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Claudio Giaconi, 40 años después: “La literatura no le interesa a nadie”
Por Angélica Rivera
Las Última Noticias, 20 de Junio de 1990
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Después de 30 años de ausencia, Claudio Giaconi (62 años, viudo) regresó a Chile. “En lo posible, en forma definitiva. A hacer mi nido o a hacer mi hoyo, como se quiera”, dice. “Aunque me es difícil hablar de cosas definitivas, por mi naturaleza. Creo que somos peregrinos en la tierra y todo es transitorio”.
Cuatro décadas atrás, en 1954, revolucionó el ambiente literario con su libro de cuentos “La difícil juventud”. Se irguió como líder de una generación de escritores rebeldes. Hoy se reconoce como un desencantado de las posibilidades de la literatura. “Le adjudiqué un valor muy alto. Pensé que podía cambiar la sociedad y eso es algo que evidentemente no vemos en este momento”.
Cuando salió del país, en 1960, con una beca del gobierno italiano, se esperaba de él una gran novela. No la escribió, dice, porque “tendría que haber cambiado fundamentalmente de óptica para producir una nueva obra. Soy un insatisfecho por definición y rompo mucho. Lo que escribí no me pareció a la altura, no me pareció bueno. He dejado mucho más papel roto que papel utilizable para ser impreso”.
Ahora, mientras se aclimata de nuevo en Chile, planea editar una recopilación de sus escritos publicados en varios países y quizá un libro de poemas. “Pero no sé hasta que punto sería indispensable. Creo que sólo el uno por ciento de lo que se publica es indispensable. Y ante esa coyuntura, ¿para qué publicar algo si no lo es realmente?...”
Su última estada en Chile fue hace 20 años, entre 1969 y 1970. Su regreso de ahora tiene como fondo “un deseo de cesar de ser extranjero, de sentirme de nuevo entre mi gente, entre mis palabras, entre mis chilenismos, entre mis calles que trato constantemente de reconocer, en una ciudad que se me ha hecho mítica en el extranjero”.
En estas semanas se ha reencontrado “con muy pocos” de sus compañeros de la generación del 50. “A quien más quería ver era a Enrique Lihn. Fue como un hermano para mí en el tiempo de nuestra juventud difícil. Pero ya no está entre nosotros”.
-¿Por qué vuelve tan desencantado?
-Uno de los motivos es éste: paradojalmente, me doy cuenta que con la masificación de la cultura, la gente se ha vuelto menos culta. Es una de las desilusiones que siento frente a esta época. Pero no es sólo un fenómeno de Chile. También de otros países, como Estados Unidos. Cuando digo que la culturización masiva ha engendrado una incultura masiva, no estoy incurriendo en una hipérbole. El hombre ahora sabe menos de sí mismo y de los valores morales, éticos, sobre las causas y los fines de toda vida colectiva. Es lo grave que ocurre en Chile o en Estados Unidos.
- Cuando Ud. se fue de Chile, se empezó a tejer una suerte de mito a su alrededor, tanto con lo que hacía como con lo que dejaba de hacer. ¿Qué hay de verdad y qué hay de mito en lo que ha pasado en estos 30 años?
- Curiosamente, he comprobado una paradoja. Me he dado cuenta que se escribía mucho más sobre mí cuando yo no publicaba; y que cuando empecé a escribir y publicar de nuevo, en el extranjero, en revistas del exilio, dejó de escribirse sobre mí. Ahí comprobé que en realidad, la literatura no le importa mucho a nadie. Solo tal vez a los literatos y a algunos periodistas. Lo que nosotros, la generación del 50, llamábamos cultura y ejercicio cultural, no lo encuentro en esta vuelta a mi país. Espero que sea una ausencia provisoria. Y que este retorno a la democracia produzca un destape cultural que revele aspectos que estaban soterrados y ahora pueden expresarse en forma libre; y que la cultura y los valores culturales –como motores insustituibles de la marcha y del progreso del país- vuelvan a estar vivos.
