felipe Moncada, Gladys González, Rodrigo Arroyo. El desmesurado proyecto del novelista colombiano Eduardo Bechara, quien recorre Sudamérica realizando una obra monstruosa al registrar en formato crónica el habitus de la poesía latinoamericana. Y también mi encuentro con amigos verdaderos y verdaderos poetas como Daniel Tapia, de quien me gustaría se supiera algún día.
Para mí no hubo pérdida, creo.
Al final, volví para mi casa, bastante convencido que esto se dirige hacia algún lado, por más que el resentimiento sea el combustible y se acuda cada cierto tiempo a eso del fracaso –ojalá digno- al que estamos destinados todos los perdedores y desamparados. Chuto. Esto es sin llorar, entendí yo. Más gusto me da así el haber firmado la declaración urdida por el zar del sabotaje, Marcelo Mellado. Creo que la empezó a redactar en Punta Arenas y el borrador se pulió con el aporte de varios otros conspiradores. Cuando me la pasaron la firmé, pensando que algo valioso iba a terminar aprendiendo de los Maestros Rochis. Pero la firmé sobre todo porque me gusta la idea de leer ficciones territoriales, de combatir un canon que emane fundamental y exclusivamente de la metrópoli, de buscar independencia y autonomías locales, de destruir la perversa lógica municipal: de hacer algo así como una poética de la nueva habitabilidad.
Yo me adhiero entonces, yo quiero que esto siga, yo quiero entender las formas de hacer sin depender necesariamente de Santiago. Maneras auténticas, inteligentes, sensibles, valientes, significativas de hacer desde provincia. Creo en esa posibilidad. Una cosa no más le digo al resto de la mafia: hay que cuidarse de no pasarse a caca. Hay que acordarse de eso que dice Heminway de los escritores de Nueva York. Mejor cito:
“Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse sólo una vez terminadas sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económico-religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus creencias…”
Y es que si me gusta esto, es porque me gusta la literatura. Y parte de las razones por la que me gusta es porque en principio uno puede vivir en su búnker privado, con convicciones, con delirios, con apuestas personales que se convierten en pedazos de espíritus, mundos regurgitados, textos. Eso –pienso- no hay que olvidarlo nunca. Remando para el mismo lado, aullando con los lobos de la manada, pateándonos las charas entre gitanos, pero haciendo lo que hay que hacer. Tal vez decir esto está demás. Creo con convicción que todos los escritores con los que compartí tienen proyectos de obras sólidos y consistentes, con voluntad de estilo, con lanzamientos al vacio. Igual espero entonces que nos veamos pronto.
En Visviri, como quedamos.
Vicuña City, diciembre de 2013