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EN EL PAÍS DE LO MISMO DA LO MISMO
(publicado originalmente en www.epigrafeparaunlibrocondenado.blogspot.com)

Por Cristian Gómez O.
gblnicolas@gmail.com

No sé qué es más importante: si la decepcionante elección del gol de Cristiano Rolando como el mejor del año (un zapatazo de casi media cancha que se clavó en un ángulo de la portería, cuando el portugués todavía jugaba en ManU) o la decisión pública de Jorge Edwards de votar en segunda vuelta por Piñera. En el primer caso, mi voto iba para el gol de Grafitte, el jugador brasileño del Wolffsuburgo que se pasó a la defensa completa del contrario, arquero incluido, para después meterla de taquito. Seguramente lo habrán visto.

Pero en el caso de la decisión de Edwards, mi decepción es mayor que mi sorpresa. Que alguien como Edwards, que dice haber votado tradicionalmente por la izquierda, se pase ahora, justo ahora, a las filas del piñerismo, no es, a fin de cuentas, tan extraño. Edwards es lo que se dice un hombre razonable. Y es razonable a estas alturas criticar la corruptela y el desorden concertacionista. Ese es un punto inobjetable y en el que mucha gente coincidiría. Punto para el novelista. Y además, quién es uno para criticar a un premio Cervantes, sobre todo con ese apellido (aunque él siempre repitiera que venía de la rama más pobre de la familia). En el mundo de las vacas sagradas, Edwards ocupa un lugar de privilegio. Izquierdista exquisito, su giro electoral no ofenderá a nadie en un momento en el que las opciones verdaderas se acabaron hace rato. La desesperación freísta por convencernos de sus credenciales progresistas, chocan de manera evidente con su pasado presidencial y con el historial mismo de la Concertación hasta el reinado Michelle I, que al menos comunicacionalmente enfatizó otros aspectos durante su período. Pero que la Concertación capituló hace rato a hacer un gobierno de izquierda, a este humilde servidor, por lo menos, no le quedan dudas.

De este modo, lo que podría parecer una traición profunda, no resulta, en este contexto, tan grave. Después de todo, en algo tiene razón el novelista en su columna en La Segunda: la Concertación se ha dedicado, penosamente, a una campaña del terror en contra de Piñera, que lo único que ha hecho recordar es el mismo tipo de campaña que protagonizaran los partidarios del Sí en el plebiscito del 88, cuando éramos (para usar las palabras de otro novelista que es el adalid de la fidelidad) jóvenes, felices e indocumentados. Es una pena, porque si Frei y su equipo hubieran destacado lo que siempre se consideraron como los grandes logros de Frei durante su presidencia (crecimiento y equilibrios macroeconómicos, Reforma Judicial Penal, etc.), entonces las posibilidades de Piñera se verían dramáticamente disminuidas. Pero no me detendré en las razones por las cuales Frei pareciera estar cavando su propia tumba. Las últimas señales provenientes del mundo político parecen ser claras: van a morir con las botas puestas. Camilo Escalona, uno de los políticos que más resquemores parece despertar en el electorado, se niega a asumir el guante que les tiró Marco Enríquez a los presidentes de los partidos de la Concertación, diciendo que no va a renunciar a su puesto en el PS. Lo mismo para Juan Carlos Latorre. Pero esta porfía no es nueva. Ya antes de la primera vuelta, cuando se estaba armando la plantilla de los candidatos a diputados, Escalona apoyó públicamente a Arturo "el Negro" Barrios, luego de que éste se viera inmiscuido en acusaciones de malversación de fondos e irregularidades administrativas cuyo curso sigue siendo visto por los tribunales, lo cual no fue motivo suficiente como para que Escalona y compañía recularan. Los duros son duros de verdad.

Esto y otras cosas han hecho que Edwards tomara la decisión que tomó. En una entrevista concedida a La Tercera, el novelista reitera su hastío ante lo que llama "la superioridad moral de la Concertación", señalando la necesidad de una alternancia en el poder. No podríamos estar más de acuerdo. No veo por qué los operadores políticos chilensis tienen que seguir profitando del Estado. Aunque la llegada de Piñera a La Moneda no creo que sea garantía de que aquellos vayan a salir del aparato estatal.

