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        OSOS POÉTICOS Y FILOSÓFICOS: PELIGRO DEMOLICIÓN
(Alvarex, Editorial Montacerdos, 2019)
        
          Por Cristián Gómez O.
          
            
            
        
          
            
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Este libro de Alvarex (de nombre civil Claudio Álvarez Rodríguez)  es una forma, peculiar, probablemente única, de echarle una mirada a la vida de  principios del siglo XXI en un país subdesarrollado y desigual como es el Chile  del autor, pero con todos los matices, el horror, la comicidad y la lucidez  (porque este debe ser uno de los libros más lúcidos que se hayan publicado  recientemente en el país sudamericano) de los que Alvarex da muestras  fehacientes.
                  Osos poéticos y filosóficos: peligro  demolición nace del blog homónimo que mantenía o mantiene el autor y donde empezaron  a aparecer estas viñetas centradas en la figura de osos de peluche que se  dedican a comentar su visión ácidamente existencialista de la realidad. Como él  mismo lo explica en una entrevista, sus osos pueden ser el resultado del  encuentro entre Mampato, la famosa tira cómica de Themo Lobos y Juan Luis  Martínez, la mezcla adúltera (Eliot dixit, a partir de  Corbière) que termina  por producir una especie de distanciamiento brechtiano, una desfamiliarización  con lo visto/leído, que teóricamente al menos permitiría mantener una  perspectiva crítica ante la obra.
Corbière) que termina  por producir una especie de distanciamiento brechtiano, una desfamiliarización  con lo visto/leído, que teóricamente al menos permitiría mantener una  perspectiva crítica ante la obra. 
         Reminiscente  de ese Marshmallow Man que en Los  Cazafantasmas asuela la ciudad de New York (que a su vez inevitablemente  nos remite a las imágenes de Godzilla arrasando un Tokio en miniatura), el oso  de la portada y la contraportada de este libro de Alvarex va dejando tras de sí  un reguero de destrucción que, sin embargo, produce un efecto iba a decir es  desestabilizador, pero prefiero llamar paradójico. Porque, si en Los Cazafantasmas toda la narración  estaba transida de un aire de inocente parodia (un ícono infantil haciendo la  metonimia del monstruo apocalíptico japonés), en el libro de Alvarex es otro  tipo de impertinencia predicativa, una donde nada calza para nuestras  expectativas iniciales y/o tradicionales, aunque, digámoslo desde un principio,  todo parece perfectamente lógico (o bien: desoladoramente lógico) una vez que  nos adentramos en el universo de estos mamíferos peludos y filosofantes. 
         Dividido  en pequeñas historias o capítulos, desde los de una sola página a los que  abarcan la extensión una pequeña historia, el formato va y viene desde aquellos  que se asemejan a la estructura de la tira cómica, hasta que aquellos que  evocan el relato más “acabado” de la novela gráfica. Preferiría decir, en  realidad, que Alvarex crea su propio formato, uno que se vale de todas las  herramientas a su alcance para ir estableciendo un tempo absolutamente propio y donde la extensión del relato es un  tema secundario.
         Lo que  en cambio no resulta accesorio es la bilis negra con que el autor representa  los diferentes mundos por los que se pasea. Se trate de una ruptura amorosa o  del stress laboral, de disquisiciones metafísicas y/o existenciales disfrazadas  de relaciones familiares, si hay una constante en este libro es el tono  pesimista que ni la ironía ni la comicidad de ciertos pasajes intentan ocultar,  sino –por el contrario– no hacen más que subrayarlo en el aparente contraste  que en principio propondrían. 
         La  impertinencia predicativa de la que hablábamos más arriba, id est, una  “violación sistemática del código de la lengua” (Ricoeur, examinando las  teorías de Jean Cohen), no es sino una parte del proceso en que un elemento del  discurso se desvía de su itinerario común al interior de la lengua. La otra es  que la poesía no destruye el lenguaje ordinario, en palabras esta vez del mismo  Cohen, sino para reconstruirlo a un nivel superior. A la desestructuración  operada por la figura sucede una reestructuración en otro orden.
