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Tradacshon

Por Cristian Geisse Navarro
Departamento de Estudios Circenses,
Universidad Privada Cristian Geisse Navarro.
Vicuña


. . .. . . . . .

Resumen:
¡Leed a Mario Verdugo, gilipollas!

Abstract:
Read Mario Verdugo, you fools!


1.

Desde hace varios años vengo construyendo la Universidad Privada Cristian Geisse Navarro, con fines de lucro. En esta universidad el único profesor y el único alumno soy yo, aunque suelo integrar a profesores invitados, a quienes en general no se les explica que lo son para no pagarles. El campus central se encuentra actualmente en Vicuña City, con todas las dificultades que esto acarrea, pues implica cierto aislamiento que es bastante negativo, por ejemplo, para la biblioteca. Pero uno se acuerda de Auerbach y se motiva. Además, esta realidad es movediza y todas las bibliotecas pueden llegar a ser nuestras bibliotecas, y todos los sabios pueden llegar a ser nuestros profesores. Lanecesidad es madre de la inventiva y tenemos internet, así es que la cosa todavía no es tan grave.
La institución se estructura siguiendo las recomendaciones del profesor asociado Nicolás Stindt, quien sugirió asertivamente lo que sigue:

Propongo que las mallas de las carreras sean invisibles: todos los ramos de todas las carreras han de ser optativos de formación general, donde por formación general entiendo una formación humanista-científico-técnica (no tecnicista), con acento en el aspecto cognitivo-procedimental, pero sin olvidar la moral. Es decir, una huevá sin foco. Creo que ésa es la mejor forma de enfrentar los desafíos que nos presenta este globo mundializado.  Desde la perspectiva del docente, las clases han de poner a prueba sus habilidades blandas, flexibilidad laboral y capacidad de improvisación, a la vez que permitirle un desempeño alcoholizado, para que los alumnos puedan acceder a unas cuantas verdades. Por último, para mejorar la calidad de la educación, los profesores que reprueben la evaluación docente han de verse obligados a repetir los cursos dictados el año siguiente y, de seguir reprobando, año tras año, hasta alcanzar la excelencia…”

Todas estas recomendaciones se han seguido al pie de la letra, con lo que la Universidad es lo que es hoy. Existe una cátedra permanente llamada “Variaciones sobre el tema de Alfonso Alcalde”. Actualmente se imparten los ramos de “Etología humana”, “Literatura juvenil e infantil” y “Cosas en general”. Se intenta permanentemente inaugurar las cátedras de “Lecturas aberrantes y hermenéutica ezquizo” y “Poesía en la música popular”, aunque sin mucho éxito. El egresado obtendrá el título profesional de Artista del Trapecio o de Domador de Circo Pobre.

Recientemente se dio la oportunidad de abrir otra cátedra: “Traducción”. Bajo la recomendación de otra profesora asociada, Carola Zuñiga, se leyeron textos de Torop, de Even-Zohar, de Borges, de Piglia. Se habló de Jakobson, de Lotman, de Bajtin. Y confluyeron trabajos de cierta relevancia, como la reciente traducción al árabe de la primera parte de Desolación, El árbol de la palabra –un libro de Alfonso Alcalde de próxima aparición  y Canciones gringas, la traducción de los poemas de Keith Duncan. De estas últimas aproximaciones investigativas tratará el presente “paper”.

2.

Partamos diciendo de rompe y raja que la traducción es una de las bases de la vida humana. Sabemos que el hombre es un animal que entiende una parte importante de lo que entiende mediante signos lingüísticos. Y otra parte importante lo entiende mediante otros sistemas de signos. A esa suma total de comprensión mediante sistemas de signos quisiera llamar capacidad o facultad de lenguaje [1].

El lenguaje –desde una perspectiva algo radical y discutible si se quiere– tiene como operación fundamental una forma primaria de traducción, que es la traducción directa desde la realidad real, es decir, esa realidad que está ahí incluso cuando no estamos nosotros, que va a estar ahí cuando ya no estemos nunca más, esa realidad en la que algunos no creen por un fanatismo discursocentralista, pero que de todas formas está y existe sin necesidad de nuestras traducciones, aunque puede verse modificada seriamente por ellas.

La otra realidad, nuestra realidad, en general se activa mediante nuestros aparatos cognitivos movilizados por los estímulos del medio; esta otra realidad  parece surgir en un primer momento de esos procesos de traducción primarios de los que hablé anteriormente, esos procesos mediante los cuales traducimos eso que no es lenguaje a nuestro lenguaje. Es una extrapolación quizás, una lectura aberrante quizás, pero me gusta.

