¡De dónde viene el título de este libro?, ¿se refiere tal vez al estado de las máquinas con que trabajan los operarios (digo operarios conscientemente, no trabajadores ni tampoco obreros)?, ¿es el óxido de las ollas, de la platería y su alcurnia?, ¿o es una extendida e imprecisa metáfora sobre la vida, sobre el agotamiento de lo cotidiano y el precio propio de subsistir?
Aunque sería tentador (y fácil) responder afirmativamente a las preguntas anteriores, creo que en ninguno de esos casos estaríamos en lo cierto. Cuando uno abre las páginas de este libro, por lo demás muy breve, se da cuenta de que se ingresa en un universo del ayer, de prácticas y creencias que se niegan a morir, pero están muriendo. No hago juicios de valor en torno a esta desaparición más o menos inevitable, sólo quiero constatar un hecho. Pero al decir un “universo del ayer”, no quiero decir que estemos leyendo un mundo pasado de moda, un mundo añejo. Al contrario, uno de los grandes méritos de Óxido, si no el principal, es hacer de esa atmósfera de lo ido, de lo clausurado, el terreno donde se mueven con naturalidad estos poemas.
No es un preciosista del lenguaje nuestro Marcelo Arce Garín. Tal vez estos poemas no lo necesiten. No tiene nada de malo el preciosismo, ni tampoco la búsqueda de la palabra exacta, siempre y cuando tales afanes se condigan con la materia representada, siempre que el prurito de la precisión no nuble la mirada de quien escribe. Para el autor de Óxido, las urgencias son otras. Empeñado en traernos (y/o llevarnos a) un mundo donde las prácticas cotidianas del trabajo todavía tienen pre-eminencia, el poeta se aferra (por lo demás, con toda legitimidad) a una serie de símbolos (la fábrica, el sindicato, la pobla, la Unidad Popular) hoy devaluados como parte de un proyecto política y económicamente venido a menos. Si este es un gesto consciente o inconsciente, prefiero por ahora no pronunciarme. Lo que sí diré, sin embargo, es que nos adentramos en las páginas de este libro a un universo plenamente coherente, tal vez maniqueo a ratos, pero no por eso menos interesante en todo lo que nos ofrece esta propuesta.
Porque al invocar figuras como las de José Ángel Cuevas o el mismo Jorge González, nuestro poeta se confiesa a sí mismo partidario, defensor incluso de una utopía que terminó siendo arrasada y de cuyo derrumbe creo que aún no nos hemos recuperado del todo. Lo que aquí nos interesa de esta defensa son dos cosas: uno es el momento de la misma, su carácter anacrónico de antemano. Y, en segundo lugar, hay un matiz digno de destacar en el tono de esa resistencia, por llamarla de alguna manera a falta de una palabra mejor: me refiero a que Arce Garín nos muestra un mundo de izquierda, del universo sentimental de la izquierda, pero no de la izquierda de hoy (centrada sobre todo en batallas culturales, como las del mundo mapuche y/o la diversidad sexual, entre muchas otras que sería lato detallar aquí). El plano donde se mueven los hablantes de estos poemas, en cambio, es el de esa izquierda sindicalista y sin miedo a términos tales como leninismo o lucha de clases. Es una izquierda, para bien o para mal, anterior a cualquier noción de corrección política, enfrascada en una lucha política sin cuartel y sin pedirlo. Son, por decirlo de alguna manera, tiempos más de Altamirano o Clodomiro Almeyda que de Álvaro Elizalde. Y valga repetir que no hay un juicio de valor detrás de estos nombres.
Puestos, entonces, a considerar el por qué, la lógica detrás de toda esta nostalgia que se disimula detrás del alegato político e histórico, nos encontraremos con que el rescate (esta palabra tampoco es gratuita en un libro donde se homenajea a Ricardo Palma Salamanca, entre otros) de lo industrial en un mundo post-industrial, el mantener la mirada en un lugar que el entendimiento común da por cerrado, provoca en el/la lector(a) la sensación de estar ante una recuperación, suponiendo que eso sea posible, de algo irremisiblemente perdido. Quisiera, si el tiempo y la paciencia del público me lo permiten, referirme aunque sea brevemente al uso de la palabra “irremisible”. Por lo general, yo entendería esa palabra como irrecuperable, sobre todo cuando va acompañada del adjetivo “perdido”. Algo irremisiblemente perdido, como decía más arriba, sería algo imposible de recuperar, algo irrevocablemente perdido. Una pérdida total.
