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CANGREJOS
Jonnathan Opazo. Gramaje ediciones, Santiago, 2018

Por Cristián Gómez Olivares


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Recuperando lo mejor del Ars moriendi, incluso en su versión chilena, pero con un necesario y, por parte del lector, agradecido cable a tierra, con ese aire de un mundo aterrizado y reconocible que caracteriza a una buena parte de la producción poética nacional, Cangrejos es una muestra de las habilidades líricas de Jonnathan Opazo Hernández, a la vez que la oportunidad de preguntarnos por ciertas continuidades discursivas que nunca está demás traer a colación.

Una colección breve, pero no exigua, este segundo libro de Opazo (antes había publicado, en coautoría con Rodrigo Figueroa, Junkopia) recorre las variantes de la enfermedad para explorarlas desde un discurso a ratos médico, pero siempre transido por la visión del testigo, por un habla poética que no suelta las riendas desde la voz que ejerce como presentador de estos poemas.

La metáfora central del cáncer sobrevuela el conjunto en su totalidad, anunciando una trama familiar que se asoma como hilo conductor del volumen, pero sin anular otras posibilidades significativas. El problema del símil es resuelto con particular prosapia meta-poética, al recurrir a un discurso elegante, pero al mismo tiempo autorreferente, para dejar en claro su posición, su punto de hablada:

Donde dice cangrejo

escribir animal
o molusco

que se rompa.

Olvidar
la metáfora

desechar
el propósito.

La pregunta por las posibilidades que su propio medio de expresión le ofrece corre entonces paralela a la exploración del cuerpo enfermo.

Si el autor demuestra una precisión en la mirada que lo acerca a una estética, que a falta de un nombre mejor, tendríamos que calificar de objetivista, no creemos que sea un gesto gratuito. Ya en su primer libro, Junkopia, Opazo se había dedicado no a ilustrar las fotografías que acompañaban al texto, sino a poner de manifiesto el carácter de ruina que también el progreso, o el progreso tercermundista, puede alcanzar:

La muerte debe ser
como el contenido silencio
de una fábrica en desuso.

                  *
Y en el futuro se
preguntarán a qué animal
pertenecían las esqueléticas
curvas de una montaña rusa.

                  *
Un niño se
pregunta si la luz
de las estrellas es más
verdadera que el brillo
de los postes de su
pasaje.

Estos poemas, sacados del ya mencionado primer libro de Opazo, aparte de darle, sobre todo el último de ellos, un particular (y muy sutil) giro a los restos de un decir lárico, subrayan ese aire de vivir en lo que botó la ola, en la resaca de la promesa, en la postrera gota del chorreo neoliberal.

Pero en Cangrejos la mirada se torna hacia un interior igualmente ruinoso, hacia una superficie escatológica donde la piel no es suave sino con costras, donde la sangre ya no es sinónimo de vitalidad o de muerte en su derroche, sino biológico mecanismo conductor de células cancerígenas. Es un discurso que bien se podría escuchar en un hospital, en las salas de espera de la desesperación. La retórica, consciente de que tiene poco de paliativo, se solaza entonces en el detalle, en la exactitud de la mirada. La fidelidad del ojo previene al hablante de caer en cualquier tentación tremendista, huyendo así de toda hipérbole de la expresión y/o de lo expresado. Tanto es así que esto se sigue con prolija pulcritud en la misma escritura de cada texto. No hay mayúsculas en este libro. Muchos de los títulos de los poemas son de hecho el primer verso de estos últimos, en una transición que quisiera subrayar la ausencia de todo énfasis, por paradójico que esto pueda parecer.

La inevitabilidad de la pérdida, lo inexorable de la ausencia, emparenta a Cangrejos con un linaje muy presente en la poesía chilena. A vuelo de pájaro, se me vienen a la memoria los Sonetos de la muerte, de Gabriela Mistral, el Diario morir, de Julio Barrenechea, el Arte de morir, de Óscar Hahn y Luz rabiosa, de Rafael Rubio. La lista no sólo es incompleta, sino también arbitraria. No obstante ello, creo que más allá de las fronteras chilenas, un libro con el que guarda directa relación, hechas todas las salvedades que diferencian a uno y otro volumen, es el del mexicano Sergio Loo (1982-2014), Operación al cuerpo enfermo, una indagación en la enfermedad, en este caso del propio autor. Otro ejemplo, también mexicano, es el de Carcinoma, de Daniela Camacho.

Traigo a colación estas intersecciones porque si bien la escritura de Opazo tiene antecedentes previos, no es menos cierto que su acercamiento al tema resulta si no único, cuando menos digno de toda nuestra atención. Cangrejos se abre con un epígrafe de Gonzalo Millán: “Sería capaz la poesía de curar el cáncer?, ¿sería la poesía capaz de aliviar el cáncer?” El segundo poemario de Jonathan Opazo responde a ambas preguntas. Que ninguna de las respuestas sea fácil, no es sino otro de los méritos de este libro. 




 

 

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Jonnathan Opazo. Gramaje ediciones, Santiago, 2018.
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