3.

Nos vamos a saltar arteramente los detalles de todas estas operaciones cognitivas y sus intrincadas implicancias en nuestra comprensión de lo que nos rodea, para pasar a la que podríamos llamar traducción propiamente tal, la que reviste un aspecto que quiero destacar: el diálogo cultural. Sigamos con interpretaciones radicales: una cultura puede analizarse como una suma de traducciones. Intratraducciones (traducciones de una lengua a esa misma lengua), intertraducciones (traducciones de una lengua a otra lengua), intertraducciones semióticas (traducciones de un sistema de signos a otro sistema de signos distintos –un libro se tranforma en una película, por ejemplo). Y bueno, todas los matices que pueden surgir de esa clasificación básica.

La traducción entonces es un elemento cultural casi omnipresente, una estrategia de intercambio que provoca innovación o resistencia, que nos permite ser leídos por otros, pero que también permite que las culturas lean cómo fueron leídas por esos otros. Creo que ese es el mérito fundamental de la reciente traducción realizada por el marroquí Driss Ouldelhaj. Ouldelhaj es un estudiante de magíster de la Universidad de Casablanca en Marruecos, y gracias a una pasantía acá en Chile, pudo traducir la primera parte de Desolación al árabe clásico. El Centro Mohammed VI, que tiene la mezquita acá cerca, en Coquimbo, acaba de publicarla. No podemos saber cuál será el destino de esta traducción al octavo idioma más leído del mundo, es probable que no active procesos de innovación en la poesía marroquí, pero sí me gusta pensar que puede ser la puerta de entrada a un diálogo cultural futuro, así como también una oportunidad para reconocernos a nosotros mismos.

Cuando reflexiono sobre los procesos de configuración identitarios de algunas comunidades, también de individuos, siempre me acuerdo de esa parte del evangelio cuando Jesucristo pregunta a sus discípulos ¿quién dice la gente que soy? Y cada uno da una respuesta distinta; “Elías” dice uno, “Jeremías” dice otro, “Juan Bautista” dice otro más. Y luego pregunta ¿y ustedes quién dicen que soy? Y cuando Pedro le dice el mesías, el Cristo, el hijo del Dios vivo, Jesucristo le dice que él será la piedra sobre la que se fundará su iglesia, con lo que yo creo que, uno: él creía saber quién era en realidad, dos: él conocía la imagen que quería proyectar, y tres: esa imagen no necesariamente correspondía a la que proyectaba. En general, nadie se parece mucho a Jesucristo, sobre todo en sus aspectos más notables, y en general tampoco tenemos claro quiénes somos en realidad, pero sí nos interesamos en lo que los demás ven de nosotros; de esa conjunción de miradas que damos sobre nosotros mismos y que los demás dan de nosotros surge algo parecido a nuestra identidad. La traducción de un texto, como ya lo dije anteriormente, propicia la posibilidad de saber qué ven de nosotros, sobre todo, si como la de Driss es una “traducción ambientada”. En una extensa introducción escrita en árabe, ese estudiante marroquí no solo habla de Gabriela Mistral, sino que sin duda desliza una percepción sobre nosotros.  Habla de Chile y Latinoamérica, en el entorno en el que se desarrolló la Gabriela. Traducir esa introducción nos permitiría ver qué vio Driss, y así entendernos un poco mejor a nosotros mismos viendo qué ve en nosotros un marroquí, o mejor dicho, de qué manera se proyectó nuestra imagen en un individuo como él. Ahora que escribo esto, tomo conciencia de la red de espejismos que un análisis así considera, y la importancia que podría tener un análisis ideológico del discurso y los alcances de la imagología en un ejercicio como el propuesto. Algo similar podría ocurrir entre los marroquíes, quienes al detectar elementos ajenos o similitudes en esa primera parte de Desolación, podrían observar elementos propios de su especificidad y agregar o corroborar datos en el interminable proceso de configuración identitaria de una comunidad. La traducción así se convierte en aporte cultural en el sentido de que nos permite eventualmente saber cómo somos “leídos” por otras culturas. Pero también puede permitir a la cultura que lee, entender su propia visión de mundo, en una de esas extenderla, quizás delinearla al contrastarla con aquellos elementos que les son ajenos. 

4.

