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UNA ORFANDAD RESPLANDECIENTE [1]
Por Cristián Gómez O.
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Ecuménica. Esa sería la primera palabra que se me ocurriría para definir la selección que ha llevado a cabo, con generosidad poco usual en estos empeños, el poeta Mario Meléndez[2]. Heteróclita, también, puesto que se encuentra a caballo entre varias tendencias de las que hoy ocupan el panorama poético latinoamericano, sin inclinarse por ninguna de ellas.
Cuarenta y ocho poetas que empezaron a publicar sus primeras obras desde las postrimerías del siglo XX hasta lo que va corrido de este veintiuno, en un arco que cubre un período fascinante y complejo de Latinoamérica, desde la esperanza que significara el retorno a la democracia en distintos países del continente a principios de los años noventa, hasta estos días llenos de incertidumbre y sombras. Época en que vimos el auge de Hugo Chávez, pero también su temprano fallecimiento. A Fidel Castro convertido como nunca en la parodia de sí mismo y figuras como Michelle Bachelet y Dilma Roussef, que han encarnado de suyo el responso fúnebre de una socialdemocracia que nunca llegó a cumplir ni la mitad de sus promesas.
Dentro de estos marcos, me parece necesario partir por una aclaración. Antologador y prologuista no comparten los mismos criterios de selección. Es más: el prologuista considera, como explicará más adelante, un error la inclusión de ciertos nombres en esta selección, además de la ausencia de otros. Aclarado este punto, sentimos nuestro deber celebrar tal discordancia. Celebrarla y, además, subrayarla. La homogeneidad en este caso sería una trampa, tanto para el ojo crítico como para el lector que se acerque con curiosidad a estas páginas. El disenso, por el contrario, estimamos que abre la posibilidad de un diálogo a todas luces feraz para nosotros.
Pero esta antología que Mario Meléndez ha preparado con no poco sacrificio, aparece dentro del marco de otras antologías que la preceden y con las cuales necesariamente dialoga. Entre ellas, Cuerpo plural (2010), de Gustavo Guerrero, El decir y el vértigo (2005), de Cerón, Herbert y Plasencia Ñol, con la cual comparte el mismo compás de tiempo, y, más allá de las fronteras políticas de Latinoamérica pero directamente vinculadas en sus semejanzas y en sus diferencias, Malditos latinos, malditos sudacas (2009), de Mónica de La Torre y el autor de estas líneas y Poesía ante la incertidumbre (2011), editada por varios autores. Si bien nuestra tarea aquí es comprender la selección llevada a cabo por Meléndez, para este fin nos resulta imprescindible ponerla en relación con las antologías mencionadas. Pero no sólo con ellas, sino con la multiplicidad de antecedentes –tecnológicos, políticos, comunicacionales– que sean necesarios para entender, aun a partir de la parcialidad de nuestra mirada, lo que este volumen pueda significar para la poesía del continente.
Por lo pronto, habrá que hacerse cargo de una cuestión que viene con el título de este libro: su condición latinoamericana. Ya en la introducción a Poesía en movimiento, la colección de poesía mexicana que Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y Alí Chumacero coordinaran, se preguntaba Paz por cuáles eran los rasgos que definían a los poetas (y a los poemas allí reunidos) como mexicanos. La respuesta del premio Nobel era una puerta abierta, ya que no se limitaba a trazar las huellas de una elusiva y siempre en disputa identidad mexicana, sino que más bien tiende a desentenderse del carácter unívoco de las tradiciones nacionales para privilegiar un espíritu de época (admitiendo nosotros que tal concepto es igualmente difícil de definir): para Paz, guardan más relación entre sí César Vallejo y Pablo de Rokha que el autor de Los heraldos negros con, por ejemplo, Chocano. Si hiciéramos la misma ecuación, pero en lugar de México nos refiriéramos a América Latina, es probable que llegásemos a conclusiones semejantes a las de Paz.
