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GLOBALIZACIÓN
O MUERTE
Cristián
Gómez O.
The
University of Iowa
(Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año
XXIX, n 58.
Lima-Hannover, 2do. Semestre del 2003)
Cuando de números monográficos se trata, la reunión en torno
a un tema puede resultar tan dispar, fructífera y/o monótona que
a veces la tarea en común de hablar de un mismo tema podría terminar
siendo contraproducente. No es lo que ocurre, sin embargo, con el número
cincuenta y ocho de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, dedicada
íntegramente a la profusa relación de "Poesía y globalización".
Desde un principio, los editores -José Antonio Mazzotti y Luis
Ernesto Cárcamo- ponen en claro cuáles son sus intenciones al reunir
estos ensayos, a saber: del fenómeno
hegemónico de la globalización y su acelerado intercambio de signos
simbólicos, que vino de la mano de un neoliberalismo que, en el caso de
Latinoamérica, ha tenido consecuencias fatales, ambos autores remarcan
su paradójica relación con la poesía. Y uso el adjetivo de
paradójica porque, en la misma medida que la globalización tiende
a borrar las fronteras nacionales (o por lo menos a ponerlas en segundo plano),
este mismo proceso ha significado, en el caso del discurso poético, una
acentuación de lo local y sus dinámicas propias (los ensayos de
Sole Bianchi y especialmente el de Raquel Olea son elocuentes al respecto). Se
podría decir incluso: la propia naturaleza de la poesía (que no
sabemos exactamente cuál es, pero que al menos para Cárcamo y Mazzotti
ofrece la posibilidad de la inmediatez, de la experiencia no mediatizada del texto
en tanto cuerpo) opone una resistencia natural al dictado homogéneo y global.
Sin embargo, ni Cárcamo ni Mazzotti plantean que la poesía
sea ajena a la globalización que hoy por hoy acapara todos los flujos mediáticos
y culturales. En este sentido, ambos autores son enfáticos en señalar
cómo los flujos migratorios del sur hacia el norte, la masividad del consumo
en términos simbólicos y reales, establecen el campo de acción
en torno o sobre o con el cual la poesía contemporánea debe lidiar.
Aun más: muchos de los ensayos de este volumen sólo se entienden
si son puestos en la perspectiva de una oposición entre la afirmación
o la sobrevivencia de lo local como una forma de disputar los espacios públicos,
y de otro lado la globalización como un proceso que enfatiza la hegemonía
de los capitales extranjeros por encima de los estados-nación (Negri, Hardt)
a la vez que es asumida por una anónima sociedad civil que ve en ella la
posibilidad de insertarse en un mercado (de ¿espectadores?, ¿consumidores?)
mucho más amplio. Esta lucha por el sentido se ve particularmente ilustrada
en el ensayo de Miguel Ángel Zapata sobre la poesía de José
Kozer en el período de 1983-1993. Por paradójico que parezca, en
un principio este ensayo parece tener poco o nada que ver con el tema de la monografía.
Zapata se detiene con morosidad en los recovecos que cubre la poesía de
Kozer y en cómo esta deviene en una especie de refugio para el hablante,
refugio en el cual éste puede guarecerse del cruce heterogéneo de
identidades que amenaza (pero también enriquece) la suya misma. Vale la
pena revisar someramente el caso del poeta cubano: nacido en La Habana, pero residente
desde principios de los sesenta en Nueva York, e hijo también de un emigrante
ruso que terminara por desembarcar luego de un largo periplo en tierras cubanas,
Kozer -de acuerdo a lo que señala Zapata- busca en la descripción
minuciosa del espacio hogareño la solución de los múltiples
enclaves culturales en que se desenvuelve su obra y (también) su biografía,
aunque sin renegar necesariamente de ellos. El tráfico que aquí
se pretende poner bajo control cuenta con otros circuitos de circulación:
así para Luis Antezana la poesía (o lo poético, de lo que
tampoco se intenta en este ensayo una definición cabal), encuentra su recorrido
por el mundo globalizado a través de su incorporación al formato
de los medios de comunicación (y entretención) masiva. Pareciera
que, en esta redefinición del (los) espacio(s) que le corresponde hoy en
día ocupar a la poesía, un tema que preocupa a la mayoría
de los ensayistas aquí reunidos es la disparidad de los polos de la comparación.
