Yo debería ser católico...
Yo debería ser católico. Y animal.
Yo debería expulsar a los mercaderes
del templo. Lo siento, pero este poema
no habla de nada. Es in-significante.
Yo debería coger los cirios de estas iglesias
y prenderlos todos y cada uno de ellos
para que no pudieran prenderlos los turistas.
Debería recoger estas piedras, abandonadas
en las catedrales con más historias que la salida
de un estadio y ponerlas otra vez en ese muro
para que vuelvan a contener a los infieles. Lo
siento, pero este poema no habla más que
de sí mismo. Explicarles a los que vienen
con una grabación pegada a sus orejas
lo que significa la quinta angustia
retratada allí en un tríptico sobre madera
que apenas se despachan en unos segundos.
Recordarles de su función apotropaica
a los que observan esos retratos de la virgen
mientras carga entre sus brazos a quien fuera el niño
y preguntan en voz baja en un burdo
amago de respeto dónde se encuentra la salida.
Animal para mearme en las tumbas de estos
señores que mandaron a construir estos
sarcófagos para perpetuar esa nobleza
que no tenían con el mármol que ahora
los rodea. Católico para entender este
poema que no dice, ni tampoco quiere decir.
Tal vez ahora sirva para algo haber recibido
el cuerpo de Cristo sin haberle encontrado
sabor alguno. Tal vez si hubiéramos
bebido de su sangre, tal vez si hubiéramos
levantadoaquese cáliz: sin pedir que nos
dejara de dar el sol, sin redimirnos
de los pecados que no hemos cometido
pero podríamos llegar a cometer, si
además de católicos: también animales emputecidos.
El gran tormo
Un tsunami que llegue hasta Los Andes.
Que arranque de raíz toda esa mierda.
Que se lleve las tumbas de los que nunca
fueron enterrados. Y todavía claman por serlo.
Que le pase por encima a esos lugares patrimoniales
abandonados por decreto desde el momento
en que se gestaron, como imbunches
salidos de ese útero maldito.
Que se trague a la clase media por completo.
Pero también a esos flaites de mierda que andan
con los pantalones colgándoles de las rodillas
siempre y cuando hayan acabado primero
con los flaites que estudiaron en los colegios
que solo ellos podrían pagar excepto cuando
se les ocurrió la gran idea a una tropa de curas
comunistas de predicar la solidaridad a la fuerza
y meter a sus machucas en las aulas de la burguesía.
Una ola que le pase por encima a la llama de la libertad
y se lleve de paso La Moneda, la estatua de Allende,
la del conchadesumadre de Frei Montalva, los edificios
de los ministerios donde se apostaran para disparar
los soldados del ejército. Que arranquen los asientos
del Nacional y las torres de iluminación, que les devuelva
de una buena vez el Huáscar e inunde la mina a tajo
abierto más grande del mundo. El fuerte de Niebla
y el morro de Arica, la escuela militar y las estaciones
del Metro. Pero que ojalá dejara en pie la estación Central
donde todavía quisiera subirme a uno de esos vagones
que en menos de dos horas me dejaban en San Francisco
de Mostazal, antes de que existiera cualquier casino
y despedir los trenes a la orilla de la línea es lo único
que recuerdo del verano: un terremoto perfecto
que les caiga desde el cielo y con el cielo.