Pero hay otro punto que me parece más relevante en las palabras de Edwards. Ese en el que habla de la relación del mundo de la cultura con la izquierda política. Al parecer esta ha sido una relación que se ha dado por hecha durante gran parte de la modernidad, pero especialmente a partir (para Latinoamérica y cierto esnobismo europeo) de la Revolución Cubana, que hace muy poco cumplió cincuenta primaveras en el poder. La relación simbiótica que durante algún tiempo se estableció entre la intelectualidad y el progresismo, pronto se vería interrumpida por esa soterrada y a veces no tan soterrada disidencia que tuvo su punto cúlmine en los hechos deleznables del caso Padilla. De ahí al quinquenio gris en Cuba (que para otros fue la década ídem) y a las vestiduras rasgadas de los aprovechadores de primera y última hora, las de aquellos que nunca estuvieron comprometidos de verdad con un proyecto que a partir de la década del noventa ya no tiene nada que ver con lo que intentó ser en un principio. La cuestión es que hoy en día muchos intelectuales se sienten en libertad de acción. Ya nadie se siente en la obligación de rendirle pleitesía a los comisarios políticos del Partido ni de partido alguno. El compromiso político suena a una antigualla de la que sólo hablan o la gente de la Academia o aquellos que no escriben (sinónimos, a veces). Dentro de la crítica más reciente, a mi juicio quien mejor ha desmenuzado la situación actual del escritor latinoamericano contemporáneo es Idelber Avelar (Alegorías de la derrota, 2000), al hacerse eco de la tesis de John Beverley según la cual,

La caída de Salvador Allende emblematiza, alegóricamente, la muerte del boom, porque la vocación histórica del boom, es decir, la tensa reconciliación entre modernización e identidad, pasó a ser irrealizable. Después de los militares ya no hay modernización que no implique integración en el mercado global capitalista. Éste fue, sin duda, el papel central de los regímenes militares: purgar el cuerpo social de todo elemento que pudiera ofrecer alguna resistencia a una apertura generalizada al capital multinacional. (55)

"Las dictaduras -nos dice Avelar en la misma página- vaciarían la modernización de todo contenido progresista, liberador". Modernización sin modernidad, para ponerlo en términos de Norbert Lechner.

En este contexto, sumado al descalabro concertacionista en lo que se refiere a temas como la corrupción y algunas decisiones lisa y llanamente garrafales (Transantiago), la gravedad de la movidad de Edwards se atenúa. Qué importa que Isabel Allende haya  salido públicamente en favor de Eduardo Frei, si esa otra lumbrera de nuestro pensamiento, el poeta Javier Campos, en su cruzada anti-izquierdista ha salido a defender con todo su arsenal al autor de Los convidados de piedra. Edwards, argumentando el por qué de su cambio de bando, nos dice que no ve en la izquierda el mismo tipo de renovación que observa en la derecha chilena. Si bien los grados de renovación de la izquierda chilena varían desde el apego acérrimo y contumaz de algunos a la ortodoxia, hasta la desvergonzada claudicación de otros, pasando también por aquellos que hicieron un aporte sustantivo, esencial e indesmentible desde la Concertación en estos años de gobierno, no puedo estar sino en desacuerdo, profundo e irreductible, con Edwards. Quién no quisiera que la derecha fuera todo lo liberal que algunos de sus miembros dicen ser. Quien no querría que Lily Pérez fuera el rostro viviente de la derecha, en lugar de Carlos Larraín. Porque, a mi juicio al menos, es difícil hablar de renovación en la derecha cuando detrasito de Piñera viene gente como Iván Moreira, Juan Antonio Coloma, Jovino Novoa, José Antonio Kast y algunos otros de esos muchachos, pinochetistas furiosos todos ellos, los mismos que pusieron el grito en el cielo cuando en la franja televisiva de su propio candidato apareción una pareja gay, los que se opusieron constante y majaderamente a la ley de divorcio, a investigar las violaciones a los derechos humanos, a la píldora del día después, etc., etc., etc., etc. ¿Renovación?, ¿Cambio?

Ena Von Baer puede ser muy linda y muy descendiente de alemanes, pero dudo que en su esencia sea distinta de lo que siempre ha sido la derecha chilena. No lo digo con alegría. A veces, a propósito de Jaime Guzmán, se cuenta cómo al interior de la cúpula pinochetista, el fundador del gremialismo tuvo serios problemas con Manuel Contreras, el director de la DINE, la antecesora de la CNI, para aquellos que lo hayan olvidado. Según esta versión de los hechos, Guzmán se habría opuesto a la carta blanca que Contreras tenía en su cacería de la gente del MIR, del PC, del PS. Con esto se intenta, sobre a todo a partir de su asesinato a manos del FPMR, lavar la imagen de Guzmán y mostrarlo como un hombre de Dios, preocupado por la suerte incluso de sus enemigos. Pero eso no debiera obscurecer en absoluto el hecho de que Jaime Guzmán fue uno de los sostenes ideológicos y vocero preferencial de la dictadura más sangrienta y clasista que ha conocido Chile en su historia. Ese intento de limpiar la imagen de la derecha, así como el que hoy en día está en curso con la candidatura de Piñera, se ven validados cuando un escritor de la valía de Jorge Edwards le otorga su apoyo a un presidenciable que se llena la boca con la palabra cambio, amparado sin embargo por las mismas viejas costumbres que no parecieran haberse modificado en absoluto.

 

 

 

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