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«Las Corrientes Luminosas», de Claudio Guerrero Valenzuela
Ediciones Casa de Barro, San Felipe 2020

Por Marco López Aballay



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A partir de las primeras lecturas Las Corrientes Luminosas se toman de la mano de la memoria. Pequeños chispazos que van avanzando entre episodios personales y colectivos: álbumes fotográficos; objetos; habitaciones; documentos; conversaciones; noticias, van conformando un universo propio en donde el autor se apodera del espacio, reflexiona, memoriza, digiere y lo lleva al ejercicio de la escritura. Tamaña tarea que vale la pena concluir y compartir con anónimos lectores que nos reconocemos en esas zonas de la poesía.

En la primera parte Las corrientes luminosas I los poemas constituyen pequeñas ventanas que nos permiten observar escenografías íntimas del autor. En Efectos personales el poeta se enfrenta ante un puñado de documentos, fotografías, recetas médicas y certificados, en donde aparecen datos de sus padres y de su niñez. Ante aquel acontecimiento decide enfrentarse al pasado, inmiscuirse, dialogar y aclarar dudas que han permanecido ocultas por más de cuarenta años.

¿Con qué palabras se cuenta para describir los sucesos cotidianos, los espacios vacíos, las pausas entre una acción y la siguiente? ¿Cómo describir los gestos, las intenciones, la pasividad de las horas? “Existe algo así como un exceso de realidad, una abundancia que ya no se puede soportar” nos lo dice Witold Gombrowicz en Cosmos. Y en ese inventario de casualidades, destinos, apariencias, objetos y recuerdos se desordena la ruta y el poeta se aferra a las palabras para describir el todo. Una desesperada fórmula de comunicación total. Pero ante el caos emocional existe una ruta a seguir, según vemos en el poema Aguas: “Qué hay al otro lado / de estas corrientes luminosas. / Talvez una imagen que habla / un llamado impetuoso / ese aire que roza la oreja / y se muestra rebelde / encriptado / un aire que riza el cabello / ofendido y ofensivo / expectante en la ofrenda / afanado en remover los signos / que aprendimos a descifrar. / A lo lejos todavía la casa permanece erguida / para recibir a sus visitantes. / A esa casa tenemos que dirigirnos.”

En la segunda parte Después del silencio (Tono menor) el texto se tensiona ante el conflicto del recuerdo y la ausencia de la memoria. Lo que queda es el olvido, acaso como un proceso de raíz traumática que lo conduce a negar el pasado y a huir de los objetos que se presentan como fantasmas rodeados de humo, cartas sin leer, papiros mecidos por el viento. Asumimos que la experiencia dolorosa está en la cultura de la obediencia, el silencio, el aceptar el dolor como consecuencia de sus actos y enfrentar un destino estoico, carente de emociones, como un niño robot atrapado en una fotografía sin vida ni color. Leamos lo que acontece en Testigo: “Toda palabra / toda escritura / viene como de un vacío / un pozo / cuyo eco / nos recuerda la voz de otro / ese que yace muerto al fondo / cadáver vano / y sin embargo / enteramente vivo / en el sonido que apenas se articula”. Ese sonido, creemos, es lo que permite la comunicación con el pasado y le proporciona la cuota de entusiasmo para construir esos versos que se sostienen entre lo negado y lo aceptado, entre la verdad y lo imaginado, entre el humor y la tristeza. De alguna manera el poeta sale adelante y logra un discurso para el necesario equilibrio. Leamos lo que acontece en Tartamudo: “Quisieras encontrar la llave / que abre la puerta del silencio / de la casa del tiempo. / Pero las palabras se agolpan en la lengua / trastabillan / tartamudas”.

En el capítulo final Las corrientes luminosas II el discurso se construye en base a realidades que configuran su experiencia personal y colectiva, con símbolos universales de la poesía y de la historia de Chile: Federico García Lorca; Pablo Neruda; Rodrigo Lira; Salvador Allende; el Golpe de Estado. Lo anterior se contrapone a la situación actual: estallido social; deudas; tarjetas de crédito; Compañía de Seguros; saludos de feliz cumpleaños del Banco y otros organismos de endeudamiento. Son realidades que lo llevan a la reflexión, un tanto irónica, de las idas y vueltas de la vida. Situación que se replantea ante el crecimiento de su hijo. ¿Cómo explicarle la violencia injustificada, la desigualdad social, el capitalismo salvaje que se asoma en la ventana? “Qué futuro nos depara, querido hijo / tal vez no valga la pena ni pensarlo”dice en el poema Interrogantes del padre y su hijo de 9 años en huelga general.

Afuera las corrientes luminosas confluyen en la oscuridad, en el frío, en la indiferencia. De alguna manera hay que volver a casa: donde las ideas se ordenan y los minutos están bajo su dominio.

Lo que queda es el lenguaje de la poesía, a través de él se materializan los sueños y se construye una nueva realidad, aunque sea solo de palabras.


Callejón Spic, Putaendo, invierno del 2020




 

 

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