El papel principalísimo de la globalización pareciera amedrentador
ante el supuestamente alicaído rol social que puede jugar la literatura
-y, en especial- la Cenicienta en que se ha convertido la poesía. Sin embargo,
poner en cuestión estas dos ideas que muchos asumen como hechos consumados,
como datos previos de la discusión, resulta en varios de estos artículos
materia feraz para la escritura. Es así como Fernando Rosenberg, en uno
de los ensayos más lúcidos y lucidos de este número, "La
sinrazón poética en tiempos de globalización", disecciona
con una claridad que es de agradecer el dilema que muchos estudiosos enfrentan
(y ante el cual muchos fracasan), aquel de verse en la obligación, que
por lo demás nadie les ha encomendado, de defender a la poesía como
si fuera el último bastión de resistencia frente a la modernidad,
el último reducto de una experiencia auténtica (con resabios románticos
y romanticones de por medio), lo que no la libra, ante la contundencia de los
hechos, de tener que conformarse con una incómoda dignidad que más
parece el sinónimo de una derrota. La nostalgia como bandera de lucha,
parece decirnos Rosenberg (y en lo cual también concuerda el texto de Kirkpatrick),
no es más que el tono elegíaco de aquellos que no pueden ver sino
con resignación "la fuerza desterritorializadora y corrosivamente
antifundacional de la globalización" (p. 43). La opción entonces
no es la celebración ni la asunción de los parámetros que
hoy por hoy se imponen, sino el ser capaces de responder cuál es el papel
que el discurso poético juega en este nuevo contexto, si es que juega alguno.
En este marco, parece improbable la recuperación de un supuesto
papel como guardián de la conciencia crítica, que Jameson propone
para la lírica. Y esto porque en la medida en que se le sigan proponiendo
papeles redentoristas (el tan manido estigma del poeta como guardián del
mito, en la frase ya famosa de Jorge Teillier, o el autoproclamado representante
colectivo del Neruda previo al vigésimo Congreso), lo único que
se logrará es devolver a la poesía a un lugar previo o fuera de
la historia, desde el cual es incapaz de dialogar con ésta. Lo mismo ocurre
cada vez que el poeta (y por extensión, la poesía en su conjunto)
ocupa el rol del rebelde tolerado o admitido dentro de ciertos márgenes,
una rebeldía individual que sin embargo es incapaz de articular sentidos
colectivos. Y cuando lo hace, como por ejemplo en el caso de aquellos discursos
que nos son presentados como el resultado de una hibridación victoriosa
(especialmente algunos provenientes del caribe, otros borderline como cierta zona
del discurso poético mapuche, cuyos imaginarios pese a todo no se desmarcan
de imaginarios de raigambre primer mundista), una hibridación que al prescindir
del fundamentalismo de los orígenes se presenta a sí misma como
una superación de ellos y, en consecuencia, como un discurso más
"verdadero".
Para ir terminando: la relación entre poesía
y globalización no puede ser satisfecha, entonces, con la mera incorporación
de un tema y un léxico nuevos en el poema, o con la reseña de la(s)
jerga(s) de las tribus urbanas, como una forma de "poner al día"
el discurso lírico. Nada de nuevo hay en esto y en realidad elude antes
que enfrenta el verdadero desafío, cual es entender no sólo que
el poema ofrezca de una localidad, una textura o la inmediatez de lo corpóreo
por oposición al sistema global, sino que la poesía asuma esta nueva
lógica no como un nuevo estímulo ante el cual reaccionar o un nuevo
embate al que enfrentar, sino como un lugar para su enunciación que es
a la vez movedizo y temporal, híbrido y paradójicamente aurático
y, por sobre todo, la condición necesaria de su existencia.