La RAE, sin embargo, me dice que irremisible es algo imperdonable, sin remisión. El matiz que esto nos entrega no es menor. Si el mundo que n0s muestra Óxido está “imperdonablemente” perdido, entonces hay una culpa, una culpa que alguien tiene que pagar, producto de esa pérdida. No es aquí, ni ahora, el momento de extenderme sobre esta culpabilidad, pero creo que hay allí un filón, una veta a explorar ojalá en toda su extensión. La educación sentimental y literaria que podemos trazar a partir de algunos poemas de Óxido, aquella donde se habla de La pieza oscura de Enrique Lihn y Roque Dalton, del Kama Sutra y la Tala mistraliana, es indisociable de haberse convertido en “mano de obra barata” para el régimen, “única oportunidad para sacar un cartón” (33), como reza uno de los poemas, pero hay más: sobre este aprendizaje, se nos dice que “la única revuelta alcanzable en estos patios era fugarse” (34), lo cual, hay que decirlo, no es una declaración propia de un militante muy disciplinado, abriendo una grieta en esa mirada hasta ahora monolítica en torno a ese mundo industrial periclitado, sí, pero de granito: “Nada de barricadas y tomas”, agregará después este poema, “los versos eran mi insurrección” (34). Nótese: los versos, no la acción política. La poesía antes que la militancia.
Creo que nos asomamos, finalmente, al tema de fondo que rodea a este libro. La culpa que señaláramos más arriba, las formas precarias del aprendizaje, la tradición literaria encarnada en un par de grandes nombres, todo aquello se engarza en una visión de lo históricamente acontecido que no encaja y que además contradice con el momento en que se produce esa mirada. Me explico, y con esto termino: este libro se publica en el 2022, a tres años del estallido, casi cincuenta del golpe.
Este último punto no es menor. En su libro Alegorías de la derrota, Idelber Avelar traza la relación inextricable entre los proyectos de modernidad en América Latina (simbólicamente representados en su momento cúlmine por el Boom de la narrativa continental, García Márquez, Donoso y cía.) y la clausura de los mismos a comienzos de la década del 70 en varios países latinoamericanos, siendo casos emblemáticos los de Chile, Argentina y Uruguay. Pero Avelar habla intencionalmente de alegorías de la derrota de un proyecto, y no símbolos de la misma. La alegoría, según el ensayista brasileño, proviene del duelo, que “es la madre de la alegoría. De ahí el vínculo, no simplemente accidental, sino constitutivo, entre lo alegórico y las ruinas y destrozos: la alegoría vive siempre en tiempo póstumo” (8). Y de ahí pasamos necesariamente, en un muy apretado resumen, a la distinción freudiana entre duelo y melancolía: si el duelo supone la superación del trauma, “en la melancolía la identificación con el objeto perdido llega a un extremo en el cual el mismo yo es envuelto y convertido en parte de la pérdida” (8).
Ese es el hábitat de Óxido. Un libro melancólico antes que un libro capaz de elaborar el duelo. Un libro enrabiado, sí, pero enrabiado en la contemplación de las ruinas todavía humeantes del palacio de La Moneda, un once de septiembre de 1973. Pero que le agrega un nuevo matiz al canto de esa pérdida: el desfase entre sus reivindicaciones, entre sus esperanzas fallidas y la realidad, el momento desde el cual tales esperanzas se enuncian, conforman/crean/sintetizan la clave de la mirada de Arce Garín, esté o no él consciente de ello. Este es un libro obrerista, escrito y publicado desde un momento en que el “octubrismo” del 2019 ha perdido la fuerza de sus reivindicaciones. Tal vez por eso un libro como este nos impacte tanto en su lectura. En esa grieta entre la reivindicación obrera y un mundo que ha dejado atrás a los obreros, Óxido, de Marcelo Arce Garín, encuentra sus mejores frutos.
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OBRAS CITADAS
Avelar, Idelber. Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2000.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com ALGUNAS NOTAS SOBRE EL APRENDIZAJE
Presentación de Óxido (Mago Editores, Santiago, 2022), de Marcelo Arce Garín
Por Cristián Gómez O.