Hay algo que se desborda de forma constante en el libro que Cristián Gómez Olivares publicó hace un año por HD Ediciones, una fuerza irrefrenable que va quebrando de forma escalonada: palabras que rompen versos, versos que rompen estrofas, estrofas que rompen poemas y poemas que pretenden romper la literatura. Un recorrido de veinte años de escritura no es algo que se contenga de forma sencilla en doscientas páginas: la energía en ebullición de alguien que transita la ruta con un deseo intenso de devorar el paisaje, la necesidad de autoafirmarse en el mundo, un hambre voraz por encontrar el origen y a la vez, por destruir todo lo que condiciona desde ese mismo punto. Estas y otras cosas encontré leyendo el libro de Cristián, y, contagiada de ese impulso intenso que recorre el libro, quisiera compartir algo de su lectura.
El “yo” poético/real de este libro habita márgenes que se combaten y re-centralizan a lo largo del trayecto. Este sujeto tensionado entre dos países, dos historias, dos lenguajes para escribir la poesía en español, busca refugio en un espacio dentro del que también se bate a duelo con la tradición. Este lugar es la literatura: “Vivo en un poema de Robert Frost/del que nadie ha salido todavía”. La poesía es para Cristián una casa y una arena de combate, es el tema recurrente que aparece una y otra vez en el camino, aquello que lo enoja y lo conmueve. La poesía invade el mundo: cada cosa observable es poema, cada sensación, hecho, mujer, hombre, niñe que se cruza.
Siento que es muy probable que, para Cristián, a lo largo de estos veinte años de escritura, los límites entre la realidad observable y la literatura se hayan difuminado constantemente, como un poema dado en ese primer verso que se susurra en una chica que se cepilla el pelo o en un dedal en las manos de su madre. A partir de ahí es solo trabajar, con el mismo cuidado que un artesano, la palabra que se elige, el lenguaje. Esa fue para mí una de las sorpresas más agradables de leer Derechos del yo: había caos, pero era un caos planeado, pulido, ordenado. Me invadía constantemente la sensación de que cada poema era ligeramente desmesurado, con versos que se extendían achicando cada vez más los márgenes de la página, márgenes similares a los que, probablemente, habita Cristián, como chileno en Estados Unidos, como poeta intentando sobrevivir en la academia, como hablante de español escribiendo poemas en inglés. Versos largos que no dejan lugar al color blanco de la página, pero no por eso librados al azar, no por salvajes menos certeros. Cada sonido está prolijamente cuidado, algo inevitablemente rítmico y musical te hace continuar la lectura como en un espiral estimulado por los cortes.
Los cortes son quizá su especialidad, algo a lo que le presta suma atención y que lleva a cabo de la mejor manera. No por nada menciona que “el encabalgamiento es una máscara ideológica” en la nota que escribe al final. En esa misma nota, Cristián afirma: “Toda y cada una de las líneas que uno escribe tienen un significado político, pero ese significado está ajeno a cualquier Vaticano”. Pienso que toda buena poesía debe tener detrás un proyecto político que se proponga cambiar una porción de la realidad, y no, no me refiero con eso a que tenemos que escribir manifiestos poéticos con palabras gastadas de discursos muertos en el siglo XX. Me refiero a que tenemos que desechar esa idea vieja de que interpretar el mundo sea tarea de la novela y que la poesía es un mero ejercicio estético. La estética es increíblemente política. Asumir que la poesía puede ser política implica situarla y comprometerla en el mundo, con una historia, con un trabajo minucioso por detrás, del lenguaje, del medio, de los recursos que se pueden utilizar y de su forma. Y siento que Cristián, en esta revisión de su historia y la de su país, de su trabajo como escritor y como profesor, con esta energía de derrumbe de lo establecido, peleando con la academia o con la imposibilidad de ver el paisaje, transformando todo lo que ve en poesía con versos que se lanzan vertiginosos hacia el final de la página está haciendo justamente eso.
Recomiendo leer Derechos del yo, de eso no hay duda. Pocos libros hoy en día se atreven a afirmarse políticos, y son todavía menos lo que se afirman políticos y logran hacer algo realmente bueno con eso. El trayecto de vida de Cristían, documentado en poemas que recogen pequeñas cosas del entorno y en batallas individuales libradas dentro de cada texto, es una vuelta al origen para rescatar al sujeto que no se quiere desvanecer, que reafirma su propia existencia, que grita yo estoy acá, esta es la historia de mi país, y esta de acá es la mía, son una, son la misma y a la vez es otra, mi camino me pide que me vaya. Leerlo es embarcarse en ese viaje junto a él, para detenerse en los momentos más humanos que resuenan hacia dentro, es disfrutar de algo y a la vez ganar el coraje para hacer de cada poema propio una afirmación de nuestra existencia.
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DERECHOS DEL YO
Cristián Gómez Olivares. HD Ediciones, 2019
Por Valeria Mussio
Publicado en https://www.gramajecero.com/resenasnumero4