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CHILE (Ángela Barraza, Editorial Fuga, 2011)

Por Cristián Gómez O.

 

 

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En el mundo de las comparaciones suele haber un perdedor y un ganador, un ejemplo a seguir y otro polo que debe cubrir tal distancia, recorrer ese camino. Hoy me propongo algo ligeramente diferente, aunque no esté por complete fuera de esa lógica.

La primera vez que leí Chile, de Ángela Barraza (Santiago de Chile, 1984), lo que se me vino inmediatamente a la memoria fue la Incitación al Nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, escrito por Pablo Neruda en mil novecientos setenta y tres a propósito de las elecciones municipales de Marzo de ese año. Quisiera establecer una relación entre estos dos libros a propósito de la oportunidad con que fueran publicados y algunas formas compartidas de encarar la escritura del poema.

Ambos textos responden a una coyuntura. Si el de Neruda fue pensado como una contribución a la campaña electoral de la UP bajo el gobierno de Salvador Allende, el libro de Ángela Barraza responde a un contexto completamente diferente, pero no por eso vivido con menos urgencia. Chile creo que responde al agotamiento de una sensibilidad y a su reemplazo por otra. Si se me permite hacer una metáfora vulgar (que después intentaré corregir y/o matizar), Chile es a la poesía chilena reciente lo que las revoluciones estudiantiles (la de los pingüinos el 2006, pero por sobre todo las del último año y medio) han sido para la sociedad chilena. No está sola en esta empresa, ni toda la responsabilidad cae sobre sus hombros, pero es un síntoma que pretendo interrogar.

El libro de Ángela Barraza, si hemos de partir por el principio, no es un libro. Quiero decir: si bien su escritura conducía a un libro (a un conjunto de poemas anillados), lo que nosotros conocemos como Chile en tanto objeto publicado, fue hecho con la mente puesta en la participación de Barraza en un festival de poesía en México, Vértigo de los aires, en el año dos mil once. Esto no quiere decir que Chile no sea parte del proyecto escritural de Barraza. Lo que sí quiere decir es que ese proyecto está fuertemente influenciado por su propia inmediatez, su contingencia y sus demandas coyunturales. Es indisociable esta escritura de sus condiciones de existencia, esto es, de la fuerte presencia de Barraza como editora independiente en el proyecto de Fuga. Si bien es cierto que es una obviedad señalar que esta o cualquier escritura están íntimamente ligadas a sus condiciones de posibilidad, sí me parece que en el caso de Chile este lazo no sólo es explícito, sino que se transforma en el centro de su poética.

Me explico: si se lee el primer poema del libro (que probablemente sea uno de los mejores poemas de la poesía chilena más reciente), leemos desde el título la mezcla de dos ámbitos en principio opuestos, una reunión al interior del poema de lo público y lo privado que se realiza con total armonía: “La patria interior” (evocando algún poema de René Char) nos habla de la desrealización, de la fantasmagoría –y éste es un libro poblado de fantasmas– de un espacio que ha perdido su realidad para convertirse en figura retórica, en realidad discursiva, en literatura. Pero en una literatura que se sufre, no en un mero ejercicio autorreferente. En una palabra urgente e inmediata. Hay algo que me obliga a relacionar esos versos que se van encogiendo en su extensión a lo largo del poema (el último, no más de cinco sílabas) con el agostamiento de lo político en el conjunto del libro, como si la creciente brevedad del verso en “La patria interior” fuera el anuncio formal de lo que presentará el libro, i.e., un decir afincado en la realidad, pero en una realidad que no es verbal (como reza el epígrafe de Lihn), aunque nuestro único acceso a esa realidad sea verbal, o –por lo menos– discursivo. Contrariamente a la prédica post-estructuralista, el fundamento material de la Historia (otro nombre que le podemos dar a la realidad) sigue presente, aun cuando nuestra aproximación a ese fundamento siga siendo textual.

No creo que sea gratuito, por tanto, que en el conjunto del poemario haya cuatro o cinco poemas que se titulan de la misma manera, “La patria”, como si el añorado referente de este volumen fuera particularmente difícil de asentar. Atención especial nos merece ese “La patria” de la página noventa y seis, por el diálogo que establece con la portada misma del libro (lo cual nos remite a nuestro argumento original, i.e., el carácter urgente de estos poemas). Una mezcla de blanco y negro con el nombre de CHILE en mayúsculas repetido horizontalmente y cinco veces, en el fondo de la portada se ve un ají rojo. Como sabemos, este condimento en México se llama, en términos generales, Chile. De ahí la portada y su contingencia, el libro como una carta de presentación para un evento, cuya temporalidad de algún modo es distinta a la de un libro planificado sin esa coyuntura de por medio.

Pero el poema en cuestión del que estamos hablando ahora, se construye sobre la metonimia de adjudicarle al país ese sabor picante del fruto, su ardor como su dolor, porque así como nadie se traga un ají/un Chile, tampoco nadie puede aguantar la fractura nacional en un país que todavía dista de superar las cicatrices de la violencia política de la dictadura militar.

