—En tu trayectoria se puede reconocer una constante reflexión sobre los temas históricos y sus materiales de soporte. ¿Cuándo y cómo concibes este proyecto YND?
—YND habrá empezado hace ¿8, 10? años. Sunset Boulevard la vi hace mucho, pero el efecto fue duradero. De ahí me enganché con Billy Wilder y The lost weekend, que después (el mundo es un pañuelo) vi que Abelardo Castillo también lo tenía entre sus favoritos, en esa joya que es El que tiene sed, novela muy recomendable para los espíritus nobles que abundan hoy en día. Pero al grano: algunos poemas del libro ya habían sido escritos, antes de que la idea del texto como conjunto cristalizara. La confusión de realidad y fantasía en versión paranoico-delirante de la protagonista me rondaba hace mucho, pero no fue sino hasta que la enfermedad se agudizó que no concebí el proyecto como tal: “La vejez es contagiosa” fue el momento del vamos. Tal vez entre el enfriamiento de lo social producto del Covid, con la paranoia del contagio como alarma colectiva, con el fervor del estallido being thwarted en el momento de su máxima violencia, me llevó al tema del contagio y a hacerlo coincidir con el momento que estaba pasando mi padre. Por supuesto, usufructuar del dolor ajeno, en este caso el de mi padre y el de mi madre, pero también el exhibicionismo del propio, el strip-tease nauseabundo y autovejatorio es tema de análisis que me sobrepasa. El extractivismo sentimental, del que hablo en otra parte.
El horizonte histórico me parece simplemente inescapable, es un sine qua non con el que uno cuenta explícita o implícitamente. No es que yo “hable” de la Historia, o de hechos históricos. La Historia siempre está ahí y lo que yo hago es subrayar esa presencia. Pero sabemos que los silencios de todo texto son tan elocuentes como aquello que dice. Esas grietas, esos momentos donde algo no se aborda o se evita: eso también es parte del discurso del texto. Puro Macherey ahí, visto desde el 2024. En otras palabras, no se trataría de ver lo que digo sobre determinados hechos históricos (yo como productor literario, o cualquier otre), sino por qué abordo estos y no otros, qué hay detrás de esa elección, etc.
—La impronta del testimonio y lo documental transforma el evento poético en un recurso político. Este discurso poético es producto de una encrucijada, ¿podrías comentarnos sobre las lecturas que alimentaron tu escritura?
—Es de suma importancia reconocer que el evento poético que no incursiona ni en lo documental ni en el testimonio sigue siendo político. Darío lo es. Julián del Casal misma cosa. No es necesario “hablar” de política para que el texto tenga semejante estatuto. Respecto de las lecturas que alimentaron mi escritura: las mejores influencias son las que no se notan, decía Mempo Giardinelli, y le creo. Yo diría, por paradójico que suene, una mezcla de Efraín Barquero y Donna Stonecipher, por extraño que resulte. Digo Barquero porque, en primer lugar, menciono algún libro suyo (El viento de los reinos), pero también porque me parece un poeta que es muchísimo más que el supuesto larismo donde se lo encasilla, siendo que esa es sólo una parte de su obra. Epifanías, me parece un librazo, muy difícil de reducir a aquella etiqueta. No escribo ni remotamente parecido a lo que hace Stonecipher, pero su reflexión ideológica sobre los inicios de este siglo (desde la poesía) me parece imprescindible.
También es el momento en que leo ávidamente a David Antin, con esa especie de no-edición de sus textos supuestamente orales, que son una maravilla y un enigma. Marguerite Duras y su Escribir estuvieron al mero-mero comienzo del libro, como una especie de ética que me conminaba a escribir. Su mención de la soledad necesaria para escribir se condice, quiéralo o no, a la soledad en la que ahora vivo, al menos una buena parte del año. Ashbery. Laura Riding. Hay un libro que fue particularmente cercano, como The Sword and the Mind, que reúne escritos Takuan Soho y la familia Yagiu (Muneyoshi y Munenori), estos últimos continuadores de la escuela Shinkage, samuráis expertos en el uso de la espada, seguidores de Hidetsuna. Yo hago clases con este libro y también con El libro de los cinco anillos, de Musashi Miyamoto, sobre artes marciales tradicionales.