Guillermo Sucre, en La máscara, la transparencia, anota por su parte algo de lo que tampoco podemos desentendernos. Dice el ensayista venezolano que la polémica en torno a la sensibilidad latinoamericana podría haberse saldado –al menos cuando Sucre publica su libro, en un ya lejano 1975– si hubiésemos entendido a cabalidad lo que verdaderamente valía la obra de Darío, en su americano cosmopolitismo. Vallejo, citado por Sucre:
Rodó dijo de Rubén Darío que no era el poeta de América, sin duda
porque Darío no prefirió como Chocano y otros, el tema, los
materiales artísticos y el propósito deliberadamente americano en
su poesía. Rodó olvidaba que para ser poeta de América, le bastaba
a Darío la sensibilidad americana, cuya autenticidad, a través del
cosmopolitismo y universalidad de su obra, es evidente y nadie
puede poner en duda… La indigenización es acto de sensibilidad
indígena y no de voluntad indigenista. (20)
En lo que nos concierne a nosotros, y habida cuenta del panorama globalizador que hoy en día nos toca vivir, tal vez necesitemos de algunas precisiones y otras enmiendas a nuestra forma de entender lo americano, suponiendo que ello sea, incluso en una remota medida, compás suficiente para acercarnos a esta antología reunida por Meléndez.
Y es que hoy por hoy, donde el juego de las identidades se encuentra en una de sus etapas más volátiles, la interacción con otros contextos de producción poética obligatoriamente modifica la comprensión que tengamos de “lo nuestro”, parafraseando a Luis Harss. De este modo, la edición de una larga lista de títulos que modifican las fronteras de lo que entendemos por Latinoamérica o Hispanoamérica (términos que, al menos para nosotros, no son equivalentes), resulta en el necesario reacomodo de nuestras nociones previas. Entre esas publicaciones, algunas de las que resultan más relevantes para mí, por ejemplo, son Extracomunitarios, de Benito del Pliego, que reúne a poetas latinoamericanos que han publicado mayoritariamente su obra en España, Porque el país no alcanza. Poesía emigrante de la América Latina, de Timo Berger, donde el nomadismo latinoamericano es el fuerte de la selección, y la ya mentada Malditos latinos, malditos sudacas, de Mónica de La Torre y el abajo suscrito, donde se intenta dar cabida a la poesía hispanoamericana/chicana que se escribe en Estados Unidos.
En conjunto con lo anterior, otro hecho que no se nos escapa es la eclosión editorial que se ha vivido tanto en Latinoamérica como España y, en menor medida, en el mundo de habla hispana de Estados Unidos. Si bien de tirajes muchas veces modestos, algunas de las editoriales que han venido a alimentar este trasvasije de fronteras comparten ciertas características que las hacen inconfundibles. En primer lugar, son casas editoriales, aunque el término suele algo pomposo, dirigidas o gestionadas casi de manera unipersonal. Pienso, por ejemplo, en Kriller 71, donde Aníbal Cristobo maquetea los libros, hace muchas de las traducciones y gestiona la distribución a través de librerías. O el caso de Liliputienses, donde José María Cumbreño combate el aislamiento de Extremadura a través de un trabajo que es inconfundiblemente suyo. La colección Trasatlántica, de Amargord, también es otro ejemplo de estos proyectos que no podemos llamar sino quijotescos, encabezado en este caso por Edmundo Garrido.
Pero también las une el hecho de tener un catálogo exquisitamente bien cuidado. Las re-ediciones de José Kozer en Trasatlántica, la introducción de la poesía brasileña en el mercado español por parte de Cristobo y el ojo clínico de Cumbreño para llevar a ese mismo mercado a autores latinoamericanos que de otro modo difícilmente hubieran cruzado el Atlántico, le otorga una identidad única a estos empeños[3].
El trasfondo teórico de estos impulsos lo encontramos en una revisión sumaria de la bibliografía en torno al énfasis trasatlántico de nuestras literaturas, nunca del todo afincadas en una sola pertenencia. Julio Ortega ha sido uno de los más preclaros articuladores de esta mirada, si bien no el único. Para el ensayista y profesor peruano, en las últimas décadas las olas migratorias del sur al norte (y específicamente hoy en día, del Medio Oriente hacia Europa, de África hacia las costas mediterráneas) han cambiado el panorama de nuestras configuraciones nacionales subrayando de manera irrefutable –el sensacionalismo es la marca registrada de los medios masivos de comunicación hoy en día– ese aspecto trágico que cargan nuestras sociedades. Pero inmigración también son redes y networking, inmigración también es globalización, si bien, tal como advierte Ortega, los estudios trasatlánticos no son su discurso ilustrado sino su crítica y deconstrucción, en la medida en que la imposición de esa economía global conlleva asociada el relato de su inevitabilidad y, aun peor, de su “naturaleza”, i.e., del ocultamiento de las condiciones históricas que nos han conducido de manera deliberada y en absoluto necesaria al actual estado de cosas. De allí se deduce que
llamemos “diferencia” al posicionamiento crítico en espacios de alteridad
política, donde debatir lo global desde la suerte de lo local. Precisamente,
el modelo de leer trasatlántico atraviesa la ideología única con el
contradiscurso de una universalidad de lo particular. (Ortega)
Con lo anterior en mente es que queremos entrar en materia revisando en detalle el listado de autores incluidos en esta antología de Mario Meléndez y entender, en lo posible, cómo dialogan con algunos de los títulos que hemos reseñado más arriba.