                        como un dedo, largo y flaco
                        apoyado en el gatillo de un arma cualquiera
                        dispuesto a disparar para parar
                        la historia
                        que se repite.
                        (96)

Largo y angosto es Chile, pero en este poema también lo es ese dedo a punto de desatar nuevamente la violencia. Quisiera llamar la atención sobre todo en esa cacofonía que las leyes de acentuación más tradicional le harían fruncir el ceño a los guardianes de la métrica, ese “dispuesto a disparar para parar” que intencionalmente suena pésimo. Las tensiones estructurales del Chile contemporáneo encuentran un breve, brevísimo resumen en esa aliteración que mezcla voluntad y violencia (sobre la palabra) para reflexionar sobre la voluntad de la violencia en ese contexto social que aquí se recrea. La comparación con ese libro de Neruda deplorado por su tono “panfletario” viene como anillo al dedo. El mismo Premio Nobel se cuida de aclarar que ese libro suyo “no tiene la ambición ni la preocupación de la delicadeza expresiva” (Neruda 14) de otros textos suyos, pero las circunstancias ameritan que se convierta en un bardo de utilidad pública. Si algo diferencia el texto de Barraza con el de Neruda, más allá de las obvias salvedades, es ser un libro de izquierda, militante como el de Neruda, pero escépticamente de izquierda, renuente a tildarse con ingenuidad de izquierda.

En la que probablemente sea la mejor reseña sobre Chile que este servidor conozca, Óscar de Pablo saca a colación ese gesto brechtiano de desfamiliarización del gesto político de este libro. Como bien señala De Pablo,

Desde luego, Chile es un libro de poesía política, por decirlo así, pero no de cualquier poesía y no de cualquier política. Su posición política de izquierda se hace efectiva en este caso porque se manifiesta de una posición literaria de izquierda: un mérito que basta para distinguirlo de todo el desgastado continuo de la lírica bien pensante.

Como muy bien se encarga de explicar el reseñista, no basta con hacer uso del mero testimonio en tanto expresión de una sensibilidad política, en la medida en que esa forma de representación se encuentra absolutamente agotada. Lo que hace Barraza, sin abdicar de su derecho al pataleo, es proponer una doble lectura de esa palabra militante, una cisura al interior de su pronunciación, que la hace consciente de ese afán de identificación con lo representado y, al mismo tiempo, rehuirlo. Los ejemplos que se podrían dar al respecto son muchos, citar aquí el libro entero sería ejercicio para un Pierre Menard chilensis y degradado, pero sí me permitiré traer a colación algunos de los que me parecen más elocuentes. En la página ochenta y uno, por ejemplo, leemos:

                        El viento ha barrido con algunas hojas otoñales
                        y en junio de cada año se inunda la ciudad con las lágrimas
                        de todos los que lloran en nuestros sueños.
                        Se modificó el lenguaje y solo queda un alegato pobre
                        porque las palabras de antes no son capaces de describirme
                        ahora.

Los tres primeros versos son más bien la estética standard del testimonio, de la introspección y el confesionalismo. Los tres últimos, sin embargo, rompen radicalmente con sus antecesores, en la medida en que se interrogan por su mecanismo de expresión y son conscientes de su precariedad. Otro verso, esta vez de la página sesenta y siete, resume lo que tal vez mejor refleje su visión de la mal llamada transición a la democracia y la institucionalización de los conflictos de la memoria, aunque el verso, en líneas generales, no sólo remita a eso cuando dice: “los memoriales que ahora son poco veraces en su abundancia”. Otro poema, no por casualidad titulado “Sinécdoque”, ofrece en la anécdota que relata una condensación de la nueva atmósfera que respiran estos poemas: “De pura rabia/ salimos antes de la sala de cine contando/ el final de la historia a los que esperan en la fila” (93).

Damián Tabarovsky, en su Literatura de izquierda, propone una lectura polémica del canon argentino, donde lo verdaderamente transgresor sería aquella literatura donde la forma y no el contenido (por ponerlo en trazos bastante gruesos) toma protagonismo, donde el puro gasto y la gratuidad son características que contradicen la economía simbólica del capitalismo. Sin querer encasillar a Barraza en esta categoría, creo que el discurso militante encuentra en Chile matices no vistos en otros poetas de su generación, lo cual convierte desde ya a su autora en un caso a seguir con especial cuidado. Subyace la pregunta por el concepto de literatura/poesía (suponiendo que estos sean vinculables) que maneja Ángela Barraza, en especial con miras a futuro. ¿Será el próximo libro suyo un título igualmente contingente?, ¿habrá un cambio?, ¿o estamos ante una literatura de reacción, que ¿meramente? responde a las circunstancias en lugar de imaginarlas/suponerlas? Las preguntas son mútiples, pero no es únicamente Barraza quien debe responderlas.

 

 

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OBRAS CITADAS

- Barraza, Ángela. Chile. Editorial Fuga: Santiago de Chile, 2011.
- De Pablo, Óscar. “Chile: Territorio de contrastesexplosivos”, en http://www.letras.mysite.com/aba201211.html
- Neruda, Pablo. Incitación al Nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Editorial Quimantú: Santiago de Chile, 1973.
- Tabarovsky, Damián. Literatura de izquierda. Beatriz Viterbo: Rosario, 2004.



 


 

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