Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Cristián Geisse Navarro | Autores |
Adelanto de la novela Sapolsky.
Cristián Geisse Navarro
.. .. .. .. ..
Hombre de 40 años
Vida tranquila en los suburbios
Casado por 15 años
Dos hijos
Tres perros y medio
Todo muy estándar
Todo yendo maravillosamente bien
Y un día
De la nada
Le pone un combo en el hocico
A un compañero de trabajo.
Nada que ver con él
El tipo ahí parado
Al lado del surtidor de agua
Y alguien hace un comentario
Sobre un equipo de baseball
Él se ofende
Y le planta el combo.
Muy muy extraño.
Las cosas se han calmado.
Tres meses después
Su esposa por 15 felices años
Descubre que está teniendo un amorío
Con una muchacha de 16.
Otros tres meses después
Se escapa con toda la plata del trabajo
Desaparece
y nadie lo vuelve a ver jamás.
Tres posibilidades
La primera:
El tipo es una mierda
Segunda:
Está teniendo la peor crisis de los cuarenta
Que nadie podría imaginar
Tercera posibilidad:
Tiene una mutación genética
Uno de sus genes lo echó a perder.
Thus spoke Robert Sapolsky
. . . . . Robert Sapolsky no es un poeta. Ese tampoco es un poema de Robert Sapolsky. Es una traducción libre de una clase inaugural en Standford que se puede ver en Youtube.
. . . . . Yo tampoco soy un poeta. Quizás debiera ser un poeta. Pero no soy nada.
. . . . . Robert Sapolsky es un científico. Un primatólogo. Un neurobiólogo. Both neurobiologist and primatologist. También endocrinólogo. Ha recibido múltiples reconocimientos. Es respetado y amado por colegas y estudiantes. Por su esposa Lisa y sus hijos Benjamin y Rachel. Por sus perros.
. . . . . Yo debiera ser Robert Sapolky. Pero no lo soy. Soy Pedro Araniba Pavián. Y quizás no lo soy. No soy nadie, ni siquiera un poeta.
. . . . . ¿Cuánto mide Robert Sapolsky? Parece bajo ¿Cuánto pesa? Parece flaco. Por mi parte: un metro setenta y ocho y casi cien kilos. ¿De qué color son sus ojos? Posiblemente claros. Los míos café. ¿A qué huele? Yo huelo a rayos ¿Cómo anda de tufo? Tufo a liebre: vegetariano estricto. De mí puedo decir que soy el vegetariano que más carne come en esta tierra. Olor a cerveza o a muerto puedo tener.
. . . . . Descendiente de inmigrantes rusos. Niño genio. Depresión endógena. Marido ejemplar. Brillante intelectualmente. Éticamente responsable. Convencido de que la humanidad puede cambiar para mejor. Ateo recalcitrante. Jamás se ha tomado un trago, tampoco ha probado drogas. Simpático, comprensivo y generoso. Amó a sus padres con todas sus entrañas.
. . . . . El parecido que tenemos es menos que relativo. ¿Qué clase de doppelgänger puedo ser de un hombre así? De todas formas me dejo el pelo largo Me dejo la barba crecer, me visto como él: camisas, bluyines, chalas o bototos.
. . . . . De todas formas me calzo unos lentes redondos: yo soy Mr. Hyde.
. . . . . En una de sus clases y en su libro autobiográfico Memorias de un primate, Sapolsky cuenta una historia impresionante sobre el tema. Fue durante una de sus muchas estadías en África, donde estudiaba a unos monos de culo colorado para poder entender los mecanismos y consecuencias del estrés en los primates. Cuenta que sus vecinos más cercanos en esa región de Kenia eran los masai. Los masai no son los vecinos de al lado, nos dice, son gente totalmente distinta a los habitantes de las sociedades occidentales. Cuando los niños se encuentran cerca de la pubertad, son convertidos en guerreros. Y pasan al menos diez años en sus clanes guerreros, saqueando a sus vecinos. Y recién vuelven como a los 25 años para sentar cabeza casándose con su primera de muchas otras esposas, niñitas de no más de 13 años. Y apenas pueden se casan con otra y luego con todas las que puedan. Es una cultura que hasta hace muy poco tenía una expectativa de vida de 30 años. Es una cultura donde se cree en todo tipo de cosas que nosotros consideraríamos paranormales. Es una cultura donde la gente celebra tomando tazones de sangre de vaca, sacados directamente de la yugular del animal. O sea, es gente culturalmente muy distinta a nosotros. Eso dice él. Pero como en todas las culturas del mundo, desde un uno a un dos por ciento de la población va a desarrollar esquizofrenia. Y él tuvo la oportunidad de conocer a una masai a la mitad del infierno de esa enfermedad.