En primer lugar, no es difícil darse cuenta de algunas de las coincidencias que se repiten de un volumen a otro. Autores como Germán Carrasco y Luis Chaves (presentes tanto en El decir y el vértigo y Cuerpo plural como en el libro que ahora nos preocupa), Jorge Fernández Granados, José Carlos Yrigoyen, Héctor Hernández Montecinos y Alan Mills, entre otros, son algunos de lo que aparecen insistentemente en estos índices, sugiriendo un pequeño canon dentro de esa incipiente estructura del sentimiento de la que hablara a comienzos de los ochenta Raymond Williams[4].
Del mismo modo, lo primero que salta a la vista cuando se ha completado la lectura de la antología de Meléndez, es el hecho de que no existe un centro articulador de la poesía de estos cuarenta y ocho autores. Desde distintas versiones del coloquialismo, algunas más logradas que otras, hasta una poesía experimental en pleno apogeo, pasando por preocupaciones más o menos locales, entendiendo este término como un componente central y no marginal de la discusión contemporánea, como aquellos textos que ponen de manifiesto una mirada étnica y multicultural para nombrar América. O también aquellas que intentan darle un giro a discursos ya conocidos, como la estela neobarroca que aún persiste en ciertos autores, sin dejar de lado el intimismo que algunos otros poetas continúan practicando como una puerta a una interioridad cargada, en ocasiones, del insidioso aire de la ironía.
De acuerdo a Gustavo Guerrero, esta diversidad es la marca registrada de las actuales generaciones poéticas, suponiendo, tal como él lo señala, que podamos seguir hablando de generaciones. Para el poeta y ensayista venezolano,
(…) La aceleración del tiempo en nuestras sociedades, que hace que
los poetas se formen y se den a conocer cada vez más rápido, el
crecimiento y la diversificación de nuestras bibliotecas, que hace que
dos jóvenes de la misma edad puedan tener hoy una cultura literaria
compuesta de referencias distintas, y, en fin, el triunfo del
individualismo, que hace que la aparición de grupos o movimientos,
lejos de reflejar la existencia de una poética o una ideología común,
sólo tenga una función promocional o publicitaria, todos estos
factores han contribuido al rápido desgaste de la herramienta
generacional. (23)
Clausurado el proyecto moderno, si no en todos los ámbitos, sí por lo menos en el mundo de la poesía, Gustavo Guerrero ve anulada toda posibilidad teleológica y trascendental para la poesía, dejándose de lado cualquier tono reivindicativo o de necesidad histórica, proviniera aquel del aliento vanguardista o de algún proyecto político. Y es probable que el conjunto de autores seleccionados por Mario Meléndez bien caiga dentro de estas coordenadas. Porque, para agregar más pruebas a la causa, Eduardo Milán, reconocido poeta y ensayista uruguayo exiliado desde hace décadas en México, también coincide, en el post-facio que escribe para El decir y el vértigo, con ver un estallido de la diversidad de la palabra poética en Latinoamérica, hoy. Refiriéndose a este último título, Milán indica que
No hay (…) designios de camino, direcciones nítidas, metas poéticas
que podrían sugerir un cambio de frente respecto a la problemática
de una o dos generaciones anteriores. Lo que se señalaba como crisis
poética continúa siendo crisis poética. (…) La aventura poética ha
vuelto a ser una aventura individual en este sentido: es dudoso que
alguno de los poetas aquí reunidos se sienta partícipe de algo más que
de la práctica poética con sus contemporáneos de oficio.
