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LA MITAD DEL CUERPO SONRÍE
(Antología
de poesía peruana del siglo XX; selección, prólogo
y notas de Víctor Manuel Mendiola,
FCE, México, 2005)
Por Cristián
Gómez O.
En el último tiempo, varias son las antologías de poesía
peruana que nos vienen acompañando. La última cena
(1987), El bosque de los huesos (1995), La letra en que
nació la pena (2004), Los relojes se han roto (2005)
y Caudal de piedra (2005) son sólo algunas de ellas.
No sé si este fervor editorial necesariamente demuestra la
buena salud de la poesía peruana, pero sí queda claro
que hoy por hoy esta literatura convoca el interés de críticos
y lectores dentro y fuera del Perú.
Para sumarse a esta lista llega ahora La mitad del cuerpo sonríe,
compilación que acopia o intenta acopiar en sus páginas
la producción poética peruana desde voces ya canónicas
como Jorge Eduardo
Eielson y Javier Sologuren hasta poetas más o menos debutantes
en los ejemplos de Lizardo Cruzado o Montserrat Álvarez, aun
cuando esta última se repite el plato en varios de los libros
arriba citados.
Los lugares comunes en torno a este tipo de libros nos llevarán
a fijarnos en las inclusiones y exclusiones del caso, en las preferencias
del antologador antes que la (hipotética) construcción
de la mentada selección como un discurso coherente (o no).
No puede ser este caso distinto (y aquí cabría citar
las palabras mil veces citadas de Borges en torno a las antologías
y el tiempo): llaman la atención más los nombres que
no están que los que están, ya que más allá
de algunos nombres, más allá de ciertas preferencias
atendibles y que son inexcusables en este tipo de trabajos, gran parte
de los antologados por Mendiola son si no nombres indiscutibles de
la poesía peruana (si cabe la posibilidad de pensar un canon
que dure, en estos días, un par de décadas), al menos
recurrentes en las preferencias a la hora de llenar un panteón
que, por el momento, parece inamovible: los ya citados Eielson y Sologuren,
con quienes se abre la antología, nombres a los que habría
que sumar el de Blanca Varela, Carlos Germán Belli, Rodolfo
Hinostroza y Antonio Cisneros (¿y dónde quedó
Raúl Deustua? ¿y Pablo Guevara, nos preguntamos y le
preguntamos a Mendiola: Juan Ojeda, Luis Hernández, Verástegui
que según dicen se restó por cuenta propia, Tulio Mora,
Jorge Frisancho entre los más jóvenes, Paolo de Lima
y José Carlos Irigoyen entre los mucho más jóvenes?).
Muy probablemente sea en vano hacerse estas preguntas, pero si se
quiere tener una imagen más o menos representativa de lo que
pasa y de lo que ha pasado en los últimos lustros en el Perú,
entonces no estaría demás considerar y re-considerar
no listas interminables de nombres más o nombres menos, sino
tratar de entender cuál es la lógica operante para la
permanente inclusión de algunos y la permanente exclusión
de otros.
En el caso del volumen que ahora nos entrega Mendiola, el punto de
partida es la mirada del extranjero, i.e., y de acuerdo a las palabras
del antologador, la de un poeta mexicano en torno a la poesía
peruana, aunque, nos parece, estos mismos corpus como conceptos son
bastante elásticos y de una definición por lo menos
elusiva. La comparación (gratuita) entre la poesía mexicana
y la peruana, entre la chilena y la argentina y la cubana no es más
feliz. Entrar en este tipo de generalizaciones parece por lo menos
inconducente, en la medida en que hablar de la poesía chilena
como un todo, para hablar del ejemplo que tenemos más cercano,
no se corresponde con la diversidad que esta (y la peruana y la argentina
y por cierto la poesía mexicana) exhibe.
Sin embargo, con eso y todo esta es una antología que se
agradece. Más allá de las ausencias, resulta palmaria
la convivencia al interior del rótulo de "poesía
peruana" de poéticas tan distintas si es que no divergentes
entre sí: cómo explicarnos si no el paso -el salto para
algunos- que media entre las poéticas así llamadas hispanizantes
de Belli y Bendezú, entre otros, y el británico modo
cuyos principales adalides son Cisneros e Hinostroza. Pero la verdad
es que al leer estas páginas antologadas por Mendiola (a quien
tampoco queremos cargarle la mano), nos da la impresión de
que, sobre todo en los últimos cinco lustros, los poetas peruanos
han estado combatiendo como Quijotes sin Dulcinea: como ese ángel
de la historia del que hablara Benjamin, le han tenido que dar la
espalda a ese aluvión llamado progreso (o modernidad, o lo
que sea) que en Perú ha intentado transitar los caminos de
un estatismo a todas luces fracasado -ahí tenemos a Alan García,
que paradójicamente renace de sus cenizas- o el de una involución
tan sangrienta como autoritaria encabezada a mediados de los noventa
por el "ingeniero" Alberto Fujimori. Tal vez a partir de
este descalabro social, propiciado por una larga lista de gobiernos
en mayor o menor medida inoperantes -a lo que se suman la guerrilla
senderista y el MRTA y la guerra sucia que buscara su eliminación-,
se pueda explicar la convivencia de estéticas en apariencia
tan disímiles entre sí y que tal vez podrían
entenderse sólo como los reversos imprescindibles de una y
la misma medalla.