—El quehacer de escribir y seguir, persistiendo y resistiendo, implica una posición específica para ti como autor. Actualmente, ¿cuáles serían las coordenadas que además predominan en tu experiencia como traductor y docente?
—En este minuto particular, estoy muy centrado en redefinir, frente a todos los embates con que hoy se encuentra, una noción de literaturidad, lo específicamente literario. Lihn insistía mucho en esto durante los sesenta, cuando la literatura se suponía supeditada a ciertas causas (y la increíble cantidad de cosas que se escribió sobre el tema en la época). Hoy también estamos llenos de causas nobles a las que debemos suscribirnos so pena de no estar a la altura moral de nuestros illuminati. Esto puede parecer, lo reconozco, una especie de anacronía, un rezago monumental de épocas pretéritas. Yo, en cambio, lo veo como algo indispensable en nuestro presente. Me interesa por sobre todo el hecho asumido de la referencialidad, la relación no del todo delineada de la palabra y la cosa, que fuera del lenguaje poético son dos entes supuestamente independientes. De Platón a Willard Quinn, por ahí va mi tema.
Acabo de publicar Una vida nueva detrás de los andamios, la antología que seleccioné y traduje de Donna Stonecipher y que Descontxt sacó en Chile. Una maravilla de libro, porque Stonecipher es una autora señera, creo yo, sin exagerar ni un milímetro. Y ya empecé la traducción de Las ruinas de la nostalgia, hasta ahora su último libro publicado. También viene Yo, el más allá, de Kristin Prevallet, traducción que hicimos en conjunto con Edgardo Mantra. Si alguien se anima a publicarla en el Perú, que avise.
—Situado en la interfase entre lo discursivo y lo metapoético, YND ofrece una visión de las estrategias y las prácticas de registrar el pasado. Este factor de lo incesante y lo que transiciona pero también se desvanece, ¿cómo se vincula con tus propias tensiones morales e ideológicas respecto del uso poético del lenguaje?
—Varias preguntas en una. Las tensiones morales e ideológicas respecto del uso poético del lenguaje, son, para mí, decisiones de cada momento, de cada ocasión en que escribo. Como no supongo que haya un lenguaje poético separado del lenguaje cotidiano, como, por ende, todo me parece posible de ser considerado poético, o parte del poema en términos prácticos, esa inclusión es siempre un pequeño dilema. La contingencia, la realidad o lo histórico, si asumimos esos tres conceptos como equivalentes, entran en el poema por una especie de urgencia. Textos que hablan sobre mi padre y su enfermedad son textos asimismo sobre el capitalismo tercermundista (o la experiencia que se tiene de él), no veo una escisión entre ambos mundos; exageraría si dijera que la enfermedad de mi viejo “la causó” el neoliberalismo. No. Pero tampoco está muy lejos de eso. El estrés de un anciano que sólo supo trabajar como bestia durante seis o siete décadas no es una cuestión de vocación, o de ética del trabajo, es una necesidad, una obligación incluso. Los discursos contemporáneos de la “resiliencia” no son sino una forma de hacerse más glamoroso el aguante hasta la saturación, “vamos campeón que tú puedes”, se le dice al ciego que toca el violín en una estación de Metro de alguna ciudad sudamericana, no faltará quien lo suba a Instagram para maravillarse con lo cotidiano, etc. Muy de la mano de la meritocracia y todo aquello, formas más o menos de control social. Pero pontifico con el tono rastrero de un predicador en el púlpito y prefiero evitar eso. Primero la poesía, después el documento: cualquier es capaz de hacer una lista de detenidos desaparecidos. El tema es que eso funcione como poema. En ese sentido, el haber elegido la figura de un personaje del cine mudo, desfasada en su paso al cine sonoro, incapaz de hablar, i.e., de leer la realidad, creo que es súper sintomático. Una señora que vive encerrada en una mansión de sombras recordando el pasado. Y un mayordomo que además es su ex marido y que escribe las miles de cartas que supuestamente le envían sus fans. Esa es la Norma Desmond. Esa, ese, eso, soy yo.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista a Cristián Gómez Olivares.
"Yo, Norma Desmond" o el incesante pretérito de un oficio disidente.
(Editorial Deriva, 2024).
Por Rosario Rivas Tarazona.