         Si no  existiera esta reconstrucción el lenguaje poético sería ininteligible. Sin  embargo, estas aproximaciones a la lírica sólo pueden dar cuenta de una parte  de los procedimientos utilizados en Osos  poéticos & filosóficos. La reconstrucción o reestructuración que  señalábamos anteriormente se produce desde el momento en que los osos de  peluche, un producto más de la cultura de masas y del marketing más cotidiano,  son arrancados de ese contexto para comenzar una examinación de la vida  contemporánea desde una perspectiva si bien pesimista, al mismo tiempo plagada  de citas extraídas desde esa misma cultura pop, lo que resulta en que el  extrañamiento inicial no llega a producir un cortocircuito en la comunicación.  Al revés: hay una tendencia a cuidar un lenguaje muy chileno que le permite a  lxs lectorxs sortear cualquier barrera que el libro, potencialmente, pudiera  poner. Incluso si no son de la franja y angosta. 
         Otro  aspecto que no me parece menor en este libro (al revés, creo que es esencial al  trabajo de Alvarex), es la constante reflexión que hace en torno al medio que  utiliza. Una y otra vez el autor se contempla en el espejo de su propia  escritura para 1) “darle una repasaita” tanto a poetas (“Osos poetas y  malditos”) como en general a aquellxs inmersxs en otras prácticas artísticas y,  2) reflexionar, aun cuando sea visceralmente, en torno a la producción y la  recepción de la obra de arte. De especial consideración tendrían que ser dos  capítulos centrados en el tema, “Hacia una teoría del arte según el comandante  Oso (1 y 2)”, donde la primera de ella nos propone el objeto artístico como una  necesaria remezón del lector/espectador, un cachetazo/una granada/un golpe a la  pasividad del receptor. 
         Pero tal  vez si la segunda de estas series sea la más ¿estremecedora? Por lo menos la  más heavy. No sólo porque parodia la muy típica lectura de poesía (reírse de  los poetas marditos parece un subgénero al alza, si tenemos todo lo que ha  hecho Dennise Valdenegro aka Oficinismo para introducirnos en ese mundillo tan  generosamente vapuleado por ella), sino porque –valiéndose de un vocabulario  muy chileno– pone de manifiesto ese desencuentro fundamental entre el productxr  de arte, él o la artista, y la estandarización de la recepción, sobre todo a la  luz de las necesidades de un mercado no por reducido menos exigente. “Ya pos,  dale al público lo que quiere”, como se lee en la página 74, no es sino una  requisitoria ante los embates de lo ya establecido, del gusto sancionado, así  como un recordatorio de las peligrosas dinámicas que se dan cuando la obra de  arte se ve sometida a la estricta satisfacción de un público determinado. En el  caso de la historia que nos ocupa, esta teoría del arte del comandante parece  denunciar la preferencia por la vociferación, por el arte en voz alta y a grito  pelado y sus correspondientes alabanzas al estilo de Facebook: “capo”, “genio”,  “maestro”, “ídolo” (nota aparte: imposible no subrayar que son todas  adjetivaciones masculinas), en lugar de un arte que invite a la reflexión, que  es como precisamente comienza esa historia. 
         Dejo  para el final los gustos personales y mi abierto entusiasmo después de leer  este libro. Mi selección de los capítulos más fascinantes (y depresivos, claro)  gira entre “Desaveniencias”, donde el absurdo se mezcla con una extraña  humanización de los osos, “Osos: primera mayoría (4 años de…)”, una fábula  política que hace de la descontextualización un género por sí mismo, y la más  epistemológicamente compleja (¿estaré exagerando?) de todas, “Osos exégetas y  apóstatas”, donde dos osos confunden a Dios –iba a decir “reducen”– con la  figura de una estrella del pop rodeada de paparazzis, mientras uno de los osos  cuenta sus penas amorosas y su falta de plata. Ah, se me olvidaba que mientras  reflexionan en voz alta literalmente sobre lo humano y lo divino, entran a la  fuerza en un edificio y lo queman con bencina, no sin antes matar al nochero  del lugar. 
         Podría nombrar varios  otros capítulos, pero el lectxr tendrá con toda seguridad sus propias  preferencias. En un género literario en estado de permanente definición, porque  para mí este es un género brutalmente literario, donde se expande hasta límites  imposibles de prever el ejercicio y las posibilidades de la literatura, estos Osos filosóficos y poéticos nos enseñan  no sólo nuevas formas de escribir, sino también nuevas (e imprescindibles)  formas de leer.