Sobra cualquier introducción en torno a Gary Snyder (San Francisco, EEUU, 1930). Bástenos con decir que forma del núcleo duro de la Beat Generation, aquella donde nombres a estas alturas clásicos de la literatura del siglo XX norteamericano, comparten un Olimpo que, nos guste o no, resulta imprescindible conocer: Ginsberg, Kerouac, Burroughs, junto a otras figuras que probablemente merezcan el mismo tipo de reconocimiento, como Joanne Kyger, Lew Welch, Philip Whalen and Diane Di Prima, entre otres.
Dicho lo anterior, no deja de sorprender que el conocimiento que tenemos de esta generación pase fundamentalmente por los nombres de los tres primeros autores mencionados (junto con, tal vez, Gregory Corso, siendo optimistas), para dejar en un nada discreto segundo o cuarto lugar a toda una pléyade autorxs de los que poco o nada se sabe por estos lares. Sabemos que literatura mundial es literatura traducida, condición sine qua non que va de la mano de los favores y los fervores de un mercado editorial donde la poesía siempre resulta la más cenicienta de las cenicientas.
No cabe, en consecuencia, sino felicitar la aparición de esta edición chilena de la poesía de Snyder. Traducida a tres manos (Nacho Fernández Rocafort, Claudia Pizarro y Germán Carrasco, en una armoniosa conjunción de voces), la selección que aquí se hace cubre un arco muy abarcador de la obra de Snyder, desde uno de sus primeros libros (Myths & Texts, de 1960) hasta This Present Moment, del 2015. 55 años de poesía, que no es poco.
Sería, no obstante lo dicho, un flaco favor a la estatura de Snyder, considerarlo meramente como una versión del buen salvaje o un simple traductor de filosofías orientales para consumo norteamericano y/o occidental. Señalemos, entonces, que la tersura de sus poemas se condice muchas veces con el paisaje representado, que el ritmo de poemas intenta, con mayor o menor fortuna, traducir el ritmo del universo, o al menos de quien lo contempla: pero, si hay a veces una pequeña grieta, una ligera distancia entre lo observado y el observador, Snyder tiene la destreza (y la sabiduría) de hacer poesía, llamémosla por ahora así, de esa desavenencia.
Tomemos, por ejemplo, esa especie de poema en prosa, dividido en tres partes, titulado “Después de Bamiyán”, centrado en torno a las estatuas de Buda ubicadas en el centro de Afganistán y que fueran destruidas por los talibanes. No es este el Snyder Myths & Texts; tampoco el de Riprap, algunos de sus libros iniciales. Ni falta hace que lo sea. No hay, es verdad, esa velocidad de antaño, tan propia también de los poemas de Phillip Whalen. No creo que Snyder la busque tampoco.
Lo que sí tenemos, en cambio, es un decantado ejercicio de concentración, probablemente en la forma de un haibun, combinación de prosa y haikú, en el que Snyder reúne en un solo texto las distintas formas de devastación producidas por el fanatismo, en este caso el de los talibanes. “Después de Bamiyán” cita tanto correos electrónicos recibidos por el autor, como poemas de la tradición literaria japonesa, poemas enviados por otros autores contemporáneos, con algún haikú escrito por el mismo Snyder. Todo cuadra aquí, o es hecho cuadrar, la desarmonía de la destrucción deviene armonía.
Puede que hayan diferencias evidentes entre el haikú con que se cierra “Después de Bamiyán” y el de Issa que leemos promediando el texto. Cito este último dada su trascendencia para comprender lo escrito por Snyder:
Este mundo de gotas de rocío
no es más que un mundo de gotas de rocío
y sin embargo…
para Snyder, es ese “y sin embargo” lo que define su práctica perenne, como él la llama, del Dharma. Allí subyace la necesidad de que las gotas de rocío, i.e., el universo entero, a pesar de su fugacidad, a pesar de su impermanencia, no sea ingorado por la compasión. Gotas de rocío, o enormes estatuas de Buda en el medio de Afganistán.
Si reparamos, entonces, en un poema como “Pendiente de un viaje”, también de su época más tardía, vemos que el autor echa una mirada retrospectiva sobre lo que ha sido su trayectoria vital: el recuento de sus parejas y/o esposas, sus hijes, la ancianidad de su madre, llevada con toda dignidad, el saldo en paz con quienes lo rodearon y rodean. El último verso, no es casualidad, es el mismo que el título del poema: cierre de un círculo, cierre de un ciclo, pero ese símbolo es infinito, es decir, la conclusión de uno es la apertura de otro.