(en Cerón, Herbert y Plasencia, 391)
Sin embargo, Milán agrega un matiz que forma parte de una discusión más vasta, como es la supuesta distancia que mediaría entre estos autores con las exigencias de la Historia, así, con mayúscula.
Lo que para generaciones anteriores fue un punto de partida pero también muchas veces un punto de llegada, para los autores nacidos desde el sesenta y cinco en adelante, pareciera que la Historia como exigencia está ausente, o al menos, para usar las palabras de Milán, “en este lenguaje no parece haber la huella de los acontecimientos que marcaron a comunidades enteras” (394). En este punto, sin embargo, no podemos sino expresar nuestro desacuerdo con el poeta uruguayo. Toda escritura es histórica, lo asuma de manera explícita o no. Lo que el ensayista y estudioso rioplatense esperaría aquí no es la presencia de la coyuntura histórica, la cual es irrenunciable, sino algún testimonio más explícito de su presencia. Y agrega un matiz: a menor presencia de la historia, mayor precisión en la factura, como una respuesta estética ante los embates de la historia.
Sin embargo, creo que lo que hay que entender es que el fin del proyecto moderno conlleva en sí mismo una relación sintomática con la historia. La crisis de los mega-relatos afectó especialmente a la historia, pero también a la forma en que leemos esta historia, si cabe hacer esa distinción. Si esta última ya no puede ser la encarnación del Espíritu hegeliano, ni tampoco la prometida liberación de los oprimidos, parece que la única forma de experimentar hoy la historia fuese una relación nostálgica con ella. O así nos lo parecía cuando primero se empezó a hablar de postmodernidad y Jameson nos descubría en su seminal estudio[5] que La guerra de las galaxias no era, como creíamos, una distópica visión de un hipotético futuro, sino más bien una reactualización de las películas de piratas y de vaqueros y otros productos hollywoodenses que maquillados ahora con un decorado futurista, podían servir como una especie de arraigo, una forma de compensación simbólica ante las incertezas que nos deparaba un presente demasiado veloz e incomprensible (años de la Guerra Fría, la amenaza nuclear, la introducción de las primeras computadoras paulatinamente en la vida cotidiana) como para ofrecerle un sentido a nuestras vidas de otro modo enajenadas y, en síntesis, vacías. Si estos últimos adjetivos suenan como un eco demasiado evidente de un Adorno apocalíptico y mal leído, pedimos las disculpas del caso, pero la elección de estos términos fue premeditada[6]: con ellos quisiera retomar la discusión con Milán, en tanto la experiencia de un momento histórico puede representarse a través de una serie de estrategias discursivas, todas ellas matizadas por una regla básica: su ausencia no puede entenderse como su negación. En tanto horizonte último de sentido y por lo tanto muchas veces imposible de representar, los acercamientos a la historia podrán variar, pero no dejar de existir.
No quisiera, sin embargo, alejarme mucho en una discusión que pudiera ser bizantina. Prefiero, en su lugar, retomar lo dicho por Gustavo Guerrero en torno a que la selección que él hace reúne a autores que tienen que lidiar, quiéranlo o no, voluntaria e involuntariamente, con la pérdida del paradigma moderno y la instauración de su crítica post.
Para nosotros, la pérdida de ese poder aglutinador en que resultaba tal paradigma, encuentra respuestas estéticas que si bien son paradójicamente diversas y resultan muy difíciles de etiquetar y/o encasillar, aun así vemos cómo se sigue intentando (en vano) establecer ese tipo de taxonomías que son incapaces de dar cuenta cabal del panorama poético de hoy en día. Si las mencionamos, lo hacemos en el espíritu de reconocer una discusión que se ha hecho presente en los últimos años, la cual, no obstante ello, quisiéramos analizar y poner en duda.
En la antología que hoy nos entrega Mario Meléndez, vemos representada con fuerza (en Álvaro Solís y Federico Díaz Granados, entre otros), por ejemplo, una tendencia como la representada por la antología trasatlántica Poesía ante la incertidumbre (2011), cuyo manifiesto publicado online pregona que
La emoción no puede estar de moda. La emoción es universal e
intemporal. Y la poesía tiene que emocionar. Ante tanta incertidumbre,
para nuestra sorpresa, una gran parte de los nuevos poetas en español
se han adscrito a una tendencia tan experimental como oscura.