“He vivido en muchas ciudades, he realizado muchas mudanzas. Viví en Washington, Bruselas, Roma, París, períodos breves aquí y allá, y en Nueva York durante unos 20 años. La considero mi ciudad adoptiva. No he publicado mucho en inglés. Sólo un ensayo, en 1978, sobre el conflicto del canal Beagle y el asesinato de Orlando Letelier, editado por el Instituto de Estudios Políticos de Washington”.
Tiene una novela “F”, de la cual ha publicado sólo fragmentos autónomos. “La reduje porque se expandió mucho. Tiré a la basura cientos de páginas. Tengo ahora un esqueleto de ella pero no sé si finalmente la publicaré”.
Después de sus cuentos de la década del 50 y de un par de ensayos también elogiados por la crítica, Giaconi reapareció en Chile silenciosamente con el libro de poemas “El derrumbe de Occidente”. Su poesía, dice, no busca acariciar al lector. “Escribo poemas para joder, no para acariciar. Sigo siendo el mismo inconformista de los años 50. En eso no he cambiado un ápice. Para mí, los poemas son una especie de diario íntimo, ideas o temas expresados en una línea fulgurante, una taquigrafía mental. En cambio, la novela me exigía páginas y páginas. Me transformé en un poeta –no sé si bueno o malo- tratando de encontrar una forma que no me exigiese ninguna clase de retórica o de adorno”.
- ¿Cómo se ve a Ud. mismo, a su generación y a la literatura a 40 años de “La difícil juventud”? ¿Hay una difícil madurez?
- Exacto. Todo lo que he estado escribiendo en estos años forma parte de una difícil madurez. Por último, todo es difícil. Este título se transformó casi en una expresión idiomática en esa época. Porque no hay nada fácil. En cuanto a la generación del 50, creo que sus planteamientos teóricos son válidos y vigentes todavía. Pero en la literatura nueva, veo que el escritor ha caído víctima de esta frivolización colectiva y esta masificación de la cultura. Hay una literatura puramente “exitista”. No veo que haya surgido un escritor realmente impactante después de nosotros. No se ha superado lo que nosotros hemos producido. Tal vez Skármeta lo haya conseguido, pero después de él no veo a nadie.
- ¿Sigue escribiendo?
- Escribo ficción desde el punto de vista de un desencantado. Algo que uno hace para entretenerse a sí mismo. Por eso no es indispensable. La sociedad no necesita de ello. En los años 50, yo venía de vuelta del entusiasmo por las ideologías. Creía, sin embargo, en el concepto de (Albert) Camus de que la fraternidad sólo se lograba a través del arte. Pero ni el arte ni la cultura se usaron de la manera en que Camus lo concebía. En vez de usarlos para enriquecer, se utilizaron para desculturizar a una masa absolutamente manipulable. Ahora, la cultura le da más énfasis al fútbol que a la literatura. No se habla de los escritores. ¿En que enriquece al mundo saber si Maradona se resfrío ayer o no? Ese concepto camusiano de la cultura para unir a la humanidad, no se hizo realidad.
- Si de alguna manera sigue creyendo que los principios de la generación del 50 son aún válidos, ¿por qué calló como escritor y abandonó su intento?
- Me he callado porque no he encontrado la respuesta a esta disyuntiva. No quiero “tirarme carriles”. Soy muy responsable con mis lectores. Lamento haberlos dejado a la espera. Sigo teniendo las mismas dudas de hace 40 años, con una más: que la cultura se vino abajo. ¡Se fue a la chuña! No me gusta producir cosas espúreas, caprichosas, no genuinas. Siempre voy a buscar, pero lo que he encontrado no me satisface ni a mí mismo. Entonces, ¿cómo publicar? Y lo que he encontrado, no le ha interesado a nadie, como mi libro de poemas.