En 1969, Agustín Tamayo Vargas publicaba en Barcelona su antología
Nueva poesía peruana, en la que mencionaba en su prólogo
la identificación de algunas líneas matrices en la poesía
peruana. Hablaba de postmodernismo (i.e., posterior al Modernismo
de Darío) como una búsqueda de un lenguaje apegado a
los temas más comunes del hombre y de la escritura modernista
como punta de lanza de una revolución que tenía en todos
los ismos su meta y su vanguardia. De la síntesis de
ambas tendencias, decía Tamayo Vargas en su prólogo,
arranca(ría) la poesía de hoy. Era difícil suponer
en ese entonces lo que sobrevendría en la historia peruana,
y las consecuencias que ello traería en la lírica nacional.
Tamayo Vargas cierra su antología con Heraud y Cisneros; y
aunque la muerte del primero de éstos caló muy hondo
en todo el país, lo cierto es que la violencia no haría
su irrupción como forma y fondo del poema sino hasta la aparición
de Kloaka y su auto-asumida marginalidad. No estoy diciendo, esto
es evidente para cualquier lector atento, que no se tratara la violencia
antes en el Perú, ni tampoco que el poema no hubiera sido antes
violentado hasta arrancarle todo lo que pudiera decir: testimonio
de ello son no sólo algunos de los poetas más visibles
de Hora Zero (Pimentel, Ruiz, Verástegui), sino que antes ya
habían hecho lo suyo gente como Hernández e Hinostroza.
Pero la diferencia con Kloaka es que esta agrupación asumió
una estética anarco-lumpen en medio de la vorágine violentista
que se inaugurara en el Perú a partir del '80, una estética
en la que "lo delincuencial es visto por estos autores como un
espacio de redención frente a la violencia estructural del
sistema"(1).
Y creo que es aquí donde Mendiola hace su mejor apuesta y va
sobre seguro al escoger autores representativos no sólo de
este grupo -Santiváñez, Domingo de Ramos, Mazzotti,
aunque este último sólo haya sido cercano al grupo-,
sino otros que ayudan a completar el fresco de la poesía peruana
a partir de los ochenta, como son Carmen Ollé y el siempre
inconfundible decir poético de Miguel Ángel Zapata (como
nota aparte: sería digno de un estudio que excede los propósitos
de estas páginas, estudiar la pluralidad de estéticas
presentes en la década de los '80, en la medida en que autores
como Kloaka fijan su discurso en torno a referentes más o menos
inmediatos, en cambio otros como el ya mencionado Zapata, parecieran
-y remarco el parecieran- desentenderse de su contexto para ocuparse
de ciertas esferas de la realidad que resaltan su peruanidad por vías
si bien más oblicuas, no por eso menos contundentes: véase,
para mayores antecedentes, poemas como "Mi Vallejo", que
inexplicablemente no está incluido por Mendiola, u otros como
"Ya no tengo ángel de la guarda", donde la sensación
de desprotección que trasluce el hablante podría, eventualmente,
relacionarse con lo que el mismo Zapata dijera en un ensayo sobre
José Kozer: "La obra del desterrado, producto de una
transculturación interior, se torna sistemática y profunda
en otro espacio más disperso. (…) La casa del poeta se convierte
en su primer universo: cada elemento rozado, enumerado y nombrado
va cobrando vida en las descripciones: la cerca, el árbol,
las mesas, los libros, las barandas del jardín, la ropa, son
parte esencial de una relación estrecha que co-existe con los
seres humanos que habitan la casa"(2)).
Faltan, es cierto, para componer ese retrato cabal de los ochenta,
o por lo menos el autor de estas líneas los echa de menos,
los textos de Kike Sánchez Hernaní, de Edgar O'Hara,
de Eduardo Chirinos. Pero esto es parte del ejercicio siempre inconcluso
de emprender una antología, máxime si, como lo hizo
con esta Mendiola, se busca con esta empresa de largo aliento -que
abarca parte importante del siglo XX poético en el Perú,
más estos comienzos tempraneros del XXI- dejar atrás
lo que Mauricio Medo consigna como la enfermedad crítica del
"generacionalismo", i.e., el permanente etiquetar de la
diacronía del discurso poético a través del continuo
sucederse de los decenios, transformando así voces que tienen
más semejanzas que diferencias, en mundos separados por una
dudosa línea cronológica(3).
El retablo se completa con una no menos certera elección de
autores noveles que, de nuevo a pesar de algunas notorias ausencias,
alcanza como para suponer en el Perú una feliz dispersión
del discurso poético, i.e., una heterogeneidad de líneas
creativas que, desde algunos ejercicios retóricos en Helguero,
hasta el uso desenfadado del pop en Álvarez y Cruzado, no hace
más que subrayar el carácter de respuesta simbólica
de estos discursos, ante el panorama catastrófico y contradictorio
de la realidad social y política del Perú, hoy.
