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Recopilación Nuevo libro:
Claudio Giaconi, el escritor invisible

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 22 de Agosto de 2010


 


 


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La publicación de obras reunidas suele desmentir impresiones arraigadas, aunque por lo general esto ocurre de manera póstuma. Las más de 500 páginas del libro Claudio Giaconi. Un escritor invisible, refutan la creencia de que Claudio Giaconi fue un autor improductivo. Junto al volumen de cuentos La difícil juventud y al ensayo Un hombre en la trampa, su amigo, el poeta y editor Gonzalo Contreras, recopila los dos libros de versos, menos recordados, que salieron de la pluma de Giaconi: El derrumbre de Occidente y Etc., pero también incluye sus artículos periodísticos, de los cuales el compilador sólo entrega una muestra, guardando para un futuro volumen numerosas crónicas que publicó en la prensa mexicana.

Contreras dice en su presentación que el proyecto de reunir los escritos de Giaconi comenzó a gestarse un año antes de su muerte. Sin embargo, el autor no quiso participar en él. Desde su regreso a Chile, en 1990, luego de tres décadas de vivir en el extranjero, pocas cosas le importaban menos a Giaconi que el destino de su obra. Había experimentado una desilusión tras otra. Lafourcade lo mitifica. Teillier ridiculiza su falta de publicaciones. Parra no le abre la puerta de su casa en Las Cruces. Muerto su gran amigo Enrique Lihn, se siente solo y ninguneado. Ya en 1981 le había escrito una carta a Jorge Edwards en la que le expresaba su desaliento por no ser incluido en una antología de editorial Andrés Bello (ver recuadro). Contreras la reproduce en el libro, pero no tiene certeza de que la hubiera enviado.

Con la excepción de Antonio Avaria, la gente de su edad lo aburre y acepta la compañía que le ofrecen escritores más jóvenes. Junto a ellos se sumerge en los agotadores ambientes del under santiaguino. El año 2004 abandona la casa de su hermana en Las Condes y se va a vivir solo. "Quien no conociera a Claudio pensaría que toda su vida esperó ese momento. Instalado en un discurso polifónico, asombra en su sobrecogedor y natural histrionismo", recuerda Contreras. "El espectáculo, por momentos, es tan bizarro, que las funciones se agotan rápidamente. Su público (periodistas, poetas 'jóvenes', muchachas en flor) lo aclama".

Según William Blake, "el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría". Y Giaconi fue un discípulo aventajado.

Alone: "¡Qué gran enterrador!"


Toma uno. Giaconi en su departamento de calle Rosal, barrio Lastarria. Amigos y curiosos rodean la cama, único mueble del lugar. Está flaco. Demacrado. "Un ferviente admirador llega a decir -ante la baja de peso ostensible del performer - que el maestro ha decidido abandonar su cuerpo, liberar su espíritu". Tose mucho. Conversa. Cada cierto tiempo levanta al azar uno de los papeles borroneados que yacen en total desorden bajo la cama: arrugados, inmundos, pisoteados, con manchas de vino. ¿Adónde va a terminar esto?, se preguntan sus huéspedes.

La respuesta llega meses después. Giaconi, enfermo de tuberculosis, está aislado en una habitación del hospital San José: la mejor del recinto, grande, iluminada, con una espectacular panorámica en altura del Cementerio General. Alguien le regala un libro de César Aira. Sonríe. ¿Para qué necesita un libro de Aira con esa vista?

Última escena. Giaconi camina con las manos en los bolsillos, de espaldas a un mar que no le interesa, mirando el suelo con sus lentes oscuros. La fotografía de Rosa Apablaza hace pensar en la serena desolación de Marcello (Mastroianni) al final de "La dolce vita" (1960). El periodismo los consumió a ambos. Lejos quedan la niñez inalcanzable, la juventud perdida.

Giaconi comprende temprano que la acción, entendida como un suceder, no existe. "El relato está generado por una vivencia hecha idea, que no por una anécdota. Y esta idea puede sintetizarse así: la fugacidad de la vida humana; el poder basado exclusivamente en bienes materiales, es falso y venal", proclama Giaconi en el prólogo de "El sueño de Amadeo" (1959), uno de los cuentos más extraños, grotescos y perturbadores que ha conocido la literatura chilena.

Su autor lleva al extremo los motivos de La difícil juventud (1954), volumen celebrado por Alone con una curiosa aprensión: "El arte de Giaconi no es nada tranquilizador. Si traduce, como afirman, el alma de las nuevas generaciones y revela el futuro, ya podemos ir preparando ropajes fúnebres. ¡Qué gran enterrador! Es otra época del arte nacional".