. . . . . Dice que sería como en la década del ochenta. Estaba en su campamento keniata de primatólogo, a un par de kilómetros de un poblado masai. De pronto aparece corriendo Rhoda, la mujer que era su amiga más cercana en toda la aldea. La vio venir seguida de un montón de otras mujeres. Gritaban, se movían, gesticulaban. Los masai, nos dice Sapolsky, no es gente que se asuste fácilmente. Es gente que en la pubertad tienen que salir a la sabana a matar un león, porque si no, no merecen ser llamados masai. O sea que cuando se ponen así de nerviosos, es porque algo de verdad preocupante ha de haberles pasado. Le pidieron a gritos que fuera a la aldea en su vehículo. Que alguien había hecho algo realmente malo. Que tenía que ayudarlos. Se subieron todas las mujeres al jeep, eran varias e iban unas arriba de las otras. En el camino trató de entender qué mierda había pasado: una mujer de la aldea se había vuelto loca y había que sacarla de ahí; la mujer se tenía que ir, la había cagado completamente, no había de otra. ¿Quién es? ¿Por qué no la conozco? Porque vivía detrás de una cabaña en el último rincón de la aldea. Y ahora le habían dado los turururus: había matado una cabra. Eso no se hace. Si eres una mujer masai jamás debes matar una cabra. No puedes matar una cabra a menos que seas un hombre y que sea una ceremonia. Pero ella no, siempre fue rara y daba miedo. Y agarró a la cabra y le rajó el cuello con sus propios dientes. Siempre salía con sus cosas. Siempre decía lo que no debía. Siempre hacía lo que no había que hacer durante los ritos masai. Pero esto era la gota que había colmado el vaso. Que se fuera, se tenía que ir. Chucha, dijo Robert, estamos frente a una crisis sicótica. Esto es antropología psiquiátrica. Vamos a ver qué pasa. Voy a tener la oportunidad de hablar con su familia, de averiguar sus síntomas, de verlos llorar mientras le piden que vuelva cuando esté mejor. Pero ni en sus más oscuras fantasías se imaginó que al llegar se encontraría esa mujerona gigante, completamente en pelotas, llena de sangre, excrementos, meados y vísceras de cabra, mirándolo con sus ojos desorbitados, sin pestañear, tirándosele encima, gritando, agarrándolo del cuello, tratando de estrangularlo. Sapolsky dice que lo único que atinó a pensar fue “cómo mierda le van a explicar a mis padres que morí así”. El resto de los masai forcejearon con ella y alcanzaron a quitársela de encima. Como pudieron la subieron al jeep y a él lo montaron también encima sin siquiera ayudarle a sacudirse la tierra. ¡Vamos, vamos, vamos! Le dijeron, y tuvo que partir a toda raja con el auto lleno de mujeres que trataban de sujetar a la mujer que gritaba como poseída, intentando agarrarlo otra vez del cuello para matarlo. El viajecito. Imagínense.
. . . . . Llegaron después de un buen rato a una caseta pública del gobierno de Kenia, donde atendía un enfermero improvisado que lo único que sabía era poner inyecciones para la malaria. Agarraron a la loca y la metieron adentro. La encerraron con llave y ahí se la escuchaba gritando y destruyéndolo todo. ¿Qué vamos a hacer, Rhoda? Preguntó Sapolsky. ¿Qué vamos a hacer? Irnos a la reconchetumadre, dijo la mujer, y lo apuró para que volvieran a la aldea.
. . . . . Mientras viajaban de vuelta, tratando de recomponerse un poco, empezaron las preguntas: ¿Qué le pasó a esa masai, Rhoda? Qué va a haber pasado, se volvió loca. ¿A qué le llamas tú estar loca? A estar como esa mujer, esa mujer siempre ha estado loca, ¿no viste que mató a esa cabra? Pero los masai siempre matan cabras. Pero solamente los hombres. Las mujeres masai no matan cabras. Menos con los dientes. Además escucha voces. Pero ustedes también dicen que escuchan voces en algunas de sus ceremonias. Claro, claro que escuchamos voces, pero ella escucha voces en el momento equivocado.
. . . . . Ella escucha voces en el momento equivocado.
. . . . Para Sapolsky esa era una definición transcultural de esquizofrenia: escuchar voces en el momento equivocado. Cuando se escuchan en el momento correcto puedes llegar a ser un gran profeta, un iluminado, el fundador de una religión. Cuando las escuchas en el momento que no corresponde, lo mejor es encerrarte e irse a la reconchetumadre.