Al lado de este llamamiento a la claridad (convocatoria discutible, por cierto, que trataremos de comentar más adelante), encontramos poetas que han hecho de ese cuestionado experimentalismo la razón de ser de su escritura. Pienso, por ejemplo, en la estética de Rocío Cerón, cuya palabra se despliega no sólo en la hoja de papel sino también en mundos sonoros y visuales, pienso en Héctor Hernández Montecinos, que ha intentado en su escritura dejar atrás lo que para él son las rancias ideas de “poema” o “libro”, reemplazándolas por la potencia de una obra total.
Pero el panorama dista de agotarse ahí: la poética de autores como José Carlos Yrigoyen o Germán Carrasco, gira en torno (aunque no se limite) a un conversacionalismo que viene de vuelta de sus aventuras sesenteras politizadas y de su posterior desarrollo en los setentas, cuando quiso vincularse a cierta zona experimental, como en la obra de Rodolfo Hinostroza. En los casos de Yrigoyen y Carrasco, se trata de un habla que evoca ese tono coloquial, pero transido de la desconfianza de uno o varios hablantes profundamente escépticos de sus posibilidades comunicativas, pero que sin embargo no renuncian a ellas.
Una autora de especial relevancia resulta ser Damaris Calderón, poeta cubana que ha hecho de la desnudez del verso y su corte austero sus marcas de estilo. Me interesa subrayar el aporte de Calderón en tanto propone la extranjería –sexual, deseante, literaria– como índice para leer una realidad que sólo existe en la medida en que se la nombra. No se trata aquí de un uso exterior de lo extraño, de lo foráneo, sino de su traducción idiomática en una textualidad lírica que problematiza nociones de pertenencia e identidad. Así, más allá de la situación personal de la autora, radicada hace casi veinte años en Chile, luego de salir de su Cuba natal, pareciera que el hablante de sus poemas siempre está llegando, nunca del todo radicado en un presente que se vuelve radicalmente elusivo. Lo denota, por ejemplo, un poema sintomáticamente titulado “Los árboles, la patria”, donde el remoto país imposible (título de uno de los libros de Calderón) se traduce en un arraigo en la palabra, ante la carencia de otra fuente de identidad: así el jagüey, el jobo, la guásima y la ceiba, árboles que se encuentran en ese lugar de origen que, en su distancia, la condena al permanente “entre”: en un decidor artículo publicado el año dos mil trece [7], Calderón plantea que la paradoja de haber salido de una isla (como Cuba) para haber llegado a otra (resaltando el carácter pretendidamente insular de ese concepto etéreo pero tan difundido en ese país como es la idiosincrasia chilena), la mantiene en ese aislamiento que algunas teóricas feministas han llamado el “in-between” (Bennett, 2012), lo que está entre medio, lo que no es una cosa pero tampoco es la otra, el “entresijo” del que habla la poeta cubana. No parece una mera coincidencia, entonces, que su lugar de residencia en Chile sea un balneario, llamado ni más ni menos que Isla Negra.
Si me he detenido en la poesía de Calderón no es sólo por subrayar sus peculiaridades, sino también para poner de manifiesto aquello que comparte con otros autores de esta y otras antologías y que, en consecuencia, la enmarca dentro de tendencias compartidas en la poesía latinoamericana de hoy. Así, para dar otro argumento de la causa, la no-pertenencia de Calderón es un hecho compartido por varias poetas que aquí se reúnen. La migratoriedad (¿existirá esta palabra?) entrega identidades móviles e inestables a autores que de manera voluntaria o que se han visto forzados o incluso con una mezcla de ambas posibilidades, han abandonado sus lugares de orígenes para pasar a ser extranjeros por períodos considerables de sus vidas. A Calderón se suman, entre otros, poetas como Julio Espinosa Guerra, Paul Guillén, Miguel Ildefonso (estos últimos con estadías más o menos prolongadas en el programa de escritura creativa de la University of Texas at El Paso), Néstor Rodríguez, Luis Fernando Chueca, Victoria Guerrero Peirano. Todos ellos comparten ese peregrinar, en distintas etapas, modalidades y duración que no sólo los ha expuesto a diferentes culturas como parte de un proceso de globalización inevitable, sino por sobre todo que ha impactado poderosamente en la obra de muchos de estos poetas. Todos estos flujos culturales presuponen la precariedad que señaláramos más arriba en la relación de todos estos autores con la historia. Precariedad, que, sin embargo, no indica que tal relación no exista. En este sentido, un libro con el que la antología de Mario Meléndez está en estrecho contacto es el que hiciera Timo Berger, Porque el país no alcanza. Poesía emigrante de América Latina (2010). Esta antología, que quiso reunir voces de la poesía latinoamericana desperdigadas a todo lo ancho del globo, intenta subrayar, a veces con un tono celebratorio que pareciera excluir una lectura crítica, la homogeneización que la globalización económica impone como estrategia de penetración mercantil[8]:
Las grandes urbes del mundo se parecen cada vez más. Sentado
en el Starbucks de la Quinta Avenida o en la sucursal de la
misma empresa en el Hakescher Markt de Berlín Mitte, un vate
chileno abre su Moleskine y anota unos versos, una que otra
metáfora que pensó mientras viajaba en el metro de la capital
alemana que, si por él fuera, podría seguir su trayectoria hasta
la parada de la Avenida O’Higgins, en su ciudad de origen.