Contemporáneo de los primeros cuentos de José Donoso, La difícil juventud se adelanta unos años a Wacquez y anticipa en cuatro décadas algunas obsesiones de Bolaño, como el delgado límite que separa al fracaso del crimen o la locura. Los cuentos de Giaconi destruyen arquetipos reconocibles en todos los sectores de la sociedad chilena: la mediocridad de un cura de pueblo; la falta de talento del artista incomprendido; la patética insignificancia de un conferenciante experto en el romanticismo alemán; las miserables vidas de un obrero homicida y de un jubilado que se desvela en una sórdida pensión.

Nadie se salva. Giaconi fulmina a criollistas, mandragóricos y bienintencionados cultores del realismo socialista. Lee a Sartre y a Camus, como todos sus contemporáneos, pero es el único en recuperar la figura de Gogol, a quien dedica el penetrante ensayo Un hombre en la trampa (1960). "Desde la trastienda -observa Giaconi-, la enigmática sonrisa gogoliana preside el absurdo que prolifera entre los hombres".

Atacado desde dos flancos -por la prensa patriótica y la bienpensante-, Giaconi escribe artículos en que rompe lanzas por su generación, la del cincuenta, alimentando una de las polémicas literarias más interesantes y elevadas que se han visto en años. Rechaza lo que llama una "chilenidad de utilería", reducida a la descripición pasiva del paisaje y la reproducción mecánica de giros lingüísticos ("L'escopetá está cargá"). Pide abrirse a problemas más universales, superar los métodos narrativos tradicionales y explorar audacias formales y técnicas por arriesgado que esto resulte. "Comprendimos que la expresión de un estado de alma escrita por un novicio era inmensamente más significativa que la descripción prolija de una faena agrícola hecha por un maestro", desafía.

Profeta del 11-S


Deja Chile con una beca del gobierno italiano. No la usa. Se dedica a vagar por Europa. Luego viaja a México y termina en Estados Unidos. Nueva York lo hipnotiza. Se zambulle en la bohemia de la Gran Manzana. De día trabaja en la agencia UPI; de noche escucha a Charles Mingus, Dizzy Gillespie y Thelonious Monk. Se hace amigo del pintor Enrique Castro Cid, fanático del jazz, igual que él. Es testigo de su fulgurante ascenso desde Machalí al Soho, sin escalas. Y de su estrepitosa caída en el olvido: separado de su esposa millonaria, el artista delira con regresar a Chile montado en un burro. Giaconi lo termina internando en una clínica psiquiátrica.

En todos estos años, Giaconi no deja de escribir, pero infinitas dudas le impiden publicar. Trabaja en "F.": una novela total, infinita, de alta complejidad narrativa, que dejará inédita. Gonzalo Contreras asegura que el modelo real de su protagonista fue Castro Cid. "El tema de la locura se instala en su imaginario con la fuerza de una atracción fatal", observa. También advierte que en su poemario El derrumbe de Occidente (1985), Giaconi profetiza la caída de las Torres Gemelas: "El miércoles me despierta la Gran Explosión/ y veo que por error se acabó el mundo./ En una pantalla del tamaño de Manhattan/ veo caer luces de bengala, cenizas/ En el televisor que jamás apetecí. (...) ".

Contreras no duda en afirmar que Giaconi "era un poeta, y de los buenos". Un desarrollo inevitable de su obra, presentido por Alone y afirmado en la singular decisión del autor de concluir el ensayo Un hombre en la trampa con un extenso poema suyo. De vuelta en Chile, será la poesía nuevamente el género escogido para romper el largo silencio. En su pequeño libro Etc. (2006) da rienda suelta a la sensación de extrañamiento que acompañó su regreso, pero al mismo tiempo intuye que su presencia no pasa inadvertida para las nuevas generaciones. En los versos de "Paranoia", Giaconi gradúa estas impresiones: "UNO. Que nadie se dé cuenta/ de que soy el Hombre invisible. (...) CUATRO. Que nadie se dé cuenta/ de que tal vez esté siendo bastante Hombre Visible".