Pienso que nos encontramos en días en los que la traducción literaria se empieza a revalorizar. Porque por mucho tiempo sufrió múltiples desaires. La traducción era siempre engañosa, torpe, muy lejana a las virtudes del original. Cervantes declara en alguna parte que una traducción es como mirar un bordado desde el reverso. Pero no hay que olvidar también que él presenta al Quijote como una traducción del árabe al español. Con esas intuiciones que hacen de ese libro uno que sigue influyendo en nosotros hasta el día de hoy, ya se adelanta al que parece ser un nuevo estatus de la traducción en nuestros días: la traducción como un artificio literario propiamente tal. Posiblemente el impulsor más importante de esa nueva visión sea Borges, quien critica la manoseada frase "traduttore traditore" por considerarla un recurso facilista, para desplazar a la traducción hacia la categoría de un ejercicio literario, un artilugio artístico con valor propio. Piglia lo apoya cuando se refiere a Las Palmeras Salvajes, novela de Faulkner traducida por Borges: en ella el argentino crea un nuevo texto literario, ni mejor ni peor que el original, el mismo, pero sin duda distinto. Y con él, crea una nueva manera de gravitar en torno a la obra de Faulkner en Latinoamérica, pues esta obra se vuelve central, a diferencia de la recepción norteamericana, donde es considerada una obra periférica en su producción. También podríamos pensar en ese extraño ejercicio del que oí alguna vez: Tolstoi traduce a Maupassant al ruso, y Maupassant considera que las traducciones del conde son superiores a sus propios cuentos. ¿Maupassant sabía ruso? ¿O alguien tradujo al francés las traducciones rusas? El punto es que esas traducciones son aceptadas por Maupassant como una obra mejorada, más valiosa literariamente que sus propios cuentos. Estos ejemplos grafican la forma como una traducción puede convertirse en una obra de arte en sí misma, influir en un campo literario y activar procesos de recepción. Porque basta ponerse a pensar un poco nada más para darse cuenta de que las traducciones son fundamentales. Itamar Even-Zohar piensa que la traducción puede estudiarse como un aspecto central dentro de los polisistemas propios de la literatura. Las traducciones se relacionan entre sí, y también influyen en el repertorio literario de la cultura que los genera. Por supuesto que es así. Yo me he estado preguntando de qué manera tradujo Teillier a Esenin, o Parra a Maiakovski y a otros escritores rusos. ¿Hablaban, leían siquiera ruso? Parece que no. ¿Qué tipo de traducciones son esas entonces? Alguien les traducía directo del ruso, a un español fiero, quizás burdo, y ellos lo limaban. Posiblemente hayan sido más bien intratraducciones de otras traducciones al español. Es un buen tema para estudiar, pienso. Alfonso Alcalde hizo un ejercicio parecido, pero como es su costumbre, se fue al chancho. Está por aparecer un libro inédito llamado El árbol de la palabra. No son simples traducciones de autores ingleses, alemanes, rusos, suecos, italianos, franceses, polacos, aymaras. Son “variaciones”, es un juego intertextual casi postmo, si seguimos a Pavlicic cuando dice que lo que caracteriza las relaciones intertextuales modernas es que en ellas “lo viejo es el material o adversario polémico”, mientras que en el postmodernismo “lo viejo es interlocutor y maestro”. Pienso que esa última es la posición de Alcalde, a pesar de que cambia violentamente todo en poemas de Goethe, de T.S. Elliot, de Bukowski, de Rilke, de Blake y tantos más. No los cambia para enfrentarlos, sino para establecer un diálogo. Pero todo esto puede discutirse. Esperemos a que salga el libro, a ver si alguien dice algo. Por ahora quiero que observen las “variaciones” que hace Alcalde del primer fragmento de Thirteen ways of looking at a blackbird, de Wallace Stevens –a todo esto uno de los mejores poemas que he leído en mi vida. El de Stevens dice en inglés “Among twenty snowy mountains, / The only moving thing /  Was the eye of the blackbird”, que uno podría traducir algo así como “Entre veinte montañas nevadas / lo único que se movía / era el ojo del pájaro negro” o “el ojo del mirlo”, no puedo decirlo muy bien, porque no quiero dármelas de traductor. En cambio Alcalde traduce ¿traduce? ese primer fragmento de la siguiente manera: “Todo se mueve en este mundo. / El sol incrustado en la luna / menos el ojo del pájaro negro.” ¿Qué es eso? ¿Una traducción? ¿Una traducción libre? ¿Una traducción libérrima? ¿Un poema de Alcalde firmado por Stevens? Lo que sea, me parece una cosa monstruosa, es decir, digna de ser vista si traducimos etimológicamente la palabra monstruo. Ya habrá –espero– otra ocasión para hablar más largamente de este extraño engendro.

 5.