(Berger 7)
Vemos, en cambio, que algunos de los autores que el mismo Berger incluye en su antología, tienen una actitud que si bien no está en contra de sepultar fronteras, culturales y políticas, que muchas veces suponen un estorbo, al menos se toman con una mayor distancia crítica el proceso globalizador que ha terminado por enterrar muchos de esos límites artificiales, para al mismo tiempo levantar otros, con la misma o mayor fuerza. De notar son los ejemplos de Sayak Valencia y Omar Pimienta, autores mexicanos que no podemos sino extrañar en el volumen de Mario Meléndez. Provenientes ambos de Tijuana, la poesía tanto de Valencia como de Pimienta enfatiza la necesaria problematización del concepto de frontera que subyace a buena parte de la poesía de México, pero que también alcanza a otros países.
En el poema “This is Tijuana”, Valencia dice: “El primer y el tercer mundo. La frontera. El infierno. La otra/parte del otro lado. El otro lado del otro lado. El Este lado del /Otro lado. El mundo feliz del desengaño. This is Tijuana” (Stabile, 373). Por su parte, en un libro clave para entender el tráfico de identidades que supone una frontera como la del sur de EE.UU., Escribo desde aquí, Pimienta borra la idea de una frontera uniforme y profiláctica, reemplazándola con la noción de otra móvil e interna, pertinaz y compleja:
Escribo desde aquí:
una casa de madera vieja
un teclado sucio
en La Libertad
con 30 años
Granola mi esposa
Beca mi perra
el futuro
escribo desde allá:
la casa de cemento que construyó Don Marcos
los hermanos
La misma Libertad
algunas fotos
el pasado
escribo desde acullá: (siempre he pensado que no existe esa palabra)
(13)
Evidencia este poema una coyuntura que atañe no sólo a la frontera norte de México, sino a gran parte de la poesía de nuestro continente, incluida, por supuesto, la que Mario Meléndez reúne en su antología. Ya que, como muy bien titula a su vez Timo Berger, el país, literalmente, no alcanza. Y no es que intentemos re-editar, sin que viniera en absoluto al caso, la disputa entre lo cosmopolita y lo autóctono, entre lo universal y lo local, que ha tenido no pocos capítulos en Latinoamérica, sino antes bien resaltar la nueva dinámica que conceptos como global y local adquieren. En ese sentido, poetas como Jaime Huenún o Damsi Figueroa, nos obligan a preguntarnos por los imaginarios y sus apropiaciones. Por la identidad, en síntesis, ya que, por un lado, la poesía mapuche de Huenún bebe de fuentes occidentales y europeas que interactúan libremente con la religiosidad y las costumbres mapuches. Figueroa, por el otro, practica una reapropiación del imaginario indígena desde la escritura, desde una textualidad palimpséstica que, aun así, mantiene vasos comunicantes con un poeta como Huenún.