No está demás, por ende, comparar este poema de evaluaciones y sumas y restas, con los que escribiera el joven Snyder, el que en el fervor más absoluto del beat, trabajara como leñador, recorriera parte del mundo como tripulante de un barco naviero y decidiera partir a Japón a interiorizarse en la meditación Zen. Tanto en “Niveles” como “Este Tokio”, ambos de Monte adentro (The Back Country), de 1968, observamos que la fluidez de los estados del ser es una parte esencial del proyecto de Snyder. “Otro es el mismo”, del mismo conjunto, va por la misma línea. En otro de estos poemas, “por el agujero de humo”, leemos en su primera línea: “Existe otro mundo por encima de éste”, tal vez citando tácitamente a Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en este. Hay otras vidas, pero están en ti”.
Tal vez si recurrimos a un poema del primer libro de Snyder (Riprap[1], de 1956) podamos aclarar este punto. En el último poema de ese libro, homónimo por lo demás, asistimos a lo que, según Tim Dean, en su acucioso Gary Snyder and the American Unconscious, es la más pura expresión de la poética de Snyder:
Pongan estas palabras
Como rocas delante de su mente.
Sólidas puestas, por las manos
En un lugar elegido, ubicadas
Frente al cuerpo de la mente
en el tiempo y el espacio:
Solidez de la corteza, la hoja, el muro
amontonar de cosas:
Adoquines de la vía láctea,
planetas extraviándose,
Estos poemas, gente,
ponies perdidos con
Monturas que se arrastran
y pedregosos senderos de pie seguro.
Los mundos como un infinito
juego de Go
En cuatro dimensiones.
guijarros y hormigas
En el delgado limo, cada roca una palabra
una piedra bañaba en el arroyo
Granito: engranado
con tormentas de peso y de fuego
Cristal y sedimento pegado en caliente
todo cambia, en pensamientos,
Así como en las cosas.[2]
Subyace aquí la idea de la equivalencia entre esas palabras y esas piedras, evocando y rebatiendo tal vez el dictum de William Carlos Williams –“No ideas but in things”–, pero por sobre todo intentando llevar al mismo nivel de referencialidad a esas piedras que el hablante del poema equipara con las palabras (y viceversa). No se trata aquí simplemente de que la visualidad del poema, la superposición de los versos a un lado y otro del poema intente evocar y/o imitar (la diferencia es sutil, pero creemos, importante) la disposición física de una escollera o de un camino para caballos de montaña a través de la acumulación de rocas a uno y otro lado del sendero, sino de llevar esa imitación-evocación a un estrato más profundo.
Si el título del libro y del poema, Riprap, nos trae en esa segunda sílaba, rap, un coloquialismo para “discurso”[3], lo hace para subrayar esa relación que hemos establecido, siguiendo a Dean, entre las rocas y el habla poética, la analogía entre las palabras y las piedras. Hay, no obstante, un punto más allá que quisiéramos poner de manifiesto. Porque, en tanto leemos en los poemas de Snyder esta asimilación del discurso a la realidad (que en ningún caso se trata de un textualismo postestructuralista ni nada que se le parezca, i.e., un intento de conocer la realidad a través de su representación), lo que realmente estamos viviendo es cómo el poeta norteamericano privilegia los objetos representados sobre el proceso de someterlos al discurso lírico. No es el fin de Snyder el darle más importancia de la que tiene a la literariedad de esas piedras en sus poemas, a la condición estética de esas piedras en “Riprap”. Al contrario: lo que busca Snyder es que esas piedras y esas rocas sean más piedras y más rocas, que sean más reales. Y, como indicáramos más arriba, real significa aquí homologar la idea, la palabra y el objeto en un mismo nivel de referencialidad.
De ahí que todo lo que esté al alcance de la mano sirve (es “válido”) para construir esos riprap, esos caminos para los caballos que se aventuran por la montaña: “la corteza, la hoja, el muro (…) los adoquines de la vía láctea”. Podríamos afirmar en consecuencia que la poesía, el hacer de la poesía, es encontrar esas relaciones ¿ocultas? entre todos los elementos y dimensiones del cosmos. Hay un riprap estructural, pero también hay un riprap textual. De la concatenación de ambos surge el poema de Snyder.
[1] Valga aclarar que “Riprap” significa, entre otras cosas, escollera o rompeolas. Sin embargo, al comienzo del libro, Snyder usa el término con un sentido más acotado. Dice allí: “riprap: a cobble of stone laid on steep,
slick rock to make a trail for horses in the mountains” (adoquines o empedrado de piedra ubicados sobre rocas inclinadas y resbaladizas para hacer un sendero destinado a los caballos en las montañas).
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(Gary Snyder, Editorial Deriva, 2022)
Por Cristián Gómez O.