. . . . . Desde que supe de esta historia quise escribir un relato desde el punto de vista de la loca Masai. Iba a ser una mezcla de Memorias de un pigmeo de la Ebe Uhart y Eisenjuaz de Sara Gallardo. Todavía busco hacerlo, pero tengo que citar a Vallejo: quiero escribir, pero me sale espuma; quiero decir muchísimo, pero me atollo. Pienso que no me da el cuero. Pero no: me lanzo al vacío.
. . . . . Soy la mujer hiena masai, hija del hombre hiena masai, que acecha a niños y guerreros en la oscuridad para devorarles el alma y roer sus huesos.
. . . . . He escuchado voces desde niña. Mis ojos fueron redondos y mi boca abierta. Vi a los espíritus acercárseme y no les tuve miedo. En la aldea me vieron hablando con ellos y comenzó su ira contra mí. Ay, triste gente masai, cobardes. Su historia es en realidad la de la ignominia. Su orgullo es una ilusión.
. . . . . Soy la mujer hiena masai, hija del hombre hiena masai, y me gusta que me teman. Era apenas una niña cuando me vieron jugando a ser guerrero. Me golpearon y me azotaron, pero no les temí. A esa edad ya podría haber cazado un león con facilidad, podría haber cuidado los rebaños de cabra y haber pastoreado a las vacas. Pero nací mujer. Tontos masai, pueblo extraviado. Han perdido la cuenta de su desvarío, su estupidez se remonta a los orígenes del mundo. No son el pueblo escogido. No son el pueblo del sol. No son el pueblo de la luna. Son el pueblo de las moscas que se agolpan en la sangre derramada desde las gargantas de las vacas. Pueblo de vacas. Pueblo de cabras. Pueblo de vergüenza, incapaces de tener visiones, incapaces de escuchar las voces.
. . . . . Cuando me negué a la ablación, nuevamente temieron. Mostraron su ira y volvieron a golpearme. ¿Por qué una mujer debe vivir estas torturas? ¿Por qué una mujer no puede cazar leones? Yo soy la mujer hiena, hija del hombre hiena. Yo nombro al león con su nombre secreto y él acude a mí. Lo hice en la noche, más allá de las hogueras. Por pronunciar su nombre secreto mostraron su odio hacia a mí, pueblo de cobardes, pueblos de vacas, pueblo de cabras, pueblo de las moscas que se agolpan en la sangre derramada ¿Por qué temen de la mujer hiena? ¿Por qué temen de la mujer guerrera? No soy un hombre y soy una mujer, pero puedo entrar en el bosque de los mandriles y cazar. Si alguien nos ataca seré como una sombra envenenada. Cobardes. Está bien que me teman. Está bien que me alejen a la última choza del pueblo. Está bien que no me dejen entrar.
. . . . . Tontos masai, pueblo extraviado. No son capaces de tener las visiones, no son capaces de escuchar las voces.
. . . . . Las voces me hablan. A veces en medio de la noche, a veces al amanecer, a cualquier hora me hablan. Me dicen: tu cuerpo es un vestido, es como la manta roja de los masai, sus lanzas y joyerías. Puedes sacártela y usar otras, pero debes conocer las palabras del conjuro, pero debes conocer el lenguaje de la naturaleza. Tontos masai, si estuviesen verdaderamente despiertos, podrían cambiarse las vestimentas y ser otra cosa, cualquier otra cosa: un cerdo salvaje, un búfalo, un león, una hiena. Yo, que he escuchado las voces, lo sé. Yo, que sé que los espíritus nos hablan, lo sé. Sé cómo quitarme estas vestimentas y usar otras. Volar como un buitre o trepar como un mandril. Pero soy la hija del hombre hiena y por eso prefiero ser la mujer hiena. Tontos masai.
. . . . . Mi madre dice que no sabe quién es mi padre. Me miente diciendo que murió. Yo sé que mi padre fue el hombre hiena del que hablan las leyendas, que conocía las palabras del conjuro y la lengua del mundo, que sabía cómo cambiar de ropajes, que cazaba en la noche y se movía sigiloso entre las sombras, buscando alimento para su manada y asustando a los tontos masai. Tontos masai, pueblo extraviado. No son el pueblo escogido, no son el pueblo de la luna, tampoco el pueblo del sol. Son el pueblo de las moscas que se agolpan sobre la sangre derramada de las vacas. ¿Por qué no se entregan a la vergüenza y reconocen lo que son? Un pueblo injusto y perdido, un pueblo extraviado, que ha perdido la cuenta de su desvarío, cuya estupidez se remonta a los orígenes del mundo.