¿Cuáles son las políticas de la identidad, en suma, que se pueden defender en este minuto de una (post)modernidad que ya hoy es vista con sospecha?, ¿desde dónde se puede argumentar, así, en favor de una versión tradicional de la comunicación, afincada en circulaciones editoriales hoy impensables y con públicos lectores que hoy han sido entrenados en otras prácticas, como lo buscan hacer los poetas que se llaman a sí mismos ante la incertidumbre? Otros, como Pablo Thiago Rocca, eligen el universo limitado, si se me permite tal oxímoron, del refugio hogareño, la historia mínima para en su desdén del afuera hacer también una tácita declaración. O la versión irónica de ese mismo mundo que hace Luis Chaves en algunos de sus poemas. No deja, por último, de ser llamativo el repliegue hacia un tono elegíaco centrado en la figura paterna en Julio Espinosa, Augusto Rodríguez y Álvaro Solís: el único sostén parecía ser ese padre que sólo puede hablar desde su ausencia.
Creo, finalmente, que los dilemas expresivos que enfrentan en su conjunto los autores de esta antología, su recorrido por ciudades de paso, el flujo de turistas que ya no son visitantes, las nuevas categorías culturales, políticas y tecnológicas que es necesario adoptar y a las cuales es un imperativo de supervivencia adaptarse y apropiárselas para negarlas cuando sea necesario, acompañado del escepticismo ante los propios medios expresivos, se resumen en este poema de Claudia Masín que transcribo ahora y con el cual quiero cerrar esta introducción. Es un broche más que de oro, de lucidez y contención:
PARÍS, TEXAS
Me gustaría contarte lo que veo,
hablarte de los hoteles abandonados
apareciendo de la nada en el medio de la carretera,
como castillos solitarios cuyos puentes levadizos
fueron dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra un parabrisas en la ruta
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.
* * *
Lista de autores incluidos en esta antología
Jorge Fernández Granados
Luis Fernando Chueca
Nelson Simón
Pablo Thiago Rocca
Manuel Lozano
Mario Antonio Rosa
Jaime Huenún
Damaris Calderón
Francisco Véjar
Mario Bojórquez
Juan Felipe Robledo
Kattia Chico
Luis Chaves
Miguel Ildefonso
María Montero
Germán Carrasco
Victoria Guerrero Peirano
Yamil Díaz Gómez
María Rivera
Néstor E. Rodríguez
Gabriel Chávez Casazola
Claudia Masin
Xavier Oquendo Troncoso
Rocío Cerón
Julia Erazo
Felipe García Quintero
Jorge Galán
Paura Rodríguez
Federico Díaz-Granados
Julio Espinosa Guerra
Álvaro Solís
Paula Einöder
Javier Payeras
Carlos J. Aldazábal
Gladys Mendía
Paul Guillén
Damsi Figueroa
José Carlos Yrigoyen
Catalina González Restrepo
Ernesto Carriøn
Francisco Ruiz Udiel
Frank Báez
Javier Medina Bernal
Augusto Rodríguez
Gema Santamaría
Alan Mills
Héctor Hernández Montecinos
Rosa Chávez
* * *
Notas
[1] El título de este prólogo es una cita extraída del ensayo de Eduardo Milán al que haremos referencia más adelante. Nuestra deuda con el poeta uruguayo.
[2] Este prólogo me fue solicitado para la antología de 48 poetas latinoamericanos que el realizó. La lista de las y los autores incluidos se encuentra al final de este mismo prólogo. Por razones que escapan a mi poder, esta introducción se decidió que finalmente no fuera incluida. La publico ahora con el ánimo de colaborar en la lectura de algunos índices de nuestra poesía, con una mirada que se quiere al mismo tiempo diacrónica y sincrónica.
[3] No son, por cierto, los únicos. El billar de Lucrecia, la editorial que llevaran adelante Rocío Cerón y Rodrigo Castillo en México, ha sido fundamental en los últimos años para dar ese salto cualitativo en el conocimiento de ciertos autores a lo largo y ancho de América Latina. Catafixia, el proyecto dirigido en Guatemala por Luis Méndez Salinas y Carmen Alvarado es un caso más para la causa. Cascahuesos editores, en Perú, bajo la égida de José Córdova, lo mismo. Los ejemplos son múltiples y requerirían muchísimo más espacio del que disponemos.
[4] Me permito ciertas libertades a la hora de usar el concepto elaborado por el ensayista inglés, empezando por una definición tal vez más elástica del cuadro temporal que pueda incluir tal estructura del sentimiento. Recordemos que Williams, en Marxismo y literatura, enfatiza la definición de este concepto como una experiencia social que todavía “se halla en proceso” (155), por lo cual su enfoque se preocupa más por los valores y los significados tal como son vividos y sentidos activamente. Una estructura del sentimiento delata un cambio social en su propia experiencia y no como un epifenómeno de una tendencia ulterior; es emergente o pre-emergente, no requiere de una clasificación o una racionalización antes de hacer sentir su impacto.