La difícil y eterna juventud de Claudio Giaconi

ANTONIO GIL

"Mi apego a la juventud es mi mayor instinto de supervivencia. Por eso y por mi inclinación a sentirme libre, nunca hubiera podido venderme al neoliberalismo salvaje", declaró Claudio Giaconi poco antes de perderse en esa larga caminata sin regreso por las brumas del Parque Forestal. Esa andanza que lo llevó quizá buscando los últimos atisbos de su viejo y amado Villavicencio, o los rumores de copas y vajillas de Il Bosco, el titilar del Candil en la calle Merced, los cantos de borrachos del Club Alemán. Lo sorprendió a Giaconi la desnarigada, pese a las varias páginas arrancadas del calendario, viviendo en plena adolescencia, esa Arcadia a la que se negó a renunciar jamás. La misma que lo trajo desde Manhattan de vuelta a vivir entre nosotros, entre nuestros endémicos desdenes, desaires y desconocidas. Nos quiso Giaconi infinitamente más de lo que a él lo quisimos los chilenos, eso es obvio. Una adolescencia que lo trajo a vivir con inmensa humildad su condición de leyenda desplumada en lugares que ya no conocía ni lo conocían. Sus amigos, con los que se arrimaba antaño a leer bajo el tilo del parque pasaron de largo o cambiaron de vereda. Esos habían envejecido, habían engordado, o se habían ido al otro mundo, que viene a ser lo mismo. Giaconi era joven, desaprensivo, y fue arropado entre nosotros por sus iguales: los jóvenes poetas y narradores que más allá del Giaconi mítico, vieron reflejado en su figura delgada, como en un espejo, el ideal de la eterna juventud, que es el cántaro encantado al final del arco iris del oficio de las letras. Fue Claudio Giaconi un hombre decente en un país en que, como todos sabemos, la decencia se pierde como el agua en un barril agujereado. Nos dio Giaconi, infinitamente más de lo que nosotros le dimos a él, cosa que no parecía inquietarle para nada. Y nos dejó una obra escueta, es verdad, pero tampoco hacía falta mucho más para hacernos sentir admiración por su literatura singular, cargada de una sinceridad extraviada hace mucho tiempo entre nosotros.. Hoy son las generaciones jóvenes las que renuevan esa vieja y difícil juventud suya, editando sus obras completas. Son sus nuevos amigos, los que lo acompañaban a esa mesa donde disfrutaba sus jugos de frutilla; los que lo visitaban en su lecho de enfermo, los que lo quisieron y admiraron ya no al ser de ficción sino al escritor gentil, delgado, sencillo, que enfundado en una gabardina buscaba un Chile que quizá existió sólo en sus sueños.


PABLO AZÓCAR

Sus desapariciones legendarias, sus silencios literarios y metafísicos, su perfil de pájaro urbano y callejero, su bonhomía y su amistad, su melomanía infatigable, su desapego Zen en todo orden de cosas, su renuencia a publicar, su refinado arte de la conversación, sus tremendas desilusiones amorosas, su adicción a la marihuana y a la Radio Beethoven, su capacidad de reírse de todo, su conexión mental con los gatos y con Nicanor Parra. Claudio Giaconi escribió: "Es hora de volver; pero volver adónde?"


Carta a Jorge Edwards
Nueva York, 25 de enero de 1982

(...) Me he enterado con estupor que ya no existo para los antologadores del cuento chileno "contemporáneo"... Es porque no soy contemporáneo, o porque no soy cuentista? Entiendo que es una antología de sólo los "presentes" y no los de "afuera". Te confieso que me sentí algo incómodo al ver que no figuraba en ella y sospechante también de que los zares culturales chilenos actuales me han tirado definitivamente la cadena... ¡Paradojas!, y que después de años en que se especuló en la prensa sobre mi "silencio", ahora que me destapo, expurgado de antologías, ni una línea por ninguna parte, excepto tu artículo de Paula que todavía recuerdo. En fin, hay que concluir que son raros los chilenos. Hay que concluir que hay un espíritu anarco en el chileno, que es lo que aflora en el capítulo que te mencionaba que sale en estos días ("Voces del 18") que trata del parloteo, discurseo y hueveo de una veintena de exiliados chilenos pre y post golpe, de diversos estratos sociales y culturales reunidos en un loft del Soho para celebrar el día de las fiestas patrias, en que a pesar de estar todos básicamente al mismo lado de la verja, terminan todos peleados y agarrándose a puñetes. El cuadro es pesimista, pero lleva un reconfortante epígrafe de Samuel Johnson: "A man, sir, should keep his friendships in constant repair" [Un hombre, señor, debería reparar constantemente sus amistades]. Difícil que pudiera publicarse en Chile... hay algunas referencias a cosas contingentes harto crudas. No me puedo impedir de pensar que las autoridades educacionales me han convertido en un escritor paria en mi país, empezando por la arbitraria medida que adoptaron en 1974 de sacar del currículum de lectura La difícil juventud ...

(fragmento)

 


 



 

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Claudio Giaconi, el escritor invisible.
Edición de Gonzalo Contreras
Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 22 de Agosto de 2010