. . . . . Cuando quisieron casarme con ese tonto masai, me negué. Qué orgulloso se veía, qué envanecido estaba. Decía haber matado a un león. Decía haber matado a un sukuma. Yo jamás le creí. Dije el nombre secreto del león. El nombre que lo hace acudir. Y vi en sus ojos y en su cuerpo el miedo y la mentira. Me reí de él. Cuando me golpeó y respondí el golpe, el tonto pueblo masai se escandalizó. Entonces mi madre renegó de mí. No me importó perderme en el bosque y vivir con las bestias. No somos mejores que ellas, tontos masai, simplemente usamos otra vestimenta. Las voces me dijeron: no temas, vamos a protegerte. Y cuando después de veinte lunas volví con una piel de león sobre mi espalda, los hombres no supieron qué decir. Cuando les dije acá viene la mujer hiena masai, les dio un miedo propio de cobardes y no del pueblo guerrero que dicen ser. Todas estas cosas me hacen pensar que mi espíritu es una inmensa hoguera, que tengo un corazón de hiena, que a veces también es corazón de búfalo y que también es corazón de león.
. . . . . Tonto pueblo masai ¿por qué me han encerrado? ¿Por qué decretan mi muerte y no entienden que el mundo cambia y debe cambiar? Los cobardes masai me temen. Cuando las voces me pidieron que sacrificara una cabra y les mostrara que una guerrera masai, que la mujer hiena masai puede cambiar de vestimenta, y ver la verdad por los ojos del mundo, el antiguo pueblo masai, cuyo desvarío y estupidez se remonta a los orígenes del universo, dictó mi perdición. No lo saben, pero yo lo sé: he abierto la garganta de las vacas y he bebido con la mano su sangre tibia. No lo saben, pero yo lo sé: he cazado animales en el bosque y comido su corazón aún palpitante. No lo saben, pero yo lo sé: no soy una débil mujer masai. Soy una mujer hiena y una mujer búfalo masai. Soy la mujer guerrero masai. Y he traído una nueva visión que podría convertir por fin a los masai en el verdadero pueblo de la luna y en el verdadero pueblo del sol. Podría conseguir que el hombre blanco vuelva a su hogar con sus objetos y sus máquinas y sus trucos de farsantes. Podría hacer que no se avergüencen de sembrar el maíz y la patata. Podría hacer que hablen siete lenguas y encuentren un nuevo camino, que conozcan nuevas canciones y que olviden las que ya conocen. Por eso hice lo de la cabra. Las voces me lo pidieron: nosotros te protegeremos, dijeron sin que nadie más que yo las oyera. Nosotros te daremos la fuerza, dijeron sin que nadie más oyera. Sufrirás de su asombro, de su desconcierto y de su ira me dijeron sin que nadie más oyera. Pero les darás la nueva visión. Y los convertirás en el pueblo de la luna y del sol. Dejarán de ser el estúpido pueblo masai. Dejarán de ser el cobarde pueblo masai. Dejarán de ser el pueblo de las moscas que se agolpa en la sangre derramada. Dejaran sus desvaríos y sus extravíos. Y el mundo tendrá un nuevo origen. Pero para eso deberás cambiar de vestimenta. Ve y sacrifica a la cabra. Ve y demuestra que eras la mujer hiena y la mujer guerrero masai. Entonces lo hice. Como un guerrero la sacrifiqué. Como una hiena la sacrifiqué. Con mis propios dientes mordí su garganta y con mis propias garras abrí su vientre. Y vi el asombro del tonto pueblo masai. Y vi el desconcierto del extraviado pueblo masai. Y vi la ira del cobarde pueblo masai. Y volvieron con el hombre blanco mandril y su carro de fuego. Y frente a él me mostré como la mujer hiena y la mujer guerrero. Y quise terminar con su vida, desgarrar su vestimenta de hombre blanco mandril. Pero el estúpido pueblo masai, el cobarde pueblo masai cuyo desvarío se extiende hacia el inicio de los tiempos y el origen del universo, me lo impidió. Y me montaron en su carro de fuego. Y me encerraron en el cuarto oscuro donde espero cambiar la piel, porque todo lo que debía hacer está hecho, porque el que entienda oirá las mismas voces que yo escucho y gozará la visión del nuevo comienzo de los tiempos y del nuevo origen del mundo, donde el estúpido y cobarde pueblo masai tenga una nueva oportunidad y deje de ser el pueblo de las moscas que se agolpan en la sangre derramada de las vacas.