[5] Nos referimos a su ensayo sobre la postmodernidad y el capitalismo tardío. Véase la bibliografía.
[6] El lector más interesado en estos temas puede ahondar en una abundante bibliografía. Para mí ha sido de especial utilidad el capítulo octavo de The Exhaustion of Difference, de Alberto Moreiras, donde se nos dice que “one of the paradoxes of an accomplished globalization is that it leaves us without a ground to question its very ground (…) In the history of European thought nature was always taken to be the ground of culture. If the reduction of nature through hypercommodification has been accomplished in in late capitalism, then culture become groundless ground: meanings circulate within it but do not have recourse to a “natural” outside that can properly found them”. (239)
[7] Me refiero a “En la tierra del Entre, golpeada por las aguas”; una entrevista a la autora, hecha por Armando Chávez, se titula sintomáticamente “Yo tengo la cabeza siempre puesta en Cuba”.
[8] “Se trata de pensar entonces esa facticidad que es la globalización no como resultado lógico o desenlace inevitable, sino como efecto de procesos históricos acotados y modificables. En este sentido, el hecho de que el mundo aparezca como una configuración histórica y no como el resultado de ciertas leyes meta-históricas, caracteriza a la modernidad filosófico-política (…) La relación entre deconstrucción y mundo, por lo tanto, no puede ser reducida a una nueva articulación de la filosofía de la historia, ni sacrificada en nombre de un cálculo político estratégico, pues el horizonte irrenunciable de la deconstrucción es la emancipación, incluyendo la emancipación del mundo desde las tecnologías y filosofías críticas ‘llamadas’ a emanciparlo”. Suscribimos lo que dice Sergio Villalobos-Ruminott en cuanto entiende la globalización como un proceso contingente (ergo, acotado) de mundanización y mundialización y no como una fatalidad histórica inexorable.
* * *
Bibliografía
1.- Berger, Timo. Porque el país no alcanza. Poesía emigrante de la América Latina. D.F: El billar de Lucrecia, 2010.
2.- Calderón, Damaris. “En la tierra del Entre, golpeada por las aguas”, en http://letras.s5.com/dca030213.html
3.- Cerón, Rocío, Herbert, Julián y Plasencia Ñol, León. El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente (1965-1979). D.F: filo de caballos/Conaculta/Fonca, 2005.
4.- Chávez, Armando. “Yo tengo la cabeza siempre puesta en Cuba” (entrevista). En http://www.letras.s5.com/dc1007061.htm
5.- De La Torre,Mónicay Gómez, Cristián. Malditos latinos, malditos sudacas. D.F: El billar de Lucrecia, 2009.
6.- Guerrero, Gustavo. Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea. Valencia: Pre-textos, 2010.
7.- Jameson, Fredric. Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism. Durham: Duke University Press, 1992.
8.- Milán, Eduardo. “En torno a una posible situación de la penúltima poesía latinoamericana”, en Cerón, Herbert y Plasencia. Op. Cit.
9.- Moreiras, Alberto. The Exhaustion of Difference. The Politics of Latin American Cultural Studies. Durham: Duke University Press, 2001.
10.- Ortega, Julio. “Crítica trasatlántica en el siglo XXI”, en http://blogs.brown.edu/ciudad_literaria/2011/03/23/critica-transatlantica-en-el-siglo-xxi/
11.- Pimiento, Omar. Escribo desde aquí. Valencia: Pre-textos, 2010.
12.- Stabile, Uberto. Tan lejos de Dios. Poesía mexicana en la frontera norte. Tenerife: Ediciones Baile del Sol/Universidad Nacional Autónoma de México, 2010.
13.- Sucre, Guillermo. La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana. D.F: Fondo de Cultura Económica, 1985.
14.- VV.AA. Poesía ante la incertudimbre. Nuevos poetas en español. Madrid: Visor, 2011.
15.- Villalobos Ruminot, Sergio. “Derrida y la historia universal en sentido cosmopolita”. En
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16.- Williams, Raymond. Marxismo y literatura. Barcelona: Ediciones Península, 1980.