Es, sin embargo, elocuente, que a pesar de todas las diferencias
manifiestas y subyacentes entre los poetas peruanos de los últimos
veinticinco años, se pueda decir del conjunto de ellos lo que
Mazzotti y Zapata escriben: "Pero veremos también que
a la larga, contradiciendo el sentido profundo de cualquier crítica
y destrucción de las subjetividades dominantes que caracteriza
al arte y al pensamiento postmodernos, la poesía peruana de
los últimos años se nos ofrece como un capítulo
más dentro del fortalecimiento de la institucionalidad literaria.
Y no porque se haga patente en algunos de sus poetas una clamorosa
despolitización (lo cual no es ningún pecado en términos
literarios), sino porque su manejo del lenguaje y su concepción
del acto literario les impide transgredir los límites del circuito
letrado, inclusive en los casos más radicales e innovadores"(4).
La mitad del cuerpo sonríe reúne autores
que, por cierto, no escapan de este dictamen. Ello no obstante, me
parece imprescindible concederle el crédito a un buen par de
ellos, de haber sido capaces si no de sobrepasarlo, sí al menos
de haber renovado esa institucionalidad literaria de la que se hace
mención en el párrafo recién citado. Si esto
es más o menos (in)discutible en casos como los de Cisneros
e Hinostroza, cuyas voces siguen formando parte activa de esta renovación(5),
queda aún para consideración de los lectores cuál
será el aporte que, en definitiva, habrán hecho esos
poetas que en este conjunto de Víctor Manuel Mendiola aparecen
hoy como una apuesta de futuro. Veremos.
NOTAS
(1) De Lima, Paolo. "Violencia y otredad en el Perú
de los '80: de la globalización a la Kloaka", en
Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, n° 58, Perú-USA,
2003. Según De Lima, lo que caracteriza a este grupo es su
marcada afición por señalar la alteridad social como
un horizonte alternativo ante las contradicciones políticas
del Perú, aun cuando esta lectura no agota la significación
de Kloaka. Según José Antonio Mazzotti, cita que se
recoge del artículo de Paolo de Lima, este colectivo fue una
"agrupación de poetas contestatarios que renovaron la
vanguardia literaria a principios de los 80 mediante el grito estentóreo
de los manifiestos y los ´happenings´ con un fuerte contenido
de rechazo frontal a las situaciones de deterioro generalizado de
la sociedad peruana (…) El activismo de Kloaka no conducía
a ningún fin social consciente. A pesar de su adhesión
nominal al socialismo en abstracto y a la liberación de los
sentidos mediante la experimentación sexual y con las drogas,
el acento de su grito y de sus agresiones se ponía en el malestar
social e histórico antes que en la ilusión política.
Kloaka pasó de una efervescencia intensa por la Revolución
sin apellidos al desencanto anarcoide en poco menos de unos meses".
(2) Zapata, Miguel Ángel. "Avispero
de Forest Hills: la poesía de José Kozer, 1983-1993",
en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, n° 58,
Perú-USA, 2003.
(3) "La metodología bizantina
de la crítica en el Perú establece una periodificación
arbitraria en la que se plantea el ´decenio´ como el lapso
o ciclo vital de una generación. Esta delimitación en
lugar de ordenar el proceso vivido en la poesía peruana ha
venido desnaturalizándolo hasta observar la tradición
como una secuencia continuista y, paralelamente, seccionada por fronteras
imaginarias que pretenden forzar a que una poética resulte
inequívocamente distinguible de otras. Tal perspectiva dejó
fuera de la tradición a un nutrido contingente de autores,
tanto por sus complejidades biográficas como por sus características
textuales, que dificultaron su ubicación en períodos
ya preconcebidos". Medo, Mauricio. "A Modo de Introducción",
Zurita, Raúl y Medo, Mauricio. La letra en que nació
la pena. Santo Oficio, Lima, Perú. Diciembre del 2004.
(4) Mazzotti, José Antonio y Zapata,
Miguel Ángel. "De los ´Sesentas´ y ´Setentas´
a los ´Ochentas´ y ´Noventas´: un atajo hacia
la poesía peruana contemporánea", prólogo
para la selección que ellos mismos hicieran: El bosque de
los huesos. Antología de la nueva poesía peruana 1963-1993.
Ediciones El Tucán de Virginia, col. Zona. México, D.F.
1995.
(5) Cuando ya había terminado
de redactor esta nota, me llegó gracias a la gentileza y a
la generosidad impagable de Paolo de Lima, Memorial de Casa Grande (Lustra editores, Lima, Perú, 2005), el último y esperado
libro de poesía de Rodolfo Hinostroza. Muchos han hecho notar
las diferencias que este libro guarda con sus anteriores entregas, Consejero del lobo y Contra Natura. Aunque no es el
lugar para entrar en estas disquisiciones ni tenemos el espacio para
hacerlo, quisiera señalar de pasada que si bien las referencias
culturalistas no son tan notorias como en su primera poesía,
no se puede negar el hecho de que el tono narrativo de los textos
de Hinostroza no sólo no ha desaparecido, sino que incluso
se ha intensificado.