RESPUESTA A PEREIRA-GONZÁLEZ
(www.epigrafeparaunlibrocondenado.blogspot.com)
Cristián Gómez Olivares
Parto por agradecerle a Juan Pablo Pereira la civilidad exhibida. Si mi crítica fue dura, su respuesta no lo es menos. Sin embargo, no se aleja en ningún minuto del respeto al otro, no intenta nunca romper el diálogo con el interlocutor que se difiere. Lo cual, en un ambiente como el nuestro, es de valorar.
Sostiene Pereira-González que le resulta "sospechosa la cristalina distinción que hace (Gómez) entre el comentario entusiasta e impresionista y el artículo académico y formal. También la valoración maniquea de dichos ítems". Agrega Pereira que lo que me movería es la intención de poner las cosas en su lugar y restablecer el orden. Un guardián de la Academia, en síntesis, aun cuando academias hayan muchas y yo no vea razón para demonizarlas de buenas a primeras como si no convivieran al interior de esa palabra que casi parece un insulto gente de la más varia lección.
Pasa luego Pereira a zaherir ácidamente mucho de lo que se escribiría en la Academia, enfatizando el hecho que el lenguaje crítico no sería otra cosa que una jerigonza que, una vez desprendida de su engañoso pedigreé, llegaría exactamente a las mismas conclusiones a las que se llega en una animada velada de bar. Y, en ciertos casos, creo que tiene razón. En otros no, por cierto, pero es indesmentible que no son pocas las ocasiones en que la jerga técnica de algunos académicos esconde la falta de gusto literario y su sobre-exposición al mundo a veces estrecho de los profesores de literatura.
Pero se acusa además a los académicos de impresentables contubernios, presentando libros "anémicos y mal escritos", puesto que en el endogámico e infernal pueblo chico en que vivimos, el autor del libro presentado puede ser el presentador del libro de mañana. Dos precisiones me cabe hacer: la primera es la más necesaria. Lo que hagan ciertos miembros de la Academia les atañe a ellos como individuos y sus comportamientos particulares, incluso en el caso de que fueran comportamientos extendidos (que no creo que sea necesariamente el caso), no debieran confundirse con la Academia misma ni menos con lo que ella representa. Segundo: no todos los académicos están envueltos en la vida literaria. La relación alegremente incestuosa y no siempre académicamente responsable que se da en el profesorado de algunas universidades privadas, a veces agencias de empleo para un gremio que lamentablemente siempre está en el lado de los necesitados, auqnue no siempre de parte de los mismos, no es para bien o para mal la norma en todas las universidades. Por el contario: hay muchísimos académicos que se mantienen dentro de los límites del universo universitario, entre conferencias y libros o capítulos de libros que difícilmente tocan las aguas de la polémica literaria, o si lo hacen lo hacen por lo general en retrospectiva. Constato esto último como un hecho, una aclaración que viene al caso en este debate. Es, la de estos académicos restringidos al entorno de la disciplina, una situación que a mi juicio tiene más desventajas que ventajas, pero que tampoco puede ser satanizada gratuitamente sin incurrir en el error de pedirle peras a un olmo que no obstante noso otorga muchos otros beneficios, cuantificables la mayor parte de ellos en un largo plazo que no puede perderse de vista.
Cuando más adelante en su texto, Pereira sostiene que "Gómez se equivoca si traza su frontera entre el comentario impresionista y la reseña rigurosa", acusándome implíctamente aquí y explíctamente antes de una actitud a todas luces maniquea, creo que lisa y llanamente o Pereira no me entendió bien, o (como de seguro habrá ocurrido) yo no supe darme a entender. No estoy de por sí en contra de los comentarios llenos de entusiasmo que alguien pueda hacer acerca de un libro cualquiera, incluso si hay o no relaciones de amistad de por medio. Tampoco creo, valga esta aclaración, que tengan que ser los académicos los encargados de policiar y definir el orden de nuestra literatura. Ni por si acaso. Uno de mis críticos preferidos, creo que el de muchos, es Enrique Lihn, quien escribió mayoritariamente reseñas, presentaciones, prólogos, textos inéditos y otros de diversa índole, pero escasamente textos de corte académico o que se atengan a este último formato. De hecho, independientemente del formato que un texto sobre otro texto asuma, lo que desde el punto de vista de este seguro servidor un crítico no puede dejar de lado, es esa actitud de permanente autocrítica gracias a la cual el crítico entiende que su tarea no es la mera descodificación del texto a través de los códigos que considere pertinentes, sino más bien un aintervención en un escenario que es remotamente público (aun cuando los lectores sean una tribu cada vez más acotada y especializada), donde no "puede proponer un modelo del deber ser de la literatura o la crítica, pero sí, al menos, desconstruir su simulación, la inactualidad de algunas formas tradicionales y vanguardistas de hacer literatura y hacer crítica" (Federico Schopf, Más allá del optimismo crítico). Bernardo Subercaseux coincide con Schopf en una cosa: la escritura crítica debe ser portadora de una voluntad de estilo, debe buscar para sí misma una escritura literaria. En lo que separan aguas es cuando se refieren a las funciones de la crítica: si para Subercaseux todavía guarda el discurso crítico la posibilidad de ser una doble mediación, entre obra y lectores y entre el crítico y los lectores (informativo y descriptivo en la primera, valorativo en la segunda de ellas), para Schopf, como queda claro en la cita de más arriba y en la que sigue, "El deseo de una reposición de la crítica literaria en este momento no surge de la necesidad de una mediación teórica que pretenda completar a la literatura en su despliegue conceptual, sistemático, o de comentarla más o menos didácticamente, sino más que nada, como reacción, reconstrucción, reorientación, desde una búsqueda de salida al optimsimo de la sociedad moderna y sus aparentes contradicciones (tendencias que buscan modificarla o sustituirla. pero que siguen dependiendo de ese optimismo)".
Lo preocupante (lo preocupante al menos para mí) es que el texto de Schopf fue escrito entre 1993 y 1994, aunque no pareciera haber tenido mucho eco. El de Subercaseux, en cambio, se publicó en el año 2008. La distancia que media entre uno y otro es una diagnóstico por sí misma de la dirección de nuestra crítica. Y en ningún caso ese diagnóstico es positivo ni optimista.