Verdugo insiste en deslocalizarse, en marginalizarse, en descentrar. Quizás a estas alturas esto ya no sea tanta novedad, pero lo hace maravillosamente bien. Cada vez que sale alguno de sus libros, yo lo comento, porque me parece que lo que está haciendo es verdaderamente notable, pero nadie lo nota. Las obras maestras siempre pasan desapercibidas. La conjura de los necios funciona siempre. O peor: no es que haya sabotaje o silenciamiento, quizás todo sea desidia. El caso es que Verdugo está ahí hace rato, pasando piola, con un gesto desarticulador que desconcierta, o bien debiera desconcertar. Sus libros son verdaderamente extraños, no los voy a comentar todos, pero cada uno tiene lo suyo, cada uno quiere ser algo más que un libro, cada uno propone una forma distinta de leer. Busquen Maula, busquen La novela terrígena, busquen Apología de la droga y se darán cuenta de lo que les hablo. Y ahora este otro: Canciones gringas. Canciones gringas viene al caso aquí porque es un libro que se propone como una traducción. Son las traducciones de los poemas de Keith Duncan, un músico de rock, hechas por un “oscuro traductor español” llamado Santiago Zilleruelo. Es todo una mistificación, por supuesto, una mascarada, que yo me atrevo a revelar, solo para que vean que está ahí. No es de aguafiestas, es porque estoy preocupado de que nadie (se) dé cuenta de este juego raro que está jugando Verdugo.

Hay que detenerse –pienso– en esta idea extraña de que estamos frente a una traducción de poemas. Este es, por lo tanto, un libro cuyo original no existe, un libro que me encantaría alguien pudiera traducir al inglés, cosa que quizás no pase en mucho tiempo, pero que de alguna manera completaría este extraño ejercicio. En ese caso, sería un original simulado, posterior a la segunda versión en español. Se nos está recordando así, como en complicidad con Auerbach, que la nuestra es una época que "prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser...", la nuestra sigue siendo la época de la reproducción técnica, la época del simulacro, la época en la que ya no es necesario ver el original. En este caso es así: no hay original, nunca tendremos acceso a los poemas de los que salieron estas traducciones.

Pienso que en general Verdugo propone lecturas donde se tiende a la dislocación: se disloca la sintaxis en menor grado, la semántica en un grado mayor, y –por lo menos en este caso– la pragmática en grado supremo. Siguiendo a Piglia, podemos entender las traducciones como constructoras de contextos. En este sentido el prólogo, sospechosamente escrito por Verdugo, ya nos avisa sobre uno de estos canones de la marginalidad que tanto nos gustan hoy por hoy. Me da la impresión de que Verdugo está siendo siempre “absolutamente post moderno”, como Rimbaud nos pediría que fuésemos. Como dije, a Verdugo le gusta dislocar, descentrar, desarticular, y en sus textos, los paratextos tienen una relevancia crucial, son textos disfrazados de paratextos. En la novela iceberg que es este librito, Keith Duncan no sólo es un cantante de rock que escribe poemas, es un cantante y un poeta “apocado”, cercano al showgazing y a la literatura que quiere salir de sí misma y justificarse en otras artes, en su caso, en la música indie. De cierta forma entonces, hay en este libro, proposiciones en torno a una pregunta que se responde de mil formas y que no se responde nunca del todo: ¿qué chucha es la poesía? En el caso de Canciones gringas parte de su proposición parece encontrarse en un desplazamiento del canon poético a la música popular, queriendo siempre ir más allá, tratando de confirmar lo que el mismo Duncan-Zilleruelo-Verdugo dice cuando dice “yo sé que esos lugares existen”. Los rockeros y músicos populares que se las han dado de poeta son muchísimos, y si bien muchos de ellos parecen establecer una frontera entre la poesía escrita y la cantada, las fronteras son siempre difusas: Pensemos en Bob Dylan, pensemos en Leonard Cohen, pensemos en Patty Smith. ¿Son poetas? ¿Son artistas del trapecio? Y hay que seguir pensando, en Jim Morrison, en Joaquín Sabina, en la Violeta Parra. Pensemos en el rap: rithym and poetry. Duncan se alinea con Chan Marshall, Joey Ramone y el género shoegazing en su conjunto. Un canon privado que se complementa con una mala lectura de Nicanor Parra y la admiración por libros de Sergio Coddou y Andrés Anwandter. ¿Qué chucha es la poesía entonces? ¿Palabras? ¿Canciones? ¿Actos performáticos? ¿Gestos? No lo sabemos, pero he ahí las malas traducciones en los que se adivinan y se leen los excelentes poemas de Duncan, cercanos a la fraseología de las canciones de rock, a veces apuntando a difusos rasgos autobiográficos, al dolor existencial, al hastío de todo, a cierta poética del rock, a la simpatía por el fracaso, a la impotencia frente a la maquinaria y la mano invisible que mece la cuna y empuja a la tumba, a la política y cierta visión –como no– contracultural de la american way of life, cada vez más lamentablemente cercana a nosotros. Todo bajo el filtro de la odiosa traducción al español coño.

Porque además todos esos “jodidos vecindarios”, esas “braguetas”, “lavabos”, “bocazas”, “guisantes”, “albercas” que nos sacan roncha y nos desagradan tanto (“lo sabes condenadamente bien / lo sabes puñeteramente bien”), refrendan formidablemente ciertas proposiciones de Piglia, que prefiero consignar textualmente:

la relación estilo-traducción se vuelve alarmante cuando uno ve que las corporaciones editoriales españolas divulgan traducciones en jerga española, para llamarla de alguna manera, con lo cual los jóvenes escritores y aspirantes a escritores de América Latina, los pedagogos, están leyendo traducciones en una especie de español, que yo creo ni siquiera hablan en una plaza de Madrid.

Alguna vez le escuché a Cristóbal Gaete decir que estaba cansado de leer a escritores chilenos que escribían como novela de Anagrama. He aquí entonces por primera vez a alguien que sabemos lo hace a propósito. Por supuesto con su qué. Es posible que Canciones gringas esté atacando a esa suerte de imposición estilística española que revela debilidades editoriales latinoamericanas, y cierta incapacidad de producir traducciones más cercanas a nuestra realidad; y lo hace mediante un ejercicio estilístico que busca nuestro desconcierto, un efecto estético corrosivo, una patada en el hígado y una particular manera de joder la pita. Porque hasta el momento, de una manera violenta, aunque bastante desapercibida, Verdugo ha jodido la pita majaderamente, deslocalizando el canon y  proponiendo formas de acercamiento al texto que muestran inteligencia y experimentación. Una manera postmo de molarla, una razón más para que vosotros espabiléis y de una puñetera vez leáis a Mario Verdugo. Os lo digo una vez más, majaretas, merluzos, deschavetados: ¡Leed a Mario Verdugo, gilipollas!, pero qué digo, ¡traducid a Mario Verdugo, gilipollas! 

 

 

[1] Lo que se entiende de otras formas todavía no lo entiendo, pero sí entiendo que hay otras formas de entender.

 

Bibliografía

-Alcalde, Alfonso. El árbol de la palabra. Altazor ediciones. Viña del Mar, 2013.

- Auerbach, Erich. En http://es.wikipedia.org/wiki/Erich_Auerbach

- Borges, Jorge Luis.  “Las dos maneras de traducir”, La Prensa, 1 de agosto de 1926. Recogido en Textos recobrados 1919-1930, Buenos Aires, Emecé, 1997, pp 256-259.

- Dios. La biblia de los niños. Editorial Satán es un Magnífico. Chile, 1989.

- Duncan, Keith. Canciones Gringas. Selección y prólogo de Mario Verdugo. Traducción de Santiago Zilleruelo. Ediciones Inubicalistas. Valparaíso, 2013.

- Even-Zohar, Itamar. "La posición de la literatura traducida en el polisistema literario". Traducción de Montserrat Iglesias Santos revisada por el autor. En Teoría de los Polisistemas, Estudio introductorio, compilación de textos y bibliografía por Montserrat Iglesias Santos. [Bibliotheca Philologica, Serie Lecturas] Madrid, 1999: Arco, pp. 223-231.

- Ouldelhaj, Driss. Gabriela Mistral en el umbral de Desolación (Traducción ambientada de la sección “Vida” de la obra Desolación de Gabriela Mistral al árabe clasico). Ediciones del Centro Mohammed VI, Coquimbo, 2013.

- Pavivlic, Pavao. “La intertextualidad moderna y postmoderna” Traducción del croata: Desiderio Navarro. “Moderna i postmoderna intertekstualnost”, en Umjetnost rijeci, Zagreb, XXXIII, núm. 1, enero-marzo, pp. 35-50.

- Piglia, Ricardo. “Tradición y Traducción”. Conferencia dictada al celebrarse la inauguración el Magíster en Literatura Comparada de la Facultad de Artes liberales de Universidad Adolfo Ibáñez. Santiago, 17 de marzo de 2011. En
http://www.uai.cl/images/sitio/facultades_carreras/esc_artes_liberales/

- Torop, Peeter. “Translation as translating as culture”. En Sing Systems Studies. N° 30. University of Tartu Press. Estonia, 2002: pp 594-603



 



 

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